No te enamores de Ada Gray (L...

Por FlorenciaTom

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Ada Gray decide morir. Se siente una fracasada, está harta de vivir con hambre debido a su miserable empleo c... Más

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8.
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Final de la primera parte
SEGUNDA PARTE

Capítulo 23

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Por FlorenciaTom

Capítulo 23

Una enorme carpa blanca estaba en el medio de un jardín impresionante. La fiesta era en un enorme salón al aire libre y habían elegido como sitio el alrededor de las plantas, árboles y flores de colores que pronto estarían por morir por el comienzo del otoño.

Había un montón de globos con tonos claros en la entrada del jardín, mesas redondas de vidrio con decoración floral en el centro. Había muchos camareros que se movían de aquí a allá, con sus vestimentas de pingüino. En el centro del jardín había una gran alfombra roja hasta un precioso altar con una preciosa mesa larga de mantel blanco y un arco con flores artificiales. En un extremo del espacio había una barra donde se servían bebidas y había varias mesas con diversas comidas e incluso una cascada de chocolate.

Los invitados iban llegando de a poco, con sus regalos y trajes y vestidos de etiqueta. La elegancia y la riqueza estaban ante mis ojos, me sentía intimidada por eso.

Sujetaba el brazo musculoso de Max mientras nos encaminábamos a nuestra mesa asignada. Las sillas estaban cubiertas por una tela blanca y una cinta dorada con un moño detrás del respaldo. Sobre la mesa había platos carísimos, cubiertos por montones y ni hablar de las diversas copas de tamaños distintos.

—Sigo enojada contigo por no decirme que tenías una hermana —lo regañé en un murmuro, molesta.

—Emilia no es mi hermana de sangre —aclaró —. Mis padres y sus padres son amigos de toda la vida, así que crecimos juntos en Argentina. Luego, yo me mudé a Estados Unidos y varios años después ella también. Estudió periodismo deportivo en Chicago y luego se mudó a New York y conoció a su actual pareja con la que se casara. Es tan cercana a mí que ambos nos consideramos hermanos de vida.

—Me alegra saber que me tuviste en cuenta para que asistiera a la boda contigo—le dije, con una sonrisa.

Se inclinó hacia mi oído, haciéndome sentir el calor de su aliento apenas se acercó. De fondo sonaba una de mis canciones favoritas I see you de Missio. Cuando estaba deprimida escuchaba música para escapar de la realidad tan sólo un instante.

—Te llevaría conmigo a donde sea, Ada Gray —me susurró, picaro.

—Iré a donde tú me permitas estar —le contesté.

—Yo te permitiré todo lo que esté a mi alcance y darte un beso en París.

—¿Qué?

No tardó en darme un beso en la mejilla y hacerme sentir cosquillas en el estómago. Cada vez que estaba cerca mío me ponía nerviosa, era tan apuesto, tan firme y duro que era tan tentador en querer arrojarme a sus brazos para que me haga suya. Y quedarme así, toda la vida.

—¿No quieres ser besada en París? —me preguntó, curioso —Una vez encontré una nota en tu apartamento viejo que decía que uno de tus deseos era ser besada en París.

Tragué saliva.

—¿En qué momento encontraste eso? —le pregunté, nerviosa.

—Cuando limpiaba tu apartamento mientras dormías. Lo encontré accidentalmente —me aclaró al instante.

—Suelo escribir notas con lo que a veces deseo —le conté, soltando el aliento, me sentía avergonzada de que haya encontrado algo mío tan patético.

Ser hija de Afrodita me ponía melosa y romántica, a veces. Invitados que no conocían ya comenzaban a sentarse en sus mesas asignadas y algunos venían a la nuestra. No conocía a ninguno. Max y yo los saludábamos con un gesto de cabeza y una sonrisa educada.

—Y me parece precioso que lo hagas —me dijo Max, sin mirarme —. Así que cuando tengas vacaciones te raptaré y te llevaré a Paris conmigo.

—Estás bromeando.

Max me clavó sus ojos color caramelo.

—Yo no bromeo, Gray —volvió a inclinarse en mi oído—. Feliz cumpleaños, bonita—me susurró, con una amplia sonrisa de orgullo y parecía fascinado por mi gesto de petrificación.

—No sé qué decir —musité, sin caer en lo que me decía —. Pero no sigo siendo tu sugar baby —le repetí.

—Lo sé, pero ¿no puedo hacerle ese regalo a una amiga? —Max estaba tan divertido con la conversación que era imposible estar molesta con él por sus locos regalos.

—Me conformaba con un abrazo —inquirí, arqueando una ceja.

—Yo creo que no.

—¡Yo creo que sí!

—En un viaje para nosotros solos te puedo dar más que un abrazo —me dijo, encogiéndose de hombros —. Te daré un abrazo en Paris.

Me hizo reír y apoyé mi cabeza contra su hombro. Aquel gesto mío lo tomó por sorpresa, ya que se puso tenso un instante, pero luego se regaló y apoyó su mejilla en la coronilla de mi cabeza. Cerré los ojos, relajada por su cercanía. Lo había echado mucho de menos. Max no paraba de acariciarme la mejilla, acunándola en su meno y acariciándola con la yema de sus dedos. Era tan malditamente tierno.

—Lo que faltaba, que la traigas a la fiesta.

Ambos levantamos la vista hacia la voz áspera femenina que nos había dirigido la palabra. Mierda. La madre de Max estaba tomando asiento en las dos sillas vacías que faltaban para completar la mesa. Llevaba un vestido blanco ajustado al cuerpo, con un interesante escote corazón, el cabello cenizo recogido en una cola alta y un precioso collar de diamantes rodeándole el cuello. Estaba tan bien maquillada que no aparentaba lo anciana que la recordaba alguna vez.

Pero no venía sola, estaba acompañada por un hombre que no era su esposo. Era corpulento, de tes morena, labios carnosos y ojos verde. Era pelado y tenía en una oreja un aro diminuto.

Al instante recordé aquella imagen en donde alguna vez, los encontré a ambos por accidente follando de la mansión. Ay no, que cochinada acababa de recordar. Me serví agua en una de las copas y me la llevé a los labios, bebiendo. Como si eso pudiera evadir las imágenes sexuales de la vieja y su sugar.

—También me da gusto verte, mamá —masculló Max, molesto por el comentario de su madre.

Yo no dije nada. No tenía intenciones de dirigirle la palabra a una señora que solía agredirme en cada encuentro. Si tan solo estuviéramos solas..., así sí le daría una revolcada por el suelo.

—Así que sigues acostándote con mi hijo —me dijo la señora, entrelazando sus manos por encima de la mesa y apoyando su arrugado mentón en ellas.

No sé qué fue más incómodo, ver la cara de los invitados de nuestra mesa sorprendidos y aclarándose la garganta. El fruncido de ceño de su sugar o Max, tratando de ocultar su rostro entre sus manos. Él tomó una copa con agua y se la llevó a la boca, bebiendo con gran incomodidad.

—Sí, y que rico lo hace —le devolví el golpe a su madre, sin pelos en la lengua y con una sonrisa angelical.

Si algo había heredado de Afrodita era su manera tan educada de responder cuando alguien pretendía atacarla de forma verbal. Mi madre había soportado tantos insultos a lo largo de la historia.

—Ada, por favor —carraspeó Max, apenas moviendo los labios.

—Déjala Max, con sus respuestas veo claramente el nivel que tiene. Y no es muy bueno que digamos —le dijo su madre, fría y sin importarle mi presencia. Luego se dirigió a los tres invitados que se encontraban en la mesa—. Hay tres sillas vacías en la cuarta mesa ¿podrían darnos más intimidad por favor?

—Mamá, las sillas están contadas y seleccionadas para cada invitado. Emilia se enfadará si decides echarlos. Esta no es tu fiesta —le recordó su hijo, con voz tranquila pero potente, claramente molesto.

¡Pégale con la silla!, pensé.

Las tres personas que estaban sentadas con nosotros se marcharon, disgustadas y murmurando cosas que no logré oír.

—A Emilia no le molestara, ella y yo tenemos una agradable relación. Comprenderá mis acciones. Esa jovencita es un sol, a veces me pregunto por qué no se casó contigo.

Miré a Max, con una ceja arqueada y teniendo un desagradable sabor en la boca. Lo que me faltaba.

—Porque somos amigos, mamá. Por todos los cielos —a Max se le estaba acabando la paciencia y se le notaba.

—Si eran tan amigos ¿por qué se metían a tu habitación cada vez que podían y se escuchaban ruidos extraños? Eso no hacen los amigos, hijo —insistió su madre, apenada.

Listo, mi paciencia se agotó. No quería escuchar más nada.

—Iré al tocador —le avisé a Max, con voz tajante.

Él tomó mi mano para verme el rostro, pero yo se la solté de inmediato. No quería escuchar a la insoportable de su madre hablando del pasado de Max.

—Los novios están por llegar. Permanezcan en sus asientos, por favor —avisó un señor con un micrófono pegado a la boca. Parecía ser el organizador del evento.

Puse los ojos en blanco y me volví a sentar.

Por fin la vieja se calló cuando vimos que el novio ya estaba atravesando por la alfombra roja para llegar al altar y así, esperar a la novia. Luego de un rato, la novia ya se encontraba lista en el comienzo de la alfombra y tenía a un hombre que parecía ser su padre aferrada a su brazo. 

La famosa Emilia que tanto deseaba la madre de Max tener como nuera, tenía el cabello negro ondulado que le caía como cascada sobre los hombros junto con un velo precioso. Su vestido era tan soñado que más de una vez tuve que obligarme a cerrar la boca, ya que quería permanecer abierta. Era un vestido de princesa, blanco, con detalles que parecían de cristal y tan caro. Emilia era hermosa y sentí una punzada en el pecho al pensar en que Max había estado con ella.

—Es más bonita que tú —me susurró la madre de Max, con una sonrisa maléfica.

—Y que usted —le murmuré, sin dejar de mirar a la novia.

La vieja se removió en el asiento, ofendida por mi comentario. Por lo menos la hice callar un rato. Dirigí la mirada hacia Max, a quién lo encontré mirándome con cierto brillo en sus ojos.

—¿Qué pasa? —le pregunté, curiosa.

—Nada —respondió, soltando el aliento —. Sólo pensaba en lo hermosa que te verías con un vestido de novia.

—Me vería mejor con un baby doll blanco —le dije, y le di un guiño de ojo.

Sus mejillas se ruborizaron y evadió una sonrisa, mordiéndose el labio inferior.

—Eres una loquilla, Ada Gray. Deja de intentar corromper mi alma pura —se río, pasando su brazo por el respaldo de mi silla y depositando un beso en mi frente.

Cuando los novios soltaron el famoso “si quiero”, se besaron y los invitados recibieron esa unión con aplausos, chiflidos y alegría contagiosa. La comida llegó a la mesa, comimos en silencio y cada tanto veía a la vieja mirarme y refunfuñar para sus adentros. Que insoportable que era, por el amor de Dios. 

Me pareció muy extraño que Walter, el padre de Max, no asistiera a la boda. Luego recordé que se encontraba en Argentina y me olvidé de él. Hubiera sido un golpe horrible verlo de nuevo, no quería cruzármelo, aquel hombre me había marcado tanto que cada vez que lo recordaba, me entraban ganas de llorar.

—Voy al tocador —le avisé a Max, finalmente cuando todo estaba tranquilo y tomando mi bolso de mano.

—Bueno, amor.

Amor, sonaba tan bien saliendo de sus labios.

Encontré el baño de pura suerte. Era público y gracias a Dios no había nadie. Me miré en el espejo, me sentía tan incomoda en aquella fiesta que tenía ganas de marcharme, pero aquello lo hacía por Max. Sólo para estar con él y tenía la intención de escuchar qué intenciones tenía conmigo. Hasta el momento no había dejado de soltar cosas bonitas y de endulzarme el oído. No podía dejar de sonreír cuando pensaba en eso. Era una sensación tan bella, tan inexplicable.

Puse los ojos en blanco al ver que la madre de Max había ingresado al baño y se ponía a mi lado con la intención de retocarse el labial rojo que lucía. Yo también había venido con esa intención. 

—Mi hijo sólo está contigo para mantenerte controlada. Eso debes saberlo ¿no? —me habló la señora —Una joven que se cree lista como tú, debe saber las intenciones que tiene un hombre.

—¿A qué se refiere? —le pregunté, con un hilo de voz.

Algo me decía que ella no estaba enterada de mi intento de suicidio y que había algo más. Su voz inquiría eso. 

—Walter, mi esposo, le ofreció a nuestro hijo que sea el encargado de dos restaurantes nuestros con una sola condición: que te mantenga controlada y vigilada para que no tengas intenciones de levantar acciones legales contra Afrodita Restaurante —contestó, con soberbia pasando el labial por su labio inferior y se detuvo para mirarme—. Luego del escándalo con la prensa y la reputación que se ha hecho por tu manifiesto público con clientes en el lugar hace unos meses atrás, nos ha sorprendido que no tomaras acciones legales contra nosotros. Así que, Walter, cuando se enteró que andabas con nuestro hijo le ofreció ese puesto. Max necesitaba dinero e independencia del todo, así que, ¿cómo rechazar algo tan sencillo como meterte el pito en la boca para hacerte callar y así, ganar dinero? Todos ganábamos, piénsalo—sonrió, angelicalmente —. Max obtendría lo que tanto había querido: una buena relación con su padre, incluyendo su aceptación, mucho dinero, y una zorra a la cual contentar con carita de porcelana, pobre y que su ambición es que le llenen los bolsillos de billetes.

Sus palabras me dolieron con tal magnitud que con tanta información recibida se me habían llenado los ojos de lágrimas y mis labios no paraban de temblar.

—Eso no es verdad —mi voz se quebró.

La madre de Max sonrió aún más al ver mi estado.

—No lo digo para mortificarte —mintió, encogiéndose de hombros —. Era hora de que alguien te sacara la venda de los ojos —metió su labial en la cartera, y se dirigió hacia la puerta, con intención de marcharse. Pero antes, se dio la vuelta y me miró —. Max haría lo que fuera por salvar la reputación familiar. La familia siempre es primero. Pero ¿qué vas a saber tú si no tienes familia?

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