Perverso

By RanBauer

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Primer libro BDSM. Cuando el curioso Gael acepta mudarse a la ciudad en donde vive su padre creyó que era un... More

Desafío
Maestro
Entrenando
Hazme olvidar
Debo reconocerte
Silencio absoluto
Con todo mi corazón
Castígame

Rutina y odio

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By RanBauer

Habían pasado tres días desde esa deliciosa experiencia.

Para Gael eso había dado un nuevo rumbo a su vida.

Por fin ahora tenía una placentera motivación la cual se notaba hasta en el centro de trabajo y agradeció que sólo ahí se notara, pues traía el trasero adolorido gracias a los azotes que su nuevo amo le había dado.

Lo único con lo que parecía querer cometer un asesinato era con Cristóbal Gallardo cada que se encontraban.

Sus constantes habloteos, seguidos de insultos por parte de ambos ya eran parte de la rutina de la empresa.

—Veo que aún no aceptas a Cristo, Eduardo Molina estaba sentado en su elegante despacho hablando con su joven hijo.

Y es que los cotilleos de que el socio mayoritario de su padre y él se odiaban eran el pan diario en la empresa, llegando estos rumores a oídos del empresario.

Gael se sentó erguido frente al escritorio de su padre, sin bajar nunca la mirada o sentirse intimidado.

—Yo no tengo que aceptarlo, ¿recuerdas?, le guste o no al bastardo yo soy tu hijo.

La sonrisa cínica de Gael demostraba que en absoluto cedería un solo paso.

Eduardo suspiró cansado, y saliendo de sus casillas dio un golpe al fino escritorio.

— ¡Que niño tan pendejo!, el gritó, la mirada llena de ira del hombre no intimido en absoluto a Gael, así como tampoco lo hizo el golpe en el escritorio, —Cristo es quien me podría suceder en la presidencia si yo quisiera, ¿no entiendes que él tiene más experiencia que tú?, y que lo único que quiero es dejarte bajo la tutela de un hombre que sabe cómo manejar esta empresa. Eduardo cruzó los brazos de manera amenazante, —a demás el bien podría ocupar mi lugar o quedarse con toda la empresa si yo lo decido.

El hombre supo de inmediato que aquellas palabras fueron un error.

Lejos de sentirse ofendido o indignado Gael se rió, levantándose golpeó el escritorio con la punta de los dedos.

—En ese caso yo no tengo nada que hacer aquí.

Ante la mirada asombrada de Eduardo, su joven hijo salió de la oficina, no hubo reclamos o palabras de rencor por no haber sido un "buen padre".

Lo único que hubo fue un hombre joven con más orgullo y cojones que cualquier otra cosa.

Apretando el intercomunicador llamó a la oficina de Cristóbal.

—Eh, Cristo, saludó a su amigo.

—Hola Eduardo, te oyes mal ¿sucede algo?

La pausa que siguió le hizo saber a Eduardo que algo había pasado.

—Preferiría hablarlo contigo en persona, ¿puedes venir a mi oficina por favor? La voz de su amigo sonó más como una súplica, alarmando a Cristóbal.

—Claro, por supuesto...

De inmediato se cortó la comunicación y salió tan rápido como pudo.

Minutos después Eduardo le terminó de narrar a Cristóbal lo sucedido con su hijo, el hombre se veía preocupado y desolado hasta cierto punto.

La mano de Cristo pasó por entre sus cabellos negros y rizados. Asombrado más por la reacción de su amigo, que por la del muchacho.

—Mira Eduardo, admitámoslo tu hijo es un maldito hijo de puta arrogante e inmaduro.

La voz de Cristóbal sonaba convencida, él sabía que su amigo necesitaba consuelo, pero también necesitaba que le plantaran en la cara la actitud de su hijo. —El mocoso no te necesita, la mirada devastada de Eduardo lo conmovió, pero necesitaba ser honesto —Viejo, tu hijo es un maldito muchacho que no está dependiendo ni esperando de ti. He visto su trabajo y es realmente bueno, odio admitirlo, pero sabe mandar a su gente, Cristóbal cruzó una pierna y se acomodó en la silla para continuar hablando—Es el equipo que más rápido termina y no duda en poner en su lugar al que lo necesita.

Eduardo miraba a Cristóbal sin comprender aún el punto.

—Lo que quiero decir es que este muchacho sin ti o contigo va a lograr abrirse paso y perdóname viejo, pero deja de preocuparte y habla con tu engendro. Tú sabes que yo no lo soporto, pero es importante para ti y eso es lo principal.

Yo prometo ser más "accesible" si él es más dócil.

Eduardo vio ahí el obstáculo para avanzar.

—Cristo, sabes que eso no sucederá. Mi muchacho es muy obstinado y dudo que acepte que tú seas quien supervise los trabajos de él.

Eduardo tenía los ojos cerrados mientras su cuerpo lo recargaba pesadamente en el respaldo del mullido sillón.

Cristo levantando el teléfono marcó a la oficina de Gael.

Dos timbres, tres timbres y no hubo respuesta.

Molesto se levantó del asiento.

—Déjame ver si alcanzo a tu engendro, y espero poder tener una charla con él.

Eduardo miraba con asombro e incredulidad a su amigo.

—Solo te suplico que le tengas paciencia, tan sólo tiene veintiún años y a esa edad son más estúpidos que maduros.

Cristóbal sonrió ante las palabras paternales de su socio, y sin decir más salió hacia el pasillo.

Bajó dos pisos hasta situarse enfrente de una lustrosa puerta negra, toco dos veces y al no responder alguien en el interior decidió entrar

— ¡Hey!, Gael.

La voz profunda de Cristóbal retumbó en la estancia.

— ¡Carajo!... Dijo para sí mismo. Cerrando la puerta se dirigió hasta la oficina de recursos humanos en donde una hermosa chica guardaba una carpeta.

—Señor Gallardo, la sonrisa más coqueta de la joven mujer hizo sonreír a Cristóbal quien devolvió el gesto de manera amable.

—Alondra, necesito el número de Gael Molina.

—Oh, por su puesto señor... Justo ahora guardaba su expediente pues el joven trajo una hoja de renuncia.

La mujer sacó la carpeta que recién había guardado y se la dio a Cristóbal quien la tomó, —Gracias Alondra. Yo me encargo.

La mujer sonrió y se sintió satisfecha de haber sido útil.

Cristóbal se sentó en su despacho y revisó los datos.

Descubrió que el muchacho vivía por la zona donde el residía, además de anotar la dirección marcó el número telefónico y esperó.

Un número desconocido aparecía en la luminosa pantalla el cual Gael decidió ignorarla suponiendo que sería alguien de la empresa de Eduardo, su padre.

Cristóbal marcó una vez más y al no tener respuesta dejó caer el teléfono a un lado. —Muy bien mocoso, tendremos que vernos.

La sonrisa de desagrado marcó los labios de Cristóbal.

Por su parte Gael se adentraba en su bonito departamento, con una caja en las manos, había sido un día caótico y malditamente extraño, no esperaba que su padre le heredara, pero tampoco esperaba que este defendiera con vehemencia a su socio, dándole más prioridad a el que a su propio hijo...

Depositándola en el suelo rápidamente se dirigió a su recámara, necesitaba relajarse y la única forma era masturbándose bajo la ducha.

El agua tibia golpeo su piel y rápidamente se concentró en su experiencia a manos de aquel castigador maestro que le había impedido correrse en el club.

El recuerdo de aquel momento se hizo presente y de inmediato su mano se movió con frenesí sobre la tierna piel y se corrió de forma tan intensa que su grito no fue suprimido.

Jadeante y relajado se lavó y decidió descansar, pues las piernas le temblaban como si fueran gelatinas.

Ya se ocuparía después de planear que hacer con su desocupada vida, por lo pronto quería dormir pues su cuerpo estaba al límite del cansancio.

Se secó lo más que pudo, y se metió a la cama.

Perdiéndose en un relajante sueño.

Dos horas más tarde el sonido del timbre lo despertó.

Estirándose y viendo que estaba desnudo se coloco unos pantalones deportivos y una ajustada playera blanca. Se sacudió su larga cabellera y descalzo se dirigió a la puerta, —Ya va, ya va.

Gael no tenía ni la más remota idea de quien sería, así que por la mirilla observó el pecho y alzó un poquito más la mirada...

Era Cristóbal Gallardo, su adversario.

Abrió la puerta justo para encontrarse con la fría mirada del amigo de su padre que lo observaba con cierto desagrado.

Por su parte Cristóbal, observó la figura delgada y delicada ahí parada.

Si él fuera un hombre gay de gustos convencionales ese chiquillo podría ser una deliciosa cacería, pero a él le gustaban de un tipo en específico de hombres y ese niño era muy diferente de lo que acostumbraba normalmente.

—Hola Gael, la mano de Cristóbal se recargaba en el marco de la fina puerta, anticipando una posible rabieta del muchacho.

—¿Qué desea señor Gallardo?, la mirada retadora de Gael y su actitud le indicaban a Cristóbal que no lo invitaría a pasar y que por lo tanto no era bienvenido.

—Bueno, es muy obvio que no te deseo a ti. La mirada burlona enfureció a Gael quien torció la boca en una irónica sonrisa.

—Entonces asumo que anda besando el culo de mi padre para venir hasta aquí.

Gael lo miraba con un gesto cáustico en el rostro.

Una carcajada retumbó en el pasillo, —Bueno puedes llamarlo como quieras, yo prefiero decir que es un favor que le hago aun amigo quien está preocupado por su inmaduro hijo.

La mano de Cristóbal se apoyaba con más fuerza en la puerta.

Gael observó el brazo extendido.

—Como no me interesa algo al respecto de ese asunto creo que llamaré a seguridad.

Cristóbal tuvo que recordar su propósito de ir hasta ese incómodo chiquillo así que cambio su actitud por una más accesible.

—Mira niño, estoy aquí por tu padre. Está sufriendo por que tiene miedo. Sé que la discusión que tuvieron fue por la forma en que nos relacionamos tú y yo, y bueno también vengo a ofrecerte una tregua ya que es mi culpa el que todo esto sucediera.

La mirada desconfiada de Gael observaba desde su altura a Cristóbal, quien parecía más relajado con el cabello negro sin engominar, rizado cayendo alborotado por sus orejas y una sonrisa burlona en su varonil rostro.

Suspirando Gael relajó su postura. Debía admitir el esfuerzo que representaba para Cristóbal el presentarse hasta él y ofrecer una tregua, reconocía el valor de aquel hombre para tragarse su orgullo y presentarse ante su puerta.

—Bueno, acepto que yo tampoco he sido muy amable. Así que le ofrezco una disculpa.

La mirada indiferente del muchacho era todo un deleite para Cristóbal quien soñaba con decirle dos o tres verdades a ese arrogante muchacho y luego obligarlo a...

Una leve sonrisa se marcó en aquel rostro juvenil, y dos pequeños hoyuelos adornaron las mejillas sonrosadas de Gael, pareciéndole a Cristóbal algo parecido a un niño muy bonito.

Siendo consciente de que era lo que estaba pensando rápidamente volvió a su actitud de siempre.

Soltando la puerta Cristóbal se irguió en todo su esplendor.

Gael reconociendo ese gesto también adoptó su postura dominante.

Ambos se miraron desafiantes.

—Entonces ¿regresarás?

La mirada de Cristóbal observaba con desdén a Gael quien devolvía el mismo gesto.

—Lo pensaré, Gael no daría su 'brazo a torcer'.

Un poco frustrado Cristóbal pensó en presionar al muchacho un poco, pero luego recapacitó y desistió.

—Bueno en ese caso te llamaré mañana por la tarde y espero que tengas ya una respuesta favorable, después de todo estoy aquí para ayudar a tu padre, ¿acaso su voz había sonado amable?, pensó Gael.

—Claro, así podré analizar mejor las cosas.

Ambos se miraron en silencio, sin rencores o desagrados.

Con un asentimiento de cabeza Cristóbal se despidió.

Necesitaba salir de ahí y poner una inminente distancia entre ese muchacho y él.

Por su parte Gael, menos afectado por aquel hombre entró a su departamento dispuesto a pensar en sus opciones.

El muchacho tenía muy claro que su padre quería dejarlo como presidente de la empresa y Gael se sabía inexperto, pero no inepto, eso quería decir que solo sería cuestión de continuar con la carrera de diseño gráfico y seguir asistiendo a la empresa para ganar conocimiento y experiencia que el mismísimo Cristobal podría proporcionarle.

Algo también le decía que Cristóbal también le ayudaría en caso de ser necesario, —Después de todo es un buen perro guardián, dijo irónico Gael al recordar como el socio de su padre había ido hasta él para solucionar un conflicto.

Gael sabía que el amigo de su padre sólo trataba de que las cosas salieran bien en la empresa. Y la actitud arrogante de Gael no le había hecho fácil la convivencia a aquel hombre.

—Es un hombre viejo, rió Gael al recordar como Cristóbal rápidamente salía de sus casillas cuando se enfrentaban.

Conduciendo por la autopista Cristóbal recordaba esa infantil sonrisa. Ese niño si no fuera tan arrogante fácilmente haría que estuviera de rodillas esperando su orden.

Pero era un maldito macho alfa igual que él y su bien cimentado ego no podía permitirse ese golpe.

Aunque admitía que el muchacho era endiabladamente hermoso. De una manera fina, suave y casi femenina.

Acelerando y mascullando maldiciones se dirigió a su departamento. También el necesitaba despejar la mente y hacer otras cosas que pensar en un niño caprichoso.

Más tarde se comunicaría con Eduardo para hacerle saber la decisión de su vástago.

—Menudo hijo que te cargas Eduardo. Tu engendro es arrogante como el diablo, un maldito demonio disfrazado de muchacho bonito.

Eduardo escuchó a su amigo narrarle sobre aquella visita y sobre la tregua que había logrado establecer con Gael.

—Mi hijo es un buen chico Cristóbal, solo no se había dado la oportunidad de tratarnos tanto como ahora, no puedes entenderlo porque no tienes hijos, pero los tendrás y veras que por ellos das la vida y espero que no seas tan idiota como yo.

Soltando un suspiro mientras sonreía de lado Cristóbal respondió —Eduardo la realidad es que tú y tu hijo no se conocen. Y quieres imponerle una carga pesada para alguien tan joven, sin siquiera haber construido un puente afectivo entre el muchacho y tú. Recostándose en su sofá Cristóbal continuó, —Y viendo lo duro que es el maldito, dudo que quiera ser el niño de papi ahora que es todo un hombre. Eduardo lanzo una mirada sucia a Cristóbal quien la ignoró completamente, —a la hora de concebirlo pensaste con la cabeza de abajo y no con la que tiene el cerebro querido amigo.

Cristóbal se levantó y apoyó el brazo en la puerta antes de salir para asegurarse que su amigo estuviera bien.

Las palabras de Cristóbal le hicieron ver a Eduardo una realidad.

—Entonces él tiene que amar a alguien en esa empresa, pensó astutamente Eduardo para sí mismo, sin que esto cause tristeza o pesar en él.

—Todo sea por los negocios, sonrió descaradamente, ya que tampoco iba a culpar a su hijo de no amarlo como al padre que nunca fue, —no puedo pedir lo que nunca he dado, pero si puedo ofrecer lo que anhelo para mi hijo.

Cristóbal asintió sonriente, —ya tienes una idea de que hacer, viejo lobo dijo Cristóbal de forma optimista mientras ignoraba toda la treta que su amigo armaba en su cabeza.

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