EL FANTASMA DE HILLARY

By yaridramirez

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Estela odia a los desconocidos. Elián es un desconocido. Pero ambos tienen algo en común que se resume en u... More

PREFACIO
01 | Déjame ir.
03 | El diario.
04 | La lista.
05 | Primer asunto.
06 | Misterio.
07 | Escondida.
08 | Condenado.
09 | Perdón.
10 | Segundo asunto.
11 | Tercer asunto.
12 | Peligro predicho.
13 | Adiós, mamá.
14 | Dos aves.
15 | No quiso pagar.
16 | Señales.
17 | 17/17
18 | Sexto asunto.
19 | Dispuesto.
20 | Alfredo.
21 | Sabotaje.
22 | Julio.
23 | No me arrepiento.
24 | Latidos.
25 | Avance.
26 | Lo prometo.
27 | Roto.
28 | Ahogo.
29 | Sanar.
30 | Resurrección.
31 | Apocalipsis.
32 | Efectos.
33 | Escapó.
34 | Vuelve...
35 | Miedo.
36 | Miedo del miedo.
37 | Tú sabes que lo intenté.
38 | Aquella culpa.
39 | A mi manera.
40 | Colapsar.
41 | Otra vez.
42 | Regalo.
EPÍLOGO
Nota.
EXTRA | 01

02 | ¿Fantasma?

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By yaridramirez

A todas luces, lo que en esos momentos me pasaba no estaba en ninguna categoría de "normalidad", porque ver y hablar con el fantasma de tu mejor amiga no es normal, en lo absoluto, y para restarle relevancia yo estaba dispuesta a seguir ignorando su presencia o lo que sea que mis ojos veían, buscando que, tal vez así, ella me dejara tranquila.

Las dos semanas siguientes continué dudando sobre mi salud mental.

En realidad, llevaba dudando sobre mi salud mental desde que nací.

—¡Oh, por favor! ¿Cuánto tiempo vas a seguir ignorándome?

—Hasta que desaparezcas.

—¿Quieres que desaparezca realmente?

—Quiero tranquilidad.

Hillary expulsó un suspiro antes de contestar.

—Alguien como yo jamás podría darte tranquilidad inclusive después de muerta.

No supe qué responder así que sólo enfoqué mi mirada en los ejercicios que el docente de matemáticas nos había ordenado resolver mientras él se mantenía al tanto de la sección deportiva de su periódico.

Pero lo que ese brillante y para nada espeluznante fantasma dijo no se alejaba de la verdad. Jamás conocí tranquilidad con ella.

Hillary Montero tuvo la capacidad de hacerme sentir cómoda incluso en espacios que no pertenecían a mi ambiente usual.

—Lamento interrumpirlo, profesor. —se anunció una voz masculina que reconocí perfectamente.

Alcé mis ojos y me encontré con la silueta de un hombre a quien conocía más de lo que me gustaría admitir.

Todos los alumnos empezaron a murmurar luego de escucharlo, él no pareció incomodarse, se mostraba calmado, incluso las miradas que recibió le fueron indiferentes, pero conmigo no pasaba lo mismo, al menos no cuando escuchaba esas cuatro palabras:

Él era su hermano.

—Elián Montero. —lo saludó el profesor luego de caminar hacia él y estirarle la mano.

Elián era el segundo hermano mayor de Hillary, es decir, el hijo de en medio. Desapareció luego del funeral, rechazó la única llamada que le hice, haciéndome considerar la probabilidad de nunca más volver a verlo; sin embargo, aquella posibilidad quedó descartada al tenerlo ante mí y verlo convertido en algo muy similar a lo que su hermana era en mi vida: Un fantasma más.

Parecía cansado, sus ojeras resaltaban en medio de su piel blanca, tenía la camisa color crema arremangada hasta la mitad de los antebrazos y sus manos guardadas en los bolsillos de sus pantalones negros, dejando a la vista sólo el reloj que siempre llevaba en la muñeca izquierda, el cual había sido un regalo de su hermana.

Mi escaneo visual se detuvo de golpe cuando mis ojos negros se chocaron con sus iris verdes. Bajo ninguna circunstancia me quitó la mirada de encima, dándome un indicio sobre el motivo por el que estaba parado en medio de la puerta de mi salón.

—Hillary Montero fue una de las mejores estudiantes que he tenido a lo largo de toda mi carrera como profesor. De verdad, lo siento mucho. —expresó el hombre canoso, atrayendo la melancolía nuevamente.

—Se lo agradezco.

—¿En qué puedo ayudarte, Elián?

—Necesito que una estudiante venga a mi oficina.

—¿De quién se trata?

—Estela Ferreira.

Mis ojos retomaron el contacto con los suyos.

—Ve, Estela. —accedió el hombre.

La garganta se me había secado y tuve la necesidad de tragar saliva. Me puse de pie y llegué hasta Elián, recibiendo la señal que me hizo para seguirlo hacia esa oficina.

Cruzamos varios pasillos solitarios hasta que resultamos frente a una puerta marrón que tenía una placa con su nombre y cargo:

Elián Montero

Tutoría educativa

—Siéntate, por favor. —me pidió luego de entrar.

Hice caso y ambos quedamos en cada extremo del escritorio.

—¿Estoy en problemas?

—Hace media hora tuve una junta con los supervisores de la universidad —dijo mirando detalladamente un conjunto de hojas que, pude intuir, tenían que ver conmigo—, ellos iban a plantear la posibilidad de rechazarte.

—Está bien, es totalmente entendible para... Un minuto, ¿dijiste "iban"?

—Lo que pasó en la presentación de tu ensayo sólo fue... —se detuvo, como si buscara las palabras correctas para decirlo—. Sólo fue un momento difícil, Estela. Eso no tiene validez alguna para quitarte algo que, estoy seguro, puedes conseguir. Ordené otra oportunidad para ti, yo estoy involucrado en este proyecto, no fue difícil.

—No —me desconcerté—, no, no, no. Yo me iré. No hace falta.

—¿Te irás de este colegio?

—Sí.

—¿Sólo por eso?

—No es sólo por eso.

—¿Entonces?

—Dile que planeas cortarte la cabeza para dejar de hablar conmigo.

—No me siento bien aquí —argumenté ignorando a Hillary—, hay cosas que no me dejan tranquila.

—Los fantasmas, por ejemplo. ¡Booo!

—Yo... Te agradezco, de verdad, por todo, pero no es necesario. —terminé de decir.

Me levanté del asiento y le di la espalda con la intención de salir.

Su ayuda en el tema de la beca era ciertamente significativa, pues su padre y él estaban financiando a esa universidad y ayudarme a reintegrar el programa de jóvenes admisibles le sería pan comido; sin embargo, yo no quería ser merecedora de algo como eso sólo por lástima.

—La has vuelto a ver, ¿no es así? —inquirió Elián provocando que me detenga y dirija mi mirada a ella.

—¿Qué me ves? Déjame penar en paz, ¿no ves que soy un fantasma? ¡Ay, mis hijos!

—No sé de lo que hablas.

—Sí lo sabes. Tú...

—Suelo hablar sola. —me adelanté debido a que sabía lo que diría.

—La llamas por su nombre.

—Es... Un defecto...

—¡Ay, mis hijos!

—Estela, quiero que comprendas que lo que pasó no ha sido fácil, no es fácil para nadie, y entiendo que tú...

—Que yo, ¿qué?

—Que estás loca... —se burló Hillary, provocando que regrese a mirarla con enojo—. Digo, ¡Ay, mis hijos!

—Que tú necesitas ayuda.

—El hecho de que tu hermana y yo hayamos sido amigas no te comprometerte a estar pendiente de mí, Elián, no hace falta.

—Eres una de las mejores estudiantes de este colegio, mi hermana no tiene nada que ver, te lo aseguro.

—Acabas de mencionarla.

—Porque no puedo tomar a la ligera todo lo que te está pasando a raíz de su muerte.

—Entonces estoy aquí por ella.

—No, Estela, estás aquí por ti.

—Por mí. —repetí con aires de gracia.

—Tú quieres esa beca. La mereces.

—Tal vez eso era antes.

—¿Y vas a rendirte? Yo no te conocí así.

—Tú, Elián, no me conoces en lo absoluto.

—No es verdad, yo...

—Era una de las mejores estudiantes hace cuatro semanas, ya no lo soy, hay muchos más allá afuera que sí merecen tu apoyo.

—No entiendes.

—No, tú no entiendes —interrumpí alzando la voz y sintiéndome avergonzada de inmediato—. Lo siento, yo te lo agradezco, pero no soy la persona que tú necesitas.

Su mirada incrédula me importó poco, le di la espalda dispuesta a terminar con todo tipo de tema que lo involucre a él, a su hermana o al resto de su familia para dirigirme a la salida.

—Hace media hora puse las manos al fuego por ti. —aseguró deteniéndome.

—No debiste.

—Te creo fielmente capaz de hacer y cumplir con lo que esa universidad pide. Ellos te creen capaz, de lo contrario no habrían accedido a darte esa oportunidad.

—¿Por qué?

Mi pregunta lo hizo abrir tanto los ojos que parecieron nunca haber estado cansados.

—¿Por qué, qué?

—Hillary ya no está, puedes ser sincero conmigo y admitir que jamás te agradé, al fin de cuentas, te has encargado de demostrarlo cada que has podido.

Por primera vez durante todo el tiempo que conseguí compartir con él, pareció no saber qué decir.

—¿Por qué pondrías las manos al fuego por alguien como yo, Elián? —concluí.

—Tal vez tuvimos diferencias...

—No, "tuvimos" no. Me odiaste apenas tu hermana nos presentó, yo ni siquiera había pronunciado palabra alguna y tú decidiste condenarme con una mirada de repugnancia. De los dos, fuiste tú quien empezó con esas diferencias.

—Estoy dispuesto a enmendarlo.

—No hace falta.

—No, claro que hace falta —me contradijo cerrando la puerta otra vez—. Busco evitar que tengas una nueva pérdida.

—¿Qué pérdida?

—La tuya, Estela. No puedes perderte a ti misma, no ahora.

El pecho se me contrajo.

—Mi familia y yo hemos considerado ir a terapia —mencionó luego de unos segundos—, tal vez quieras acompañarnos y empezar con eso.

—No tengo dinero. —excusé deshaciéndome de todas las razones que querían hacer que me quedara.

—Nunca dije que deberías tenerlo.

—No dejaré que pagues eso por mí.

—No, nosotros no dejaremos que sigas igual a como estás. Te he observado, no pasas por los almuerzos durante los recesos, no sales de tu salón a menos que sea por necesidad y no hablas con casi nadie, sólo con ella. Mis padres están preocupados por ti, todos lo estamos.

—Siempre he...

—No está mal pedir ayuda, Estela.

—¡Es que nadie puede ayudarme!

—Tal vez nosotros sí.

—¿Ustedes? —mofé, sintiendo mis párpados arder—. Tú acabas de perder a tu hermana y tus padres a una hija.

—Al menos tenemos una cosa en común: Todos hemos perdido.

Las ganas de llorar volvieron y comencé a aborrecer el sentimiento de fragilidad.

—Si quieres irte de aquí, está bien —continuó él—, mi padre podría ayudarte a ser recibida en otro colegio, pero al menos permíteme ayudarte en lo emocional. No puedo dejarte ir así, Hillary no habría querido eso.

—Yo quiero a mis hijos, ¿Dónde están mis hijos? ¡Ay, mis hijos!

No tenía ni la menor idea de qué decir ni mucho menos de qué hacer. Yo no la quería dejar ir, pero sabía que él tenía razón, al retenerla estaba perdiendo a alguien más.

—Lo pensaré. —prometí luego de un silencio breve.

—Bien, puedes buscarme cuando tengas una respuesta.

Asentí. Giré el pestillo y dejé atrás su oficina.

—¿Sabes? Me ofende muchísimo el hecho de que hayas dicho que lo pensarás, eso significa que, en serio, ya no quieres verme. Pero al mismo tiempo me da cierta calma saber que quieres seguir con tu vida.

—No sé qué es lo que quiero.

—Tranquila, juntas vamos a descubrirlo.

—Qué considerado de tu parte.

—Ya lo sé. Debería haber esos premios de «amiga del año», de esa manera reconocerían todo mi potencial.

—Puedes organizarlos, pero haciendo uno que otro arreglo en el nombre.

—¿Qué arreglo?

«—Amiga fantasmal del año».

—¿Cuántas veces debo decirte que no soy un fantasma?

—Con tres al día me conformo.

Ella sonrió y yo también lo hice.

Aún recuerdo el día en el que volví a ver a Hillary, un par de semanas después de que murió:

—Hillary Montero, cuando muera te buscaré y te mataré otra vez —amenacé en mis adentros apenas supe que había estropeado mi collar favorito.

—Fue por casualidad.

Oír su voz y notar su presencia detrás de mí me paralizó.

Di media vuelta. Entonces la vi.

—Eres... Eres...

—¿Soy qué?

Estuve a punto de desmayarme, pero me armé de valor y le hablé, bueno, más bien grité.

—¡UN FANTASMA!

—¿Soy un fantasma?

—¡ERES UN FANTASMA!

—No soy un fantasma, ¿de qué hablas?

—Tú... Tú estás muerta...

—¿Y?

—Ay, por dios...

Corrí hasta uno de los cajones y de él saqué los rosarios que mi hermano solía robar de las iglesias cuando era un niño.

—Padre nuestro que estás en el cielo... Santificado... Santificado sea tu nombre...

—Ahora eres creyente, ¿eh?

—¡Fuera, demonio!

—Primero fantasma y luego demonio.

—No, no, no es posible.

Caminé hasta la alacena y de ella saqué las pastillas para dormir que mi madre solía tomar.

—¿Por qué te asustas?

—Tú deberías estar... Muerta.

—Lo estoy.

—¡¿Y qué haces aquí?!

—Sólo estoy en tu cabeza, tonta.

—¿Mi cabeza? ¿Estoy loca?

—Tal vez.

Volví a negarme, me tomé la pastilla, y desde ese día no dejé de verla.

Dos días habían pasado después de la conversación que tuve con el hermano de Hillary. Durante todo ese tiempo me esforcé en evitarlo debido a que no tenía una respuesta y, por supuesto, él no me presionaba; sin embargo, con sólo tenerlo cerca me era suficiente para entrar en millones de dilemas sobre mi futuro.

—Cuando dijiste que nunca me iba a librar de ti, no creí que hablabas tan en serio.

—Yo tampoco, pero mira el lado bueno, sí cumplo mis promesas.

—Y si voy a terapia te obligaré a romperlas.

—Pero estarás bien, podrás hablarme cuando quieras.

—Y tú no me responderás.

Ella siguió caminando conmigo detrás, hasta que choqué con un cuerpo que no vi previamente.

—Perdón...

—Tranquila.

Elián rodeó mi espacio y siguió su rumbo, sin saber siquiera que a sólo centímetros de mí se encontraba su hermana.

¿Cómo es que no lo noté?

¿Por qué la silueta de Hillary cada vez iba siendo más real?

¿Por qué nadie más que yo podía verla?

—Sí la he visto. —confesé haciendo que él se detenga.

Regresó hasta resultar frente a mí y no se mostró extrañado, pues sabía de quién hablaba.

—Entonces sí hablas con ella. —dedujo.

Afirmé cabizbaja.

—¿Qué es lo que te dice?

Pude haberle mentido. Pude decirle que ella estaba bien, pero ambas sabíamos que no era verdad; así como yo, Hillary cargaba con sus propios temores.

—Ella tiene miedo de que la olvidemos.

Sus iris verdes empezaron a cristalizarse, mas supo disimularlo.

—Gracias por decírmelo.

Di media vuelta dispuesta a seguir mi camino.

—Si vuelves a verla... —me interrumpió—. Dile que no va a pasar. No la vam... No la voy a olvidar.

Mis ojos inconscientemente buscaron el rostro de mi amiga, quien fue hasta su hermano y lo abrazó, pero él no pudo sentirlo, o eso creí hasta que vi su camisa ser ligeramente arrugada por ella.

—No puede ser... —murmuré bajito.

—¿Dijiste algo?

—No, nada, yo... Se lo diré, adiós.

Corrí hasta el baño y cerré la puerta exterior.

—Abrázame.

—¿Qué?

—Abrázame como lo hiciste con tu hermano.

—¿Estás celosa? Tengo abrazos para todos, pero ahora estoy algo sensible, ¿sabes?

—¡Abrázame, maldita sea!

Ella obedeció, se acercó a mí y me rodeó con sus brazos, intenté tocarla, pero era imposible.

Después de que se apartó, observé mi uniforme en el espejo, viéndolo intacto.

—¿Qué pasa?

—¿Y si de verdad eres un fantasma?

—¡Ay, por favor!

—Tú... Tú abrazaste a Elián, y su camisa... Moviste su camisa, la aplastaste.

—No lo noté.

—¿Y si no estás sólo en mi mente?

—¿Y si sólo fue el viento?

—¿Y si no?

—¿Ahora qué? ¿Experimentarás para ver si soy un fantasma? ¡No lo soy!

—¿Cómo puedes saberlo?

—No me siento como un fantasma, no tengo deseos de asustar a nadie.

—¡Eso es! ¡Por eso estás aquí! Probablemente tengas asuntos pendientes y no puedas ir al más allá hasta que los soluciones.

—Es una tontería.

—No lo es, si eres un fantasma no puedes quedarte en este mundo para siempre, debes resolver lo que te faltó.

—Bueno, morí virgen, ¿crees que alguien querría tener intimidad con un fantasma? Sería genial.

—Piensa, Hillary, intenta recordar, ¿tienes asuntos pendientes?

—Soy una niña cuya vida fue arrebatada por una enfermedad, ¡claro que tengo asuntos pendientes! Pero eso no... ¿A dónde vas?

—Con tu hermano.

—¡¿Por qué?!

—Porque no puedes quedarte aquí.

—Tienes dieciséis años, Estela, madura, yo no soy un fantasma.

—Tengo que comprobarlo, y si no me ayudas lo resolveré yo sola.

—Bien, si tanto insistes. —se quejó—. Es hora de hablarte sobre mis asuntos pendientes.

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