He aquí una jodida cuestión ©...

By leyjbs

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SPIN-OFF #1 DE LA SAGA CUESTIONES CONTENIDO +18 Un huérfano rechazado por su condición Un tipo rico que lo mo... More

Sinopsis
Prefacio
1. ¿Por qué me siento así?
3. Me estás jodiendo
4. ¿Qué es ser un cretino?
5. Huérfano
6. Canta para mí
7. Por qué no me gustan las compras
8. Condiciones
9. El repartidor
10. Puedo solo
11. Pagar el precio
12. Sin memoria
13. Inflexible
14. Quédate
15. Midiendo límites
16. Todo tú me jodes
17. La liebre y la tortuga
18. P*tamente perfecto
19. Hambre de ti

2. Amado espacio de descanso

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By leyjbs

Tyler

He bajado de peso; las ojeras por trabajar y estudiar y el apretado sueldo me obligan a hacer dieta. No le he dicho nada a Torrance porque no quiero andar de caridades, me puede más el orgullo.

Estoy en la universidad, es medio día y el dinero alcanza para comprar un paquete de galletas saladas. Por suerte no me encontré a Torr, los martes solemos ir a mi apartamento a almorzar, me ayuda con los gastos de la comida cuando se auto-invita a comer, pero hoy tiene un control prenatal; según iría con su madrastra. Apuesto que si me viera en este estado, no va a esa cita por obligarme a comer y hacer un mercado que de seguro pagará.

Dejando de lado el hecho que estoy con escasa comida en la alacena y nulo dinero en mi bolsillo, me dirijo a la biblioteca, mi santuario de medio día, donde puedo hacerme de una mesa alejada para dormir una corta siesta mientras espero las clases de la tarde. Me daría el lujo de ir a mi apartamento pero queda muy lejos, de aquí a que llegue allá a pie —porque sí, eso me toca en estos últimos días del mes—, me daría la tarde.

En la entrada de la biblioteca me recibe una chica a la que he visto estudiando aquí, que es voluntaria e igual que yo es becada. Me tira la onda, suelo evadirle o hacerme el desentendido cuando me halaga pues no es mi tipo.

La saludo con un parco hola; me sonríe y pregunta cómo ha ido mi día a lo que contesto con un bien, igual de seco, aunque sin dejar de sonreírle por cortesía. Le entrego mi carnet de estudiante y ella me da una llave de un casillero para que guarde mi bolso. Despidiéndome a duras penas me adentro a la biblioteca. No miro a nadie; con libros en mano para aparentar que iré a estudiar, voy al segundo piso, me meto por un pasillo laberíntico hasta llegar al rincón más alejado.

Estoy en una mesa encasillada entre dos libreros de piso a techo, con un ventanal que permite la entrada de luz natural. La mayoría de ventanas en el segundo piso tienen la misma distribución, separadas en secciones gracias a los libreros. Me gusta aquí porque queda muy alejado de todo, dándole un aire más tétrico al tratarse de la sección de novelas de terror, misterio y conspiración. Recuerdo que varias veces encontré a Ethan aquí, justo después de salir de un examen, según él, para desestresarse. Yo me quedaba durmiendo y él leyendo.

Como lo esperaba, el espacio a esta hora está desocupado, no hay ni un alma en cerca, si acaso una en pena porque oigo de vez el cuando un rechinido de la madera del piso. Rodeo el pequeño escritorio, dándole la espalda a la ventana, sentándome a mis anchas en una de las sillas libres, que para mi fortuna es cómoda con mi trasero. Me quito las gafas, dejándolas sobre la mesa, igual la sudadera para usarla de almohada, doblándola para darle el tamaño adecuado, colocándola sobre el cuaderno que traje. Corriendo el asiento y acomodando la cabeza de costado sobre la prenda, mirando a uno de los libreros, procedo a dormir.

El cansancio pesa en los ojos tan pronto los cierro, bostezo involuntariamente, tapándome la boca por reflejo. Por suerte el sueño cae tan bien que lo recibo gustoso.

—¿Así que a eso vienes todas las tardes acá? —Aquella voz, tranquila y a la vez reprochadora, me quitan de momento el sueño.

Elevando la cabeza a duras penas, observo al otro lado de la mesa a un tipo rubio, vestido con jean formal, camisa a cuadros negra y una chaqueta parda oscura. Sus azules orbes, inquisidores como de costumbre, no se separan de los míos, como si intentara leerme la mente. Ríe en arrogancia al instalarse la molestia en mi rostro, no es para menos si es un tipo desagradable el que viene a interrumpirme la siesta.

—Solo quiero dormir —declaro, irritado, reacomodando la cabeza en su anterior posición, intentando conciliar el sueño.

Oigo el arrastre de una silla, exasperándome por tenerlo sentado justo a mi derecha. Giro el rostro en dirección contraria a donde está para no verlo, rogando por dormirme de una buena vez. Sin embargo, no puedo, me inquieta saber por qué está aquí, quién sabe con qué razón. Trato de poner la mente en blanco, pensando en los deberes que me esperan en la tarde y la larga jornada de trabajo que me aguarda mañana y para mi fortuna consigo en algo adormilarme.

—¿No tienes hogar acaso para ir a dormir? ¿Eres un mendigo? Lo digo porque eres un becado, supongo que vives de la caridad. —Tenía que hablar, ¡en serio tenía que hablar!

La bilis se me revuelve con esa suposición tan errada. Apretando los dientes e igual los puños que descansan a los costados de mi cabeza, abrupto me incorporo, viendo con rabia al rubio que está tranquilo, con un libro que ha tomado del estante, fingiendo leerlo.

Ahora mi amado espacio de descanso se fue a la mierda con este tipo que es seguro que de ahora en más vendrá aquí para amargarme el rato. Tomo la sudadera, echándomela al hombro, después las gafas las cuales, con manos temblorosas por la ira me las coloco, tomo el cuaderno de un zarpazo y me dispongo a irme. Apenas rodeo la mesa, Rolan me sostiene del brazo, fuerte, impidiendo que me vaya. Cierro los ojos, percibiendo mi agitado respirar, hirviéndome el rostro de rabia. No quiero pelear, en serio que no, pero este tipo me lo hace muy difícil, más si sale con esos comentarios.

—Déjame ir, Rolan, solo quiero descansar —solicito, sonando más a una petición algo desesperada. Abro los párpados; reparo en el aludido que sigue sentado, observándome con severidad.

—Te ves mal. —Solo dice, aligerando el agarra en mi brazo, el cual no demoro en halar para soltarme.

Me reacomodo las gafas que bajan por mi nariz, empujándolas con el dedo índice. Rolan retira la mirada, tensando por un segundo la mandíbula. Apoyando las manos en la mesa, se pone de pie. Suspirando, paso de él, camino para largarme, pero de vuelta el rubio me aferra, esta vez la mano, impidiéndolo.

—Ahora ¿qué quieres? —rezongo, fatigado, remediando de nuevo en él.

Su semblante es otro; aunque inexpresivo, noto un aire inquisidor en su mirar, diría que hasta preocupado. ¡Bah! Qué va a estar este sujeto preocupado por mí.

—¿En serio no tienes dónde quedarte a dormir? —pregunta, juntando leve las cejas.

—Claro que lo tengo —reniego, zafándome de su mano—. Solo que mi apartamento queda muy lejos y no alcanzo a llegar allí al mediodía. —Señalo con la cabeza mi costado, refiriéndome a ese sitio.

En este instante, tan inoportuno, me mando la mano al estómago ya que me ruje, protestando por el poco alimento que le he dado. Escucho una risa opacada. Molesto, reparo en Rolan que me mira burlesco, con esa arrogancia que se carga. Doy un paso al lado pretendiendo marcharme, pero por tercera vez me frena, empuñando parte de mi camisa a la altura del pecho.

—Espera —recalca. No me molesto en verlo; mirando a la derecha, evito ver su cara arrogante—. Por lo que noto, tampoco has comido.

Bufo, soltando una risa irónica.

—Si no me dices no me doy cuenta —reprocho, volviéndolo a ver solo para que tenga en cuenta cuánto me molesta esta situación.

Rolan se muestra diferente. Ya no tiene esa cara frígida sino una de preocupación, que aunque se encarga de camuflarla detrás de su burla, no puede.

—Vamos a mi apartamento, comes allá y descansas.

Tomándolo como la cosa más salida de cuento de terror, mando la cabeza hacia atrás. Con ojos espantados, le tomo de la mano que aún aferra mi camiseta, obligándolo a soltarme.

—No necesito de tu caridad —alego, resentido porque minutos atrás se burlaba y ahora me ofrece hospicio para después echármelo en cara.

—No es caridad, imbécil —chanta, soltándome, a la vez que me empuja con esa misma mano con la que me sostenía.

Retrocedo pasos, torpemente. No dejo de escrutarlo, más que nada para estar pendiente de cualquiera de sus ataques físicos.

—¿Entonces qué es? Minutos atrás me reprochabas que vivo de la caridad y ahora me la ofreces.

Aquello no le gustó para nada. Su rostro se trastoca a una mueca de resentimiento que me quita en algo la valía que tenía para enfrentarlo. Ahora me resulta más alto, intimidante, cuando da una zancada para acercarse. Por instinto retrocedo.

—No es nada, ¿entiendes? —resalta, apuntándome con un dedo.

Retrocedo otro paso para salvaguardarme de un golpe, chocando con la esquina de un librero, golpeándome el codo. Frunzo el gesto de dolor, frotándome enseguida la zona.

—Está bien, si no es nada entonces me iré —suelto. Dando zancadas pretendo por cuarta vez largarme, pero de vuelta me obstruye el paso. ¡Dios! ¡¿Qué mierda es lo que quiere?!

Le veo con furia contenida, reacomodándome las estúpidas gafas que a cualquier sacudida se caen. Se muestra abatido por el enojo, sus ojos son los mismos que me dedicaba cuando estaba con Torrance y temo porque me golpee porque es el lugar propicio para eso.

No lo tolero, de verdad que no, vine por unos minutos de descanso y termino peor que antes. Contraigo las facciones de medio rostro por la punzada que me da en la cabeza. ¡Perfecto! No me podría ir peor, ahora tengo un puto dolor de cabeza. Suelto un suspiro derrotado, agachando la cabeza.

—Ya, pégame —solicito, parco, escueto, sin ánimos—. ¿Para eso viniste en un principio no? —Remedio en sus ojos, en sus facciones contraídas por la amargura, que se relajan por mis palabras—. Anda, en serio. —Extiendo los brazos a los lados, con un ademán le pido que haga lo que sospecho que quería—. Así mi día terminará mejor, hazlo. —Ante eso último soy irónico.

Aguardo, ansioso y reticente una reacción brusca o un golpe imprevisto que me dé de lleno en la cara, sin embargo, nunca llega. Bajo los brazos, inquisitivo me le quedo viendo como él lo hace conmigo.

—¿A qué viniste entonces? —cuestiono, entrecerrando los ojos, ahogando un bostezo que me hace lagrimear.

De nuevo la maldita punzada me da en la cabeza, en conjunto con el dolor de estómago por no comer. Trato de mantenerme imperturbable, pero no evito masajear mi sien para aliviar en algo la futura migraña.

—Vamos a mi apartamento y te lo explico —dice, creyendo que ha sido una eternidad el que al fin pronuncie palabra.

—¿Por qué insistes en que vaya? ¿Acaso me matarás o algo así? —indago, más desconfiado.

—Si te mato, sería en un lugar aislado, sin testigos que corroboren que estuve en esta biblioteca riñendo contigo. —Aquello me da cierto pavor.

Por mi reacción Rolan ríe, revelando sus dientes intactos, una sonrisa que asemejaría a las del comercial de dentífrico.

—¿Qué ganaría si voy? Sinceramente no quiero ir, prefiero quedarme aquí a dormir. —Señalando con el índice hacia mi izquierda, en dirección al escritorio, espero entienda mi posición.

Rolan deja de burlarse, remediando hacia donde apunto.

—Dejaría de molestarte —comenta de lo más resuelto, de nuevo con arrogancia que no me molesta por lo que propone.

Desconfío aún más, que venga en aparente son de paz después de lo sucedido en el bar. La migraña me fastidia, no me deja razonar. Frunzo el ceño y la nariz, soportando una punzada aguda que trae todos los males consigo. ¡Mierda!

—Está bien —bufo, hastiado por esta maldita jaqueca—. Lo hago solo porque me duele la cabeza. —reprendo, cerrando el párpado derecho porque me empieza a doler al recibir la luz en el ojo.

—Okay.

Rolan se adelanta, lo persigo en silencio, teniendo como única guía su ancha espalda. Es un poco más alto, más fornido y mejor vestido que yo, por eso me intimida, porque creo que de la nada me golpeará o dejará en ridículo.

Salimos de la biblioteca después de que abro el casillero y saco mis cosas, entregando la llave a la chica que se despide muy animosa. Él no llevaba nada consigo, lo que me confirma que fue a la biblioteca con el fin de buscarme, ¿para qué? Sabrá el altísimo.

Andamos un par de metros hasta que Rolan echa un vistazo por encima del hombro. Aminora los pasos, caminando a la par conmigo. No me animo a verlo ni por asomo, cabizbajo continuo, percibiendo por el rabillo del ojo su presencia. La incomodidad se asienta, esa sensación de ser vigilado no me deja del todo tranquilo, aunque eso pasa a segundo plano por la migraña que no deja de darme pelea.

—¿Vives solo? —Su voz me espanta, una fracción de segundo donde contengo el dar un respingo. Es potente, sedosa y autoritaria como lo es su dueño.

—Si —respondo, tajante, con la mirada al frente, empujando los lentes que estaba a nada de volverse a correr por mi nariz.

—O sea que trabajas para darte tus estudios —argumenta, a lo que asiento una vez con la cabeza, muy serio. Ojalá no pregunte algo que no quiero responder.

Por suerte se calla. Continuamos hasta que llegamos al aparcamiento que usan tanto profesores como estudiantes, separados por secciones. Según sé, a esta zona sólo tienen acceso los estudiantes que pagan mensualidad por ocupar un espacio. No me extraña que él sea parte de ese grupo.

Llegamos frente a un carro que asemejo a uno que tenía papá; es convertible, negro y de asientos de cuero color beige. Saca de su bolsillo las llaves, con el dispositivo que hace de llavero desactiva los seguros. Rodea el frente, yendo la puerta del piloto que abre, sentándose con propiedad en su respectivo lugar. Por mi parte, voy hacia el asiento del copiloto, con cuidado abro la puerta e ingreso, cauteloso de no causar ningún daño. Me coloco el cinturón de seguridad, cosa que el conductor aun no hace.

—¿Es la primera vez que entras a un carro así? —cuestiona, cuando cierro la puerta y prende el carro.

—No, solo no quiero dañar nada para que no busques una excusa para golpearme. —No puedo amarrarme la lengua para decir lo que pienso. Al fijarme en Rolan, creía que estaría molesto, pero no, se muestra burlón.

—¿Por qué siempre piensas que te voy a golpear? —La diversión en su pregunta me retrae.

—Porque es lo que parece cada que nos vemos, la última vez casi termino con la cabeza estrellada en la pared de un baño. —acuso, evadiéndolo al transformar su expresión a una más severa.

El motor ruge y el carro arranca, tan rápido que me alerta cuando da una curva. Maneja agresivo cosa que no me gusta.

Salimos de la universidad a toda marcha, me sorprende que los de seguridad del campus no le pusieran un alto por manejar a esa velocidad. Al mediodía dejan salir sin problema los autos, por lo que Rolan, confiado, atraviesa la salida para autos que es vigilada por un guarda descuidado.

El viento golpea mi rostro, desordenando el poco cabello que tengo. Tenso me sostengo del asiento a los costados, mirando la carretera. Con destreza Rolan evade las calles congestionadas por la hora pico, doblando esquinas tan abrupto que los cláxones y los abucheos de los conductores furiosos no se hacen esperar.

—¿Podrías manejar más despacio? Parece que estuviéramos huyendo de la escena del crimen —reclamo, subiendo el tono de voz.

Para mi sorpresa, o desgracia, frena en seco, tan fuerte que el cinturón me roza el cuello, lacerándome. Me quejo por eso, frunciendo el gesto.

—Eres un llorón, por todo te quejas —alega el aludido.

—Me quejo para protegerme, conduces como un maniático —reniego, sobándome la zona afectada por el roce.

Suelta una risotada que me irrita, pensamiento que se borra cuando de vuelta pisa el acelerador a fondo. Mi cabeza choca contra el respaldo del asiento que por fortuna no me duele gracias a que es acolchonado.

—Al menos así te olvidaste del dolor de cabeza ¿no?

En eso tiene razón; estoy tan al pendiente de la vía, tan tenso por como maneja, que en algo paso por alto la migraña. Me duele solo un poco, sin embargo...

—Sí, pero ahora tengo náuseas. —Ese es el segundo inconveniente. El estómago se me revuelve, por suerte controlo el reflujo—. ¿Ya vamos a llegar?

—Ya casi —informa, centrado en conducir.

Sortea un par de calles más, tomando vías alternas, no las principales, hasta que al fin llegamos a un edificio de apartamentos, de esos donde el lujo resalta.

—¿Vives aquí? —pregunto, contrariado.

—Sí, hace poco —responde, cortante. Se adentra al subterráneo. Ante el portón vigilado por un guarda, lo deja pasar sin problema con solo verlo.

Luego de recorrer un par de metros deja su auto aparcado y sin darme tiempo de nada, sale de éste enseguida. Pronto emerjo, oyendo los seguros activarse apenas cierro la puerta.

Rolan se adelanta. Me echo la abrazadera de la mochila al hombro, troto un poco hasta alcanzarlo, caminando a pasos presurosos para seguirle el ritmo. Nos adentramos a un ascensor y en silencio vamos hasta donde queda su apartamento, llegando al último piso. Salimos y el mismo trato, él adelante y yo atrás, recorriendo un largo pasillo con algunas puertas a los costados, deteniéndonos, como es lógico, por unas que dan acceso a unas escaleras cortas, que doblan para seguir subiendo hasta una amplio rellano.

Del bolsillo trasero de su jean Rolan extrae una tarjeta que desliza por la ranura de la puerta y esta cede. No me extraña, aunque no deja de sorprenderme el que viva en un jodido pent-house.

No se detiene, entra con propiedad, abandonándome en la puerta. Me cuesta entrar en confianza en la casa de quien sea, no soy de irrumpir si no es en compañía del dueño o de la persona que invita. Por eso, me toma un par de segundos ingresar.

Cierro la puerta tras mi paso, observando con ojos deslumbrados el espacioso y elegante apartamento. Cada mueble es fino, cada piso y pared impoluto. Con sigilo reviso el entorno, que no salga un desconocido con un bate o algo, porque no dejo de creer que esto es una trampa.


•••

¿Qué irá a pasar con estos dos?

Miren que tengo hambre así que voy a dejar este espacio para que dejen sus especulaciones de por qué Rolan lo citó Owo

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¡Saludos y gracias por leer!

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