XV

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Simran cerró los ojos y suspiró. El ardor de su beso la había dejado agotada. Tenía la cabeza hecha un auténtico lío, pero su espíritu parecía haberse elevado a un lugar fuera del mundo que no podía describir ni se atrevía a nombrar. Nadie la había hecho sentirse nunca de aquella manera. Raj era tan letalmente embriagador como podía serlo la mezcla de las drogas y el alcohol. Simran sentía descender sobre ella una tranquilidad total, y era consciente de que era un sentimiento totalmente incongruente en las circunstancias en las que se encontraba.

Sabía que debería moverse, hacer algo para poner fin a aquella situación.

Cerró los ojos, mientras intentaba aclarar sus pensamientos. Pero no era fácil pensar en esa posición. Raj era todo lo que la rodeaba. Sentía su olor, su contacto, los latidos de su corazón contra su oído.

Raj advirtió que se debilitaba en sus brazos y comprendió que estaba dormida. Deslizó suavemente la mano desde su cintura hacia su vientre y susurró mientras la acariciaba con inmenso cariño:

—Hola, bebé.

Apoyó la cabeza en la almohada. Estaba cansado y tenía los sentimientos en carne viva. Cerró los ojos un momento e intentó pensar en el próximo movimiento que tendría que hacer si Simran continuaba negándose a irse con él. Sabía que estaba llegando al final. No tenía nada más que ofrecerle desde un punto de vista material, y tampoco mucho más que pudiera resultarte atrayente desde una perspectiva moral.

Raj notaba cómo se resistía Simran a él. Pero le resultaba inconcebible perder esa batalla que había llegado a convertirse en una cuestión vital, más importante incluso que la que había sostenido con sus padres.

Tenía que haber algo que pudiera hacer para impulsarla a cambiar de opinión. Algo que le hiciera darse cuenta de que él tenía razón, de que sería lo mejor para el bebé y para ella, para los tres. Se aferró con fuerza a la falda de Simran y después, poco a poco, él también fue quedándose dormido.

Cuando Simran se despertó estaba oscuro, la única luz que había era la de la lámpara de noche. Levantó la cabeza desorientada y se humedeció con la lengua los labios resecos. Intentó levantarse, pero tenía algo en la espalda que se lo impedía. La mano de Raj.

Inclinó lentamente la cabeza para mirarlo. Raj tenía la cabeza apoyada haciendo un ángulo extraño, y los ojos cerrados con fuerza, como si tuviera una intensa necesidad de dormir. Simran fue separándose poco a poco de él para no despertarlo y se levantó.

Se dirigió hacia la puerta y giró lentamente el pomo. El aire de la noche la recibió al salir. Volvió la puerta tras ella, sin cerrarla del todo, y tomó aire. Era tarde y tenía que volver a casa de su padre. Este estaría preocupado, o quizá enfadado, y Simran no tenía ninguna gana de pasarse el resto de la noche pidiendo excusas.

Raj se había ganado un tanto cuando le había repetido sus propias palabras. Y tenía razón; nunca sería feliz viviendo con su padre. Y no por culpa de la antigua animosidad que había albergado hacia él tras la muerte de su madre. Simran había llegado a aceptar que Amrita y su padre vivieran juntos en la casa familiar. El problema era que había encontrado una nueva vida en Londres, una vida que le gustaba y que siempre echaría de menos.

La puerta de la habitación se abrió tras ella.

—Oh —exclamó Raj, pasándose la mano por la incipiente barba—. Pensaba que te habías ido —consiguió detener a tiempo las palabras «otra vez», pero quedaron flotando entre ellos.

—No —repuso Simran, entrando de nuevo en la habitación—. Sólo he salido a tomar un poco el aire, y a pensar.

—¿A pensar?

—Sí.

—¿En qué?

—En mi padre y en lo que me has dicho.

Raj iba a volverse loco. No tenía ni idea de a dónde iba a conducirlo aquello, pero sentía la adrenalina corriendo por sus venas. Se dirigió a la mesilla, agarró una cajetilla de cigarrillos, sacó uno y lo encendió.

—¿Y? —como Simran no le contestó inmediatamente, alzó la mirada—. ¿Simran? Te he preguntado

—Deberías dejar de fumar —le dijo Simran.

Raj entrecerró los ojos y la estudió en silencio antes de contestar.

—Lo haré.

—¿Cuándo?

—Uno de estos días.

—¿Qué día será ése?

—¿A ti qué más te da?

Simran se encogió de hombros.

—Es malo para la salud.

—Eso es problema mío.

—Y de todos los que están a tu alrededor.

Raj sostuvo el cigarrillo frente a él y lo examinó de cabo a rabo. Después miró a Simran y sonrió.

—Si te casas conmigo, dejaré de fumar.

Simran soltó una carcajada y sacudió la cabeza.

—Nunca te das por vencido, ¿verdad?

—Nunca.

—¿Y qué pasará si acepto?

—Di sí y lo averiguarás.

Se miraron sonrientes, pero poco a poco fueron desvaneciéndose sus sonrisas. Raj recorrió el rostro de Simran con la mirada y descubrió la confusión que se reflejaba en sus hermosos ojos verdes. Pero no dijo nada. No podía. El balón estaba en el campo de Simran, era ella la que tenía que dar una respuesta.

El corazón le latía en el pecho como si estuviera esperando la sentencia de un jurado. Con aire desafiante, se llevó el cigarrillo a los labios y dio una profunda calada. Soltó el humo y lo observó elevarse en el aire.

—Vamos Simran, dilo —dijo burlón.

Simran caminó lentamente hacia él, y como si estuviera tocando la cosa más repugnante del mundo, le quitó el cigarrillo de los dedos y lo aplastó en el cenicero.

Simran lo miró, consciente de la gravedad de lo que acababa de hacer. El rostro de Raj se iluminó con una sonrisa, y sus ojos chispeantes lo dijeron todo sin necesidad de que pronunciara palabra.

Se movió hacia ella y Simran levantó la mano para detenerlo.

—Un año, Raj. Lo intentaré durante un año. Hasta después de que el niño haya nacido.

—Lo que tú digas —contestó Raj con una sonrisa de triunfo.

Le alzó la barbilla y la miró atentamente a los ojos. En ese momento, Simran habría sido incapaz de moverse, aunque hubiera querido. Entonces Raj le rozó los labios, le besó después delicadamente la barbilla y le susurró al oído:

—Vamos a casa.

Encuentro AmorosoOnde as histórias ganham vida. Descobre agora