Es una punzada sutil, silenciosa, un vuelquito melifluo en el corazón, que aparece tenue y vaporoso, casi no se nota, hasta que se siente vehemente y termina quedándose a vivir, se hace infrangible, permanente, cotidiano.
Escuchar tu risa, bailar contigo de la nada en la calle (o en cualquier lugar del mundo), probar escondida lo que estás cocinando, sentir que me fundo contigo cuando regaloneamos; son deleites que me permito capturar en cámara lenta varias veces al día, incluso cuando me asustaba reconocer que habíamos coincidido, casi como un plan escrupulosamente trazado.