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Raj la miró fijamente. Nada podía haberlo impactado más que aquella frase de Simran. Pero procuró mantener una expresión neutral, una auténtica hazaña en un momento en el que el corazón le latía tan violentamente que temía que fueran a reventársele los botones de la camisa.

—Y has venido aquí para decirme que yo soy el padre.

—No hay otra explicación posible.

—A mí se me ocurren unas cuantas.

Simran cerró los puños, haciendo un esfuerzo para no perder el control. Era lógico que Raj no la creyera. ¿Quién no se mostraría escéptico en su lugar?

Pero la creyera o no, aquel hombre tenía derecho a conocer la noticia.

—Sé lo que está pensando.

—No tienes ni la más remota idea de lo que estoy pensando —repuso en un tono tan fríamente educado que rayaba en el desprecio.

—Sí, lo sé. Y quiero que sepa que no quiero nada de usted —se levantó—. Cuando Sheena y yo averiguamos por fin lo que debía haber sucedido, le pedí que me trajera aquí. Pensaba que tenía derecho a saberlo. Ni más, ni menos —se dirigió hacia la puerta—. Ya no volveré a molestarle.

—Detente —le ordenó Raj.

—Yo no soy una de sus subalternas, señor Malhotra. No tiene por qué darme órdenes.

—Vuelve —como Simran no se movía, dijo entre dientes—: Por favor.

Simran lo miró a los ojos. La intensidad de su mirada la impulsó a obedecer.

—No tengo nada más que decir —le explicó cuando estuvo más cerca de él.

—Bien, pues a mí me gustaría decirte unas cuantas cosas, si no te importa.

—Adelante.

Raj se alejó del sofá y se acercó lentamente al escritorio. Tenía el aspecto inconfundible de un hombre acostumbrado a salirse siempre con la suya. Abrió una pitillera de oro y sacó un cigarrillo.

—¿Quieres un cigarro? —le preguntó a Simran, pero inmediatamente añadió—: No. Lo olvidaba, no fumas. Intentaste fumarte un cigarro cuando tenías dieciséis años, pero te pusiste malísima.

Simran sintió un escalofrío. Por lo visto, le había hablado a Raj sobre ella. Conocía algunos detalles de su vida, cuando la única información que tenía Simran sobre él la había conseguido a través de Sheena o de las noticias que aparecían en los periódicos. Sólo tenía información de segunda mano.

Sintió una oleada de debilidad que le hizo tambalearse ligeramente.

—Me gustaría sentarme —dijo con un hilo de voz, y se acercó a la silla que había frente al escritorio de Raj.

—¿Te apetece tomar un café o un té?

—Un té me vendría maravillosamente.

Raj presionó el botón del intercomunicador y le pidió a Mandira que le llevara el té.

—No tienes buen aspecto —le dijo a Simran, con voz preocupada.

—Estoy estupendamente. Sólo un poco mareada —levantó la mirada—. Supongo que en estas circunstancias es algo normal.

Raj asintió con la cabeza y encendió el cigarrillo. En ese momento entró Mandira llevando una taza de té en una bandeja. Había utilizado el servicio de porcelana China, reservado para los invitados importantes, como dignatarios extranjeros y personajes de alto rango. Raj miró a su secretaria con una mirada interrogante, y ella esbozó una sonrisa que indicaba que sabía lo que tenía que saber.

Encuentro AmorosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora