Amanecer Contigo, Camren G'P

Galing kay issaBC

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Barcelona, 1916. En su lecho de muerte, Michael, la oveja negra y único heredero de la acaudalada familia Jau... Higit pa

CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
CAPITULO 8
CAPITULO 9
CAPITULO 10
CAPITULO 11
CAPITULO 12
CAPITULO 13
CAPITULO 14
CAPITULO 15
CAPITULO 16
CAPITULO 17
CAPITULO 18
CAPITULO 19
CAPITULO 20
CAPITULO 21
CAPITULO 22
CAPITULO 23
CAPITULO 24
CAPITULO 25
CAPITULO 26
CAPITULO 27
CAPITULO 28
CAPITULO 29
CAPITULO 30
CAPÍTULO 31
CAPITULO 32
CAPITULO 34
Epílogo

CAPITULO 33

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Dos ideas que al par brotan, dos besos que a un tiempo estallan, dos ecos que se confunden, eso son nuestras dos almas.

    GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

    12 de agosto de 1916

    — El registro está falsificado y ni el más sagaz de los abogados podrá encontrar tacha en él. Solo resta que los testigos firmen la demanda. —Pastrana se estiró sobre una de las butacas del despacho de Biel, tendiéndole varios documentos—. Y, con respecto a Marc, he modificado el testamento, creo que esto es lo que querías.

    Biel asintió en silencio mientras leía los papeles.

    —¿Cuándo se lo vas a decir a Lauren? —inquirió Doc apagando su puro en el cenicero.

    —El lunes por la tarde, cuando todo quede registrado en el juzgado y ella no pueda hacer nada para cambiarlo.

    —¿Estás insinuando que no sabe nada? —murmuró Garriga mirándole perplejo.

    —Toda precaución es poca con Lauren, es terca como una mula y orgullosa como un Jauregui —explicó Enoc al banquero sin ocultar la diversión en su voz.

    —Me gustan las muchachas orgullosas —replicó Biel desplazando los documentos al borde de la mesa—. Señores...

    —Un banquero, un doctor, un juez y un antiguo oficial de barcos, buena panda de testigos has buscado, viejo —apuntó Pastrana cuando todos rubricaron los papeles—. Nadie se atreverá a poner en duda a Lauren.

    —Por cierto, ¿dónde está tu nieta? No la he visto en el salón con el resto de petimetres —comentó Garriga.

    —Lleva todo el día escondida, nerviosa como una marinera que pisa cubierta por primera vez —gruñó Biel guardando la demanda—. Menos mal que a mi esposa se le ha ocurrido invitar a Anna a la fiesta, aunque esta se ha negado a pisar el salón. Imagino que a estas horas Lauren estará con ella en la cocina, recibiendo un merecido rapapolvo.

    —Haría bien en temer más sus regañinas que a los invitados —bromeó Doc. Conocía el fiero carácter de la anciana tras haberla tratado cada viernes.

    —Y tanto que sí. —Biel esbozó una taimada sonrisa—. Vayamos al salón, caballeros, los invitados estarán impacientes de conseguir nuevos rumores, y es nuestro deber ofrecérselos.

    —¿Has visto ya a Camila? —le preguntó Anna, sentadas ambas a la mesa de la cocina.

    —No —gruñó Lauren enfadada—. No me ha dejado, dice que quiere sorprenderme. Pero me he enterado por Adda que va a llevar un vestido de un tal Fortuny.

    —Sí, algo me ha comentado la señora Sinuhe, un Delphos.

    —¿Sabes cómo es? —inquirió interesada.

    —Sí, pero no te lo voy a decir. Si Camila quiere darte una sorpresa, no voy a ser yo quien se la estropee. Si quieres saber lo hermosa que está, tendrás que echarle valor e ir al salón.

    —No entiendo por qué tengo que asistir a la fiesta —masculló Lauren tirando de la corbata por enésima vez esa tarde.

    —Estate quieta, estás destrozando el nudo —le regañó Anna golpeándole con los nudillos.

    —Me aprieta, no puedo respirar.

    —No te aprieta, son las agallas que te faltan. Cualquiera diría que crie a una cobarde.

    —No soy una cobarde, es solo que no sé por qué tengo que ir a esa estúpida fiesta — rezongó Lauren metiendo las manos en los bolsillos para no llevárselas al cuello y quitarse la maldita soga que le estaba asfixiando.

    Anna negó pesarosa al verse incapaz de tranquilizar a su niña. Alzó la cabeza para seguir regañándole y su mirada se detuvo en el umbral de la puerta antes de volar hacia su pequeña, que volvía a tirar de la corbata enfurruñada.

    Inclinó la cabeza a modo de saludo antes de continuar hablando.

    —Cuanto más tardes en ir al salón más expectación despertarás.

    —No soy un mono de feria... o tal vez sí —masculló estrellando los puños en la mesa—. ¡Mírame! Parezco una lechuguina. Todos se van a reír de mí. Haré el ridículo. Avergonzaré al capitán, y ya no estará orgulloso de mí —musitó dando voz a sus miedos a la vez que hundía la cabeza entre las manos.

    —No digas tonterías, ese zorro te adora —estrechó los ojos para luego esbozar una maliciosa sonrisa—. Está bien, quédate conmigo. Pero luego no me vengas llorando si Camila, aburrida de esperarte, encuentra un apuesto galán con el que estar en la fiesta. —Lauren levantó con brusquedad la cabeza—. He visto a Marc en el jardín, es bien guapo el condenado... y la mira con ojos tiernos. No me extrañaría nada que la invitara a dar un paseo por el jardín.

    —¡Marc no va a pasear con Camila por ninguna parte! —Lauren se levantó airada y abandonó la cocina como una exhalación, esquivando al hombre que estaba junto a la puerta sin percatarse siquiera de quién era.

    —Es usted una verdadera arpía, señora mía —saludó Biel inclinando la cabeza.

    —Y usted es un zoquete de mucho cuidado —replicó Anna yendo hacia él—. ¿Cuándo va a darle a mi niña un empujoncito?

    —¿Un empujoncito? —inquirió confundido Biel.

    —No se haga el tonto, viejo zorro, o corre el riesgo de salir escaldado —le advirtió—. Cuando dos personas se miran como Lauren y Camila lo hacen, solo puede haber un resultado. Y no es necesario un anillo en el dedo para que se dé ese resultado —afirmó—. Búsquese las mañas, capitán, y haga que nuestra pequeña hinque de una vez la rodilla ante Camila. Si espera demasiado, celebrará una boda mucho más apresurada de lo que dictan sus estúpidas normas.

    Biel arqueó una ceja y dirigió la mirada al salón. Lauren estaba al pie de la silla de Camila, devorándola con la mirada. Y lo malo era que Camila la miraba con idéntica intensidad. Ambas jóvenes estaban tan pendientes la una de la otra, que no se daban cuenta de que todos los ojos del salón estaban centrados en ellas... tal y como les pasó el día que Lauren regresó de su viaje en el Tierra Umbría y acabaron besándose en la mesa del comedor. Abrió mucho los ojos, sacudió la cabeza a modo de despedida y se encaminó hacia donde estaban. Antes de llegar hasta ellas se detuvo un instante para conversar con sus amigos, rodeados de la habitual caterva de pelotas y recelosos.

    —Menudas tortolitas están hechas —comentó en voz alta interrumpiendo la conversación.

    Doc arqueó una ceja y, siguiéndole el juego, le preguntó a quiénes se refería.

    —¿Acaso no tiene ojos en la cara, doctor del Closs? —Pastrana señaló a la pareja, apuntándose divertido al juego de extender rumores—. La señorita Camila está preciosa esta noche, y la mujer que la acompaña... Es su nieta, ¿no es así, capitán Jauregui?

    —Efectivamente. Una muchacha excepcional, de la que estoy muy orgulloso —afirmó Biel antes de despedirse del grupo y dirigirse hacia la pareja.

    —No debería decirlo, pero estamos entre amigos y no saldrá de aquí —alcanzó a escuchar la voz seria del banquero—. Sé de buena tinta que esta misma noche la joven Jauregui le pedirá permiso al capitán para declararse a su pupila.

    —Y le será concedido —apuntó el juez, otorgando veracidad al rumor antes de que el grupo, como por arte de magia, comenzara a dispersarse en pos de oídos a los que susurrar.

    El rumor le llegó a Marc en el mismo momento en el que Biel alcanzaba a su nieta y le daba una aprobadora palmadita en la espalda. La copa que sostenía estalló en mil pedazos entre sus dedos.

   Lauren, haciendo caso omiso de los desesperados carraspeos de Isembard, se inclinó hacia Camila para acariciar entre los dedos un mechón de su rizado pelo castaño.

    —Tan hermosa... —murmuró perdida en los profundos ojos castaños de ella.

    No podía dejar de mirarla. El vestido era una túnica de un azul intenso, plisada y sin mangas. Un cinturón plateado envolvía su cintura, ciñéndole el vestido de tal manera a sus preciosas curvas que Lauren se sentía agradecida de que le hubieran obligado a llevar chaqueta. De lo contrario, Camila descubriría enfadada cuán impresionada estaba.

    Camila por su parte, tampoco podía dejar de admirar a Lauren. El impecable traje negro hacía que sus hombros aún parecieran más anchos y su cintura más esbelta. La camisa no ocultaba la fortaleza de su torso. Se sintió tentada a desabrocharle los botones, como hacía cada noche, para jugar con sus lindos pechos. Sacudió la cabeza, ruborizada, y se fijó en la elegante corbata. Elevó la mano para aflojársela, consciente de que ella no se sentiría cómoda con el nudo tan apretado. Tiró lentamente, Lauren se inclinó más hacia ella y Camila se lamió los labios cuando la piel de la garganta apareció bajo la tela.

    —Camila, Lauren, ya veo que habéis empezado la fiesta sin mí —la voz del capitán las interrumpió, consiguiendo que Lauren se irguiera bruscamente y Camila se apresurara a colocar las manos en su regazo. Biel reprimió una sonrisa al escuchar los suspiros aliviados de Isembard y Adda—. Despídete de las damas y del profesor por ahora, marinera, quiero presentarte a algunas personas —le indicó palmeándole la espalda.

    Lauren asintió cabizbaja, remisa a alejarse de Camila.

    —No pongas esa cara, nadie te la va a robar —bromeó Biel al ver su gesto.

    —Yo no estaría tan segura —masculló Lauren abriendo y cerrando los puños ante el asombro del capitán—. Está demasiado guapa esta noche.

    Biel volvió a palmearle la espalda y la dirigió por la casa, llevándola de grupo en grupo y presentándole a todos como su nieta mientras el cuarteto de cuerda que amenizaba la velada tocaba una melodía tras otra. Y Lauren no tuvo más remedio que acostumbrarse a que le miraran de arriba abajo, le hicieran las preguntas y proposiciones más inesperadas y a escuchar los susurros que inevitablemente acompañaban su marcha. Jugó al billar en la sala de juegos, se atufó con el humo de los puros en la sala de fumar, sostuvo platos con pequeñas porciones de comida que no tuvo tiempo de comerse en el comedor y llevó constantemente en la mano una copa, pues en cuanto se deshacía de una, las personas que le rodeaban se empeñaban en darle otra. Y mientras era llevada de un lado para otro, echaba miradas furtivas a Camila, quien hablaba con Isembard y Addaia en un rincón del salón.

    Al pasar de nuevo junto al comedor se disculpó para ir a la cocina y tomar un vaso de agua, nadie en esa fiesta bebía otra cosa que cava, ¡y estaba muerta de sed! Al salir, vio que su abuelo la estaba esperando junto a las escaleras y, con un suspiro, se dirigió hacia él.

    —Es un desperdicio gastar tanto dinero en ella, ningún vestido luce cuando la dama que lo lleva está sentada en una silla de ruedas —escuchó decir a una matrona.

    —No sé cómo se ha atrevido a asistir a la fiesta, ¡acompañada por su enfermera! —exclamó otra—, es una vergüenza para la familia...

    Lauren se detuvo junto a ellas y siguió la dirección de sus miradas para averiguar quién era el blanco de tan insidiosas palabras. Apretó los puños al comprobar que era Camila. Y, mientras la contemplaba, se percató de que la alegría que mostraba no brillaba en sus ojos.

    Biel se acercó a ella, observándole con atención al ver que su gesto se volvía hosco.

    —Lauren, acompáñame, quiero presentarte a...

    —Más tarde —le interrumpió enfilando hacia el otro extremo del salón, prestando atención por primera vez a las conversaciones que se sucedían a su alrededor.

    —... Mira su pelo, no lo lleva a la moda. Aunque vaya en silla de ruedas debería intentar aparentar que es un poco más bonita —murmuró una mujer a pocos metros de Camila.

    —No tiene por qué —respondió en susurros un lechuguino de múltiples papadas—. El capitán le dará una buena dote, cualquier hombre de economía deficiente cerrará los ojos ante su discapacidad y la cortejará.

    —Dicen que la nieta del capitán se ha fijado en ella. ¿Te la han presentado? Comentan que es igual que Michael. Seguro que tiene gustos perversos y por eso se ha fijado en una tullida.

   —Mis gustos no son de su incumbencia, señora —apuntó Lauren parándose ante ella—. Pero, fíjese si los tengo desarrollados que jamás me acercaría a una foca como usted —la miró despectiva antes de dirigirse a su acompañante—. Y usted, séquese el sudor de las papadas, es repugnante.

    Biel enarcó una ceja e intentó ocultar la sonrisa que se dibujaba bajo su mostacho. Por lo visto el profesor no había enseñado a su nieta a hacer oídos sordos a las maledicencias. Le subiría el sueldo por ello. Hizo caso omiso a las miradas airadas de sus ofendidos invitados y llegó hasta Lauren, quien, por supuesto, estaba junto a Camila.

    —Eres la dama más hermosa de toda la fiesta —afirmó en voz alta. Camila se sonrojó violentamente al sentirse el centro de todas las miradas—. Bailemos —le tendió la mano.

    —¡Lauren! —susurró azorada—. No vamos a bailar...

    —¿Por qué no? La música está sonando.

    —Es música de ambiente —siseó pidiéndole con la mirada que se comportara.

    —Cualquier música vale para bailar —aseveró ella ignorando su silenciosa súplica a la vez que se inclinaba ante ella en una pomposa reverencia que a nadie pasó desapercibida—. Concededme este honor, bella dama.

    —No, ni se te ocurra —le advirtió Camila apoyando ambas manos en los reposabrazos de la silla a la vez que le dirigía una mirada de excitada expectación.

    Lauren no se atrevería. No delante de todos. No frente al capitán.

    Sí se atrevió.

    La envolvió por la cintura con sus fuertes manos y la alzó en el aire, apartándola de la silla, para luego hacerla descender lentamente hasta que sus pies se posaron inseguros en el suelo.

    —Lauren, razona —musitó con la respiración agitada—. El capitán se enfadará...

    —No te preocupes por él —Lauren miró a su abuelo, desafiante—, le encanta enfadarse conmigo, seré una buena nieta y le daré motivos para ello.

    Biel la observó con absoluto pasmo, y luego asintió con la cabeza, dándole permiso para lo que fuera que pensara hacer. Tras él, Sinuhe le aferró la mano a la vez que musitaba risueña en su oído que las dejara, que eran jóvenes y no les iría mal un poco de diversión.

    —Oh, Lauren, estás loca.

    —Por ti. Solo por ti —musitó sosteniéndola con seguridad—, agárrate fuerte.

    Camila tragó saliva y, esbozando una radiante sonrisa, se aferró a su cuello.

    Lauren la alzó de nuevo en el aire y comenzó a girar con ella entre los brazos, bailando al son de la música del cuarteto de cuerda. Giraron y giraron, y ante la absoluta sorpresa de todos, Camila se echó a reír. Al principio casi con timidez, después, con una cantarina risa que recorrió cada rincón de la casa. Y mientras se reía, Lauren le susurraba al oído barbaridades sobre los pomposos invitados. Y la risa de Camila se elevaba más y más, ahíta de felicidad.

    Biel y Sinuhe, emocionados, las siguieron por el salón mientras ellas bailaban sin importarles los murmullos que se sucedían a su alrededor, hasta que, de repente, Lauren se detuvo e hizo descender a Camila en un íntimo abrazo hasta que sus pies tocaron el suelo.

    —Demuéstrales a estos estúpidos lo que eres capaz de hacer —susurró tomándola de las manos y apartándolas de su cuello.

    —No, Lauren. Espera... —protestó asustada mirándose los pies.

    —A mí, Camz. Mírame a mí —reclamó apartándose apenas, sin soltarle las manos.

    Y Camila elevó los ojos, toda su atención centrada en ella.

    —Yergue la espalda, llevas un vestido precioso, deja que te admire... Estás tan bonita que me duele mirarte —susurró abriendo las manos.

    Camila irguió la espalda y permitió que sus dedos resbalaran de los de Lauren, hasta que solo las yemas se acariciaban. Luego sonrió y se soltó por completo de su agarre.

    —Eso es princesa, ven a por mí —la desafió dando un paso atrás.

    —No voy a dejar que te escapes —canturreó ella avanzando un titubeante paso.

    —¿Y quién te ha dicho que me quiero escapar? Estoy presa de tu hechizo —Retrocedió un poco más, los brazos alzados y tensos, pendiente de cada movimiento de ella.

    —Lauren, no seas tan teatral —le regañó divertida sin dejar de seguirle.

    —Debe ser esta ropa. Al final me he convertido en una petimetre.

    Y Camila estalló en carcajadas, perdiendo el equilibrio y cayendo en los brazos de Lauren, quien la volvió a elevar en el aire para bailar de nuevo.

    Y mientras ellas giraban en mitad del salón, Biel abrazaba a Sinuhe contra su pecho.

    —¿Lo has visto, Biel? ¿No me lo he imaginado?

    —Lo he visto, querida, ha sido real —afirmó incapaz de desviar la vista de la pareja.

    —Sujétame fuerte, capitán, estoy a punto de desmayarme —le pidió aferrándose a él.

    —No se te ocurra desmayarte, Sinuhe, o te perderás su baile.

    —Tienes razón. Oh, Biel, mi niña. Mi preciosa niña. Brilla tanto como una estrella, mírala...

    —La miro, mi amor, la miro. Pero ya no es una niña, sino una mujer —murmuró recorriendo con la vista a todos los presentes en la sala. Algunos murmuraban maliciosos mientras que otros sonreían entusiasmados. Arqueó una ceja, más tarde se encargaría de hacer que los primeros se arrepintieran.

    Tiempo después, Camila, deliciosamente cansada, volvía a estar en su silla mientras Lauren batallaba contra la multitud que reclamaba su atención y le impedía llegar hasta ella. Sonrió divertida. Daba igual de cuántos se deshiciera, al instante siguiente volvía a estar rodeada de personas que le felicitaban, le adulaban, le proponían negocios o, en el caso de las mujeres, le dedicaban lánguidas miradas o atrevidas insinuaciones, a veces, ambas cosas. Le vio poner los ojos en blanco por enésima vez y cuando ella dirigió la mirada hacia donde ella estaba, Camila se llevó una mano a los labios y le sopló un beso. Lauren le sonrió enamorada e intentó ir hacia ella, pero volvieron a detenerle.

    —Parece que tu amiga está demasiado entretenida como para hacerte caso —murmuró Marc colocándose tras ella—. Tal vez te apetezca dar un paseo por el jardín mientras ella disfruta de la fama rodeado de sus admiradores y... admiradoras.

    —No seas malo, Marc —le reprendió ella mientras la empujaba hacia la terraza—. Sabes que a Lauren no le hace gracia tanta atención.

    —Cualquiera lo diría —masculló descendiendo la rampa que daba acceso al jardín—. Bonito espectáculo habéis montado en el salón. No sabía que pudieras andar...

    —Yo tampoco. Hasta que Lauren no me obligó a intentarlo pensaba que jamás volvería a ponerme en pie.

    —¿Te vas a casar con ella? —Detuvo la silla junto a un macizo de flores y se colocó frente a ella, inclinándose hasta que solo les separó un suspiro.

    —Sí.

    —¿Te lo ha pedido ya?

    —Aún no.

    —Entiendo. —Un destello depredador brilló en sus ojos.

    —¿Qué entiendes? —inquirió Camila, recelosa.

    —Que aún tengo una oportunidad para hacerte cambiar de opinión. —«Y conseguir una pequeña tajada de la naviera».

    Le envolvió la cara entre las manos y cerniéndose sobre ella tomó posesión de sus labios. Apenas tuvo tiempo de disfrutarlos antes de que alguien le empujara, apartándole.

    —¡Hijo de puta, no te acerques a ella! —Lauren se abalanzó sobre él poseída por la rabia.

    En esta ocasión, Marc no aceptó los golpes sin devolvérselos.

    Ni los gritos de Camila ni los rugidos del capitán ni las manos de Isembard lograron separar a ambos. Fue necesaria la fuerza combinada de Enoc y Etor para arrancarlos de la pelea.

    —¡Suéltame, Etor, puñeta, no ves que aún está vivo! —gritó Lauren intentando escapar del asfixiante abrazo del gigante mientras Enoc se ocupaba de mantener apartado a Marc.

    —¡Y así seguirá! —rugió Biel interponiéndose entre ellos—. Señor Abad, lleve a mi sobrino a su casa. Y tú, grumete arrogante y desquiciada, tranquilízate antes de que te tranquilice yo —siseó con el rostro pegado al de Lauren.

    —¡La estaba besando! ¡Maldito perro sarnoso! ¡Cómo se atreve a besarla, es mía! —gruñó Lauren intentando soltarse.

    —Cierra esa bocaza ahora mismo —le ordenó Biel pegándole la empuñadura del bastón a los labios—. ¿Quieres que todo el mundo se entere?

    Lauren abrió la boca para protestar y volvió a cerrarla al comprobar que, en la terraza, una multitud de personas observaban encantadas el espectáculo.

Buscó a Camila, y la encontró inmersa en un pasillo de curiosos. Adda empujaba la silla en dirección a las puertas de la sala de estar. La señora Sinuhe les abría paso

    Cerró los ojos, enfadada al comprender que con su actitud les había dado a los invitados rumores para mucho tiempo. Sacudió la cabeza y le pidió a Etor con voz serena que le soltara.

    —Veo que nos entendemos —siseó Biel antes de dirigirse a quienes estaban tras él—. Doc, Garriga, Pastrana, haced que los mirones entren en la casa, en unos momentos me ocuparé de largarlos con viento fresco. Y tú, estúpida halacabuyas descerebrada, sube a tu cuarto y cámbiate de ropa, quiero verte en el despacho dentro de diez minutos —le advirtió a su nieta—. Etor, ocúpese de que no se entretenga por el camino.

    Biel esperó hasta que Lauren y su enorme acompañante desaparecieron de su vista y luego ayudó a sus amigos a desalojar la casa, algo que, dado el mal genio del que hacía gala y que no se molestaba en disimular, lograron en un tiempo récord. Cuando se dirigía a las escaleras se encontró con Sinuhe y Addaia, quienes le indicaron que habían dejado a Camila guardando reposo en su habitación después de que esta les hubiera insistido en ello. Por lo visto estaba muy disgustada, algo que no le extrañó en absoluto dado el carácter pacífico y poco dado al escándalo de su dulce niña. Asintió, dejando a su esposa y sus amigos al cargo de los pocos rezagados que aún quedaban y subió las escaleras, decidido a hablar muy seriamente con su nieta.

    Al llegar a su despacho comprobó irritado que Lauren no le esperaba allí, tal y como le había ordenado, por lo que, suponiendo que Etor le habría dejado en su habitación y por tanto allí seguiría, recorrió la galería en esa dirección... hasta que al pasar frente al estudio oyó gritos. Se detuvo prestando atención. No eran gritos aterrados, sino aterradores, de los que tenían el poder de poner de rodillas a un hombre. Gritos como los que, en ocasiones, Sinuhe usaba contra él. Gritos de alguien muy pero que muy enfadado. Y ese alguien tenía la voz de Camila. ¿Su dulce y pacífica niña le estaba gritando a alguien? No. A alguien no. A Lauren.

    Arqueó una ceja y, sin pensarlo un instante, entró en el estudio para salir al corredor.

    —¡Cómo has sido capaz! —exclamó Camila, erguida en su silla cual reina de hielo—. ¡Cerebro de mosquito! ¡Zoquete! ¡No te has quedado a gusto hasta que le has roto la nariz!

    —No le he roto nada... por desgracia —intentó defenderse Lauren.

    —¿¡Por qué todo lo tienes que resolver a puñetazos!? ¿Acaso no te ha dado Dios un cerebro para pensar? Oh, no, claro que no, ¡qué estúpida soy! ¡Seguro que cuando repartió la cordura tú estabas ocupada destripando algún estúpido motor!

    —Camila, por favor, tranquilízate —murmuró Lauren acercándose a ella.

    —¡Que yo me tranquilice! ¿Cómo te atreves a insinuar que soy yo quien no está tranquila? ¡Acaso no eres consciente del espectáculo que has dado en el jardín! Debería darte vergüenza...

    —¡Y me da! —replicó ella sin saber qué decir para calmarla.

    —¡Pues bien que lo has demostrado! Peleándote con Marc sin mediar motivos...

    —¡Eso sí que no! —estalló Lauren—. ¡Tenía motivos de sobra para partirle la cara! ¡Te estaba besando!

    —¡¿Y qué?!

    —¿Cómo que y qué? ¡No puede besarte! ¡Yo soy la única que tiene derecho a hacerlo!

    Biel, apoyado en la pared del estudio, dio un respingo al escuchar a su nieta, por lo visto esas dos habían llegado más lejos de lo que pensaba.

    —¿Que solo tú tienes derecho a besarme? ¡Oh, vamos, golpéate el pecho como un gorila! Es lo único que te falta para demostrar lo primitiva que eres —siseó mirándole ofendida—. ¡Solo yo decido a quién beso y por quién me dejo besar!

    —¡No! —rugió él al límite de su paciencia—. ¡Solo yo puedo! ¡Eres mía y de nadie más!

    Biel no pudo menos que arquear una ceja ante sus palabras. Qué poco conocía su nieta a las mujeres Cabello, no sabía lo que se le venía encima. Casi sintió lástima por ella.

    —¿Qué yo soy tuya? ¡Habrase visto tamaña desfachatez! ¡Eres una machista!

    —¡Si eso significa que no voy a dejar que nadie te toque, pues sí, lo soy, y a mucha honra!

    Biel asintió en silencio. ¡Bien dicho! Tenía que demostrar autoridad siempre y no dejarse pisotear de ninguna mujer.

    —¿Debo entender, pues, que cada vez que alguien tenga la osadía de tocarme, vas a embestirle como un toro de lidia al que se le enseña un capote? —preguntó Lauren en voz baja.

    Lauren la miró estrechando los ojos, seguro de que esa pregunta, pronunciada con esa voz tan suave, tenía trampa.

    —¿Sí? —respondió dudosa.

    —Serás... ¡Animal! Escúchame bien, majadera, la próxima vez que alguien se me acerque más de lo que tú consideras conveniente te guardas las manos en los bolsillos y cuentas hasta diez. Porque como se te ocurra montar el espectáculo que has montando hoy te... ¡Te dejo de hablar una semana! —gritó girando la silla para dirigirse a su habitación.

    —¡No va a haber una próxima vez! —bramó Lauren siguiéndola.

    —¡Por supuesto que la habrá! ¡Pienso besar a todos los hombres que me salgan al paso solo para que aprendas a comportarte como es debido! —le amenazó entrando en el dormitorio.

    —¡No te atreverás! —jadeó Lauren paralizada.

    —Impídemelo —la desafió antes de cerrar con un fuerte portazo.

    —¡Por supuesto que te lo voy a impedir! —afirmó asiendo el pomo para abrir la puerta.

    —¡Lauren, al despacho, inmediatamente! —bramó Biel al percatarse de que su nieta no parecía tener reparo alguno en entrar en la alcoba femenina.

    Lauren se giró sobresaltada, mirando a su abuelo de arriba abajo. ¿Desde cuándo estaba escuchando? Luego sacudió la cabeza, eso no era importante en esos momentos.

    —Camila acaba de amenazarme con... —comenzó a decir desesperada, segura de que su abuelo se pondría de su parte y le ordenaría a Camila que abandonara esa absurda pretensión.

    —No cumplirá su ultimátum, tranquila —le interrumpió Biel—. A mi despacho, ahora.

    —¡Usted no la conoce! —exclamó Lauren, debatiéndose entre seguir a Camila u obedecer a su abuelo—. Es capaz de...

    —¡Suelta ese pomo de una maldita vez, grumete! ¿Acaso vas a atreverte a entrar en el cuarto de esa manera? —espetó furioso por el descaro de su nieta.

    Lauren empalideció al percatarse de hasta qué punto se estaba descubriendo. Se quedó inmóvil y, tras tragar saliva varias veces para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta, soltó despacio el pomo.

    Y, en ese momento, Biel lo supo.

    —¡Santo Dios! ¡A mi despacho, ahora mismo!

    Poco después, una apesadumbrada Lauren entró en el despacho, deteniéndose frente al macizo escritorio. Las manos en los bolsillos y la mirada fija en las punteras de sus zapatos.

    —¡Mírame a los ojos! —le exigió Biel colocándose tras el mueble, pero sin sentarse.

    Lauren elevó la cabeza, obedeciendo a su abuelo. Y así se mantuvieron, en silencio, retándose con la mirada, hasta que, incapaz de soportarlo, Lauren empezó a hablar.

    —Su sobrino se toma excesivas libertades con Camila —afirmó altanera, eligiendo el tema menos peliagudo—, solo me he limitado a ponerle en su sitio.

    —¿Enzarzándote en una pelea como una vulgar rufiána de puerto? —Biel le permitió escaquearse, intrigado por los argumentos que Lauren pensaba esgrimir en su defensa—. Bonita manera de poner en su sitio a alguien.

    —Se lo merecía. —Lauren apretó los puños que mantenía en los bolsillos—. La ha besado en el jardín.

    —Y por lo visto solo tú tienes derecho a hacerlo... —apuntó Biel, indicándole así cuánto había escuchado de la discusión entre ambas.

    —¡Exactamente! —Lauren golpeó la mesa con ambas manos—. ¡Solo yo!

    —Porque Camila es tuya...

    —Solo mía, de nadie más —gruñó con los dientes apretados.

    —Mi sobrino lleva cortejándola más de un año, algo que tú no has hecho. En mi opinión eso le da derecho a... ciertos privilegios.

    —¡A ningún privilegio! —Volvió a golpear la mesa—. Y para que lo sepa, yo también la estoy cortejando —aseveró irguiendo la espalda—. Y no lo hago para conseguir la puñetera herencia, sino porque la quiero. ¿Me ha escuchado bien? ¡La quiero! No como su estúpido sobrino. —Recorrió el despacho gesticulando frenética—. ¡Él ni la quiere ni la merece! Yo tampoco la merezco, lo admito, ¡pero la quiero, y emplearé lo que me resta de vida en demostrárselo! ¡Él no lo hará! Le da lo mismo Camila, solo quiere agradarle a usted y conseguir su tajada. ¡Y usted lo consiente! —le señaló furiosa con un dedo, olvidando todas las enseñanzas de Isembard—. ¿Acaso está ciego? ¡Marc solo quiere la puñetera naviera! —sentenció rabiosa—. Ese es el motivo, y no otro, por el que pretende a Camila.

    —Y, sin embargo, a ti la naviera te importa un bledo —apuntó Biel sentándose con pasmosa tranquilidad en su butaca.

    —¡Marc y usted pueden meterse sus puñeteros barcos por donde el sol nunca brilla! —exclamó exacerbada—. ¡Yo quiero a Camila!

    —Antes de que sigas proclamando tu amor por ella, quizá te interese saber que, en contra de lo que todos pensáis, Camila no va a heredar ninguna acción de la compañía.

    —¡Mejor! Así nadie podrá decir que me he casado con ella por su maldito dinero. ¡No nos hace falta! Tengo buenas manos para trabajar y ahora que soy lista no me faltará empleo. El ingeniero Martí me dijo que cualquier jefe de máquinas me aceptaría en su barco. Así que ya ve, no necesitamos la estúpida herencia para nada —le desafió.

    —Así que pretendes volver a embarcar... Interesante. El ingeniero me indicó que no te veía capacitada para permanecer en alta mar, opina que estás demasiado enamorada como para dejar a tu mujer en tierra. —Lauren dio un respingo al escucharle—. Tal vez prefieras trabajar en el taller que compré hace poco más de un mes. Siguiendo las indicaciones del señor Abad y el señor del Closs lo voy a convertir en una fábrica de motores de combustión para automóviles.

    —El taller... —musitó Lauren sentándose por fin—. ¿Ya lo ha puesto en marcha?

    —No, estoy esperando a que mi heredero tome las riendas y decida cuál va a ser la mecánica a seguir.

    —Entiendo —masculló frunciendo el ceño—. No voy a lamerle el culo a Marc para que me deje trabajar en su taller. No lo necesito. Embarcaré y ganaré dinero. Y luego me casaré con Camila. Y ni usted ni nadie podrá evitarlo —aseveró.

    —Marc dirigirá la naviera, aunque no será el propietario. —Biel le tendió unos papeles.

    —Hay muchos barcos en el puerto que no son suyos. —Lauren tomó los documentos y continuó hablando—. Puedo embarcar en cualquiera de ellos o pedir trabajo en cualquier otro lado. Ahora soy lista—volvió a repetir, leyendo el encabezado del primero de los documentos—. En La Maquinista siempre están necesitados de mecánicos, puedo conseguir trabajo sin salir de Barcelona y... ¿Qué puñetas es esto? —preguntó prestando atención a lo que leía—. ¿Me ha legitimado? —Miró perpleja a su abuelo.

    —Continúa leyendo, grumete —le ordenó Biel encendiendo la pipa.

    —Esto no es verdad... —Lauren abrió los ojos de par en par—. Michael jamás se casó con mi madre. No puede haber un registro de eso en ningún juzgado.

    —Debo reconocer, aunque solo lo haré ante ti, que ese dato me ha costado deberle un favor a Pastrana. Cuando se lo vaya a cobrar te informaré para que seas tú quien se lo pague.

    —Lo ha firmado Doc... y también el juez, y el banquero. Y el señor Abad.

    —Más favores en tu cuenta. Ya puedes inventar un buen motor para poner en sus coches.

    Lauren asintió aturdida y, después, dejó a un lado la demanda de legitimidad para leer el otro documento.

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