Cripta de amor

By minkyria

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Alex odia que le llamen por su nombre; basta la persona incorrecta con el llamado para hacerlo enojar. A vece... More

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By minkyria

"Alejandro". Alex lleva pensando en su nombre por más de tres días. Es el quinto fin de semana que Lukas se encuentra ahí. Lo ha estado evitando por todo ese tiempo, por razones que no logra entender y ni siquiera se tomó el tiempo de meditar. ¿Es porque lo odia? ¿Porque hay cierto tipo de tensión? ¿Porque lo considera su amigo? ¿Tal vez es que comienza a sacarlo más de quicio de lo normal? O... tal vez, ¿lo pone nervioso? Pues, se crea o no, no hay muchas respuestas a esas preguntas. Parecen sencillas, y lo son, es un sí o un no en casa una de ellas.

     Como sea, su instinto lo llevó a escabullirse por el edificio y las calles con la especial intención de no ver a Lukas ni frecuentrarlo. Hasta casi se topan en el bus, pero prefirió salir corriendo antes que hacerlo.

     Ese sábado, Alex se despertó con una actitud renovada. Se dijo a sí mismo que enfrentaría cara a cara la causa de sus desvelos y la preocupación en su pecho, que parece quitarle aire casa vez que se concentra en ella y en su cabeza no hay nada más. No obstante, importando poco su actitud, en cuanto escuchó el timbre se encerró en su habitación y no ha salido de ella desde entonces. De repente oye a su madre ofrecer un vaso de agua, a Gianna quejándose en voz alta con su chillona voz, hasta se la imagina lloriqueando encima del brazo de Lukas y zarandeándolo de lado a lado.

     Oh... Hay algo que no le agrada en esa idea.

     De inmediato, impulsado por la idea de su hermana, Lukas se pone sus zapatos, y asoma la cabeza por un pequeño espacio que abre en su puerta. La sorpresa lo invade, pues Gianna solamente se encuentra concentrada en su pequeño block marquilla, repasando una y otra vez unos cuadrados que no se ven bien desde su lugar. A sus ojos, Gianna está haciendo lo que debe hacer; sin embargo, algo en él simplemente se siente incómodo en cuanto mira a Lukas prestarle atención a las fotos colocadas en toda la orilla de la pared del comedor.

     Alejandro, muy de por sí, le tiene repulsión a casa una de las imágenes de su casa. Fotos, fotos y más fotos que muestran vergüenzas y situaciones que son terribles de revivir. Que los demás miren las fotos, realmente no solía molestarle. Pero con Lukas, no es la misma situación, ni circunstancias.

     —¡Ah! —suspira Gianna, cerrando su libreta y guardando sus lápices. Ella deja caer la mano en el hombro de Lukas, sorprendiéndolo, aunque después le dedica una sonrisa—. Bueno, fue un día productivo. Fue divertido.

     —Me alegra.

     —Sí... Lukas, no hablas mucho, ¿verdad? ¿Es por alguna razón en especial? O es que le temes a Alex, porque él siempre dice que hablo mucho y bla, bla, bla.

     —Por nada, realmente.

     —Wow. —Gianna se pone de pie, recogiendo sus cosas—. Eso de las tres palabras fue literal, ¿eh? Como sea, tengo que ir a arreglarme. Gracias por venir hoy, espero que sí esté mejorando.

     —Vas bien.

     —Perfecto. ¡Ma! ¡Ya terminó la clase!

     —Dile a Lukas que aguarde ahí, ¡quiero darle algunas cosas!

     La señora Daza ha estado practicando la cocina, más que nada porque su talento innato está algo deteriorado desde que el señor Daza se dedica a imitar comidas que aparecen en la televisión entre semana, cuando el trabajo le permite llegar temprano. Claro, el hecho de tener a Lukas en casa cada fin de semana le ha permitido darse el lujo de hacer comida de más, solamente para ofrecerla y compartirla.

     Aunque odiaba cocinar, ahora que no tiene más que hacer, le resulta un completo pasatiempo.

     —Ya la oíste. —Suelta Gianna, alzando las cejas—. De seguro en tu casa ya se hartaron de tantos postres.

     —Nos agradan.

     —Bueno, me voy antes de que tu límite de palabras se rebase. Hasta el siguiente sábado.

     —Seguro.

     Mientras Gianna desaparece de la escena, Alex se mantiene firme detrás de su puerta, mirando con dificultad a Lukas. El pelinegro no hace nada, de hecho. Se mantiene ahí sentado, en espera de la señora Daza y sus típicos panecillos o tartas extrañas que regala cada fin de semana que se encuentra ahí. A Lukas le agrada ella, siempre lo ha hecho; tal vez porque, a diferencia de muchos, la señora Daza no ve en él nada más que un niño pequeño al que vio crecer y cambiar.

     Alejandro suspira, pero no sabe por qué. Hay algo que le pesa en su pecho y se parece a un deseo, ¿un deseo? Más bien como un anhelo. Es la clase de peso que se tiene cuando no has hecho algo que siempre quisiste hacer, cuando una oportunidad se te va de las manos debido a tu indecisión. Alex ha sentido esta clase de cosas desde hace unos años; esta un tanto traumatizado con las situaciones que le dejaron marcas; marcas que bien podrían ser un producto de su imaginación, la exageración en su punto cúspide y producto de su dramática forma de ver las cosas. Aunque, qué importa; da igual si Alex está siendo dramático, exagerado o si todo lo que termina odiando fue causado por su imaginación, la cosa aquí es que hay algo que le impide realizarse de su deseo.

     Lukas Romero parece estar interesado por lo visual, lo que transmite y lo que no, lo que siente y lo que no. No hay más razones, aparentemente, por las que le guste ver las fotografías. Aparentemente, se repite.

     —Lukas, hijo. —Ella llega al comedor, colocando la mano encima del hombro del joven. Lukas observa a la madre de Alex sonreírle y, aunque quiere hacer lo mismo, no lo logra—. Necesito ir por unas cosas abajo, es para que se acompañe con el pay, ¿podrías esperarme aquí?

     Hay indecisión en sus ojos: ¿Quedarse? ¿Aquí? ¿Sin compañía? Pero, al contrario, en los ojos de la otra hay una clase de... felicidad, extraña, que no quiere quitar.

     —Yo espero.

     —Perfecto, no tardo nada. Me voy, me voy.

     Cuando ella sale de su hogar, Lukas se siente un paco más tenso que de costumbre. No va a mentir y decir que las cosas al estar en la casa Daza no le han complicado un poco la existencia. Después de semanas en las que Alex se escabullía por el edificio de formas inimaginables, evitando a toda costa el encontrarse, resulta un tanto irónico que tuviera que ir a su casa a enseñarle a dibujar a su hermana. Hermana que, por cierto, es más agradable de lo que parecería. Lukas tenía dudas al recibir todas esas advertencias y quejas por parte de Alex sobre Gianna; no obstante, se dio cuenta que Alex solo odia a Gianna porque es su hermana, y ni siquiera es odio, es el típico "me caes mal, hermana" de todos.

     La curiosidad de Lukas lo hace levantarse para acercar su visión hasta las enmarcadas imágenes que reposan en el estante de la pared. Le causa un poco de gracia el ver a Alejandro tan pequeño, pero con la misma expresión de odio repartida por toda su pequeña cara de niño.

     Alex, por otro lado, espía con sigilo detrás de su puerta. Entonces, algo sucede.

     Alejandro tantea el lugar, sin ver señales de Gianna o de su madre o padre, y a Lukas demasiado tranquilo. Así que ha decidido que es un buen momento para dejar su escondite y dar señales de vida. De otro modo, puede que Lukas se olvide que existe y termine dejándolo de lado.

     Aunque, no es como si eso le importara demasiado.

     —Hey.

     El sorprendido Luki hace que Alex sienta perder todo su ánimo y retroceda un paso desde donde está de pie, justamente detrás de las sillas del comedor. Lukas, quien sólo le dedica parcialmente su atención a simple vista, alza las ceja y regresa los ojos hasta las fotos. Decir que Alejandro esperaba menos sería una mentira, lo cierto es que esperaba más.

     —Hola.

     —Te gustan las fotos, ¿no?

     —Ajá.

     Más cortante que lo normal, el pelinegro se dedica especialmente a examinar las fotos. Nah, eso es mentira. Lukas, desde el momento en el que escuchó a Alejandro, ha estado con los ojos posados en algo, pero sin prestar nada de atención; ya ni siquiera sabe qué hacer o cómo actuar, puesto que teme a obtener un Alex escondidizo y perdido.

     No obstante, Alex siente que toda la atención de Lukas se dirige a las fotos. No es que le desagrade, es solo que en su mente e imaginación egoísta piensa que, una vez que alguien te habla lo correcto es prestar atención. Irónico pensamiento, pues incluso cuando Lukas le hizo señales en la calle, cuando estaban cercanos al autobús, lo único que logró hacer fue salir corriendo para evitarlo.

     —Y... ¿Cómo has estado?

     —Bien.

     Lo desagradable de Lukas es que sigue contestándote de buena manera, incluso si no le interesas en lo más mínimo.

     El menor, a pesar de no mirar directamente a Alex, le sigue el paso de reojo. Alejandro se mueve desde las sillas hasta a unos cuantos centímetros de él, recargando su mano en lo que es la repisa y suspirando mientras finge ver las fotografías.

     —¿Necesitas algo?

     —No. —Lukas quiere reírse, porque Alejandro luce tan... patético, que no es característico de él.

     —Qué serio.

     —Bueno... Después esconderte, sales de la nada. Das miedo.

     —No doy miedo.

     —Cierto... Es muy propio de ti ya.

     —¿Qué es propio de mí?

     —Ya sabes, —Lukas alza su mano, para después agitar sus dedos al momento de decir—: esfumarte.

     —¿Cuándo he hecho eso? —Más que ofendido, Alex suena apenado.

     —Ajá.

     Comienza a sacarlo de quicio no tener la atención en la conversación. Es casi como que Lukas estuviera hablándole a la pared, ¿no? Alejandro puede notar que lo único que Lukas se mantiene haciendo es observar esas malditas pero llamativas fotografías. No sabe si es porque realmente odia las fotos o porque Lukas está prestándole atención a ellas, pero no lo soporta.

     —Tenía cosas que hacer. —Alex no se vence en eso de dar razones por las cuales lo ha estado evitando.

     Claro, sin excusas baratas porque hasta él mismo es consciente que todo lo hizo a propósito.

     —Sobretodo la vez en la que saliste corriendo y ya no tomaste el bus.
 
     —Iba a comprar comida para la universidad.

     —En la florería.

     —¿Sí?

     —No tienes que excusarte.

     —No lo —Alejandro baja dos cuadros de la estantería, como acto reflejo de su desagrado—... hago.

      Lukas se voltea a verlo después de notar eso; percibe en él una clase de aura más amistosa que de costumbre, pero no se fia de ella. No es que esté molesto con el tonto de Alex, es solo que no comprende el por qué de sus acciones. A veces las cosas serían más sencillas si Alejandro se dedicara a explicar cómo funciona su mente y cabeza. Es decir, tal vez no le diga "Lukas, me siento mal porque creo tener odio por cosas estúpidas y por eso te voy a evitar por un mes", pero alguna advertencia como "Lukas, no quiero hablar ahora" vendría bien de vez en cuando.

     Es que, si hay algo que le molesta de él, es que no comunique nada con sus variadas palabras. Alex se jacta tanto de hablar con normalidad con los demás si necesita algo, a pesar de las diferencias, pero, ¿de qué sirve hablar y conversar tanto si no llegas a nada?

     —Bueno, ¿qué quieres entonces?

     —Solo soy amable cuando estás en mi casa sin compañía.

     —Bien.

     —¿Estás enojado?

     —No.

     —Bien... —Un silencio allana en su espacio, cosa que de pronto molesta a Alex porque todo es tan irreal que da risa—. Esto es incómodo.

     —Lo es.

     Lukas tiene cara de enojado, actitud de desinteresado, y mente de risa. No puede creer la situación en la que está metido, es decir, está con Alex en su casa y así de la nada él se acercó a hablar. Tampoco es que esté muy conforme y sin rencores por todss las veces en las que fue evadido, pero ya con Alex así de... interesado —se puede decir—, es muy difícil no querer prestarle atención.

     Es que Alex está de pie, a su lado, y ahí se mantiene sin moverse a pesar de que dice odiar tenerlo cerca. También es que sigue hablándole y diciéndole cosas, y dándole excusas cuando le contesta vagamente. Además, a pesar de que carga con su característica expresión de odio, compuesta por unas cejas bajas, ojos desalmados y la boca seria, realmente no luce tan desagradable como en otros momentos. Hay que admitir que, por muy atractivo que Alejandro pudiese ser o parecer, es fácil que su rostro de persona amarga le quite protagonismo.

     Después del silencio que proviene del pensamiento de ambos, Alejandro ha tenido una idea. Una idea estúpida... decisiva.

     Pero buena.

     —Tengo algo que devolverte.

     —¿Ah?

     —Sí. Ven, debe estar por aquí.

     «Seguro se golpeó la cabeza». El menor se repite constante esto en el camino corto, pero en su imaginación largo, a la habitación de Alejandro. Como no sabe dónde posar sus ojos, los mantiene en la nuca del castaño, entonces se da cuenta que el cabello de Alex no ha crecido nada de nada.

     —¿Qué es?

     —Tú ven, y ya, Lukas.

     —Cómo quieras.

     —Ahora quién es el evasivo.

     —Te estoy siguiendo, ¿no?

     —Lo sabes, es tu cara la que me molesta.

     —Ya habías tardado. —Lukas dice esto con cierto sarcasmo, antes de recibir unos ojos jugadores por parte de Alejandro.

     La puerta de la habitación se abre: Alex entra de lleno a su cuarto, pensó desde unos cuantos metros antes que tan limpio o sucio estaba. Afortunadamente, está bastante en orden.

     Lukas no sabe si avanzar más allá del marco de la puerta, por variadas razones pero principalmente considerando la actitud cambiante de Alejandro. Sigue despacio al castaño que se remueve por su habitación; prefiere no fijarse en las cosas que hay dentro, solo se dedica a Alex y a verlo sacar de su cajón un lápiz. Curioso, Lukas se cruza de brazos, y ladea la cabeza cuando el mayor se voltea a verle y le extiende el lápiz.

     —¿Ah? —suelta Lukas, alzando las cejas.

     —Sí, ten.

     Alejandro es la expresión de la seriedad; ni de ríe, ni lo mira con cinismo, no le muestra una pequeña señal de broma. El lápiz, desconocido a los ojos de Lukas, es de un azul un tanto verdoso, una punta casi redondeada y no tiene borrados, un poco pequeño. No recuerda haberle prestado un lápiz, y tampoco hay una razón exacta para haberlo hecho. Lo cierto es que apenas y ha visto al tipo en los últimos... años, meses, semanas, y no sería tan difícil tener en mente que le dio uno de sus lápices.

     Como Lukas decide no moverse, puesto que primero piensa en el lápiz que se le presenta, Alejandro observa bien el objeto antes de asentir y volver a extenderlo desde el borde de su escritorio.

     —¿Y bien?

     —No te he prestado eso.

     —Claro que sí, ¿de qué hablas? Es tuyo.

     —No lo es.

     —Sí, lo es, Lukas. —Insiste—. Es un lápiz de dibujo, no es mío.

     —Pero los míos son azules.

     —Lukas.

     —¿Qué?

     —Me lo prestaste hace años.

     Oh.

     Eso puede ser, sí que puede ser. Pero... es que eso tendría que significar que Alejandro lo ha guardado por mucho tiempo. Y, considerando su situación, es decir, lo que han vivido antes de todos sus problemas, también significaría que ese lápiz no es exactamente un buen recuerdo qué guardar.

     Alex se tranquiliza internamente; un suspiro pesado se escapa de sus pulmones, se distingue pues su pecho se alza y baja junto con sus hombros en vagos segundos. Extendiendo el lápiz hasta Lukas, quien, inmóvil, muerde su mejilla por dentro de su boca.

     —¿Y bien? Tómalo.

     —Voy a entrar.

     —¿Y?

     —Nada.

     —Bueno... ¿Qué esperas? Es tuyo.

     —Sí.

     Romero se acerca lentamente al tipo, tomando suavemente el lápiz y observándolo. A ciencia cierta, no tiene en sus recuerdos el haberlo prestado, se pregunta ¿es una excusa para hacerlo entrar en la habitación? Lukas carece de pensamientos fuera del tono —y sobretodo muy lejanos de su tipo de relación elástica—, va más bien a Alejandro siendo raro y queriendo ser amable, ¿tal vez quiere recuperar su amistad extraña y apenas estable?

     —Gracias.

     —Sí.

     Por primera vez, Lukas mira a su alrededor. Hay algo de nerviosismo que lo invade, de repente se siente un tanto solitario, su mente se ha encerrado en un recuerdo que ha luchado por tener muy escondido dentro suyo.

     Durante toda su adolescencia, o lo que vendría a ser la mitad de ella, Lukas se metió en problemas al hallarse extraviado en un hoyo que parecía no tener fin. Había muchas cosas mal en su vida, quizá no fue tanto los problemas familiares, pero sí los personales. Cuando tu vida parece tambalearse, e inmediatamente te das cuenta que a la mañana siguiente tienes que seguir con ella, las personas a tu alrededor resultan ser un soporte especial para ti. Lukas no tuvo especialmente la confianza de acercarse a nadie. Se sentía, más que extraviado, rezagado en una esquina, sin las ganas de levantarse, pensando en que era una basura que el universo había tirado por ahí, inútil y sin propósito.

     Salió del problema poco a poco, después de una serie de personas que llegaron sin aviso ni compromiso, también gracias a sus padres que dejaron sus problemas de un lado por ayudarlo. Pero después de eso, su personalidad sufrió un cambio. Fue esa actitud de niño inocente, su sonrisa regalada y todo lo que venía encima suyo lo que lo hizo, en primer lugar, generar disturbios a terceros y entrometerse en la vida de alguien, dando su opinión con su parlanchina boca que debe mantener cerrada antes de arruinar las cosas.

     En su encierro mental, ahí con Alex, sus ojos llegan hasta los zapatos enlodados que, si observa muy cuidadosamente, se guardan dentro del gran ropero a su izquierda; casi están escondidos.

     —¿Recuerdas la habitación? —Alex examina la espalda de Lukas, notando su tensa posición.

     La pregunta del mayor hace que el otro gire sobre su propio eje, para encontrarlo sentado en su cama. Lukas guarda silencio, sin saber cuál es la respuesta correcta a esa pregunta. ¿Sí? ¿No?

     ¿Cuál de las dos sería más molesta para él? ¿Cuántos datos más quiere creer que son desconocidos?

     —No lo hago.

     —Es raro porque pareces saber dónde está la ropa y todo, y jamás te he invitado aquí.

     —Supongo. —Lukas se alza de hombros. Se sienta en el colchón, quedando frente a frente con Alejandro—. Soy asertivo.

     —Si tú lo dices.

     —Oye...

     —No es como que conocieras esta habitación pieza por pieza, ¿o sí?

     —No. Claro que no.

     —Bien.

     —Así que vine a discutir.

     —¿De qué hablas? Esperamos a mi mamá.

     —¿Sabes? Olvídalo. —Decidido a irse, Lukas se pone de pie. En su cabeza, que sólo soporta diez palabras, se crean unas miles de cientos de cosas que quiere decirle a Alex, es solo que le falta un pequeño empujón.

     Verdaderamente, Lukas claro que puede decir más de tres o cuatro palabras. Es que, lo que en realidad sucede, es que debe tener una buena excusa para hacerlo. Siempre ha pensado que no sirve de nada decir tanto si no se transmite nada.

     Irónicamente, le falta un poco de valentía para discutir, formalmente, con Alex. Ha batallado tanto, pero tanto, por soportar ese odio supuestamente —es decir, para efectos técnicos— injustificado. No quiere echarlo a perder, a la vez no quiere caminar a ciegas junto con Alejandro.

     —Lukas, realmente no quiero discutir. Ni hacerte enojar.

     —No lo hagamos. Tú dices que no nos llevamos bien. Perfecto, ¿no crees que las cosas deben seguir como han estado?

     —Tal vez debías pensar eso antes de ofrecerte a ayudarme a lavar ese día, ¿no?

     —Porque yo sí quería acercarme a ti.

     —Así que no veo el problema.

     —¿El problema? El problema es que sigues actuando a la defensiva. Ni siquiera estoy aquí por ti. Estoy aquí porque acepté ayudar a tu hermana. Tampoco quise molestarte, supuse que eventualmente me hablarías como siempre lo haces. Lo hiciste, ¡genial! Pensé: vaya, qué bien que esto se arreglará solo. —Agita sus manos de lado a lado, mirando con enojo al castaño.

     Alejandro apenas puede procesar los distintos tonos de voz que él está usando. Desde hace un largo, pero largo tiempo, que no lo escuchaba decir tantas cosas a la vez. Cuando tenía quince y Lukas doce años, al menor le tocó dar un aviso en público para todo el conjunto departamental en el que viven; en sus memorias está Lukas de pie en medio de un montón de personas, temblando por nervios pues tenía que decir que el último día del mes habría una venta nocturna en el primer piso.

     Lukas esta inmerso en un tipo de frenesí que no le permite detenerse. También tiene cólera, enojo, un poco de emoción.

     — Pero no. —Continúa con pesadez—. Vengo aquí, contigo, aunque realmente jamás me has invitado a entrar a tu casa siquiera; me devuelves un lápiz que no recuerdo haberte prestado, y me siento para conversar, incluso cuando estás insinuando cosas sobre lo que ha sucedido. Entonces, ¿me dices que no quieres discutir y me culpas porque esto está saliendo de esta manera?

     —Más de cuatro palabras.

     —Ahora no son idioteces.

     —No insinuo que eres el culpable de la situación.

     —Acabas de decírmelo. ¿No puedes aceptar un error?

     —Tal vez no puedo. —Alex no está a la defensiva, solo que muy confundido por lo que sucede.

     ¿Quién tiene la razón? Alejandro no quiere aceptarlo, pero es Lukas. Es cierto. Las cosas no son tan complicadas como lo parecen. Puede que en un inicio su relación renació de las cenizas cuando Lukas aceptó ayudarlo, pero que el fuego se haya fortalecido a lo largo de esos meses es producto de ambos. Tanto Lukas como él mismo se han buscado mutuamente, y en las últimas semanas sólo ha estado... ignorándolo. Más allá del sentido de su relación estirada, lo ignora hasta como un conocido, vecino o, odia admitir, como a un amigo.

     —Pero, Lukas, en primer lugar, ¿por qué nos distanciamos?

     Lo que queda en la oscuridad, suele salir en algún momento, así como Lukas. Lukas había guardado sus recuerdos más turbios dentro de una caja sin luz. Alex, en ese momento, parece colocar foco tras foco en esos cuatro límites que forman un cuadrado con fondo.

     Lukas prefiere ignorar sus acciones que enfrentarlas. Llegó a creer, en un intento desesperado por no sentirse un poco culpable, que Alex no tendría la más mínima idea. No obstante, esa pregunta lo hace dudar.

     Nunca nada fue oficial entre ellos, tenían una relación... implícita. Pero, ¿esa distancia de la que habla realmente aumentó? Sí.

     —¿Sabes? Tienes razón, ¿por qué estamos jugando ahora a esto de estirar la cuerda?

     —¿Estirar la cuerda? —Sin entender la referencia, Alejandro se acerca intranquilo a Lukas—. ¿De qué demonios hablas?

     —Dices que me odias, ¿por qué seguimos metiéndonos en esta clase de problemas? ¿Tiene algún sentido? Si sigo entrando a tu casa, y todos los días veo a mi alrededor y tú... —En medio de su crisis, Luki se detiene con calma y suspira. No es muy propio de él sacarse de quicio o estresarse, así que decide detenerse.

     —Oye, idiota, continúa lo que ibas a decir.

     Lukas ha tenido una clase de iluminación provenir del cielo. Inquieto en su lugar, guarda silencio. Alex puede ver en él al pequeño Lukz Romerito, el chiquillo de sonrisa alargada que se movía de lado a lado cuando estaba nervioso; la diferencia es que Lukas no se mueve de lado a lado, sino que sus ojos se pasean por todo el piso de la habitación. Pasados unos segundos, su expresión se abre en grande.

     —Es eso, por primera vez realmente puedo decir que me estoy hartando.

     Con preocupación, Alex abre sus ojos alarmado y mira directamente a Lukas, quien se encuentra igual de sorprendido.

     —¿De qué demonios hablas? ¡Yo soy el que debe estar harto!

     —Pues no soy yo el que se esconde —dice Lukas.

     —¡No me escondo de nadie!

     —Tal vez debemos de dejar de hablar, Alex.

     Hay algo que... es un poco confuso. Alex alguna vez se imaginó el decirle eso, nunca lo logró. De hecho, casa vez que veía a Lukas se preguntaba qué tanto debía seguir intentando hablarle, si en realidad las cosas podrían funcionar, si no era una mala idea. La mayor parte de las veces llegaba a la conclusión que la respuesta era inminente: ya no tenía que hablarle a Lukas.

     No obstante, todas y cada una las veces en las que intentó proponerle el distanciarse definitivamente, Alejandro se detenía a pensar: ¿Realmente estoy dispuesto a dejar de lado a Lukas?

     —Odio que me digas Alex.

     Después del prologado silencio Alex suelta eso sin duda alguna. Lukas lo observa, incrédulo. Alejandro tiene sus ojos hacia abajo, sus cejas caídas y sus labios serios. Luce enojado... Furioso, más bien. ¡Dios! ¡Nadie podría entenderlo jamás!

     —No, Alex. Odias que te digan Alejandro, eso es lo que odias.

     —Odio que los demás me digan así, no que tú me digas así. Siempre me has dicho Alejandro y ahora de la nada ya no.

     —No puedo creerlo.

     —Seguro que no.

     Alejandro alza la vista hasta Lukas, a pesar de que su diferencia de alturas es técnicamente inexistente. En los ojos del menor hay muchísimo coraje, se atrevería a decir que decepción pero ya hace un tiempo que no le ve tan directamente como para saberlo. De pronto, Lukas pasea por toda la habitación sus orbes, deteniéndose en un punto exacto. Ese punto es reconocido de inmediato por Alex, aunque ni siquiera lo está viendo directamente.

     El mayor sabe que Lukas observa las fotografías del escritorio que se encuentra a su lado. Eso le molesta.

     —Alex está bien. —Asegura Lukas.

     —Para mí no.

     —Quién te entiende.

     Alejandro tiene una pequeña necesidad que intenta saciar. Es extraña, nueva, un tengo inconclusa pero sabe que es bastante... indispensable. No. Realmente no lo es. Simplemente es algo que quiere intentar; sin embargo, carece de la seguridad para hacerlo. Duda de sí mismo y del otro de pie enfrente suyo, ¿qué podría salir de un intento tan poco planeado como lo sería lo que desea hacer? Una catástrofe.

     La duda, de pronto, se vuelve un arranque de molestia. Cuando Lukas mira directamente una vez más al escritorio a su lado, Alejandro se siente herido, tanto así que toma, quizá, una decisión de la cual no estará muy orgulloso.

     —Ni yo mismo me entiendo —admite.

     El menor toma de los hombros al otro, y brinda un beso... seco. Al inicio, no es que sea torpe, pero no es prolongado. Es sencillo y corto, casi un pico instantáneo... Aunque a Alex le da tiempo de bajar una de las fotos enmarcadas a un lado de ambos.

     Muy malo. Es un beso muy malo, dudoso, extraño. Alejandro no sabe por qué lo hizo, y si lo sabe no quiere procesarlo. Ya se siente avergonzado de sí mismo, como un juego o un juguete. Su piel oliva se torna en un rojo que es muy difícil de notar, pero al observarlo bien se puede distinguir. La respiración se ha vuelto pesada, nerviosa, ya no sabe qué sigue o qué más hacer.

     Por lo que se observa, Lukas está prácticamente igual: perplejo.

     —Perdón. —Dice Alex—. Eso no estuvo bien.

     —¿Por qué hiciste eso?

     La pregunta es hosca y completamente confusa. Una vez más, Alex es analizado por los orbes oscuros de Lukas. Lo hace sentir incómodo, incluso estando en su gran habitación para dos personas.

     —Solo lo hice. ¿Qué se te ocurre?

     —Nada.

     —Oh... Bueno, eso es... interesante.

     Silencio... incomodidad.

     No es el primer beso de ninguno de los dos. Ni una experiencia que despertara sentimientos preciosos. Más bien, es un momento repleto de... cuestiones. Uno se pregunta por qué y el otro se pregunta por qué no. Al igual que en todo, sin completamente opuestos, excepto en odiar al mundo por conspirar en su contra y ponerlos del lado incorrecto de la suerte.

     —¡Lukas! —La voz de la señora Daza se escucha por todo el pequeño apartamento—. ¡Ya vine! ¿O ya te fuiste?

     El pelinegro no dice absolutamente nada. Alejandro se queda quiero, retrocediendo dos pasos para dejar libre al menor. Lukas analiza por unos segundos al otro, antes de dar la media vuelta, abrir la puerta y caminar fuera para después cerrarla suavemente.

     Ambos se preguntan, ¿qué sigue después de eso?

     —Mierda. —Alejandro suelta, tirándose en el colchón sin sábana.

     ¿Cómo pasas de evitar a alguien a besarlo?

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