Encuentro Amoroso

By cARIONte-Raja

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Simran Singh descubrió que había concebido un hijo de un hombre de que ni siquiera se acordaba. Hasta ese mom... More

Prólogo
I
II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII

V

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By cARIONte-Raja

Raj la miró fijamente. Nada podía haberlo impactado más que aquella frase de Simran. Pero procuró mantener una expresión neutral, una auténtica hazaña en un momento en el que el corazón le latía tan violentamente que temía que fueran a reventársele los botones de la camisa.

—Y has venido aquí para decirme que yo soy el padre.

—No hay otra explicación posible.

—A mí se me ocurren unas cuantas.

Simran cerró los puños, haciendo un esfuerzo para no perder el control. Era lógico que Raj no la creyera. ¿Quién no se mostraría escéptico en su lugar?

Pero la creyera o no, aquel hombre tenía derecho a conocer la noticia.

—Sé lo que está pensando.

—No tienes ni la más remota idea de lo que estoy pensando —repuso en un tono tan fríamente educado que rayaba en el desprecio.

—Sí, lo sé. Y quiero que sepa que no quiero nada de usted —se levantó—. Cuando Sheena y yo averiguamos por fin lo que debía haber sucedido, le pedí que me trajera aquí. Pensaba que tenía derecho a saberlo. Ni más, ni menos —se dirigió hacia la puerta—. Ya no volveré a molestarle.

—Detente —le ordenó Raj.

—Yo no soy una de sus subalternas, señor Malhotra. No tiene por qué darme órdenes.

—Vuelve —como Simran no se movía, dijo entre dientes—: Por favor.

Simran lo miró a los ojos. La intensidad de su mirada la impulsó a obedecer.

—No tengo nada más que decir —le explicó cuando estuvo más cerca de él.

—Bien, pues a mí me gustaría decirte unas cuantas cosas, si no te importa.

—Adelante.

Raj se alejó del sofá y se acercó lentamente al escritorio. Tenía el aspecto inconfundible de un hombre acostumbrado a salirse siempre con la suya. Abrió una pitillera de oro y sacó un cigarrillo.

—¿Quieres un cigarro? —le preguntó a Simran, pero inmediatamente añadió—: No. Lo olvidaba, no fumas. Intentaste fumarte un cigarro cuando tenías dieciséis años, pero te pusiste malísima.

Simran sintió un escalofrío. Por lo visto, le había hablado a Raj sobre ella. Conocía algunos detalles de su vida, cuando la única información que tenía Simran sobre él la había conseguido a través de Sheena o de las noticias que aparecían en los periódicos. Sólo tenía información de segunda mano.

Sintió una oleada de debilidad que le hizo tambalearse ligeramente.

—Me gustaría sentarme —dijo con un hilo de voz, y se acercó a la silla que había frente al escritorio de Raj.

—¿Te apetece tomar un café o un té?

—Un té me vendría maravillosamente.

Raj presionó el botón del intercomunicador y le pidió a Mandira que le llevara el té.

—No tienes buen aspecto —le dijo a Simran, con voz preocupada.

—Estoy estupendamente. Sólo un poco mareada —levantó la mirada—. Supongo que en estas circunstancias es algo normal.

Raj asintió con la cabeza y encendió el cigarrillo. En ese momento entró Mandira llevando una taza de té en una bandeja. Había utilizado el servicio de porcelana China, reservado para los invitados importantes, como dignatarios extranjeros y personajes de alto rango. Raj miró a su secretaria con una mirada interrogante, y ella esbozó una sonrisa que indicaba que sabía lo que tenía que saber.

Maldita Sheena. Como no cortara aquello de raíz, la noticia se extendería rápidamente por todo el edificio.

—Gracias —dijo Simran, aceptando la taza de té.

—No tiene por qué darlas —le contestó Mandira con cariño—. Si necesita algo más, sólo tienes que llamarme.

—Esto será todo, Mandira.

Mandira les dirigió una sonrisa antes de marcharse y Raj hizo un ligero movimiento de cabeza para advertirle que mantuviera la boca cerrada antes de volver a prestar atención a la mujer que estaba frente a él.

Intentó conjurar la noche que había pasado con ella, aquella vez desde un punto de vista más pragmático, sin el ardor y los confusos sentimientos que se apoderaban de él cada vez que pensaba en Simran.

El día que la había conocido había sido infernal. A las cinco de la tarde tenía un terrible dolor de cabeza, y lo último que le apetecía era tener que asistir a la fiesta de presentación de aquel perfume. Pero había cedido y al final había decidido asistir. El lugar estaba al límite de su capacidad, y Raj había tenido que recorrerlo varias veces, estrechando manos y haciendo comentarios amables. La tentación de marcharse era demasiado grande para combatirla, y estaba a punto de hacerlo cuando había aparecido Simran.

Como en una vieja película de amor, la multitud parecía haber desaparecido mientras sus ojos se encontraban. Sin pensarlo dos veces, Raj había caminado hacia ella. Simran le había sonreído, y en ese preciso instante había desaparecido por completo el dolor de cabeza. Habían empezado a hablar, y Simran había conseguido hacerle reír. En mejores circunstancias, no era nada fácil, y aquella noche podría haber sido considerado un auténtico milagro.

Raj le había preguntado que, si le apetecía ir a dar un paseo para tomar un poco de aire fresco, y ella había aceptado encantada. Moviéndose lentamente entre la multitud, habían conseguido salir sin que nadie lo advirtiera. Sin proponérselo, habían terminado cerca de casa de Raj, y éste la había invitado a pasar a tomar una copa.

Los recuerdos se avivaron cuando vio a Simran bebiendo el té y mirándolo sobre el borde de la taza.

Volvieron entonces los confusos sentimientos de aquella noche. A Raj le resultaba imposible recordar el resto de lo ocurrido sin ellos.

Habían estado hablando como si se conocieran de toda la vida. Cuando Simran le había hecho un comentario sobre la decoración, se había ofrecido a hacer un recorrido con ella por toda la casa, y habían terminado en su dormitorio. Simran había empezado a bromear sobre el tamaño de su cama y él le había dicho que la probara. La joven se había tumbado divertida, deleitándose con la suavidad de las sábanas de seda.

Entonces habían vuelto a encontrarse sus miradas, y el mismo fuego que lo había impulsado a acercarse a ella en la fiesta, lo había llevado hasta el borde de la cama.

Simran parecía tan desinhibida que inclinarse hacia ella y besarla le había parecido la cosa más natural del mundo.

Y desde ese momento había perdido la noción del tiempo y de todo lo que los rodeaba. Habían hecho el amor tan libremente, con tanta naturalidad como si hubieran estado haciéndolo durante años.

Esa era la razón de que le resultara imposible olvidar aquel momento.

Y si había sido algo tan especial para él, también tenía que haberlo sido para ella.

Por eso le resultaba tan difícil creer que lo hubiera olvidado todo.

Todavía no podía saber si aquello era una actuación. Y no podría saberlo hasta que no tuviera oportunidad de comprobarlo por sí mismo. Pero conocía a Sheena, y ese era un punto a favor de Simran. Sheena llevaba mucho tiempo trabajando a su lado, y confiaba plenamente en ella.

Pero no era la primera vez que le achacaban una paternidad. Cuando tenía veinte años, le habían hecho responsable de un embarazo, y hasta que no había podido demostrar que la mujer estaba equivocada y había ganado el caso, se había visto envuelto en una situación muy complicada.

Desde entonces, se lo pensaba dos veces antes de acostarse con una mujer. Durante los últimos años, a pesar de que los periódicos se empeñaban en lo contrario, había habido muy pocas mujeres en su vida. De hecho, la mayor parte de aquel tiempo la había pasado solo. Y cuando al fin decidía irse a la cama con alguien era increíblemente cauteloso, casi paranoico, a la hora de utilizar métodos anticonceptivos. Y también lo había sido con Simran.

Pero los preservativos no siempre funcionaban. Sus propios padres podían atestiguarlo. Y por eso se sentía obligado a concederle a Simran el beneficio de la duda.

—¿Te encuentras mejor? —le preguntó a Simran, al verla dejar la taza en la bandeja.

—Sí, mucho mejor. ¿Qué quería preguntarme?

—Si lo que dices es cierto

—Lo es.

—Bueno, entonces supongo que debo preguntarte lo que piensas hacer.

—Hay varias opciones —le dijo suavemente.

—¿Y has tomado ya alguna decisión?

—No. Todavía no he decidido nada.

Estuvieron mirándose el uno al otro durante largo tiempo, haciéndose en silencio montones de preguntas que habían quedado sin respuesta.

—Me gustaría participar en la decisión que tomes.

—¿Así que me cree?

—No necesariamente.

—¿Entonces por qué molestarse? En cuanto salga de aquí, no tendrá que volver a verme en su vida.

—Siempre hay alguna posibilidad de que me estés diciendo la verdad —le dijo— En ese caso, Simran, no dudes que me involucraré voluntariamente. Suelo tomarme mis responsabilidades en serio.

—Yo no soy responsabilidad suya, puedo cuidarme sola.

—Eso ya lo veremos.

—¿Va a investigar mi pasado, señor Malhotra? —le preguntó con sarcasmo.

Raj se levantó.

—Desde luego. Y por mí Simran, creo que podemos prescindir de las formalidades, ya es un poco tarde para andarnos con tonterías, ¿no crees? Llámame Raj —la miró a los ojos—. Aquella noche lo hiciste repetidas veces.

A Simran se le secó la garganta.

—No me acuerdo.

Raj se acercó a ella y apoyó una mano en cada uno de los brazos de la silla.

—Entonces déjame refrescarte la memoria.

Se inclinó para besarla en la boca y Simran permaneció absolutamente quieta, sin ofrecer resistencia. Como si fuera lo más natural del mundo, entreabrió los labios para que Raj introdujera la lengua en su boca y encontrara la suya, dispuestas ambas a danzar como viejos amantes.

La primera cosa de la que Simran fue consciente fue del calor. Después de la fragancia de Raj y de su sabor, y a partir de ahí empezaron a inundarla los recuerdos. Sintió en el vientre una poderosa punzada de deseo y el calor que Raj le transmitía llegó hasta los rincones más escondidos de su cuerpo.

El pulso se le aceleró hasta alcanzar una velocidad alarmante. Apoyó la cabeza contra el respaldo de la silla y Raj continuó profundizando su beso.

Raj se sentía como un alcohólico al que le hubieran negado la bebida durante mucho tiempo. El corazón y la cabeza le latían al unísono mientras se llenaba de ella. Simran gimió, y su gemido vibró en el interior de Raj, en su boca, en su corazón, en su alma.

Y en ese momento volvió el miedo, que la obligó a liberarla.

Se miraron a los ojos, respirando ambos con dificultad, como si hubieran estado corriendo.

—Lo siento —dijo Raj suavemente. No sabía por qué, pero, aunque no era algo muy normal en él, tenía la necesidad de disculparse.

—¿Por qué ha hecho eso? —le preguntó Simran.

Raj apretó los puños, se dio la vuelta y se alejó un poco de Simran. Inmediatamente se volvió para contestar:

—Tenía que comprobar si tu sueño sólo estaba en mi imaginación.

Simran asintió, sabía lo que quería decir, comprendía su necesidad de comprobar que lo que habían compartido había sido algo más que un encuentro casual en una fiesta. Al igual que él, Simran necesitaba una prueba inmediata y tangible para tener la seguridad de que lo que había creído un sueño era algo real.

Y el beso se lo había demostrado a los dos.

Raj la había besado, pero ella era consciente de cómo le había besado, de cómo había respondido a aquel beso. No había sido una respuesta instintiva. Simran había entendido desde el momento en el que había rozado sus labios lo que quería de ella y cómo debía dárselo.

Llamaron a la puerta y Sheena asomó la cabeza.

—¿Estáis bien? —preguntó.

—Sí —contestó Raj, volviéndose hacia su escritorio—. Estamos muy bien.

—¿Puedo entrar?

—Por favor —respondió Simran.

Miró a Raj para comunicarle en silencio que la conversación había terminado. Éste pareció responderle que sólo por el momento.

—Si esto ha sido todo —dijo Simran, mientras se levantaba.

—¿Puedo llamarte? —le preguntó Raj.

—Yo Bueno, si quiere puede hacerlo.

—Quiero.

—Iré contigo a casa —dijo Sheena, y después se dirigió a Raj—. Al menos que me necesites para algo.

Raj sacudió la cabeza.

—No —y acompañó a las dos mujeres a la puerta.

Simran se volvió hacia él y le tendió la mano sintiéndose ridículamente torpe.

—Adiós.

—Gracias por haber venido —contestó Raj, estrechándole la mano.

Después de que Simran y Sheena se fueran, Raj permaneció en la puerta con la mirada perdida. Mandira lo miró atentamente, esperando que dijera algo, como no lo hizo, continuó mecanografiando. El sonido de las teclas pareció poner a Raj de nuevo en funcionamiento.

—Mandira, vuelve a llamar a Mazelli.

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