Atado a ti (2022)

Per Lucy_Valiente_W

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Irene Muñoz era una niña cuando conoció a Lucas Castro, el hermano mayor de su mejor amiga, y se quedó impres... Més

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Per Lucy_Valiente_W

Despertar sabiendo que Lucas me amaba, que no había sido solo un sueño, me hizo sonreír a pesar de la alarma del móvil. Y a pesar de que allí no tenía mis cosas y no podría darme la ducha que tanto echaba de menos, con la enorme alcachofa, la luz tenue y la música relajante. Y a pesar de que era muy probable que Lucas se hubiera marchado ya a trabajar, aunque fuese por evitar encontrarse conmigo.

No me equivocaba, pero eso solo reforzó mi decisión. Sí, Lucas me había infringido un gran dolor con su paternalismo, con su mentira, sin embargo, también me había demostrado su capacidad de sacrificio. Su amor. Y yo misma le había mentido en primer lugar, al dejarle al principio de nuestra relación, había escogido lo que era mejor para él. Además, la alternativa no volvería a aceptarla hasta que de verdad no quedase otro remedio.

Lo que no sabía era qué hacer con mi madre. Aunque Adela no hubiera tenido nada que ver en mi ruptura con Lucas, que lo dudaba, tratar con ella no me favorecía y temía el momento en el que las dos discutiésemos por el dinero. Tanto, que incluso pensé en pasarlo por alto, hacer como si no existiese, con tal de no entrar en semejante conversación. Porque nada me aseguraba que no terminaría lamentando mis palabras.

Cuando entré en la cocina para ver qué podía desayunar, Laura me dio un largo abrazo. Quise confirmarle que todo se había arreglado y que volvería a vivir allí, pero preferí guardar silencio antes que arruinarlo con mis ilusiones. Ella me ofreció unas tortitas con fresas y preguntó si pensaba venir a almorzar, y le contesté que ambas cosas debían ser un secreto entre las dos. No quería que Lucas huyese ni que lo pagara de algún modo con la cocinera.

Tras darle algunas vueltas camino del piso de Marina, me decanté por invitar a mi amiga. Esperaba que Lucas se resistiera o incluso se enfadara por mi encerrona, y comer los tres juntos sería menos hostil. Ella aceptó enseguida, pero la mañana transcurrió más despacio que todo un siglo. Salvo el rato que Lourdes me atendió al teléfono.

―Me alegro por ti ―dijo.

―¿En serio?

―Por supuesto. Pase lo que pase, confirmar sus sentimientos te será de ayuda. Te oigo y creo que ya lo ha hecho.

―Me ha aliviado mucho, aunque quizás demasiado. No estoy enfadada con él.

―¿Por qué crees que es?


―¿Y qué deberíais hacer a partir de ahora?

―Hablar las cosas como adultos y permitirnos decidir sobre nuestro bien. El problema es que con Lucas eso no basta.

―Tú le conoces mejor que yo y si eres adulta, estoy segura de que sabrás qué no hacer.

―No le puedo engañar ni tampoco quiero hacerlo, pero sí puedo dejar que piense que controla la situación hasta que se permita ceder. Hasta que acepte que le quiero tal y como es, o al menos, se lo crea.

―¿Y si nunca sucede?

―Bueno, que me quiten lo bailao.

Se rio suave, agradablemente.

―Muy bien. Hasta el martes.

Cuando Marta nos abrió la puerta a Marina y a mí, el olor que desprendía el piso de Lucas, mi piso, me gustó incluso más que por la noche. Matías colocó nuestros servicios una vez que entramos en el comedor, así que tomamos a su jefe por sorpresa. Lucas nos miró muy serio y luego se fijó en su plato.

Marina le dio un beso en la mejilla derecha y yo lo hice en la izquierda, y ambas nos sentamos a su lado.

―¿Qué tal el día? ―le pregunté.

―Aún no ha acabado.

―Eso es cierto. Nosotras hemos tenido una mañana muy aburrida, espero que la tarde sea mejor.

Aunque no levantó los ojos, resultaba evidente que me estaba refiriendo a él.

―He pensado en el dinero ―añadí.

―Prefiero que se mantenga.

―Y yo prefiero ganármelo. Bueno, es más de lo que suele pagarse, así que quiero que el resto lo dones.

―¿A qué te refieres?

―Pues a que me contrates.

―¿Me estás pidiendo que te enchufe?

―Si de verdad quieres protegerme, no hay mejor manera que darme la oportunidad de conseguir un trabajo fijo. No te estoy diciendo que me lo regales. Trabajaré como el que más.

―¿Y la carrera?

―Solo me queda un año ―le recordé―. Puedo aceptar un puesto menor hasta que tenga el título.

―No sé, Irene. Todo el mundo sabe que has sido mi novia.

―¿Y no saben que yo soy tu hermana? ―intervino Marina―. A mí también me pareció mal en un primer momento, y me da miedo que nos digan algo, pero Irene tiene razón y lo que importa es trabajar. Además, estaremos juntas.

―Es eso o dono todo el dinero ―le advertí a Lucas.

―Si la cuenta es de tu madre.

―Tengo sus claves.

―Las cambiará.

―¿Prefieres que no vuelva a dirigirle la palabra?

Él se me quedó mirando con un gesto ambiguo, entre la resignación y algo muy parecido a la complacencia.

―Es mi empresa, así que puedo hacer lo que quiera. Hablad con Sonia.

―Es la jefa de Personal ―me chivó Marina.

―¿Y qué le decimos?

―Yo le daré indicaciones.

Al terminar de comer, propuse ver una película en el salón. Lucas me riñó con la mirada, pero al mismo tiempo parecía contener las ganas de aceptar, así que le dije que se merecía un descanso y Marina me apoyó. No estaríamos los dos solos y apenas serían un par de horas. Cuando coloqué mi cuenco lleno de palomitas entre Lucas y yo, él volvió a reñirme y entonces me hice la inocente.

Fue un instante apenas, pero vi perfectamente cómo se fijaba en mis labios. Disfruté de cada uno de los roces de nuestras manos, aunque él corriera a apartar la suya, mientras me preguntaba si aceptaría también la propuesta que pretendía hacerle por la noche. Al terminar la película, se marchó a la oficina.

No me quejé porque pensaba quedarme allí con Marina a hacer las tareas pendientes, darme una ducha y ponerme una de las camisas de Lucas. Cuando él me vio así vestida, noté que le gustaba mucho mi aspecto y eso, como tantas otras veces, me hizo sentirme la mujer más hermosa de todas.

Después de cenar, le pedí un momento a solas en el salón. Si él me rechazaba, me iría con Marina a su piso. Lucas se mostró reticente y, entonces, fue su hermana la que se marchó con el móvil al cuarto azul. Él trató de irse también, pero conseguí sentarme en su regazo.

―Solo quiero preguntarte una cosa.

―No, quieres seducirme.

―¿Ah, sí? ―Rocé su nariz con la mía―. ¿Por qué piensas eso?

Lucas me agarró de los hombros con firmeza, impidiéndome volver a acercarme tanto a él. En sus ojos pude ver lo mucho que deseaba hacer lo contrario.

―Basta, Irene. Somos amigos y nada más.

―Pero los hay con derecho a roce.

Sentí la presión de sus manos y vi cómo contenía todo el gesto.

―No habrá ningún compromiso ―aclaré―. Podremos estar con otras personas, si es lo que quieres, no me cerraré a ninguna relación si surge. Solo te pido que me dejes quedarme en el cuarto azul. Adoro esta casa.

Me pareció que iba a negarse e hice pucheros, atrayendo su atención hasta mis labios. Entonces, él aflojó su agarre y yo cumplí el deseo de ambos. Encontrar agua tras llevar varios días sin probar una sola gota me habría satisfecho menos que sentir su boca en la mía, y más aún cuando sus manos me apretaron para impedir que me alejara.

―¿Me vas a decir que no tienes mejores opciones? ―preguntó entre jadeos.

―Te digo que te deseo y que sabes complacerme mejor que nadie. Y mientras no tenga pareja, quiero follar pero sin complicarme la vida.

Volvió a permitirme que le besara y esta vez me metió la lengua todo lo posible. Cogí su mano derecha para mostrarle que no llevaba puestas las bragas y él la coló entre mis piernas, deslizándose por mi humedad. Por mi parte, confirmé que no se había desecho de la prótesis de su miembro.

Durante nuestro noviazgo, exploramos las opciones que teníamos para el sexo además del arnés. Los fármacos orales no funcionaban en él y la inyección no lograba la suficiente dureza, tenía efectos secundarios que no me gustaban nada y restaba espontaneidad a nuestras relaciones, ya que debía administrarse con varios minutos de antelación. Pero Lucas podía colocarse una prótesis dentro del pene, que nos permitió hacer el amor sin intermediarios.

―Mmm... ―ronroneé en la primera ocasión, revolviéndole el cabello. Y dejé que me moviera con sus manos.


Tuve que recordarme la importancia de respetar mis propias palabras para abandonar aquella cama. Al entrar en el cuarto azul, Marina adivinó enseguida que la primera fase de mi plan había salido como las dos habíamos esperado. Bueno, Lucas aún podía arrepentirse, podía darse cuenta de lo que yo pretendía hacer, pero, a juzgar por la última hora, no me parecía muy probable.

Se había hecho algo tarde y le ofrecí que durmiera allí conmigo. Al día siguiente no había clase y, además, ella siempre llevaba en su bolso un pequeño kit de aseo, por si le pillaba la noche en casa de su novio. Pero Lucas trabajaba igualmente, así que puse la alarma para que pudiésemos desayunar con él.

Cuando le vi, supe que ni se arrepentía ni estaba dispuesto a perder una sola oportunidad de tocarme. Aceptó con ganas mis besos y me dio los suyos propios. Y propuso que Marina y yo le acompañásemos a la oficina para hablar ya con Sonia.

Atendernos y darnos un trabajo sería toda la deferencia que tendrían con nosotras tanto Lucas como aquella mujer, el resto dependía del valor de nuestro desempeño. Me abrumó la carga de responsabilidad que recibí de repente, porque sentía que debía demostrar más que ningún otro empleado, más incluso que Marina, pero también me estimuló.

Tenía un objetivo claro y eso llenaba de sentido mi vida como nunca. Apoyada en mi conversación con Sonia, dediqué toda la tarde a buscar la formación complementaria que necesitaba para llegar hasta donde quería. No era tanta como había temido, aunque la experiencia sí era un factor relevante. Varios años. Pero ¿qué otra cosa hacer? Y si al final Lucas tenía razón, habría logrado labrarme un buen currículum.

Mucha de la formación la financiaba la propia empresa, incluidos los idiomas, así que no tendría que decirle nada a mi madre. Y de ese modo, con el día repleto de ocupaciones y mi hora de gozo nocturno, el tiempo empezó a pasar más rápido que nunca y así empezaron a llegar los primeros resultados de mi empeño.

Por un lado, cumplí mis metas en la carrera y en el trabajo, y, por el otro, lo que Lucas y yo teníamos solo se diferenciaba de un noviazgo por el nombre y por cómo no nos llamábamos el uno al otro. Además, descubrí una pasión. Pensaba en dedicarme el resto de mi vida a labores semejantes a las que desempeñaba en Icarus y la idea me encantaba. El tiempo volaba mientras resolvía un problema tras otro, mientras confiaban en mí y sentía que me necesitaban cada vez más.

Lourdes me felicitó especialmente por esto último. Y esa misma noche, cuando me metí en la cama con Lucas, me quedé abrazada a él, sentada a horcajadas en su regazo, escuchando su corazón y acariciándonos la espalda el uno al otro. No era la primera vez, por supuesto, ni siquiera desde que éramos amigos, pero lo sentí algo diferente. Cerré los ojos y enseguida me precipité hacia el sueño.

―Muchos amigos duermen juntos ―dijo cuando me dispuse a marcharme. Complacida, le empujé para que se tumbase en la cama y me acomodé sobre él. Y los dos suspiramos―. Te mereces un descanso.

Siendo novios habíamos viajado bastante, tanto por España como por el resto del mundo, tanto por un mes entero como en escapadas de menos de un día. Pero lo que más me gustaba era estar a solas con él en la casa de campo, disfrutando de la piscina o la chimenea (según la época del año), la comida de Laura y nuestra mutua compañía, y eso no había sucedido desde que rompimos la última vez.

―Me encantaría ―contesté, sonriendo.

Todo iba viento en popa, o eso pensé hasta que entré un día al aseo de Icarus que más nos gustaba a Marina y a mí. No era el más cercano a nuestras mesas, ni estaba junto a las máquinas expendedoras, pero apenas se utilizaba y, por tanto, era el más limpio. Supe que algo malo pasaba en cuanto la vi, quitándose el maquillaje con un algodón.

―¿Has llorado? ―pregunté, acercándome a ella y mirándola en el espejo. Pero sus ojos evitaron los míos―. ¿Qué ocurre?

―Nada, no me convencía. Hoy me he levantado un poco tarde.

―Ayer estabas tristona y me dijiste que era por la regla.

―La regla dura varios días.

La miré fijamente mientras ella continuaba con su tarea. Y, por primera vez desde que nos conocíamos, intuí que ella sabía más sobre cómo era su hermano de lo que parecía a simple vista.

―¿Te preocupa que se lo cuente a Lucas?

―¿Es que vas a ocultarle algo?

―Eso ha sido cruel.

Se detuvo y, con los ojos en el lavabo, lanzó un hondo suspiro que me pesó en el pecho.

―Perdona.

―No, perdóname tú. He estado muy centrada en lo mío. Bueno, siempre lo he estado. A veces me pregunto por qué me consideras amiga tuya.

Sonrió, aunque parecía al borde del llanto.

―Ya sabes que no me gusta mucho hablar de mí ―repuso con una voz poco firme.

―Y tú sabes que puedes contar conmigo, ¿verdad?

Se quedó en silencio y sin dejar de mirar el lavabo. De pronto, abrió el grifo y se lavó la cara con ambas manos, varias veces. Tiré de ella para que se incorporase y pudiera abrazarla, y entonces no logró seguir escapando de las lágrimas. Me dediqué a frotarle la espalda hasta que se tranquilizó.

La besé en la frente y cogí un poco de papel secamanos para que se sonase la nariz.

―Venga, cuéntame.

―Dame tu palabra de que no le dirás nada a Lucas.

―¿Quién te ha hecho daño? ¿Alberto?

―No, no. Él es un cielo, ni siquiera sospecha... ―Respiró hondo―. Prométemelo.

―No te preocupes por tu hermano. Estoy decidida a no ponerle en ninguna situación de ese tipo.

Suspiró de nuevo, esta vez más profundamente. Quizá no contaba con detalles como yo, pero conocía a su hermano. Y miró hacia la puerta del aseo, aunque sabía que, si alguien la abría, le daría tiempo a callarse.

―¿Te... acuerdas de Ester?

Claro que me acordaba de Ester. La Ester que, junto a sus dos amiguitas sin personalidad alguna, le había amargado la vida por el simple hecho de pesar diez kilos más que la media. La Ester que acabó con un móvil robado en su mochila por cortesía mía. La misma Ester que había resultado ser prima de Alberto, y que ahora amenazaba a Marina con hablarle a él tanto sobre su gordura como sobre aquella pequeña venganza, entre otras travesuras, a menos que ella acabase con la relación.

―¿Y eso te preocupa? ―pregunté―. Éramos unas crías y lo peor lo hizo Ester.

―No lo entiendes. No le he contado a Alberto nada sobre lo que me hizo ella.

―¿Por qué?

―Me da mucha vergüenza, ¿vale? Lo que pasó y lo que me sigue afectando. Y ella es de su familia, eso es muy importante para él. Preferiría hacer como que no sucedió.

―Pero sucedió, Marina. Es parte de ti y eso no cambiará porque lo ignores, más bien es al contrario. Y Alberto es tu novio, debería saberlo, por vosotros y por su propia relación con esa idiota.

―No le daré ese gusto ―dijo negando con la cabeza.

La agarré de los hombros y esperé hasta que me miró a los ojos para replicar:

―Si no se lo cuentas a Alberto, le estás dando a Ester ese poder sobre ti. Piensa que ella ya te jodió en el pasado, no le permitas que lo haga ahora. Además, si Alberto te rechaza por cómo eres o has sido, o prefiere contentar a su prima antes que a ti, entonces quizás no deberíais estar juntos.

Abrió mucho los ojos, aunque apenas un segundo, y los bajó al suelo. No sabía hasta qué punto yo creía aquello, pues ignoraba los peores actos de su hermano, pero sabía lo suficiente como para coincidir conmigo y también anhelar semejante acuerdo con Alberto. Anhelaba serle sincera, y realmente lo que más la frenaba era el miedo.

―¿A qué? ―pregunté dudando entre dos respuestas.

―Eso es lo que más me preocupa. Por un lado, quiero que Alberto lo acepte y sigamos juntos, quiero estar para siempre con él, pero, por otro...

―Tendrías que seguir viéndola, aunque fuese por Navidad.

―Exacto. Y quizás eso me importe más. Quizás lo que tengo con Alberto no es para tanto.

―No digas eso. Estar en pareja no es darlo todo ni recibirlo todo, sino encontrar un equilibrio bueno para ambos. Créeme que sé lo que te digo.

Sonrió.

―Habla con él y luego veremos el siguiente paso. No te preocupes tanto.

―¿Quién eres y qué ha hecho Lourdes con mi Irene?

Me reí y ella también, y las dos nos dimos un abrazo.

Esa tarde, mientras estudiaba en casa, mi móvil sonó y era ella. Y de nuevo lloraba. La conversación con su novio había ido muy bien, incluso cuando él decidió llamar a su prima y ella le aseguró que Marina no tenía de qué preocuparse, que le había tomado el pelo, que ya eran adultas. Que le ofrecía sus disculpas. Pero, más tarde, le hizo lo que tantas veces le había hecho en el colegio: llamarla desde un número oculto y quedarse en silencio.

―Tranquila, cariño, no le des importancia. Si lo haces, se cansará pronto.

―No es lo que pasó entonces ―me recordó con la voz entrecortada.

―¿Acaso no se cansó al final?

―¿Qué vas a hacer? No, déjalo, no debí llamarte.

―¿Quieres ir al cine?

―Irene...

―Ya te dije que no te preocupes. Nos vemos en un par de horas. Vete pensando qué ver y dónde cenaremos.

Colgué antes de que pudiera replicar. Y, acto seguido, mensajeé a Héctor para que nos viésemos en persona. Lo que debía decirle exigía la mayor discreción posible. Nos reunimos en cuanto terminé de arreglarme, en una cafetería cercana al piso.

―¿Hasta dónde llegan tus atribuciones?

―¿Qué desea que haga?

―Pareces incondicional.

―Mi deber es protegerla, y deduzco que se plantea algo peligroso.

―Ignoro hasta qué punto ―admití―. Necesito que alguien deje en paz a Marina. Supongo que lo primero es investigarla, pero no creo que sea adecuado que lo haga yo misma.

―No, yo tampoco. ¿Quién es?

―Se llama Ester Sampedro y estudiamos juntas en Los Olivos. Es prima del novio de Marina. Abusó de ella cuando éramos alumnas y ahora pretende seguir torturándola. ¿Qué crees que debería hacer para evitarlo?

―¿Me pide consejo?

―Lo haría con Lucas pero no quiero meterle en esto.

―Entiendo. Déjemelo a mí.

―¿Qué harás?

―Yo nada. No pueden relacionarnos a ninguno de los dos. Conozco a alguien que le hablará en los términos adecuados.

Como cuando metí el móvil en la mochila de Ester, no sentí que fuese a arrepentirme. Sentí que se lo merecía y me sentí fuerte por ser capaz de responder de algún modo a sus agravios. Aun así, no era lo correcto, traería malas consecuencias, y por eso le pregunté a mi guardaespaldas si había otro remedio.

―Algunas personas solo entienden cierto idioma, señorita. Además, es justo cosechar lo que se planta.

Me sentí aliviada. Sin embargo, ¿cómo conseguir que Ester no denunciase la agresión cuando le mentasen a Marina?

―Si no escoge olvidar el tema, habrá que tomar medidas más drásticas, pero no es lo que suele pasar. La gente es bastante cobarde en general, y más la gente así.

―Vale. Gracias, Héctor.

―A su servicio.

Dos días después, atracaron a Ester cuando regresaba a casa de su trabajo de camarera. Le rompieron un brazo y dos costillas antes de llevarse su bolso. Y Marina no volvió a saber nada de ella.

Continua llegint

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