Un refugio en ti (#1)

Per ladyy_zz

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Qué topicazo, ¿no? ¿Enamorarse de la mejor amiga de tu hermana? Pues eso es exactamente lo que le había pasad... Més

1. El pasado ha vuelto
2. Pitufa
3. Princesas y guerreras
4. Bienvenida a casa
5. ¿Puedo tumbarme contigo?
6. Cubrirnos las espaldas
7. La convivencia
8. María Gómez
9. No juegues con la suerte
10. Marcando territorio
11. La tercera hija
12. Netflix y termómetro.
13. Duelo en el Lejano Oeste
14. Lo que pasó
15. Carita de ángel, mirada de fuego.
16. Versiones
17. Bandera blanca
18. Un refugio
19. Lo normal
20. La puerta violeta
21. El silencio habla
22. Curando heridas
23. Perdonar y agradecer
24. Favores
25. I Will Survive
26. No es tu culpa
27. Sacudirse el polvo
28. Tuyo, nuestro.
29. Siempre con la tuya
30. Mi Luisi
31. Antigua nueva vida
32. Fantasmas
33. Es mucho lío
34. Cicatrices
35. El de la mañana siguiente
36. Primera cita
37. Imparables.
38. La tensión es muy mala
39. Abrazos impares
40. A.P.S.
41. Juntas
42. Reflejos
43. Derribando barreras
44. Contigo
45. Pasado, presente y futuro
46. Secreto a voces
47. La verdad
48. Tú y sólo tú
49. OH. DIOS. MIO.
50. ¿Cómo sucedió?
51. Capitana Gómez
52. Gracias
53. Primeras veces
54. Conociéndote
55. Media vida amándote
56. Pequeña familia
58. Final
EPÍLOGO
Parte II
61. Jueves
62. Dudas y miedos
63. La explicación
64. Viernes
65. A cenar
66. Conversaciones nocturnas
67. Sábado
68. Gota tras gota
69. Pausa
70. La tormenta
71. Domingo
72. Lunes
FINAL 2
📢 Aviso 📢
Especial Navidad 🎄💝

57. El último tren

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Per ladyy_zz

El ser humano es un animal de costumbres, sobre todo con las cosas que amamos. No podemos evitar sacar tiempo siempre para ello, y eso por eso por lo que Amelia sabía con toda certeza que, al salir de la asociación, Luisita se pasaría por la librería a revisar todo antes de irse a casa.

Y como era costumbre también, a esa hora ya no había nadie en la librería porque Amelia solía llegar antes en casa para preparar la cena, es por eso que, al llegar a su negocio, se extrañó al encontrar luz en su interior. No se podía apreciar su interior porque las persianas traslúcidas no dejaban ver nada de lo que pasaba dentro, sin embargo, aquella tenue luz la descolocó, porque era demasiado suave como para ser la luz principal. Metió la llave en la cerradura y la giró, y justo antes de abrirla, sonrió al escuchar del interior de la librería "Qué bien" de IZAL. Terminó de abrir la puerta y podría jurar que había entrado en un sueño.

Todo el lugar estaba decorado de velas de distintos tamaños, siendo la única iluminación, dos copas de vino en la mesa del pequeño mostrador que tenían para atender a los clientes, una manta extendida en el suelo que se imaginó que era para que pudieran sentarse y otra manta para taparse. Y por supuesto y más importante, su preciosa y maravillosa mujer.

Esa misma mañana se habían casado. Aunque intentaron que la familia entendiera que no querían celebrar boda hasta conseguir adoptar a Eva, no consiguieron convencerlos para que no fueran con ellas hasta los juzgados, sobre todo a Marcelino que no quería perderse aquel momento tan soñado por nada del mundo. Marina y María fueron sus testigos, y después se fueron todos juntos al Asturiano a comer un pequeño banquete de bodas improvisado. Podía sonar cutre y pequeño, pero para ellas fue perfecto porque no necesitaban nada más que ellas. Aunque quizás si que les sabía a poco, sabía que algún día lo celebrarían como era debido con Eva siendo la niña de las flores.

Al llegar a casa se quitaron sus anillos de boda y lo guardaron juntos en una cajita, reservados para el día en el que celebrasen su verdadera boda, y Luisita volvió a ponerse el anillo de Devoción como símbolo de promesa.

Si, ambas sabían que algún día celebrarían una boda de verdad dándole todo el significado que merece, sin embargo, Amelia no pudo evitar regodearse en ese concepto aunque fuera sólo durante un día.

Estaba parada en mitad del local con una sonrisa maravillosa y con un vestido blanco de tirantes con un pronunciado escote algo transparente, pudiendo adivinar que bajo él tenía un conjunto de lencería del mismo color. Hasta que Luisita no vio lo hermosos que caían sus rizos por sus hombros despreocupadamente no se había dado cuenta de cuánto le había crecido el pelo desde que había vuelto, haciendo ver lo mucho que pasa el tiempo sin darnos cuenta. Estaba espectacular y Luisita no creyó que jamás pudiera ser tan afortunada.

– ¿Y esto?

A pesar de su desconcierto, no podía borrar la sonrisa de su cara después de ver aquella puesta en escena, y sobre todo, al verla a ella. Dejó sus cosas en el perchero de la entrada y se acercó a ella despacio, como si el tiempo se hubiera ralentizado.

– Sé que dijimos de nada de celebraciones hasta que Eva no estuviera con nosotras, pero... bueno, no me puedes decir que no a la noche de bodas y luna de miel. Además, este viernes inauguramos ya la librería y pensé que era una buena manera de celebrar nuestra noche antes de que nuestro proyecto deje de ser sólo nuestro.

Su sonrisa se amplió al ver lo nerviosa que estaba Amelia por prepararle aquella sorpresa, como si creyese que Luisita podría enfadarse. ¿Cómo se podría enfadar si tenía en aquellas cuatro paredes todo lo que había deseado jamás?

– Es perfecto, Amelia. – y la sonrisa de la ojimiel se amplió aliviada haciendo que el corazón de la rubia diera un vuelco. – Aunque lo de poner velas cerca de los libros no sé si es buena idea, vayamos a provocar ahora un incendio.

– No te preocupes, si se incendia yo te saco en brazos.

Luisita negó ante la broma de mal gusto, pero sin evitar sonreír ante la idea de Amelia siendo aquella superheroína que la sacaría de las mismas llamas.

Amelia se sentó en el suelo sobre la manta con sus piernas estiradas para evitar que se le subiera completamente el vestido, para la pena de Luisita, y espero a que la rubia se uniera junto a ella. Sin embargo, Luisita no pudo evitar recorrer el local con su mirada una vez más, porque realmente su sueño se había cumplido. Además de la zona repleta de estanterías donde estaban ellas en ese momento, al fondo de la librería se veía aquella zona infantil que habían montado especialmente para todos los que vinieran de la asociación y quisieran refugiarse durante unas horas de la realidad de sus casas. Habían incluso puesto una zona de teatro donde ocasionalmente harían representaciones, y era ridículamente pequeño, ni si quiera tenía una tarima, pero les daba igual. Para ellas cada rincón de su negocio era perfecto.

Volvió a mirar a la ojimiel que la esperaba sentada con esa sonrisa tan encantadora que siempre tenía preparada para ella y se sentó frente a ella, tapando a ambas con la manta sobrante. Se acomodaron con sus rodillas cruzadas rozándose, dándoles la impresión de que aunque estuvieran una frente a otra, no podrían estar más cerca, y la verdad, es que las dos preferían esa posición para poder mirar bien a la otra.

Amelia les alcanzó las copas de vino y se la entregó a la rubia, permitiéndose admirarla mientras la cogía, porque en ese momento donde sólo las alumbraba la luz de las velas, era imposible que Luisita pudiera estar más guapa. Se quedaron unos segundos calladas, mirándose, sonriéndose como dos tontas, o lo que es lo mismo, como dos enamoradas, hasta que Luisita cortó el silencio porque toda aquella situación le estaba pareciendo increíble. Aún le parecía increíble que alguien se tomara todas esas molestias para hacer detalles por el simple hecho de hacerla feliz, pero sabía que ahora le quedaba toda la una vida junto a la ojimiel y se podría acostumbrar a vivir así.

– Así que esta va a ser nuestra luna de miel.

– Bueno, por ahora sí. Pero cuando celebremos nuestra boda de verdad, haremos un viaje de verdad.

– ¿En serio?

– Pues claro, cariño. A donde quieras.

– Vaya... pues no sabría elegir. Nunca he salido del barrio.

Y lo último lo dijo casi en un susurro, como si le diera vergüenza. No es como si Amelia hubiera recorrido medio mundo, pero ya había descubierto más lugares que ella, y eso siempre la había hecho sentir algo inferior a la morena, pero sólo por el hecho de que Amelia merecía a alguien con más cultura y más mundo.

– Venga ya... – le dijo la morena con una sonrisa sin creerla. – ¿Ni una escapada romántica de un fin de semana?

Luisita negó agachando un poco la cabeza, haciendo que Amelia se sintiera algo culpable por aquel mal sentimiento que había parecido llegar a la rubia.

– A Bea le parecía un malgasto de dinero.

– Ya... Bueno, pues conmigo vas a ver medio mundo, te lo prometo.

Luisita volvió a mirarla ampliando su sonrisa más que antes, haciendo que el pecho de Amelia se encogiera por el simple hecho de haberla hecho feliz con aquella promesa.

– Eso me encantaría. – dijo la rubia haciendo que ambas aumentaran la sonrisa.

– Pues claro, iremos a todos los lugares que jamás hayas deseado, y empezaremos por París.

– ¿Por qué París?

– Porque es la ciudad del amor.

– Eres una cursi. – dijo riéndose de ella viendo cómo la ojimiel fingía que se había ofendido.

– ¡Oye!

Intentó darle un pequeño empujón, pero la rubia se apartó riéndose aún más de ella. Amelia le dio a su copa un sorbo minúsculo, casi sólo mojándose los labios, y es que así era como la ojimiel bebía alcohol porque aún no se había acostumbrado al sabor tan fuerte. Daba igual, a Luisita le encantaba cómo cada vez se atrevía más a acabar con sus miedos, y sobre todo, porque aquella forma de beber le parecía adorable.

De repente, se la imaginó con ella bebiendo vino en París, riendo, besándose, siendo felices. Era casi idílico.

– Ahora enserio. ¿De verdad iríamos a París?

– Pues claro que sí, cariño. Ya sabes que nací ahí, y la verdad es que siempre he querido ir, sobre todo si eres tú quien me acompaña. Podríamos pasear junto al Sena y bailar frente a la Torre Eiffel.

– ¿Bailar? ¿Así, en mitad de la calle? Qué vergüenza Amelia.

Luisita se ruborizó nada más con aquella idea de estar en mitad de la calle junto al rio frente a aquel precioso monumento con todos los turistas mirando como ambas bailaban como si no existiera nadie más en el mundo. Como si sólo existieran ellas.

– Me da igual, estoy segura de que bailar contigo frente a la Torre Eiffel bajo la luna debe ser tan maravilloso que no importaría quien mirara.

– ¿Y la música?

– Te cantaría al oído. – el rubor de sus mejillas aumentó, pero ya no por vergüenza, sino por la idea de su preciosa voz a su oído mientras se evadían del mundo. – Después iríamos a alguna buhardilla que hubiera alquilado sólo por la ventana que tuviera con vistas al cielo, donde nos pasaríamos la noche admirando la luna y haciendo el amor.

Se quedaron unos segundos en silencio y Amelia pudo ver en aquellos ojos marrones cómo se construía aquella fantasía y sonreía mientras lo imaginaba, así que ella también se permitió soñar con aquella imagen. Parecía como si ambas estuvieran observando su futuro a través de imágenes en una proyección y no podría ser más perfecto. En ese momento más que nunca, Amelia se dio cuenta de que haría cualquier cosa por aquella sonrisa y por la vida que ambas deseaban juntas.

– Suena como un sueño. – susurró Luisita.

– Tú eres mi sueño. – le dijo en el mismo tono.

Se miraron y las dos se dieron cuenta de que la otra tenía la mirada empañada.

– ¿Y con qué más sueñas?

– ¿Aparte de todas las cosas que te pienso hacer en la noche de bodas? – dijo en un tono sugerente haciendo sonrojar a la rubia. – Pues sueño con un futuro contigo, una vida normal, tranquila y feliz junto a ti y a Eva. Ser un buen ejemplo para ella y cuidarla. Quizás aprender a hacer dulces y postres para ella.

– Pues mira, seguro que Lourdes estaría encantada de ayudarte.

– ¿Lourdes? ¿Por qué lo dices? – preguntó desconcertada.

– Porque estuvo en un concurso de postres.

– ¿Lo dices enserio?

– Si, creía que lo sabías. Estuvo en Bake off hace un par de años y se le daba increíblemente bien.

– Madre mía, ¿y ganó?

– No te voy a hacer spoiler, Amelia.

Amelia resopló haciendo reír a la rubia, pero sabía que al día siguiente buscaría el programa y se haría una maratón sólo para ver a su amiga.

– Que guay, no lo sabía. – dijo con una pequeña sonrisa. – Vaya, sí que me he perdido cosas...

La sonrisa de Amelia cayó y Luisita supo lo mucho que aun le pesaba aquellos años que estuvo alejada de todo lo que quería. Puede que Amelia hubiera visto más mundo que ella y siempre lo vio como algo bueno, pero ahora se daba cuenta de lo mucho que deseaba la ojimiel haberse quedado ahí todo aquel tiempo. Sabía que Amelia nunca se había arrepentido de irse por lo mucho que se salvaron tanto ella como Devoción del infierno donde vivían, pero eso no evitaba sentirse mal y excluida cuando hablaban de esa época, porque le dolía haberse perdido aquella parte de la vida de la gente a la que quiere.

– Amor... No pensemos más en el pasado, sigamos soñando con un futuro juntas.

Amelia asintió con una pequeña sonrisa, pero por el suspiró que dio, Luisita ya sabía que había algo en su interior que quería sacar.

– Pues, hablando de nuestro futuro, había algo que sí que quería hablar contigo. Bueno, más bien esto es sobre mi futuro. La cosa es que tener esta librería junto a ti es algo increíble y me encanta estar aquí, pero... Luisita, mi vida es el teatro. Me encanta subirme sobre el escenario, aunque sea ese. – dijo señalando el pequeño espacio que habían construido en su propio local. – Sé que la librería nos dará mucho que hacer, y tener a una niña a nuestro cargo también, pero no me gustaría dejar la compañía de teatro. Sé que no gano mucho con ello y que apenas hacemos representaciones, y también sé que puede parecer más un hobbie que un trabajo, pero no quiero dejar de hacerlo porque es mi vocación. Te prometo que buscaré el modo de combinarlo todo, ¿vale? Y de tener tiempo para nosotras. Haré un pacto faustiano para tener más horas en el día si hace falta.

No le estaba pidiendo permiso, ambas lo sabían. Amelia quería seguir actuando porque era algo que su cuerpo necesitaba para ser feliz, incluso aunque a Luisita no le pareciera bien o le pareciera innecesario, pero sabía que necesitaba su apoyo para no sentirse tan culpable. Pero, en cuanto vio a la rubia sonreír, supo que aquel miedo había sido una tontería, porque no había ningún sueño en el que Luisita no la apoyara, al igual que ella haría si la situación fuera al revés.

– Mi amor... No quiero que renuncies a nada. Sé que te encanta el teatro y nunca te pediría que renunciaras a él por nosotras, para mí lo más importante es que seas feliz. Encontraremos la manera de combinarlo todo, no te preocupes.

Amelia sonrió y no pudo evitar acercarse a ella para acunarle la cara y dejarle un suave beso en los labios, apoyando después su frente en la de la rubia.

– Gracias, cariño.

– ¿Por?

Le volvió a dejar un beso en los labios antes de alejarse y recuperar su postura para poder mirarla bien.

– Pues por apoyarme.

– Pero es que eso se supone que hacen las parejas, ¿no? Apoyarse en todo.

Amelia amplió su sonrisa sin poder creerse lo afortunada que era.

– Dios, aún no me creo que seas mi mujer.

– Amelia...

– Que sí, que sí. Hacer como si nada para hacerlo más real cuando celebremos la boda, pero esta noche es especial. Déjame disfrutarlo.

Luisita se rio porque, ¿a quién quería engañar? Ella también quería celebrar que se había casado con la mujer más maravillosa del mundo.

– Bueno, vale. Entonces yo tampoco me puedo creer que estemos casadas. Amelia, este ha sido literalmente mi sueño desde que era adolescente y no me puedo creer que se haya hecho realidad.

– Y yo, créeme. Nunca pensé que podría si quisiera llegar a besarte, y ahora eres mi mujer. Me muero de ganas por pasar el resto de mi vida junto a ti. Y junto a Eva, claro.

– Y yo...

Sin embargo, el tono de Luisita fue mucho más bajo del que Amelia esperaba, desconcertándola bastante.

– ¿Te pasa algo?

– Quería hablar contigo sobre algo. – dijo con aquellos enormes ojos marrones mirándola de una manera que no supo descifrar.

– ¿Quieres el divorcio? – bromeó, sin embargo, Luisita siguió mirándola con la misma intensidad.

– Eva Ledesma Gómez. – Amelia la miró confusa, sin saber de qué hablaba. – Quiero que lleve primero tu apellido.

Su desconcierto se convirtió en una mueca que Luisita sabía que significaba que no le había gustado nada aquella idea.

– ¿Qué? ¿Por qué? Eso no tiene sentido, Luisita. Yo me siento mucho más Gómez que Ledesma, y estoy orgullosa de ser una Gómez, no quiero que Eva herede el apellido Ledesma ni asociarla con la maldad ni la violencia.

– Pero es que, para mí, el apellido Ledesma no significa eso. Para mí, Ledesma no significa un hombre cobarde y ruin que destrozó a su familia, para mí, Ledesma significa una mujer increíble. Ledesma significa resiliencia, fuerza interior, inteligencia, pero también empatía, ternura, bondad. Y sí, quiero que Eva herede todo eso.

Amelia la miró con los ojos mucho más brillantes que antes, y no supo que responder. No habría respuesta correcta para hacerle saber lo mucho que significaba para ella que le dijera eso, que Luisita viera todo aquello en ella, y no el monstruo que siempre había temido ser. Dejó la copa de vino en el suelo y se lanzó a sus labios de una forma mucho más pasional que antes, y aunque hubiera sido un beso fugaz, Luisita lo sintió todo en él. Se separó un poco de ella pero sólo lo suficiente como para rodearla con sus brazos por su cuello y esconder su cara en el.

– No te puedes hacer una idea de cuánto te adoro. – fue casi inaudible por lo pegado que tenía sus labios al cuello de Luisita, pero claro que lo escuchó y sintió.

– Claro que lo sé, yo te adoro del mismo modo.

Le dejó un beso suave en el cuello y cuando se alejó de ella, Luisita pudo ver cómo en la mejilla de Amelia estaba húmeda por culpa de una lágrima que no había podido retener. Le pasó el pulgar para limpiarle la marca que la lágrima le había dejado y hasta ese momento Amelia ni si quiera se dio cuenta de que había llorado. Se rio un poco avergonzada, pero ahora sabía que con Luisita nunca debería avergonzarse por ser vulnerable.

– Vaya, Eva Ledesma Gómez, suena tan real.

– Pues si... y lo será. – le aseguró Luisita, siendo ella la que hasta ahora no había querido ilusionarse demasiado con la idea de adoptar a Eva por lo difícil de la situación, pero ahora fue inevitable. Serían una familia costara lo que costase.

– ¿Crees que a ella le gustará llamarse así?

– Creo que le encantaría.

Ambas sonrieron porque estaban seguras de que Eva deseaba vivir con ellas y, a juzgar por la adoración que parecía tener por ambas, también desearía llevar sus apellidos si eso significaba ser parte de aquella pequeña familia que iban a construir juntas.

– ¿Y qué opinas sobre lo que dijo Eva el otro día? Sobre llamarnos mamá. – pregunto Amelia con curiosidad, viendo con Luisita se ponía algo más seria pensando en la respuesta.

– No lo sé. He de admitir que llevo mucho tiempo tratándola como paciente y se me haría muy raro llamarla como mi hija, pero estoy segura de que al final la sentiré como tal. Aunque eso de tener una hija de cinco años con veinticuatro... no sé si estoy lista. – dijo riéndose nerviosamente.

Amelia sonrió con ternura a ver sus dudas y le cogió la mano para transmitirle la confianza que parecía faltarle.

– Ninguna de las dos lo estamos, ninguna madre primeriza lo está, pero aprenderemos.

Luisita asintió algo más sonriente, con toda la ilusión reflejada en su cara.

– Con ella por fin seremos una familia.

– Cariño, tú y yo ya somos una familia, no necesitamos una hija para ello. Y ya que hemos empezado a hablar sobre familia, igual no es el mejor momento y no quiero estropear la magia de esta noche, pero también quería hablarte de un tema un poco feo que llevo tiempo pensando.

Ahora fue Amelia la que se puso seria de repente, más de lo que lo había hecho en toda la conversación, asustando un poco a Luisita.

– ¿Qué pasa?

– Pues que he estado hablando con Cris y ya sabes lo cauta y correcta que es con todo, supongo que es su mente de abogada, pero creo que sobre esto tiene razón. Me ha recomendado que, ambas, deberíamos hacer un testamento. Tenemos un negocio en común y tendremos una niña a nuestro cargo, y no sé qué piensas tú, pero si algo me pasara a mí, quiero blindaros un futuro a ambas y que quede totalmente clara mi voluntad de dejároslo todo.

Se creó un pequeño silencio incómodo mientras aquella idea hacía que el corazón de Luisita se hundiera.

– Vaya... sí. Claro, tiene sentido. Aunque no me quiero imaginar una vida así, no creo que pueda rehacer mi vida si me faltaras.

– Claro que puedes, ya lo hiciste una vez. Estuviste seis años haciéndolo y si llegase el caso, lo harías. Seguirías con tu vida.

– No es lo mismo, Amelia. Si, pasaron seis años y yo conocí a otra persona, pero ahora sería diferente, porque una cosa es no saber dónde estabas y otra cosa es que, después de compartir media vida juntas, murieras. Quedaría destrozada.

– Bueno, sólo necesitarías otros seis años. – bromeó

Lo dijo con una pequeña sonrisa que se notaba que intentaba tranquilizar a la rubia, pero consiguió el efecto contrario.

– ¿Seis años para conocer a alguien después de que murieras? Eso es horriblemente poco. – Amelia no contestó, sólo se la quedó mirando haciendo que la curiosidad dentro de la rubia creciera. – ¿Es suficiente para ti?

– ¿Qué?

– ¿Cuánto tiempo crees que es suficiente para reemplazarme?

– Creo que diga lo que diga no voy a salir bien de esta conversación.

Volvió a coger su copa y le dio un pequeño sorbo bajo la atenta mirada de Luisita, sabiendo que no iba a dejar que se escapara de responder.

– Enserio ¿Cuánto tiempo esperarías para estar con otra persona si muero?

– Luisita... – la reprendió con la mirada, sin embargo, Luisita parecía más divertida por sus ganas de huir que otra cosa.

– Venga, Amelia.

– No estoy cómoda con esta conversación.

– Anda, va. – le dijo con una pequeña sonrisa. – Estamos casadas, deberíamos tener la confianza y madurez suficiente para hablar sobre esto, ¿no? Sólo quiero saberlo, es curiosidad.

Amelia resopló pesadamente y se frotó la frente sin saber bien qué responder

– No lo sé, tres años, por ejemplo.

– ¿Tres años? ¿En serio? Te das cuenta de que cambiarías de mujer antes que de presidente de gobierno, ¿no?

– Vale, pues cien años, ¿te parece bien?

– Pues claro que no me parece bien, respuesta incorrecta. No es el tiempo suficiente. – dijo mientras cruzaba los brazos.

– Pero si para entonces ya estaríamos las dos muertas por causas naturales.

– Da igual, la respuesta correcta habría sido "nunca, no me volvería a casar en la vida".

Pero a pesar de que Luisita había mantenido la sonrisa durante toda la conversación, Amelia no lo soportó más, porque claro que no era lo que sentía.

– ¿Sabes qué, Luisita? Si, la respuesta es nunca, no me volvería a casar en la vida. Sólo he dicho tres años porque ni si quiera quiero pensarlo. No quiero pensar en un mundo en el que no estuvieras tú, porque sólo ese pensamiento me desgarra.

Una lágrima de derramó por su mejilla y Luisita se quedó mirándola por aquella reacción. Lo que no sabía la rubia es que Amelia llevaba con el dolor de aquel pensamiento desde que había tenido la conversación con Cris desde hacía días, y a pesar de saber que su amiga tenía razón, aquel pensamiento llevaba atormentándola días. Lo que no sabía Luisita es que la ansiedad que tenía últimamente era por aquella horrible idea de no volver a verla, y que la pesadilla que tuvo la noche anterior, por primera vez, no era por el miedo a su padre, sino por el miedo de perderla para siempre.

Sin embargo, aunque no lo supiera, la conocía demasiado bien y ahora su comportamiento tenía sentido, así que no pudo evitar sentirse culpable.

– Ven aquí. – dejó la copa de vino a un lado y estiró sus brazos invitando a Amelia a refugiarse en ellos, la cual no tardó ni un segundo en levantarse y acurrucarse junto a ella. – Amor, estaba de broma. Por supuesto que quiero que encuentres a alguien si no estamos juntas, porque yo lo único que quiero es tú felicidad.

– Yo sólo te quiero a ti. – susurró como una niña pequeña enterneciendo a la rubia.

– Ya, mi amor, pero estaré muerta. – le apuntó obviamente haciendo reír a la morena. – Necesitas pasar página, ya sea sola o con otra persona. Yo quiero que tú seas feliz, aunque no sea conmigo, ¿o no recuerdas que tú también dijiste lo mismo? Me dijiste que, si yo hubiera sido feliz con Bea, tú también habrías sido feliz por mí.

– Y es verdad.

– Pues por eso te digo, y no sólo si muero, incluso si nos divorciamos y tuviera que verte con otra persona, si te hace más feliz de lo que lo eras conmigo, podría vivir con ello.

Amelia se acurrucó más en su cuello apretándola con fuerza.

– Estás mal si piensas que alguna vez voy a querer el divorcio. Con lo que me ha costado estar contigo ni loca te dejo escapar esta vez.

Luisita se rio porque era cierto, no sabía porque había dicho eso. No había absolutamente ninguna posibilidad de que no acabaran lo que les quedaba de vida junto a la otra.

– Lo sé, yo tampoco te dejaré escapar. Pero por ahora no pensemos en eso, ¿vale? Haremos un testamento para facilitarle la vida a la otra cuando faltemos, y para facilitársela a Eva, pero sé que ese momento tardará mucho en llegar y mientras tanto disfrutaremos de la vida. Disfrutaremos de esta noche, de la inauguración de la librería, de ver a Eva crecer, y por supuesto, de ese viaje a París.

– Esto está hecho, cariño.

Se alejó un poco de ella y se quedaron mirando unos segundos, porque Amelia aun no se podía creer la increíble mujer que tenía a su lado.

– No te haces idea de lo orgullosa que estoy de la persona en la que te has convertido, pitufa. Verte crecer durante toda mi vida ha sido el mejor regalo que he podido tener. Además, tienes razón, nos queda una larga vida juntas por delante. Toda la vida para explicarnos de todas las maneras posibles lo que nos queremos.

– Pues fíjate que toda la vida me parece poco.

– Entonces tendremos que aprovechar el tiempo, ¿no? – le dijo alzando aquella ceja que tanto volvía loca a la rubia.

Y claro, ¿quién podía resistirse a eso? Luisita se lanzó a sus labios y profundizó aquel beso hasta que se quedaron sin aire y se separaron unos segundos sólo para respirar.

– Guapa. – susurró Amelia contra sus labios.

Eso lo único que hizo fue encender aún más a la rubia, y justo cuando estuvo apunto de tumbar a Amelia sobre la manta para posicionarse encima de ella, paró unos segundos al darse cuenta de que pasarían ahí toda la noche y echaba en falta algo esencial para dormir.

– Oye, Amelia. Que yo te quiero mucho y por ti dormiría en el suelo, pero por favor, dime que no vamos a dormir en el suelo.

La ojimiel se rio ante aquella cara y volvió a dejarle otro beso.

– Tengo un colchón en la trastienda preparado.

– ¿Y si lo sacamos ya? – preguntó con un tono inocente que escondía muchas ganas de hacer cosas para nada inocentes, y Amelia no pudo evitar volver a reírse.

– Venga, vamos.

Amelia se levantó primero ofreciéndole a Luisita una vista de su vestido desde abajo y se rio al darse cuenta de que aquello había provocado que la rubia se pusiera tan nerviosa que al levantarse tropezó con la manta haciendo que estuviera a punto de caerse.

Ambas fueron a la trastienda para sacar el colchón y lo colocaron donde anteriormente estaban tumbadas. Cogieron las mantas del suelo para poder taparse con ellas y Amelia cogió un par de cojines que había en las butacas de la librería. Sin embargo, cuando cogió el segundo cojín, vio que había un libro olvidado bajo él.

– ¿Qué es esto?

Lo cogió y se volvió hacia Luisita que, tras mirarlo unos segundos, su expresión cambió un poco.

– Ah, un libro.

– Ya, cariño, hasta ahí llego. ¿Es tuyo?

– Si... El último tren.

– ¿De qué va?

Luisita suspiró y se sentó en el borde del colchón con la mirada un poco triste

– De dos mujeres que se querían, pero que la vida no les daba oportunidades para ello.

– Vaya, ¿ya lo has terminado?

– Si, aunque no como yo esperaba.

– Ya, bueno. Así es la vida a veces. – le sonrió dulcemente, aunque Luisita hubiera bajado la mirada.

– Ya...

Cogió el libro y se sentó junto a la rubia tendiéndoselo.

– ¿Quieres leerme el final? Así comparto contigo esa pena que te ha salido al hablar del libro.

Luisita la miró y sonrió cogiendo el libro para ir directamente a la última página.

– Diez años después, Úrsula y Greta volvieron a encontrarse en aquella habitación de hotel. Sus cuerpos eran como dos astros que orbitaban alrededor de la tierra y, por fin, iban a colisionar. Pero ya no eran las mismas, porque en sus ojos se adivinaba el miedo, miedo a repetir errores del pasado, a sufrir como un animal malherido, a que el destino volviera a levantar un muro entre ellas. Entonces, entendieron que las relaciones son como un largo viaje que hay que dejarse llevar y disfrutar del trayecto. Y asumir que, por más que nos duela, hay trenes que no para más de dos veces en la misma estación.

El silencio las envolvió y Amelia sonrió al ver qué era lo que le ponía tan triste de aquella historia.

– Piensas en nosotras, ¿verdad?

Luisita dejó el libro a un lado y se volvió a girar hacia la morena para confesarle sus miedos.

– Sé que acabamos de hablarlo y que ambas queremos que la otra sea feliz si no estuviéramos juntas, pero al menos en ese escenario habríamos compartido parte de nuestra vida juntas hasta el final de la otra. Pero, no sé, a veces me pregunto cómo sería mi vida si no hubieras vuelto, o si no hubiera dejado a Bea o si tu hubieras estado con otra persona. ¿Y si nuestra oportunidad ya fue? ¿Qué hubiera pasado si el tren que teníamos que coger ya no hubiera parado nunca más en esa estación?

– Nos habríamos subido en marcha, cariño. Yo por ti saltaría al vacío y sin paracaídas, porque sé que tú estarías para agarrar mi mano.

Sin poder aguantarlo más, Luisita se volvió a lanzar a sus labios para tumbarla en la cama con esas ganas que llevaba acumulando desde que la había visto con aquel conjunto. Amelia estaba hermosa de todas las maneras, pero no podía negar que ese día estaba especialmente deslumbrante. Parecía que eso del matrimonio sí que le había sentado bien.

Amelia las giró sobre el colchón quedándose ahora ella encima para poder desvestir a la rubia, dejándola sólo en ropa interior, y cuanto lo hizo, se puso de rodillas sobre el colchón para sacarse lentamente aquel vestido blanco que llevaba bajo la atenta mirada de la rubia. Cuando Luisita creyó que no podría haber nada más sensual que aquellos movimientos, dejó a la vista su ropa interior de encaje blanco y ahora sí, Amelia estaba insuperable. En realidad, aquel pensamiento le venía todas y cada unas de las veces que la tenía en aquella situación.

Al ver la admiración en los ojos de la rubia, Amelia se quedó parada unos segundos más frente a ella dejándole disfrutar de aquella vista, pero no tardó mucho en poner se a horcajadas sobre ella para sentirla como lo necesitaba.

Se besaron suave, despacio, con calma, disfrutando del momento y como siempre que se besaban de esa manera, el mundo se desdibujó. Amelia recorrió con su lengua el cuello de la rubia y le dejó un suave mordisco en su piel, haciendo que la rubia gimiera. Le encantaba aquel sonido. Luisita gimiendo era la mejor música que podría existir.

Salió de su cuello para mirarla con la única iluminación de la luz de las velas y su imagen le quitaba el aliento. Su pelo rubio esparcido por aquel cojín, sus labios hinchados deseando que los de Amelia volvieran a posarse sobre ellos, su mirada penetrante llena de deseo, pero a su vez, de un amor tan puro y hermoso que sobrecogía.

Amelia llevó su pulgar a la mejilla de la rubia, acariciándole con una ternura que provocó que Luisita cerrara los ojos para disfrutar del tacto.

– Eres preciosa, ¿te lo he dicho alguna vez?

No supo que fue lo que le hizo volver a aquel preciso momento, pero volvió. Quizás fue tener a su pitufa en la misma posición que ahora, con la misma cantidad de ropa. Quizás Luisita seguía mirándola con la misma admiración como llevaba haciéndole sentir toda la vida. Quizás fue que sus besos seguían produciéndole el mismo terremoto que entonces y que su corazón seguía latiendo con la misma fuerza. Quizás, siguiera queriéndola con la misma intensidad después de seis años. De verdad, no supo que fue, pero por fin, volvió a aquella noche antes de irse donde sólo existieron ellas.

Sin embargo, no era la única que había vuelto a aquella noche, porque aquella frase quedó tan grabada a fuego en su interior que era imposible olvidar aquel momento.

– La verdad es que si...

– Es verdad, yo... te lo dije. Te lo dije la noche antes de irme.

Luisita abrió los ojos ampliamente unos segundos ante la sorpresa, pero no tardaron en llenarse de ilusión y algo de lágrimas.

– ¿Lo recuerdas?

Su corazón iba a mil mientras veía a través de aquellos ojos miel cómo los recuerdos de aquella noche volvían a ella. Ya no estaba sola ante aquel recuerdo, por fin no era sólo de ella, por fin, su primer beso, volvía a ser de ambas.

– Lo recuerdo. Joder, lo recuerdo. – dijo contagiando el entusiasmo a la rubia y posó su frente en la de Luisita notando como temblaba bajo ella. – Te recuerdo. – le susurró.

Se volvieron a mirar una vez más y esta vez, se besaron con una pasión desenfrenada, nada que ver con cómo se besaban hacía unos minutos. Amelia coló su mano entre el colchón y la espalda de la rubia, y tal como hizo aquella noche, le desabrochó el sujetador con una agilidad asombrosa, y esta vez, Luisita si que fue capaz de desabrochárselo a ella con la misma habilidad.

Sus besos crecían y crecían de temperatura, las manos de Amelia se movían sobre el cuerpo de la rubia desesperada por más, como si aquel recuerdo hubiera despertado algo en ella. Deslizó su mano sobre el estómago de la rubia y, también como hizo aquella noche hace seis años, acarició su zona más sensible por encima de la tela de sus bragas haciendo que Luisita volviera a gemir. Antes de que pudiera meter la mano dentro de aquella prenda, Luisita le sujetó la muñeca obligándola a detenerse.

– Para. – susurró entre jadeos.

Amelia se separó un poco de ella preocupada para mirarla a la cara.

– ¿Qué pasa?

– Sigamos besándonos un poco más, no acabes ya este momento.

Amelia sonrió, porque ella también quería detener el tiempo y quedarse toda la eternidad. Retiró la mano con la que acariciaba el sexo de la rubia por encima de las bragas y la levantó para acariciarle la mejilla.

– Mi vida... nuestro momento no se acaba aquí, sólo acaba de empezar. Te amo, Luisita, y amar, si es de verdad, es para siempre.

Luisita no le contestó con palabras, pero volvió a besarla demostrándole lo mucho que la amaba. Aquella calma que había al principio volvió a ellas, porque no tenían prisas, y disfrutarían de aquella noche tal y como lo harían de toda la vida juntas que les esperaba.


Flashback

Absolutamente nunca se había sentido tan perdida. Había pasado por momentos muy duros durante su vida, demasiados, ¿pero ese? Saber que su madre estaba inconsciente y sola en una cama de hospital mientras ella estaba de fiesta, la había destrozado. Sabía que no podía protegerla constantemente, pero lo quería, porque su madre lo era todo para ella, y ella debería haber estado en casa para protegerla de ese monstruo que ya no se merece ni que lo llame "padre".

Lo odiaba. Joder, lo odiaba con toda su alma, como nunca antes había odiado a nadie, ni si quiera a él. No quería volver a verlo nunca más, y esa era la única ventaja de lo que iba a pasar al día siguiente, que se irían y no volvería a verlo más. La única ventaja. ¿El resto? Dios... no quería irse. Tenía las mejores amigas del mundo, había encontrado en los Gómez la familia que nunca tuvo y no quería perderlos, pero no tenía elección, tenía que irse y no volver.

Todos aquellos sentimientos la estaban sobrepasando de una manera demasiado cruel y estaba siendo incapaz de gestionarlo, y por eso, había tomado una de las peores y más cobardes decisiones de su vida, y recurrió al alcohol para evadirse de su realidad. Y es por eso por lo que se encontraba sola y borracha sentada al borde de la cama de Luisita.

Ni si quiera sabía como había llegado ahí, sólo sabía que conforme avanzaban los minutos, más la necesitaba. Luisita era su faro y ella estaba perdida, era la luz que la guiaba, siempre lo había sido. La iba a perder, era un hecho. Al día siguiente se despertaría y no volvería a ver aquellos ojos marrones llenos de luz, ni escucharía esa risa que le llenaba el alma. Todavía no se había permitido admitirse a sí misma que estaba locamente enamorada de ella, pero en esos momentos donde su mundo se desmoronaba, le daba igual. Ahora mismo, el amor era lo único a lo que se aferraba. No se había atrevido a quererla y ya iba a perderla.

Ella sabía que Luisita no estaría aquella noche, sabía que estaba celebrando su mayoría de edad en el King's, pero aun así, no pudo evitar refugiarse en su habitación para sentirla más cerca, para inspirar su olor, para intentar absorber su esencia y quedarse hasta el más mínimo detalle de ella.

No sabía ni cuanto llevaba ahí sentada, sólo sabía que sus lágrimas querían salir de sus ojos, pero había bebido tanto alcohol que era incapaz de soltar lo que llevaba dentro, y en realidad, aquel había sido el propósito de beber. Lo único que podía hacer era intentar no pensar en cómo su vida estaba apunto de cambiar radicalmente mientras tenia la cabeza gacha sujetada entre sus manos y los codos en sus rodillas.

– ¿Estás bien?

En cuanto escuchó esa voz, se sobresaltó, porque realmente pensó que en aquella habitación conseguiría la soledad que necesitaba, pero, sobre todo, porque era su voz. Esa voz. Levantó la cabeza para mirarla y pudo ver cómo Luisita la miraba aún desde la puerta con la mayor de las preocupaciones escrita en su rostro. La rubia cerró la puerta tras de sí sin dejar de mirarla, y la conocía, sabía que la estaba estudiando con detenimiento. Luisita solía hacer eso, la estudiaba como nadie, y eso por eso por lo que era la persona que mejor la conocía en este mundo. No había manera de esconder algo de Luisita, porque veía a través de ella. No sabía que hacía ahí cuando debería estar en su cumpleaños, quizás fuera un sueño, un espejismo o el destino, le daba igual, lo único que sabía es que el corazón se había revolucionado haciéndole consciente de lo mucho que la necesitaba en ese momento a su lado.

Y ahí estaban otra vez las ganas de llorar al saber que no volvería a verla más.

– Si, es sólo que necesitaba escapar un rato de la fiesta y estar a solas.

– Si quieres te dejo tranquila.

Amelia la miró y de nuevo, ahí estaba su pitufa cuidándola como siempre. Luisita llevaba cuidando de ella muchos más años de los que ninguna de las dos era consciente. Rio suavemente y vio cómo la rubia se quedaba aún más desconcertada de lo que ya estaba.

– Es tu habitación, Luisita, la que debería irse soy yo.

Y aunque era cierto y sabía que su tiempo de escape ya había acabado, no quería levantase. No quería salir de esa habitación. Ya no quería pensar en que no volvería a verla, ahora sólo quería disfrutar de su presencia lo máximo posible.

– Bueno, puedes quedarte todo lo que quieras.

Amelia la miró y no pudo evitar que un cosquilleo le recorriera el cuerpo.

– Gracias. – respondió sin poder reprimir una suave sonrisa.

Luisita también sonrió y poco a poco se sentó junto a ella en la cama. El silencio reinó en aquel lugar, y no tenía ni idea de lo que estaría pensando Luisita, pero le daba igual, ahora sólo quería su presencia. Quería quedarse para siempre en esa habitación, en ese momento, con ella a su lado.

– ¿Qué tal te han ido los exámenes? – rompió Amelia el silencio.

– Pues bien, he aprobado todas. – dijo sin poder reprimir una pequeña sonrisa orgullosa.

Amelia sonrió también orgullosa por sus logros.

– Bueno, pero eso era bastante predecible.

– Ya, claro. – rio la rubia.

– Oye que es verdad, yo nunca dudé en que lo conseguirías. Eres mucho más lista de lo que crees.

No pudo evitar quedársela mirando con cierta intensidad, porque era increíble lo mucho que era Luisita y lo muy poco que se sentía. Luisita podría conseguir lo que ella quisiera si se lo creyera un poco más, porque si la rubia quisiera, lo podría con todo y Amelia no tenia ninguna duda de ello.

Otra punzada le atravesó al saber que no podrá ser testigo de aquellos logros. Volvió a cambiar de tema para evitar que aquel sentimiento la rompiera.

– Bueno, ¿y la universidad en general? ¿Qué tal? Que hace ya tiempo que no te tumbas por las noches conmigo a contarme qué tal te va el día.

Era cierto que Luisita hacía mucho que ya no se tumbaba en la cama con ella, y tenía sentimientos encontrados respecto a ello. La mayoría del tiempo lo agradecía, porque cada vez que se tumbaba en su cama, era una tortura no poder besarla ni abrazarla como ella quería, pero no podía negar que todas las noches miraba su puerta deseando que Luisita la atravesara para tumbarse junto a ella.

– Bien, supongo, haciendo amigas y eso.

– ¿Has conocido a alguien? – preguntó automáticamente. – No se lo diré a María, lo prometo.

Sabía que su interés había sido demasiado obvio, pero le daba igual, antes de irse necesitaba saber si Luisita había conocido alguien, si la hacía feliz. Moriría de envidia si hubiera alguien en la vida de su pitufa que la hiciera reír y gemir como a ella quisiera hacerlo, pero ante todo, quería que fuera feliz. Era lo que más le importaba en esta vida, que Luisita fuera feliz, incluso más que su propia felicidad.

Pero Luisita pudo notar perfectamente la insinuación de Amelia, y la ojimiel se

– No, todavía no, sólo amigas. Aunque hemos hecho un buen grupito, al menos lo suficiente como para querer celebrar mis dieciocho con ellas. – dijo riéndose tímidamente.

Un alivio enorme la atravesó al saber que no había nadie en la vida sentimental de Luisita, pero eso no fue lo único de aquella frase que hizo que el cuerpo de Amelia se erizara. Ya tenía dieciocho años. Por fin.

– Vaya... tienes dieciocho años. Ya eres toda una mujer, ¿eh?

– Pues sí, supongo.

– No sabes las ganas que tenía que cumplieras la mayoría de edad. – murmuró la ojimiel para sí misma, admitiéndoselo en voz alta.

– ¿Para qué?

Pero si, aunque se lo hubiera dicho para si misma, Luisita la había escuchado.

– Para no sentirme tan culpable.

Se le escapó, no pudo evitarlo, pero ya no había marcha atrás. No sabía si Luisita había entendido el significado de esas palabras, pero lo que si sabía Amelia es que no podía dejar de mirarla. Puede que estuviera observándola con una intensidad que incomodara a Luisita, no lo sabía, lo que sabía es que no podía dejar de hacerlo sabiendo que era la última vez que lo haría.. Amelia la miró y pudo verla bien. Pudo ver a esa mujer en la que se había convertido, porque ya no era una niña, era toda una mujer, una mujer hermosa, cariñosa y con una fuerza interior arrolladora, y lo sabía, siempre lo había sabido, pero parecía que en esos momentos, todas sus virtudes se estuvieran intensificando.

No pudo evitarlo, Amelia puso la mano en su mejilla mientras la acariciaba con el pulgar, aun mirándola con esa intensidad. Era casi hipnotizante. Era simplemente preciosa.

– Eres preciosa. ¿Te lo he dicho alguna vez?

Pudo sentir cómo Luisita tembló bajo su tacto en cuanto dijo aquello, y sus mejillas se encendieron.

– No. – susurró con esa timidez que sobrecogía a Amelia.

– Pues eres preciosa.

Luisita rio con un nerviosismo adorable y Amelia ya no podía con todo lo que estaba sintiendo por dentro.

– ¿Qué te hace tanta gracia?

– Nada que... creo que vas un poco afectada.

– Puede ser, pero sé lo que digo.

Luisita la miró y Amelia pudo ver en sus ojos un pequeño brillo lleno de esperanza que inundó su alma.

– ¿De verdad te lo parezco? – preguntó en un susurro aún con esa timidez.

¿Qué si de verdad se lo parecía? ¿Es que nunca se había mirado al espejo?

– De verdad. – respondió con total sinceridad. – Eres guapa, inteligente y buena persona. Eres todo a lo que cualquier persona aspira tener en su vida.

Sabía que estaba siendo muchísimo más sincera de lo habitual, de lo que debería y sabía que Luisita lo estaba notando, al igual que también ella se sabía que estaba arrastrando las palabras, y que la rubia estaba demasiado cerca como para no oler su aliento.

– ¿Cuánto has bebido, Amelia?

Volvió a mirarla por última vez antes de decir la respuesta automática que había aparecido en su mente, cayó unos segundos antes de decirla. ¿Podría seguir negándoselo? ¿A Luisita? ¿A ella misma? No, ambas merecían esa sinceridad. Amelia necesitaba sacar ese sentimiento incrustado y Luisita merecía saber que sus sentimientos eran correspondidos. Porque claro que sabía que Luisita sentía lo mismo por ella, era obvio, pero siempre fue más fácil ignorarlo para no torturarse con imposibles. Y si, ellas eran un imposible, y además, también sabía que era injusto para la rubia que le confesara sus sentimientos cuando estaba apunto de desaparecer, pero no pudo evitarlo.

Amelia se iría para siempre, pero al menos se encargaría de hacerle saber lo mucho que la quería, y lo mucho que la habría querido si el tiempo hubiera estado de su parte.

– Lo suficiente como para admitir que me muero por besarte.

Pudo ver en sus ojos cómo el corazón de Luisita se detenía ante aquellas palabras, y a pesar del torrente de emociones que parecía haber en su interior, no tardó ni un segundo en responder.

– Hazlo.

Amelia cerró los ojos y apartó la mano de la mejilla, porque si seguía así, terminaría por romper todo. Vale que quizás aquella fuera la última oportunidad que jamás tendrían, pero no podía hacerle eso, porque sabía que si la besaba, a la mañana siguiente le partiría el corazón.

– No me digas eso, Luisita, porque no sé si me podré resistir.

– Hazlo, Amelia. Nadie te lo impide.

Volvió a mirarla y vio las ganas y el amor en aquellos ojos marrones. Había el mismo deseo que en ella.

– ¿Te haces a la idea de hasta qué punto está mal esto?

Porque claro que Luisita sabía lo incorrecto que estaba aquello, claro que sabía que deberían comportarse como hermanas, y sabía que había una diferencia de edad demasiado notoria en esos momentos. Pero no, claro que no lo sabía hasta qué punto lo estaba, porque no sabía que desaparecería para dejarla sola durante años con aquella duda de "lo que pudo haber sido y no fue".

– ¿Quién lo dice? Sé que te sientes como si fueras mi hermana, pero... no lo somos. Además, es sólo un beso.

Se quedaron en silencio, mirándose, y quizás Luisita tendría razón. Quizás sólo un beso para quitarse esa espina que tan clavada tenían ambas

– Solo uno. – repitió Amelia como queriendo justificarse a sí misma y Luisita asintió.

Y tan despacio como si estuvieran flotando, se acercaron hasta unir sus labios  y en ese mismo instante donde sus bocas se encontraron, Amelia supo el gran error que acababa de cometer. Porque no, no sólo quería un beso, ni si quiera quería una sola noche con ella. Lo quería todo, quería toda una vida junto a ella y no la tendría. Sin embargo, tanto su amor como el alcohol nublaron su juicio y fue a por mucho más de lo que debió.

El tiempo se había vuelto loco, se aceleraba y se pausaba constantemente, y lo siguiente de lo que Amelia fue consciente fue de que estaba a horcajadas sobre Luisita levantándole su vestido mientras pedía su permiso con la mirada.

En cuanto desapareció aquella prenda y su cuerpo quedó más expuesto que nunca sólo con su ropa interior, Amelia sintió que su corazón se detenía. Se quitó rápidamente su camiseta para intentar estar en igualdad de condiciones para que Luisita no se sintiera incómoda, y se dio cuenta de que la rubia se había quedado embobada mirando su pecho.

Y en ese momento, ella también se permitió observarla. Porque siempre el pensamiento de hacer lo que estaban haciendo en ese momento le atravesaba con la mayor de las culpas y vergüenzas, sintiendo que debía estar demasiado mal para soñar con ello, porque Luisita era una niña y no debía pensar en ella de esa manera. Pero no, Luisita no era una niña. Joder que si no lo era. Era toda una mujer, con todas las curvas  más bonitas que se podía tener, las de su cuerpo y la de su sonrisa capaz de enamorar a cualquiera.

Tenerla en esa situación, bajo ella y sólo con su ropa interior, le estaba haciendo sentir todo. Mucho más de lo que había sentido con chicas espectaculares en polvos de una noche. Mucho más de lo que había sentido con Sara en todo aquel tiempo en el que habían sido novias. Mucho más de lo que pensó jamás que se podría sentir, porque era imposible que hubiera experimentado nada parecido antes, porque todo eso sólo podría sentirlo con ella.

Luisita siempre llenaba su vacío, y su mundo era mucho menos frío con su tacto.

Su blanca piel rozando directamente la suya, sus preciosos lunares, su olor, sus labios rojos e hinchados de tanto besarse, su rubia melena rebelde esparcida por la almohada, sus tímidas y evidentes inexpertas manos sin saber muy bien qué hacer, pero queriendo hacerlo todo. Su boca recorrió cada trozo de su piel que pudo deseando memorizarlo, descubriendo por primera vez su cuerpo queriendo explorarlo mil veces más. Quería inmortalizar el momento, quería que aquella cama fuera un refugio para siempre, quería vivir eternamente sintiéndola, amándola. Lo que no sabía Amelia era que la vida es demasiado cruel, y que la única vez que dejó que sus sentimientos se apoderaran de ella para tener ese último recuerdo antes de irse, el alcohol se encargaría de borrarlos todos, hasta el último lunar.

Fin del flashback.

Menos mal que la vida da muchas vueltas y hay trenes que pasan más de dos veces en la misma estación.

Menos mal que ellas pudieron subirse en marcha.




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Buenas, buenas! Espero de corazón que os haya gustado este capítulo porque me ha costado mucho escribirlo sabiendo que era el penúltimo.
El próximo capítulo tardaré un poco más en escribirlo, os merecéis que intente darle el mejor final posible a esta historia.
Pero antes, no quiero terminar este capítulo sin desearon un feliz año nuevo y felices fiestas para tods!💕☺️

Continua llegint

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