Enséñame a volar

By Idoia_G

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"Si a mis 38 años, soltero, friki y hogareño me dijesen que mi vida iba a cambiar radicalmente en un segundo... More

Intro
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítlulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Epílogo

Capítulo 1

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By Idoia_G

— Nooooo, no, no, no — Me levanto del sillón y tiro el maldito mando al sillón. — Me vengaré de ti Blenkmet — Lo grito a través del micro.

— OOOOHHHH — La voz de una mujer me contesta — No te enfades, RagnarGod, siempre me matas tú. Por una vez que gano. Jajaja — Se ríe la muy... Seguro que me saca la lengua como burla, pero hoy no puedo verla. Solo tengo conectado el audio.

Miro mi reloj, Wow, al final se me ha echado el tiempo encima.

— Me piro petarda, tengo comida familiar.

— Que envidia. Y yo aquí solita. See you, RagnarGod.

Desconecto. Blenkmet es una chica de veintitantos años que conocí al menos hace diez años. La conocí en un juego llamado World of Warcraft. Poco a poco nos convertimos en compañeros de aventuras y ahora quedamos alguna vez para echar una partida al Call of Duty on line o el Fortnite. Aunque seguimos jugando al WoW. Nunca nos hemos visto en persona, ella vive en Londres y las veces que he estado por allí no hemos coincidido para vernos. Hoy he podido solo echar una partida rápida pues viene toda mi familia a casa a comer. Y tengo que preparar cositas. Entre ellas, la comida, claro.

Bueno antes de entrar en materia voy a presentarme. Soy Javier González de Martín, tengo 38 años y vivo en una casita en la sierra de Madrid. Mi casa es espectacular. Imagínate, una casa de piedra, sin ninguna otra alrededor, vigas vistas de madera oscura, un porche enorme con una mesa y sillas donde en verano me gusta sentarme a tomar el café, desayunar, leer o hacer manualidades. Me chiflan las manualidades.

Soy lo que la gente conoce como un rarito. No soy sociable, bueno, tengo una familia muuuy grande, a la que adoro y con la que me encanta compartir mi tiempo. Pero fuera de mi familia, me relaciono con la menos cantidad de gente posible. La gente es estresante, siempre se meten en tu vida, te juzgan y muchas más cosas. Pero esto no quiere decir que no me relacione con nadie, nadie.

Cuando era adolescente no me costaba hacer amigos. Pero cuando las hormonas se revolucionan y hacen acto de aparición los amigos desaparecen para convertir nuestras vidas en una carrera de obstáculos constante, cuyo objetivo principal es lograr llevarse a la tía más buena del instituto. Esa era Grace, bueno se llamaba Graciela, pero le gustaba que la llamasen Grace. Quedaba más guay. Todos los chichos querían tenerla para ellos en el baño de cualquier local o entre sus sábanas gimiendo. Es así, el porno era lo que tenía. Te hacía ser un salido asqueroso. Yo al ver la gran competencia, entre ellos mi hermano Carlos, decidí salir de la competición. Me centré en estudiar y quedar en el garaje de mis padres con mis amigos. Jugar a videojuegos, mirar revistas guarras y pajearnos. Lo típico.

Pero, el destino que es un poco cabroncete, a veces, hizo que Grace viniese a mi casa. Nos pusieron juntos en un trabajo de Historia y la invité a casa a hacerlo. Tras una ardua tarde de estudio, Grace decidió que quería más. Se quitó la camiseta y se quedó frente a mí en sujetador. ¿¿¿Qué??? No me lo podía creer, pero mi parte más sensible de ahí abajo respondió mucho, la chica lo vio y nos enrollamos. Grace salió encantada y yo, imagínate, la chica más guapa del insti en mi cuarto, casi en pelotas, comiéndome la boca y tocando todo lo que alcanzó. No pasamos a más, ese día. Pero ese día trajo otro en los baños del centro comercial donde casualmente nos encontramos. Otro en el cine donde fuimos en una cita y así durante un par de meses. Comenzamos a salir, Grace quería más y yo se lo di todo.

Estuvimos juntos un año, uno en el que mi hermano comenzó a salir con otra chica tras dejar de hablarme por robarle al amor de su vida. Después la cosa se torció, yo me sentía agobiado, me sentía atado y descubrí que Grace no era la mujer de mi vida. La dejé y se enfadó. Oh!! Los enfados de las chicas adolescentes. ¿Quién no los recuerda? Yo, sí. Sobre todo, porque se dedicó a ponerme verde y decir que la tenía pequeña, era impotente y virgen. ¡Mentira cochina! ¿Virgen? ¿Yo? Sus burlas trajeron las de las demás chicas, que ya no querían salir conmigo, ni una cita, ni nada. Hicieron de mí, un adolescente inseguro. Me encerré en mí mismo y en mi familia. Y deje de salir. Las fiestas me hacían hasta vomitar, no quería beber por si perdía el control y hacía aún más el ridículo. Pero sobre todo me volvieron un antisocial. Mi hermano Carlos me ayudó en lo que pudo, pero él tenía lo suyo.

En cuanto pude me largué a estudiar fuera. Me fui a la universidad de Barcelona y empecé a estudiar Historia, pero a los tres años vi que no valía para ser profesor. Y que mis notas no me daban para trabajar de historiador de campo, que es lo que me gustaba. Lo dejé, y como estaba enganchado a un simulador de vuelo y me encantaba la sensación de ver las nubes. Cogí mis cosas y me trasladé a la Universidad de Salamanca para estudiar y convertirme en piloto. Fui el primero de mi promoción y conseguí trabajo enseguida. Y debo decir que adoro mi trabajo.

Cómo ya os he dicho, tengo una familia muy grande. Tengo seis hermanos, tres mujeres y tres hombres. Por orden somos: Azucena, Macarena, El menda, Carlos, Sofía, Alfonso y Manuel. Carlos y yo somos mellizos, crecimos a la vez en distintas bolsas, esto hace que seamos como el agua y el aceite. Vamos, que no nos parecemos en nada. Además, él se llevó todo el encanto y yo, bueno digamos que soy buena persona. Mejor que Carlos. Él siempre dice que tardó más que yo en salir porque yo fui el de prueba y el salió perfecto. Encantador (ironía). Pero nos adoramos y no sabríamos vivir el uno sin el otro.

Suena el timbre y comienza la fiesta. Oh, sí, las adoradas comidas familiares. La primera en llegar como siempre es Azucena. Fue la primera en llegar a la familia y también es siempre la primera en llegar a cualquier sitio.

Azucena tiene 40 años, viene con Germán, su marido. El cual me cae como un grano en el culo. Es un egocéntrico y cree que es el rey del mambo, pero nada más lejos de la realidad. Sus dos hijos, entran justo detrás de ellos y se me tiran al cuello. Los adoro y ellos a mí. Ellos son Lucía y Germán Jr. de 15 y 13 años respetivamente. Lucía es una jovencita encantadora, pero está empezando a descubrirse al mundo. En plena edad del pavo, con muchas ideas tontas en la cabeza, pero ya descubrirá que la vida es una mierda. Germán, aún está en esa edad en la que eres un niño, pero empiezas a ver en las chicas algo más.

— ¡Tío! – Lucía se aparta de mí cuando aprieto más el abrazo – Eres un pesado.

— Sí tío – German, siempre imita a su hermana. Ella es guay y él quiere serlo también.

Azucena es una mujer de lo más normal. No es muy alta. 1.65 de estatura, pelo castaño claro, ojos marrones, vamos, una chiquilla del montón. Aunque siempre ha sido muy despierta. Trabaja en la panadería de mis padres. Germán padre, trabaja en la oficina de turismo del pueblo. Lo mismo te organiza una exposición sobre la historia del pueblo que te organiza un viaje del inserso. Todo el turismo vamos. Yo no dejaría en sus manos ni la excursión al supermercado para la compra, pero... los viejos están encantados. Azucena nunca habla de su vida familiar, pero yo, que, a pesar de tener una vida social de mierda, soy un gran observador, sé que ella no es feliz con su marido. Y es normal. Yo tampoco sería feliz con semejante personaje. Además, de unos años a esta parte, se ha dejado un poco y ha engordado un mucho.

Vamos a la cocina porque han traído una ensalada de frutas. Mi hermana adora la ensalada de frutas. Vuelve a sonar el timbre. Abro y es mi hermano Carlos con Eros uno de sus hijos, Enzo, su otro hijo y mi madre Rosario están descargando el dulce. Lo han hecho ellos. Miguelito, mi hermano pequeño se va corriendo a la parte trasera de la casa, adora los gatos y ya os contaré que tengo unos pocos.

Carlos es mi mellizo. Tiene por lo tanto mis 38 años. Tiene el pelo rubio, como yo, pero suele llevarlo muy corto, casi rapado, ojos color miel y mide 1.90 como yo, bueno yo soy un centímetro más grande. Mi madre cogió carrerilla al principio con esto de tener niños. Ella siempre dice que es que al principio el amor es muy fuerte. Mi hermano está divorciado de Blanca una tipa de lo más peculiar. Se quedaron embarazados con 15 años, ella dejó de estudiar y mi hermano se puso a trabajar de mecánico en el taller del pueblo. Tienen dos hijos gemelos de 22 años. Enzo y Eros. Son dos pícaros que adoran pasar las tardes libres jugando conmigo a videojuegos. Frikis como su tío, pero con el encanto arrasador de su padre. Han estado con más mujeres que yo. ¡Cada uno! Aunque no es demasiado complicado eso. Su madre se largó a los tres años de dar a luz y nada supimos de ella hasta hace cosa de diez años, cuando se presentó en el pueblo, casada con un americano y embarazadísima. A Carlos le da igual. A nosotros nos da igual, pero ella quiere ganarse el amor de sus gemelos y nos trae por la calle de la amargura a todos. Carlos ha criado a sus hijos gracias a mis padres que le han ayudado y prácticamente todo el resto de la familia, que hemos ayudado siempre que hemos podido.

Carlos me da un abrazo de esos reparadores. Siempre me transmite una paz y una calma brutales. Le adoro y le odio a partes iguales. Siempre ha sido mi apoyo y a la vez mi mayor rival en la vida. Eros le sigue, me da un par de palmadas en la espalda y me dice su frase lapidaria de siempre.

— ¡Que pasa viejo!

¿Viejo?

— Hijo, ayúdame con esto. ¡Eros! Es tu comida deberías encargarte tú – Mi madre intenta bajar todo lo que traen. Pasta de Eros que es chef y las dos tratas de Enzo y suya. Eros ya está dentro de la casa — ¿Y Miguelito?, este niño me come la vida. ¿Ya está con los gatos?

— Mamá, tranquilizate. Le encantan esos bichos, déjale que disfrute. – Me acerco y le doy dos besos, choco los cinco con Enzo que descarga un pastel y saco la pasta del coche.

— Ya, pero es que es un mal educado. Primero tiene que saludarte.

— Mamá, le vi anoche. No creo que me haya echado de menos – le quito hierro al asunto. Total, es un niño.

Cuando vamos a entrar suena el claxon de un coche. Me giro y es mi hermano Alfonso. Viene solo, como siempre. Y no parece muy feliz, como siempre.

Alfonso tiene 26 años. Pelo castaño y ojos marrones verdosos. Depende del día. Mide 1.84 y es muy delgado a pesar de que come como una lima. Es pintor, de paredes y eso. Aunque es un artista desde chiquitito. Mis padres estaban encantados con las obras de arte que hacía sobre las paredes de casa. Después de aquello, mis padres le pusieron una pared en su cuarto para su uso y redecoración personal. Hizo sus pinitos diseñando y pintando cascos personalizados para motoristas por aerógrafo en su adolescencia. Pero ahora pinta casas, negocios o lo que surja. Lo de los cascos es como un hobby, sigue con ellos en ratos libres y se saca un dinerillo para sus gastos. Tiene una novia, desde hace dos años, que tiene 45 años. Y esos son sus gastos. A mi madre le dio un gran disgusto. ¿Cómo iba a estar con una mujer tan mayor? Bueno, eso no es del todo correcto. Es una mujer casada. Sí, creo que ese es el problema. La mujer, que se llama Rebeca, es una ricachona que vive en la Moraleja. Si no lo sabes, es un barrio muy exclusivo de Madrid. La Pantoja, Ronaldo, grandes personalidades de la farándula, de la política o incluso de la realeza tienen sus residencias ahí o la han tenido alguna vez. Una locura. Le contrató para que le pintara una habitación. Pero mi hermano le pintó la habitación, el baño, el porche, el garaje y se paró ahí, donde casi les pilla el marido. Es obvio que ella no se quiere separar, pues se quedaría sin nada. Y le gusta más el dinero que a un tonto un lápiz. Mi hermano nos lo contó todo cuando decidió que iba a dejar de verse con ella. Pero una tarde la mujer se presentó en casa de mi madre, llorando, pidiendo ver a Alfonso y saltó la liebre. Desde entonces mi hermano ha decidido mantener su affair con ella, sin estar en serio con ella. Vamos que mi hermano se ha alquilado un pisito cerca de la moraleja para poder quedar con ella cuando pueda. Así es Alfonso. Por lo demás es un buen chico que aún vive con mi madre.

En cuanto baja del coche le espero con la pasta en las manos y le saludo.

— ¿Qué pasa Alfon?

— La vida, ya sabes. ¿Pasta? – señala mis manos — ya me quejaré al chef. Siempre nos trae pasta. Se lo podría currar como en el restaurante.

Me río. Eros trabaja para un chef importante en la capital y se curra unos platos de muerte. Pero es cierto que a nosotros casi siempre nos trae pasta. Aunque no son unos simples macarrones con queso. Suele hacer recetas muy elaboradas y que están de muerte.

— Yo traigo el vino. – Alfonso abre el maletero y saca seis botellas de un vino tinto y dos de blanco.

— Pon el blanco en la nevera a enfriar, si no Maca y Azu te van a cortar la cabeza y lo sabes. – A mis hermanas les encanta el vino blanco.

Estamos todos en la cocina organizando un poco todo cuando llaman de nuevo al timbre. Es mi hermana Macarena.

Macarena, tiene 39 años y vive en la capital. Madrid. Es rubia, mide 1.55 nada más, muy delgada y unos ojos color miel preciosos, igual que los de mi hermano Carlos. Es la viva imagen de mi padre, pero en taponcete. Vive con su marido Silvio, un cubano muy gracioso y personal trainer de gente con pasta. ¡Ojo! Porque Silvio mide la friolera de 1.97 y su espalda es más ancha que sus caderas. Fuertecito, vamos. Hacen una pareja peculiar, pero cuando se miran, son perfectos. Mi hermana estudió Psicología y tiene su propia consulta. Tienen tres hijos. La mayor Paulina tiene 10 años que ha salido en todo a su padre. En lo moreno y en el arte que tiene para bailar, porque mi cuñado le da al baile que no veas. Luego está Manuel o Lolo para la familia, de 8 años y por último está Ana, una pequeña de apenas un añito, que hace las delicias de toda la familia ahora mismo.

— Buenos días Asere – mi cuñado y sus palabrejas. Pero me cae genial.

Los niños salen del coche como toros de miura y vienen corriendo a darme un par de besos.

— ¿Dónde están los bombones de la familia? – mi madre se asoma detrás de mí para saludarlos. Los niños corren hacia ella también. Me acerco al carro que trae mi hermana y saludo a la pequeña. Es la más morenita de los tres, la más cubana dice siempre mi cuñado. Pero ahora mismo es la atracción de la familia. Porque además no extraña a nadie y se va con todo el mundo.

— Venga anda pasad. Serviros algo de beber y aprovechemos el sol. He puesto la mesa en el jardín.

— Genial, — Paulina sale corriendo seguida de su hermano – ¿Manolito ya está aquí?

— Si, debe estar con Lucía y German detrás. – le tengo que gritar, porque ya casi ha desaparecido por la parte trasera. Hoy los gatos van a acabar estresados. Eso si no se han largado por patas al verme montar la mesa.

Ya estamos todos por el jardín con todo montado cuando suena de nuevo el timbre. Debe ser Sofía, que es la que falta.

Sofía es a la que más quiero de la familia. Tiene 35 años. Pelo negro azabache, ojos azules grandes, muy parecidos a los míos y hoyuelos que le salen cada vez que sonríe, también parecidos a los míos. Mide 1.63 y es de constitución delgada. Es lesbiana desde que va al instituto y aunque ahora tiene mujer y un niño de Senegal adoptado, durante años nos tuvo preocupados con su vida. Su vida, por tener tan clara su condición ha sido bastante dura. A los 18 años dejó de estudiar y se largó a vivir a Barcelona. ¿Porqué? Pues porque sí. Allí encontró un trabajo en una discoteca bastante conocida como camarera. Se apuntó a una academia de baile y comenzó también a hacer sus pinitos como estríper. Mis padres querían que volviera, pero ella quiso seguir su camino. Siempre ha sido la más independiente de todos. Fui a buscarla cuando a mi padre le detectaron un cáncer hace cinco años. La necesitábamos aquí y aunque pensé que jamás la convencería, lo dejó todo y vino para dedicarse a cuidar de mi padre. Trabaja de recepcionista en la clínica veterinaria del pueblo. Grandes descuentos que consigo con ella. Se enamoró perdidamente de la enfermera que cuidaba a mi padre, Nagore, y se casaron a los dos meses. Sí, dos meses. Después de tres meses más llegó Ndeye que ahora tiene seis años y formaron una familia preciosa.

Efectivamente mi hermana se baja del coche con su mujer y el niño. Al principio era muy callado, pero ahora es todo un trasto. Le abrazo el primero y le hago cosquillas. Es como nuestro ritual.

— ¿Cómo estás?

— Bieeeeen – dice entre risas.

— ¡Ndeye! – Mi hermano Manolito viene corriendo a saludar. También adora al crío. Le coje de la mano y se lo lleva para dentro — ¡Corre, hoy hay gatos atrás! – y salen disparados como balas.

— ¿Qué tal las últimas pruebas? – mi cuñada me pregunta.

— Parece que bien. Sigue todo bajo control. Manolito casi lleva una vida normal. – me fundo en un abrazo con las dos a la vez. Las adoro.

Manuel o Manolito, es el pequeño del clan. Pelo negro, ojos color miel y bastante alto, como casi todos. Tiene 13 años. Fue la sorpresa barra susto de la familia. Mi madre a sus 45 años y después de seis hijos y cinco embarazos no esperaba que tras una noche de locura en el campanario del pueblo se quedaría embarazada. Sí, has leído correctamente, en el campanario. Mis padres ayudaban al cura del pueblo con el mantenimiento de la iglesia. Estaban limpiando las campanas y una cosa, por lo visto, llevó a la otra y aquí está Manuel. Un milagro de la supervivencia. Nació antes de tiempo, con poco peso y una enfermedad cardíaca congénita que le ha hecho tener que estar toda la vida con revisiones e incluso le han operado un par de veces. Pero con su medicación y una dieta saludable, Manuel lleva una vida de lo más normal. Para mis padres supuso un palo muy grande. Pero con la ayuda de todos, hemos criado al pequeñín, haciéndole un chaval fuerte y con unas ganas de vivir impresionantes.

Mis padres, Lucas y Sagrario se casaron con 18 años de penalti. Se conocían de toda la vida y empezaron a salir a los 15 años. Mi padre se libró de ir a la mili por pies planos y como casi todos sus amigos se fueron, se aburría mucho, así que jugaba a las casitas con mi madre. Se quedaron embarazados y se tuvieron que casar, deprisa y corriendo un día, en el registro de Madrid capital. Porque era una vergüenza para la familia haber pecado antes del matrimonio. Cosas de los pueblos. Y de la familia de mi padre que eran tremendamente cristianos y practicantes. Después de un par de años, a la gente ya se le había pasado la impresión.

Hace dos años mi padre murió tras recaer en el cáncer de pulmón que tuvo tres años antes y del que parecía haberse curado. Esta vez fue más agresivo y se lo llevó. Lo pasamos todos muy mal, la verdad. Mi padre era el panadero del pueblo y ahora mi madre se hace cargo de ella, con ayuda de mi hermana Azucena y de Enzo, que dejó de estudiar porque le aburría y se quedó ayudando a mis padres. Es un gran chaval. Se acaba de sacar un curso de dos años de repostería y ha dado una imagen más moderna al horno. Hace unas tartas, galletas o muffins personalizados que te mueres. Ahora le ha planteado a mi madre comprar el local de al lado y ampliar el negocio con una cafetería. Es una gran idea y aunque mi madre aún no ha contestado, sabemos cuál será la respuesta. SI

Mis abuelos paternos ya no viven. Murieron en un accidente de tráfico siendo yo pequeño. Se llamaban Macarena y Alfonso. ¿Os suena? Y bueno, mis abuelos maternos están vivitos o coleando. Aunque han vivido en el pueblo toda la vida donde tenían la panadería que hoy es de mis padres, ahora, viven en Grao, Asturias, donde nació mi madre, durante unas vacaciones de verano. Vamos a visitarlos algunas veces. Menos de las que nos gustaría, pero es lo que hay.

Yo soy el soltero, friki y rarito de la familia. Soy rubio, pelo rizado, ojos azules como mi hermana Sofía y mido 1.90 como mi hermano Carlos. Mi hermana Macarena y Sofía siempre me han dicho que soy guapo y resultón, pero como soy tan soso, seco y borde, las mujeres me quieren más bien lejos. Eso y que no soy de salir, ni beber. Y eso tiene mucho que ver con mi estado civil. Vivo más alejado que los demás del núcleo del pueblo, pero siempre estoy en contacto con toda la familia. Si no voy yo, se presentan ellos. Tenemos entre todos muy buena relación y somos una familia muy unida. Comemos todos los domingos juntos. Generalmente en mi casa, ya que es la más grande.

Lo que más me gusta en el mundo es la tranquilidad y la soledad de mi hogar. Me gusta vivir solo y a mi aire. Valoro el no tener que darle explicaciones de nada a nadie. Me encanta leer sentado en el salón frente al fuego de la chimenea. Me gusta el cine de terror, los videojuegos de disparos y plataformas y sobre todo adoro a mis gatos.

Y ahora os cuento mi secreto, yo, queridos amigos soy el loco de los gatos del pueblo. Al principio solo fue Dalton, un gato pequeño y moribundo que apareció bajo mi coche en un frío invierno. Le recogí, lo limpié y lo llevé al veterinario. Me lo quedé. Si algo mola de vivir donde lo hago es que Dalton podía salir cuando quisiese y regresar sin problemas. Adecué un agujero en la puerta de la cocina para ello. Aunque el golfo prefiere salir por la ventana, no importa.

Unos días después descubrí en la parcela que una gatita estaba comiéndose la comida de mi pobre felino. Así que puse más comida. ¡¡Gran Idea!! Dalton, todo un señor gato le fabricó una tripa muy generosa a la nueva inquilina y tuvieron tres maravillosos bebés. ¡¡Bieeeeen!! Los llevé a todos al veterinario y le dije que por favor los pusiese en adopción. Pero tres días después fui incapaz de darlos. Me los quedé. Lo que si hice fue castrar a mi señor gato y a su novia Belinda. Que conste que el nombre lo eligió mi sobrino Eros que estaba enamorado de una compañera de estudios que se llamaba así. Pero claro no caí, iluso de mí, en que los nuevos miembros Tin tín, Milou y Mafalda cuando crecieron, tenían capacidad de procrear.

Oh, Siiii. ¡Bienvenidos todos a la era de la procreación! Dicen de los conejos, pero los gatos están todo el día dale que te pego. Y escandalosos encima. Mafalda, un año después tuvo cinco bebes, solo cuatro sobrevivieron, el padre, no tengo claro quién es. No sé si es uno de sus hermanos o un par de gatos callejeros, que se han acoplado al comedor social que tengo montado en el porche de la casa de la piscina. Los cuatro nuevos miembros censados en mi humilde morada fueron Nala, Simba, Bambi y Perdita. Sí, señores el producto Disney que no se pierda. Que conste, que se sometió a votación familiar, lo de los nombres. Los dos intrusos golfos y acoplados, no los tengo controlados veterinariamente, pero los hemos llamado Golfo y Loco. Creedme cuando os digo que Loco es el nombre más aceptado para este gato en concreto.

Tengo la impresión de que hay más gatos ocultos entre las sombras, que se dedican a servirse comida gratis. Pero bueno, puesto que no voy a traer hijos al mundo a los que alimentar, porque estoy destinado a ser el solterón del pueblo. Y voy a morir solo, al menos comparto mi vida con todos estos felinos que me hacen sentirme menos solo. Además, me he currado su ciudad de puta madre. Les he fabricado detrás de la caseta de la piscina, unas casetillas muy cucas y sus lugares de comida y agua. Aunque creo que a pesar de todo a algunos les gusta más campar a sus anchas por mi casa. Al principio me fastidiaba, pero reconozco que ahora, si no están los echo de menos.

Y este soy yo queridos amigos. Javier. Un placer conocerte. Y ahora voy a disfrutar de una agradable comida de domingo con la familia.


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Anexo I del Capítulo 1: Pon un post it en esta página Lo vas a necesitar para seguir la historia. Creo que así podrás ver mejor a mi familia.

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