El vacío que llenas

By Elygweasley

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Jack está a la cabeza del nuevo orden y el libre albedrío una regla básica para que los humanos sean libres d... More

Capítulo 1: Prefacio
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24 - Epílogo

Capítulo 21

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By Elygweasley


Castiel había llegado muy temprano a su oficina, mucho más que cualquiera que trabajara allí. Una hora después, se encontraba sentado en su escritorio atento a la llegada de los empleados, su mirada en ningún momento se apartó de la puerta cerrada que tenía casi al frente. Entre los recuerdos de lo que había pasado entre él y Dean y la llamada que tuvo de Hans por la noche, lo tenían en una especie de limbo en el que se encontraba sin opción a salir, aunque debía reaccionar. Por eso, cuando escuchó a Catarina llegar, luego a Dean y que este le decía a ella que ya se sentía bien cuando la secretaria comenzó a bombardearlo con preguntas sobre su salud, él casi se sintió hiperventilar.

«Su salud...», meditó Cas mientras escuchaba al par conversar.

No fue ningún virus, sino la borrachera que se pegó por alguna razón y que fue la real responsable de la resaca que no le permitió llegar el día anterior a la oficina; así es que se preguntó: ¿cómo hizo para engañar —sí es que lo hizo— a Miguel y que este lo cubriera con todos? En eso, la voz de Dean preguntando por él hizo que el aire se atoraba en su garganta.

La voz de su amigo se había escuchado centrada e incluso creyó percibir un tono alegre en ella. También se sorprendió de poder escuchar con perfecta claridad su conversación cuando la puerta estaba cerrada y entre su escritorio y el lugar donde estaban ellos no era tan cerca, a pesar de escuchar la conversación amortiguada; sin embargo, pensó que se debía a que era aún temprano y los sonidos propios de la oficina todavía no dominaban el lugar. Escuchó como Dean le decía que iría a su oficina y la conversación se acabó después de escuchar la puerta de su amigo abrirse y cerrarse.

Ninguno de ellos se había dado cuenta de que Castiel ya estaba en su oficina, además, nadie lo había visto llegar, solo el conserje a quién le dio instrucciones de no decir a nadie que había llegado.

Él no quería ver a nadie, aún.

—Serafín, dime la razón por la que te estas escondiendo en realidad —la voz de Gabriel lo sacó de su ensimismamiento.

Miró hacia la dirección de donde venía la voz de su amigo y lo encontró sentado en el sillón que estaba a un lado mirándolo con esa expresión sonriente que casi siempre tenía.

—Te dejé entrar en algún momento y olvidé que lo hice... —especuló Castiel más para sí mismo que para su amigo, este le sonrió, pero no dijo nada.

—No le des más vueltas y no te escondas —insistió.

—Tú no me llamas serafín de cariño —aseveró Castiel entornando los ojos y obviando lo que le dijo Gabriel—. Lo haces como si fuera algo cierto. Un hecho.

Castiel lo vio levantarse, al parecer ya sin fuerzas para negar o afirmar nada, y sentarse en la silla que estaba frente a su escritorio haciendo que ambos estuvieran frente a frente. Él se acomodó hacia atrás y sin quitarle la vista a Gabriel que estaba con una expresión serena, se preguntó qué le pasaba por la mente a su amigo.

—Es que lo eres, Castiel.

—Dime una cosa —siguió sin dar crédito a la afirmación que dio, envalentonado por la extraña y repentina racha de aparente sinceridad mostrada por su amigo— ¿eres así de perspicaz para leer mentes o tienes poderes sobrenaturales?

Gabriel antes de responder imitó su postura y cuando habló lo hizo con calma.

—Un poco de ambos —respondió, y Castiel lo hubiera tomado como una broma sino fuera por la expresión seria que le vio—, pero jamás he violado tu intimidad o privacidad, hermano.

Castiel frunció el ceño, sentía que Gabriel le decía la verdad, lo sabía en todo su ser y algo le decía que ya no siga preguntando, pero él estaba harto de ser precavido. Necesitaba tomar decisiones importantes y sobre todo necesitaba dejar en claro que no permitiría que lo trataran como un inválido, como alguien que no sabía ni podía defenderse ni pelear por lo que quería.

Esa empresa les demostraba a todos su alta capacidad para tomar decisiones cuando se requería.

—No eres un inválido y sé que soy el mayor responsable de hacerte sentir así. Te he sobreprotegido, pero no puedo permitir que sufras, no de nuevo.

—¿No qué respetabas mi intimidad y privacidad? —Amonestó Castiel entre divertido y algo asombrado de comprobar que en realidad su amigo decía la verdad sobre sus habilidades, pero siguiendo negándose a tratar de entender lo que no tenía sentido para él.

—Castiel, ve y habla con Dean, aclaren sus sentimientos y ya dejen de bailar solos cuando bien es sabido que lo hacen juntos, y muy bien.

Por un momento, tuvo la penosa impresión que él sabía lo que había sucedido en casa de Dean entre ellos y eso lo mortificó profundamente. Lo bueno fue que si era así, Gabriel tuvo la decencia de quedarse callado y no hacer ningún comentario al respecto, lo que agradeció hondamente.

—Así es que soy un serafín de verdad... —señaló Castiel en un intento de llevar la conversación a terrenos más seguros.

—Sí —respondió Gabriel y añadió con una sonrisa—, y yo soy un arcángel, por supuesto. Igual que Miguel.

Castiel soltó una carcajada corta que era más por los nervios que los tenía a flor de piel. Las ocurrencias de su amigo tenían niveles colosales de vanidad.

—¿Arcángel? ¿Por qué no me extraña? Y seguro que Hans también...

—No, él y tú son ángeles, pero tú eres el comandante de todos —afirmó con lo que le pareció orgullo en la voz.

—En todo caso —Castiel intentó no enloquecer por lo que le decía ya que no tenía sentido alguno—, ¿ese no sería Miguel? Qué no te escuche o te montará una grande —respondió con el ánimo mucho más ligero.

—Castiel, ve y habla con él.

La voz serena de Gabriel le hizo sentir como si le hubiera recorrido mil volteos por sus venas, haciendo que él deseara obedecerle, pero también sentía que la decisión era suya al final.

—Sí, la decisión siempre será tuya de dar el primer paso, serafín. Cómo siempre ha sido, aunque estés supeditado a que él tenga que tomar las decisiones más importantes y esa es la verdadera razón por la cual ustedes dos son tan perfectos juntos.

—De qué hablas... —su tono de voz era bajo e intentó esconder la esperanza que crecía con cada palabra que había dicho Gabriel.

—Ustedes, se complementan a niveles que ni nuestro padre pudo advertir, nunca —afirmó con rotunda y descarnada seriedad.

Y por alguna razón, Castiel, supo que él decía la verdad incluso en lo que ni idea tenía de lo que afirmaba sobre temas que no tenían sentido alguno para él.

—Ve, serafín.

Castiel cerró por un momento los ojos para intentar calmar a su galopante corazón, para cuando los abrió, sabía que él tenía que dar el primera paso y solo esperar no terminar absorbido por la desilusión o algo peor, el rechazo. 


*****

Dean salía de su oficina con unos documentos en la mano para entregárselos a Catarina, cuando la puerta de la oficina de Castiel se abrió y vio a su amigo salir y detenerse en cuanto lo vio. Ambos se quedaron mirando por un momento, envueltos en alguna clase de burbuja en la que Dean tuvo recuerdos muy vívidos sobre el sueño que había tenido el día anterior y que fue tan realista que aún podía sentir los estragos del impresionante orgasmo que había tenido después que en su sueño Castiel le diera la mejor mamada que jamás le hubieran dado.

—Señor Novak —la voz de Catarina rompió el momento haciendo que Dean se sintiera nervioso y torpe con los documentos que tenía en la mano, necesitó contenerse de saltar de un pie a otro mientras no sabía bien a donde mirar—, llamó la secretaria del señor Smith para finiquitar el almuerzo que tendrán el fin de semana.

—Sí, Cata, por favor, solo anótalo en la agenda y recuérdamelo un día antes.

—De inmediato —respondió eficiente la secretaria y Dean no quiso mirarla para saber si notó o no el momento que pasó entre ellos.

No pudo evitar ver cómo se acercaba Castiel y supo que ambos debían hablar, así es que sin decir nada, ambos entraron a su oficina, cerrando la puerta tras su amigo. Dean siguió hasta su escritorio donde dejó los documentos que no entregó a la secretaria y sin darse la vuelta, habló con voz serena muy a pesar de que en su interior era un caos.

—No fue un sueño, ¿cierto?

—No —fue la respuesta de su amigo y Dean cerró los ojos intentando que su respiración y su corazón se tranquilizaran.

—Lo siento, Dean, sé que debí hacerte ver que no dormías. No debí...

—No, yo sabía que no era un sueño —se sinceró en voz baja. Ya no había razón para engañarse más ni negar lo sucedido.

Porque Dean siempre lo supo.

Y negarse a creer que una persona tan maravillosa como Castiel Novak pudiera sentir o querer algo con él, era simple y llanamente imposible de creer o comprender.

—No puedes pensar eso, Dean.

El aludido se tensó y volteó la cabeza para mirar a Castiel. La determinación que notó en sus expresiones le hizo estremecer y lo asustaba a muerte.

No, no otra vez, por favor, no lo quiero perder.


******

Castiel no supo bien cómo pudo saber lo que pensaba Dean, pero cómo si hubiera despertado de un letargo pudo tener el conocimiento de que él no se sentía digno de que pudiera sentir algo por su amigo. Eso no lo permitiría porque Dean era una de las mejores personas que jamás conoció y haría todo para demostrarle que juntos podían tener algo especial si tan solo le diera una oportunidad. Al ver su rostro que reflejaba miedo no pudo entender, o tal vez sí, su reacción.

—Dean escúchame —le dijo mientras caminaba para estar más cerca de su amigo y este se daba la vuelta lentamente mientras lo miraba con la misma expresión en su rostro—. Me gustas, siempre me has gustado. Desde la primera vez que te vi, incluso antes, sentía como si un alma me llamaba, me habla en sueño como si estuviera susurrando una plegaria y cuando te vi aquella primera vez entre esa lluvia extraña de luces, algo dentro de mí supo que al fin te había hallado, aunque todo eso no lo quise aceptar en un inicio y preferí solo ocultarlo en lo más profundo de mi ser.

—Eso es... imposible —susurró Dean sin quitarle la vista—, yo...

—Siempre he tenido esa sensación de que el vacío me absorbía. Esa soledad que sentía y que me reclamaba a cada paso de mi vida era como si tuviera una fecha de caducidad que llegaría en cuanto fuera feliz. Hasta que llegaste a mi vida y sentía que algo encajaba. No me di cuenta en un inicio, pero ahora lo sé —insistió Castiel.

—Cas... —un ruego casi silencioso.

—Me pregunté —continuó— qué tan cierto era lo feliz que fui antes del accidente, si era verdad que había amado tan profundamente que sospeché en algunos momentos que tal vez fue eso la causa de esa tragedia que me quitó más de un año de mi vida ¿y sabes? No entendía del todo cuando me preguntaba una y otra vez cómo sería la felicidad para mí, la verdadera. Caí en la que ahora creo fue un error, pensar que teniendo una familia propia ese vacío se llenaría y al fin sería feliz, feliz de verdad —sus palabras eran casi desesperadas mientras abría de par en par las puertas de su corazón y alma—. Por eso decidí tener un hijo, pero eso no se pudo —Castiel tragó saliva porque el no haber podido concebir siempre le causaba un dolor grande en el pecho—. Pero ahora...

—Cas... ¿por qué ahora dices esto? —El miedo se coló en las palabras de Dean y por alguna razón entendió su reacción de casi terror que vio en su mirada, en su expresión, pero él debía decir todo lo que ahora se había revelado para él—. No lo hagas, Cas... por favor...

—Pero ahora —enfatizó—, entiendo que la felicidad no es el tener lo que uno cree que le falta, sino realmente sentir aquel amor puro, el que no espera nada a cambio...

—De qué...

—Eres un hombre que hace pensar a todos que no ha pasado por nada. Que tiene una familia que lo ama, pero a pesar de estar junta, tú la sientes lejana, cómo si no fueran los correctos, pero sí los perfectos. Te sientes en una vida en la que has conseguido mucho y a la vez sientes que no has vivido nada, pero sobre todo los que te rodean, una vez más, no se sienten los correctos —vio a Dean estremecerse ante sus palabras—. Es exactamente como yo me siento y siento mi entorno.

Castiel necesitó tomar aire porque tenía la sensación de un leve déjà vu que le electrizaba la piel cómo si fuera una advertencia silenciosa, aun así, necesitaba decir todo lo que sentía.

—Cas...

—Eres un hombre muy protector, pero no al punto de aprisionar a quién proteges, le das opciones, le das la fuerza que necesitan para seguir adelante. Confías, te molestas, la jodes, amas... y sin embargo, te menosprecias a tal punto de que te cierras a lo evidente.

—No te comprendo...

—Piensas que está bien vivir en tu infierno personal cuando algo no haces bien y te niegas a ser salvado porque corres y te obligas a dar marcha atrás o a no hacer más en muchas ocasiones, pero tienes tu manera peculiar de rectificarte, de pedir disculpas, muchas veces, sin pedirlas realmente.

Esto último Castiel no pudo evitar sonreír levemente al recordar, casi con ternura, todas las veces en que ellos habían discutido por algún arranque tonto de Dean.

—Yo...

—¿Ahora sí te das cuentas de la razón para decirte todo esto?

Dean de improviso lo tomó de los hombros y con la mirada casi enloquecida lo sujetaba cómo si con eso quisiera evitar que él se fuera a alguna parte, miedo líquido arremolinándose en sus pupilas dilatadas, cuando eso era lo que él menos pensaba hacer, desaparecer.

—No te atrevas a despedirte o a decirme que sientes algo por mí. Entiendes, ¡no lo digas!

Castiel debió mostrar la confusión en su rostro, porque Dean comenzó a repetir que no dijera lo que él realmente le iba a confesar, pero a ya no le importaba nada, solo deseaba que lo supiera.

—Dean, te amo —soltó dejando en esa frase todo lo que sentía por él.

—¡Calla!

Castiel no pudo reaccionar o responder ante el arrebato de Dean porque en ese momento la puerta se abrió para mostrar a Hans, serio, en la puerta. Hizo una mueca al recordar la llamada anterior y de la propuesta que le ofreció, la que en un momento de locura había pensado sería lo correcto, había aceptado sin mediar las consecuencias que traería eso.

—Castiel, vengo por ti.

—¡No te lo llevarás!

El grito que soltó Dean lo asustó y asombró por su arrebato sintiendo que Dean lo sujetaba con mucho más fuerza y sus manos temblaban levemente; a la vez, algo le decía que todo podía volver a repetir si es que ambos no tomaban la decisión correcta; ahora, la pregunta real era:

¿Por qué tenía esa sensación y por qué era tan importante que en esa ocasión fuera distinta?

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