—Qué gusto verte. —dijo el limón rompiendo el silencio que se creó.
—Igual.
Le di la espalda y empujé a mi hermano con la intención de pasarnos a otra caja, pero se trataba de Sergio Ferreira, un sabueso perfectamente entrenado para sospechar cosas que resultaban ser ciertas.
—¿Quién es tu amigo? —me preguntó Sergio, estirándole la mano al de ojos verdes.
—Elián Montero, mucho gusto.
La media sonrisa de mi hermano desapareció; sin embargo, la retomó un segundo después.
—Sergio Ferreira.
—Ferreira. Así que él es tu hermano.
—Sí, soy yo.
—Es... Sorprendente. Ustedes no se parecen mucho.
—Maravillas de la genética, ya sabes.
Elián sonrió y regresó sus ojos a mí, dándome la inexplicable habilidad de saber sus intenciones, así que volví a armarme de valor y asentí con la cabeza, arriesgándome a que Sergio convierta el supermercado en un campo de batalla.
—¿Podría hablar con tus padres? —preguntó Elián dirigiéndose a Sergio.
No, así no debía ser.
—¿Mis...? ¿Mis qué?
—Tus padres.
Mi hermano regresó a mirarme con confusión.
—Nuestros padres, tonto —le di un pequeño golpe con el codo—, Elián quería hablar con ellos, pero dado el caso de que ayer viajaron a... A...
—¿China?
—¡Sí! —contesté, ocultando el alivio que me causó saber que Sergio estuvo dispuesto a seguir mi mentira—. Imagino que puede hablar contigo, ¿no?
—¿Sobre qué?
—Sobre el viaje.
—¿Viaje? —la cara de Sergio cada vez se iba confundiendo más—. ¿Pues cuantos viajes tienes pendientes, niña?
—Yo... Te mentí. El viaje del que te hablé ayer lo haré con él, no con una amiga.
La mirada que él me dirigió pareció un láser mortal.
—¿Y como por qué van a viajar?
—Porque existen algunos asuntos que deben cumplirse fuera de esta ciudad, aquí no podremos escalar montañas, pescar y...
—¿Asuntos?
No hubo más remedio que contarle. Todo.
Y su reacción se resume en el silencio.
—¿Me escuchaste? —le pregunté a Sergio al ver que mantuvo la mirada fija en el centro de la mesa en donde nos habíamos acomodado.
—Tantos consejos, Estela. —articuló finalmente—. Se supone que tú no ibas a ser como yo.
—¿De qué hablas?
—Vámonos.
—Pero...
—Creo que lo malinterpretaste —intervino Elián—, nosotros...
—Voy a decirte una cosa, y solo lo haré una vez —le interrumpió mi hermano—. Aléjate de mi hermana y busca a alguien más para ofrecerle alucinógenos, porque si te vuelvo a ver cerca de ella, me vas a conocer.
—Esto no es producto de drogas, es cierto.
—Te veo afuera en dos segundos —estableció Sergio sin hacer caso a lo que dijo el hermano de mi amiga.
Tomó las bolsas y salió.
—Ya veo por qué no querías que lo conozca.
—De hecho, esa fue su mejor reacción.
—Entonces estoy agradecido —bromeó—. ¿Ahora qué?
—Lo convenceré, ya verás.
—Puedo ayudarte.
—No, descuida. Lo haré por mi cuenta.
—Mientras tanto, ¿quieres que busque precios de los pasajes?
—Sí, pero no exageres, yo no tengo mucho dinero. Llámame cuando encuentres algo... Cómodo.
Elián asintió y me alejé con rapidez para llegar hasta mi hermano.
—¿Qué sigue? —me encaró este con decepción apenas entramos a casa—. ¿Un embarazo? ¿Que te escapes?
—No estás hablando en serio.
—No, hablo muy en serio. ¿Qué fue lo él que te dio?
—No es culpa suya, en realidad...
—¡NO LO ENCUBRAS!
—¡NO LO ENCUBRO! ¡Él solo quiere ayudarme! Es hermano de Hillary, ella necesita que...
—¡HILLARY ESTÁ MUERTA, ESTELA!
Sólo con eso logró callarme.
—Tu amiga está muerta. Ella no necesita nada. Ella no te necesita.
Mis ojos empezaron a llenarse de lágrimas.
—No quiero que ese tipo vuelva acercarse a ti. —concluyó decidido.
—¿Qué tipo?
Y cuando mi día no se puede poner peor...
Saúl se posicionó frente a mí con los brazos cruzados.
—¿Qué tipo? —volvió a preguntar.
Regresé a ver a Sergio creyendo que se tomaría la libertad de contarle a su mejor amigo todo, pero él siempre respetó mi privacidad y entendía que esos asuntos no debían ser motivo de conversación con cualquier persona externa.
—¿Un novio?
—No te importa.
—Estás muy chiquita para tener novio, Estela, y lo que sea que mi amigo te haya dicho, tiene razón.
—No quiero sonar grosero, Saúl, pero necesito hablar con mi hermana. En privado.
—Oh, perdón, ya me voy. Sólo pasaba a decirte que tu auto cayó en malas manos.
—¿De qué hablas?
—¿Cómo? ¿No lo sabías? Fermín apostó en una carrera y... Lo perdió.
En esos instantes logré ver cómo el demonio interno de mi hermano se empezó a manifestar.
Después de haber ganado cinco veces seguidas en los torneos de carreras automovilísticas, Sergio fue derrotado por Fermín, su "sucesor"; sin embargo, lograron entablar una bonita amistad. Mi hermano se retiró de las carreras y dejó que Fermín se encargara de su auto, al que cuidaba más que a su vida.
Sergio no dijo nada, tomó su chaqueta y salió del apartamento dando un portazo para ir al estadio y comprobar lo que Saúl dijo.
Sequé mis ojos con discreción e intenté reflexionar sobre lo que estaba haciendo.
—Así que ya tienes novio.
—Por supuesto que no, y no sé qué esperas para irte.
—¿Qué debo hacer para que me perdones? —cuestionó Saúl dándose la libertad a sí mismo de sentarse—. ¿Un paseo? ¿Golosinas? ¿Muñecas?
—No me trates como a una niña.
—Claro que aún eres una niña, Estelita.
Mi teléfono vibró debido a la llegada de una fotografía y un mensaje.
Elián. 4:48 pm.
Si tomamos esta oferta podemos irnos en una semana, regresaríamos antes de que se reanuden las clases.
Yo necesitaba hacer ese viaje.
Por mí.
Por ella.
Y aunque dudé mucho, estaba dispuesta a enfrentar a mi hermano las veces que fueran necesarias hasta que aceptara mi decisión.
Estela. 4:50 pm.
Me intriga saber si podrás sobrevivir al no viajar en primera clase.
Elián. 4:50 pm.
La pregunta es, ¿podré sobrevivir viajando contigo?
Estela. 4:51 pm.
Gracioso.
Elián. 4:55 pm.
¿Estás libre? ¿Puedo llamarte?
Estela. 4:55 pm.
Dame un minuto.
—Y yo sólo le dije «de acuerdo, terminamos, pero no me retractaré» y se molestó aún más, eso es... ¿Me estás escuchando?
—¿Qué?
—Que Sherlyn me dejó por... Nada, olvídalo. Salgamos a algún sitio, Sergio tardará y estar aquí es aburrido.
—No, tengo cosas que...
—¿Esa es sopa instantánea?
—Sí.
—¿Me la prepararías?
—Prepáratela tú, yo debo hacer algo rápido.
Él dirigió sus ojos a mi teléfono y asintió.
Caminé hasta mi habitación, cerré la puerta y esperé la llamada.
—Enumérame los almuerzos.
—En la primera oferta ofrecen comidas empaquetadas, y la segunda, frutas, pollo asado y, como postre, pudín de...
—¡Chocolate!
—Sí, chocolate.
—Dime que escogiste la segunda.
—Los dos meses que llevamos conviviendo me obligaron a escogerla.
—¡Sí!
—Pero hay un problema —me interrumpió—, si no separamos esto hasta antes de mañana podemos perder todo.
—Oh, maldición.
—¿Tienes el dinero?
—Sí, pero no creo que pueda salir, verás, estoy con Saúl y cuando empieza a comer no hay quien lo mueva.
—Entonces voy yo.
—No, no, no, no quiero peleas, la dueña del apartamento me echaría a la calle, tú sólo mándame un mensaje cuando estés en la acera, yo saldré.
—Bien. Apresúrate en romper tu alcancía.
—Qué gracioso.
—¿Gracioso? —se anunció Saúl.
—Oye... Debo irme, adiós.
Corté la llamada y regresé a mirarlo.
—¿Tu madre no te enseñó a respetar la privacidad de las personas?
—Mi madre se fue antes de que tuviera la capacidad de recordar su rostro.
Lo evadí y caminé hasta la sala, esperando que él me siguiera para volver a dejarlo atrás y sacar el dinero. Evidentemente, no fue así. Parecía haberse adherido a mi espalda, dado que no se despegaba de mí ni por un segundo.
—Así que, ¿terminaste con tu novia?
—Era lo mejor. La verdad, nunca me sentí pleno con ella.
—Pero te veías... Bien.
—Yo siempre pareceré estar bien, Estela, pero nunca podrás diferenciar mi cara de mierda con mi cara de felicidad.
—Entiendo.
Me alejé unos cuantos centímetros, sintiéndome incómoda por su cercanía.
—No es como cuando estoy contigo. —soltó de repente, regresando a mirarme—. Contigo siempre estoy feliz.
—Nadie podría ser feliz al lado de alguien como yo, Saúl.
—Te desacreditas tanto... ¿Crees que no puedes hacer feliz a nadie? Conmigo lo haces.
—Supongo que eso hacen los amigos.
—Amigos —repitió descansando su espalda en el sillón—. Qué gran mentira, Estela —volvió a decir poniéndome cada vez más nerviosa—. ¿No lo recuerdas? Tú me querías.
—Escucha, de verdad tengo cosas que hacer.
—¿Ya no me quieres? —inquirió levantándose para impedirme abrir la puerta e invitarlo a salir.
—Te quiero, eres... Eres como mi hermano.
—No, así no, tú me querías de otra forma.
—Eso era antes.
—¿Ya no?
—Ya tuvimos esta conversación, Saúl. Tú me dejaste todo claro, soy tu hermana, nunca habrá nada más que hermandad entre nosotros.
Él me escaneó con la mirada y empezó a sonreír.
—Siento que esto no va a salir bien.
Yo también compartía el presentimiento de mi amiga.
Eso no iba a salir bien.