Lujuriosos Pensamientos

By Storiesscris

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Siendo el dueño más joven del club tendría menos aguante a la hora de no caer en la tentación de algo llamado... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44 (Final)
Epílogo
Extra
Extra Navideño

Capítulo 35

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By Storiesscris


Mentiría si dijera que no estaba intrigada por saber lo que le esperaba en el club, nunca había visto una de esas dichosas escenas y le picaba la curiosidad por saber cómo eran, o mejor dicho, por saber cómo se sentían.

—¿Quieres jugar, vainilla? —preguntó en voz baja, mirándola de esa forma penetrante que le ponía los vellos de punta.

—Depende del juego, no soy una niña para esas cosas...

—Jugar no es solo cosa de niños —anunció.

Sus miradas conectaron, manteniendo esa conversación que sus bocas todavía no se atrevían a tener. Layla tenía muy claro que ese tipo de juegos no eran para niños y se vio muy tentada a decir que ella todavía era una niña y que no le permitiría nada de eso. Pero no. Todo su ser ardía de excitación, su coño estaba mojado desde que él le mandó quitarse las bragas, su acelerado pulso la delataba. ¿Por qué habría de esconder algo que era tan obvio? Tenía ganas y quería que él fuera quien le enseñara todo, no había tenido suficiente con los azotes, ni con las ataduras ni las mordazas. Ella quería más y él estaba dispuesto a darle más.

—Entonces juguemos, Erick —aceptó, dándole un ligero asentimiento.

—El juego empieza en cuanto entremos en el coche, no habrá vuelta atrás —explicó—, si quieres que esto pare, que yo pare, lo que sea, solo tienes que decirme tu palabra de seguridad.

—¿Cuál es mi palabra de seguridad para esta noche? —inquirió.

No era una sumisa. No tenía claros los límites de los colores, a pesar de que estos eran muy obvios, ni tampoco había establecido una palabra fija para todas las sesiones. No.

—Esa la decides tú, vainilla —alzó sus cejas—. Tiene que ser una de la que te acuerdes con facilidad, de lo contrario estarás jodida.

Asintió, estando de acuerdo. ¿Qué palabra era esa de la que se acordaría en pleno acto sexual si las cosas se le iban de las manos?

Vainilla.

Él la nombrada de esa forma así que no había forma humana de no acordarse de dicha palabra.

—Ya la tengo —asintió—, la palabra de seguridad será "vainilla".

—Predecible —sonrió de lado, dándole un ligero asentimiento para indicarle que estaba de acuerdo—. ¿Nos vamos?

—Vamos —fue la primera en ponerse de pie, seguida de él, quien lo hizo después de dejar un par de billetes encima de la mesa.

Una vez dentro del coche se dio el lujo de soltar un largo suspiro que no sabía que estaba reteniendo, él la miró con diversión antes de estirar su mano para abrir la guantera, sacó una pequeña bolsa aterciopelada de color verde y la dejó en sus piernas. Le pidió que la abriera, sin moverse de su sitio y sin poner las llaves en el contacto. Ella, obediente, lo hizo.

—¿Qué es...? No me digas que... —arrugó su nariz.

—Bolas chinas, Layla, sirven para la estimulación sexual —indicó, dándole un ligero toque en la rodilla para que separase las piernas, ella lo hizo de forma inconsciente—. ¿Dónde las quieres?

—¿Cómo? —preguntó desconcertada.

—Tienes dos preciosos agujeros aquí abajo, en cualquiera se sentirán muy bien —chasqueó—. Deja de ver tu ano como un tabú, vainilla, te aseguro que puede darte tanto placer como tu coño.

—No quiero que me metas nada por el culo, gracias.

Se encogió de hombros, anunciando que era una verdadera pena y diciéndole la de cosas que podría hacerle por su entrada menor. Sin embargo, cogió las bolas en sus dedos y las introdujo en la mojada entrada de su vagina. Ella gimió, alzando sus caderas ante la intromisión y miró avergonzada al dominante.

—Una vez que estemos en el club te las retiraré —le guiñó un ojo—. Intenta no tocarte mientras tanto.

—¿Por qué habría de...? Oh... —cerró sus ojos al sentir su estimulante efecto, contuvo las ganas de frotarse allí contra el asiento.

Él aguantó sus ganas de reír y puso en marcha su trayecto, en el camino no dijo ni la más mínima palabra solo porque quería disfrutar de los jadeos involuntarios de la adolescente, la forma en la que se movía en el asiento la delataba, de todos modos no era algo que Erick no supiera ya. Estaba cachonda. Su cuerpo ardía. Cada maldita zona palpitaba y reclamamos por él. ¿Podría tener un orgasmo con solo imaginarse lo que le esperaba en el club? No estaba segura para confirmar algo así pero la lujuria la estaba llevando al borde de la demencia, juraba que el mínimo toque de él en su cuerpo le haría correrse, por más exagerado que eso sonase.

—Como sigas así voy a detener el maldito coche y follarte contra ese jodido asiento hasta que no sientas las piernas —advirtió—. Compórtate.

—Decirlo es más fácil que hacerlo —gruñó, echando su cabeza hacia atrás—. Te detesto.

—Yo creo que me amas... Y mucho, además.

—No, te detesto —repitió—. Estoy tan jodidamente necesitada... Quiero que me toques, deseo que tus manos recorran mi piel, ansío que me folles sin piedad... No me gusta sentirme así, es una rara vulnerabilidad a la que no me acostumbraré con el tiempo

El pelinegro no respondió, no quería adelantarle todo lo que le esperaba en esa noche que se haría tan sumamente corta, no alcanzaría para mostrarle toda perversión que tenía en mente pero al menos sería un gran paso.

—Quítate la camiseta —ordenó, dejándola estupefacta no semejante orden.

—No, no puedo... No llevo sujetador.

—Hazlo, Layla, ahora.

Clavó sus uñas en las palmas de sus manos y se mordió los labios para no darle una mala contestación de la que se arrepentiría más tarde. Después, sin protestar, tomó la prensa con sus manos y se la quitó del cuerpo. Tragó saliva, sintiéndose expuesta, todavía tenía un pequeño complejo con sus tetas pero no era algo que el dominante no solucionara cuando ponía sus manos sobre ellas.

—No puedo entrar así al club... ¿Qué van a pensar los maestros y sus mujeres? ¡Por Dios? ¿Qué pasa si mi padre y mi madre están ahí esta noche? —se alteró, dispuesta a ponerse la camiseta.

—Como te pongas eso te juro que te dejo sin caminar durante un puto mes —amenazó, aparcando el coche cerca del club.

Ella soltó una risa, la risa que le entraba en situaciones de pánico, la que delataba su nerviosismo. Erick se sacó el cinturón de seguridad e hizo lo mismo con el suyo, acto seguido se inclinó y besó de forma ardiente los labios de su acompañante, mientras que una de sus manos palpaba sus pechos. Ella gimió cuando sus dedos pulgar e índice hicieron pinza para pellizcar sus pezones, era una sensación agridulce que soportaba y enviaba calores a su entrepierna.

—Me he encargado de todo, no temas porque alguno de los chicos pueda verte —la calmó—. Los que están en el club a estas horas se encuentran ocupados en su sección, los que no están no tienen intenciones de venir. ¿Confías en mi?

—No debería... Pero si, confío en ti.

—Entonces bájate del coche y vamos, nos espera una noche interesante —señaló con la mirada el exterior, sonrieron con malicia porque sabía que las bolas que llevaba en su interior harían más efecto con el movimiento de su cuerpo.

Lo hizo, sintiendo como el aire fresco de la noche chocaba con su piel y la erizaba. Frotó sus brazos para que entrasen en calor, tratando de pasar por alto las palpitaciones que eran cada vez más intensas en su centro húmedo, y siguió del cerca al dominante, que ya había echado a andar hacia la puerta. Abrió y dejó que ella entrase primera, la chica de recepción no hizo ni la más mínima pregunta, solo sonrió con complicidad. Después, en ese cómodo silencio, caminaron hasta la sección principal del club, en donde había la misma gente que un día cualquiera. Layla pensó que todos allí la mirarían, pero al parecer estaban acostumbrados a la desnudez y no les llamó para nada la atención.

—Dime, vainilla, ¿en qué lugar quiere que te folle? —susurró en su oído—. ¿Contra la barra, quizá? ¿O en la mesa de los maestros, malcriada?

—No sé cuál de las dos opciones me gusta más...

—Si que lo sabes —gruñó—; pero yo también, así que camina hasta allí, inclínate sobre la puta mesa, pon tus manos en la espalda y separa esas piernas que voy a follar tu delicioso coño.

Gimoteó, desvergonzada. No lo hizo esperar y casi corrió hasta la mesa que ese día estaba vacía, pues los dueños del local estaban a otras cosas. Erick llegó hasta ella quitándose el cinturón, no tardó en envolver sus muñecas con este para impedirle que las moviera, levantó su falda para dejar su culo expuesto y no dudó en darle una nalgada que le hizo presionarse más contra la mesa.

—Tienes una piel tan blanca... Y yo deseo ponerla tan roja —exhaló, cerrando los ojos para poder controlarse.

—Hazlo... Por favor, Erick, hazlo...

—Niña tonta... No tienes ni la menor idea de lo que me estás pidiendo —gimoteó, chocando otra vez la palma de su mano contra la nalga de la chica, viendo como esta enrojecía con la acción—. Dije que iba a follarte y eso haré. Y si entra tu padre por esa maldita puerta y nos ve, no dudes en qué gemiré tu nombre y embestiré con fuerza en tu interior, no va a detenerme, no esto noche.

El pensamiento, por alguna extraña razón, no hizo más que avivar el fuego en el cuerpo de ambos.

Coló su mano entre sus piernas para poder sacar de su interior las bolas chinas, sonrió con orgullo al tenerlas llenas de la excitación de la adolescente, habían cumplido a la perfección con su función. Le hizo abrir la boca para dejárselas en esta, dándole a probar sus propios fluidos.

Desabrochó su pantalón, liberando su erecta polla y rozó esta en sus húmedos pliegues, su coño la aceptó, como si estuviera esperando por ella desde hacía rato y la apretó con fuerza cuando él decidió embestir en su interior. Una de sus manos estaba puesta en su espalda baja mientras que la otra presionaba su cabeza contra la mesa, manteniéndola allí de forma firme.

—Estás tan apretada... Y eso me gusta tanto —gruñó, haciendo más presión con sus manos y acelerando el ritmo de sus embestidas. Ella no necesitó mucho más para correrse, había estado esperando ese momento desde que se subió al coche—. Oh, ¿te acabas de correr sin mi permiso? No, Layla, eso no ha estado bien.

La fuerte nalgada le hizo gimotear de forma dolorida, su piel ya estaba sensible y la fuerza del golpe había sido mayor a las simples palmadas que solía darle.

—Tú no puedes correrte sin que yo te lo diga, ¿ha quedado claro? —interrogó, esa asintió de mala manera—. Palabras, Layla, dímelo con palabras.

—Si, señor —dijo con voz ahogada, como pudo.

—Eso es —empujó con más fuerza de la necesaria, tocando un punto al que no había llegado ni cuando ella lo montó en su dormitorio. Lo sintió. Gimió de forma sonora, un sonido que retumbó en los oídos de su acompañante por minutos.

Sus caderas chocaron contra sus nalgas una y otra vez, la fricción de sus sexos era cada vez más explosiva, el fuego se había encendido para no apagarse hasta el amanecer.

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