Deseos encontrados © (DESEOS...

By OscaryArroyo

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Por despecho Rachel terminó perdiendo la virginidad con un desconocido que resultó ser el atractivo y comprom... More

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Prólogo:
Capítulo 1:
Capítulo 2:
Capítulo 3:
Capítulo 4:
Capítulo 5:
Capítulo 6:
Capítulo 7:
Capítulo 8:
Capítulo 9:
Capítulo 10:
Capítulo 11:
Capítulo 12:
Capítulo 13:
Capítulo 14:
Capítulo 15:
Capítulo 16:
Capítulo 17:
Capítulo 18:
Capítulo 19:
Capítulo 20:
Capítulo 21:
Capítulo 22:
Capítulo 23:
Capítulo 24:
Capítulo 25:
Capítulo 27:
Capítulo 28:
Capítulo 29:
Capítulo 30:
Capítulo 31:
Capítulo 32:
Capítulo 33:
Capítulo 34:
Capítulo 35:
Capítulo 36:
Capítulo 37:
Capítulo 38:
Capítulo 39:
Capítulo 40:
Epílogo:
Epílogo extra:
Sobre la autora
Continuaciones:
Firma en Medellín

Capítulo 26:

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By OscaryArroyo

RACHEL:

Durante la mayor parte de la noche di vueltas sobre el colchón. Aunque antes de acostarme me había saturado con capítulos de The Vampire Diaries, ni siquiera Damon me ayudaba a conciliar el sueño. Estaba demasiado ocupada odiando a nuestro nuevo invitado en nuestra habitación. La sombra que proyectaba el oso de Madison era tan grande que daba miedo.

Debido a lo mal que dormí durante la noche el día siguiente empezó mal. Además de que tenía bolsas bajo los ojos, no encontré mis zapatos favoritos y Madison parecía odiar todo a su alrededor. Lloraba por cualquier cosa. Se sentía incómoda en cualquier postura. La única forma en la que era feliz era si la colocaba sobre mis hombros y así no podría vestirme, por lo que mis oídos hicieron un pequeño sacrificio mientras me vestía.

—Te ves preciosa —le dije aunque su cara fuese de infelicidad total.

Cuando empecé a tomar nuestras cosas para irnos, el llanto enojado volvió. Soltando un suspiro, metí la mano dentro del dobladillo de su vestido para quitárselo y descubrir que este picaba al tacto. Horrorizada, lo coloqué cerca del canasto de basura y lo cambié por uno azul de gasa. Era vaporoso, pero liviano.

Así el vestido no irritase su piel se lo habría cambiado.

Mi perdición era no poder negarme a lo que quisiera mi pequeña.

Inclusive si eso involucraba a Nathan.

Le tendí a Pulpo y a otro de sus juguetes favoritos cuando la metí en su carriola. Gary y Ryan habían salido la noche anterior con Cleo, Eduardo y las chicas cuando terminamos de celebrar los ocho meses de Madison. Todavía no llegaban, por lo que no me crucé con ninguno de ellos en el camino de salida del apartamento. Cualquier pensamiento malo que tuve durante la noche sobre Nathan desapareció cuando Madison llevó sus manos a la diadema por la que también había llorado, la manera en la que me dirigió la palabra después del espectáculo de Madison viniendo a mi mente.

Nunca nadie me había hablado así.

Exceptuando el día que papá se enteró de que Maddie venía en camino, nunca antes había sentido deseos de llorar mientras rememoraba una conversación.

—Espero que te portes bien, pequeña. Tenemos un fiesta que hacer —murmuré cuando me incliné para besar su mejilla, mis ojos vidriosos.

Gracias a Diego un chófer estaba esperándonos en la calle con una limosina negra cuando salimos. Él me ayudó a meter las cosas de Madison en la maleta. Durante el trayecto jugué con ella en mi regazo. Cuando llegamos volvió a ayudarme con la carriola, esta vez empujándola él mismo con Madison dentro hasta entramos en el jardín dónde sería el baby shower. Como estaba previsto había trabajadores de la agencia moviéndose de un lado para otro sobre el césped, tres carpas en medio.

—Buenos días, madre de mi sobrina que no es mi cuñada.

Ante el sonido de la canturrearte voz me di la vuelta. John, el rubio de ojos azules que era hermano de Nathan, me quitó la carriola de Madison para empujarla mientras caminaba junto a mí. Como era lo opuesto a su hermano se me hacía imposible odiarlo. Estaba usando un traje gris que realzaba el tono de sus ojos junto a una corbata rosa de biberones.

—¿Dónde están los demás? —pregunté.

—Si te refieres a los Acevedo, están arreglándose. Si te refieres a tus trabajadores, están dónde se supone que deben estar. —Me ofreció una brillante sonrisa de dientes blancos—. Todo luce bastante bien, Rachel. Estoy aquí desde las siete y no he oído de ningún problema. ¿Por qué no te relajas y disfrutas?

Tal como dijo, así era. Jardineros iban de un lado a otro con picos, regaderas, sacos de abono, palas y arbustos de rosas azules. Mujeres y hombres por igual posicionaban sillas y mesas de la manera que estipulamos, alrededor de las carpas para comida, juegos y regalos, mientras Cristina caminaba de un lado a otro con su agenda en mano y su habitual traje rosa reemplazado por uno blanco, asegurándose de que nadie cometiera un error.

—¡Recuerden que son los sueños de una embarazada los que estamos haciendo realidad! —grité antes de guiar a John a las carpas y sentarme debajo de una de ellas, la de los regalos, de tal manera que pudiese tener un vistazo de todo.

Mi sonrisa creció cuando rodaron los ojos en mi dirección, contrario al gesto trabajando más rápido, incluso Cristina. Ella podía estarle dando órdenes en este momento, pero al final del día era yo quién discutía con ella el desempeño de cada uno y decidía si contratarlos de nuevo o no. La agencia les pagaba bien, me aseguraba de ello, por lo que deseaban quedarse. Amaba mi trabajo. A pesar de que nunca pensé que acabaría de esta forma, desde niña mi padre me metió en la cabeza la idea de que debía trabajar en la compañía de los vinos en caso de que no encontrara un esposo del cual alardear, me gustaba. Realmente la pasaba bien organizando eventos. A veces ni siquiera sentía que estaba trabajando. Extrañaba también estar rodeada de las chicas y compartir con Cleo y Gary, como cuando estaba en el salón, pero Steel me dio oportunidades que no podía rechazar.

—Después de la fiesta de Harold, a dónde asististe personalmente, conseguimos un aumento en nuestra clienta. Esta es una oportunidad similar. Estaba empezando a preocuparme preguntándome si no llegarías —dijo Cristina, alcanzándome tras dar un par de órdenes más, sus ojos en John sosteniendo a Madison mientras este le mostraba el arreglo de la mesa de los regalos, dónde estábamos, luciendo igual de entretenido que ella con las burbujas que salían del cofre para colocarlos.

—Yo ya estoy preocupada —dije mientras me levantaba y echaba para atrás mi sombrero, mirando al chico que estaba colocando la fuente de chocolate, la cual había que montar manualmente, en el patio central con una mueca—. ¡La torre de Pisa luce más derecha que esa fuente! ¡Tienes que acomodarla a menos que quieras tener chocolate derramándose por cualquier agujero!

Él asintió antes de ponerse a trabajar con otro par en acomodarla. Sería una tarea sencilla si no midiera casi dos metros y no estuviera sobre una mesa, pero era gigantesca. Lo único, además de su excéntrico arreglo globos que no quería que hiciera porque debía contratar un especialista como si realmente inflar y atar globos fuese tan difícil, con lo que Luz me había molestado. Cuando la fuente estuvo correctamente armada, le di a mi equipo una sonrisa con pulgares arriba. Girándome luego de ver que prosiguieran con su trabajo, le fruncí el ceño a Cristina.

—¿Dónde está la persona que contrató Diego para los globos?

NATHAN:

Por alguna razón ajena a mi comprensión ver a Rachel controlando a sus trabajadores, lo que hacía increíblemente bien aunque estuviese usando un ridículo sombrero con flores, me divertía y me hacía sentir extraño al mismo tiempo. Ya que John se encontraba cargando a Madison mientras explotaban burbujas en el aire, rodeé la carpa bajo la que estaban para evitar a Rachel y saludar a Madison. Mi pecho se sintió cálido cuando noté la pequeña corona en la cima de su cabeza. Mi regalo para su octavo mes. Ella me abrazó cuando la tomé en brazos por un momento antes de devolvérsela. Tenía que cumplir mi papel como globero antes de que su madre sufriera un colapso o añadiera otra razón a las miles por las que me odiaba.

—Hola, Rachel.

Girándose sin lucir sorprendida con mi presencia, la mencionada me miró con los labios fruncidos con amargura.

—Nathan —reconoció mi existencia antes de volver al trabajo.

Sin perderme ni un detalle de la forma en la que movía los brazos o su cuello se tensaba al exigir, la miré en silencio por unos cuantos minutos girándome para sonreírle a Madison cada vez que John se acercaba. Su cuerpo era peligrosa tentación. Además del sobrero, estaba usando una falda suelta de un azul más claro que el del vestido de mi hija y una camisa blanca entallada que llevaba por dentro. Cada una de sus curvas era acentuada por la ropa y la estatura extra de sus tacones.

Un suave carraspeo que escapó de ella me trajo de regreso. Miré su rostro mientras el ritmo de mi corazón se aceleraba debido a la vergüenza de ser descubierto fantaseando con la madre de mi hija por esta misma. Mi técnica de ver el césped para desviar su atención no función, sino todo lo contrario debido a que, imitándome, sus ojos se quedaron clavados en el bulto de mis pantalones.

Preguntándome si podía haber algo peor que ser tomado por pervertido por la mujer que debía impresionar, sentí que me estaba quedando sin aire cuando sus labios se deformaron en una sonrisa maliciosa que solo logró excitarme más. Empecé a pensar en el hecho de que mi hija estaba a solo unos metros de distancia, lo cual calmó el ritmo entrecortado de mi respiración, pero no bajó mi erección lo suficientemente rápido como quería.

—Es una sorpresa encontrarte aquí tan temprano —dijo, siendo esta la primera conversación entre nosotros que no empezaba con sus gritos.

Me encogí de hombros mientras le robaba una bandeja vacía a un camarero que pasó junto a nosotros para cubrirme. Cuando me miró con ojos interrogantes le dije que yo la llevaba. Como su jefa se encontraba junto a mí no protestó, dejándomela. Rachel reía mientras tanto, humillándome. No estaba acostumbrado a verla feliz o si quiera cómoda a mi lado, así que no supe qué decir. Por fortuna ella sí.

—Para cubrir eso necesitarás toda la platería de la madre de Luz, Nathan. —Ofreciéndole una sonrisa que ni siquiera sabría decir de qué tipo era, abrí la boca para replicar, pero su grito me interrumpió—. ¡No entiendo qué problema tienen hoy con la inclinación! ¡Aún lo veo mal! ¡Está más hacia la izquierda!

Enfureciéndose, le dedicó una mirada a John y a Madison antes de dirigirse a la escalera que estaba en la entrada del jardín de los Acevedo y tomar el lugar del chico que estaba arreglándolo. Además de la altura, el hecho de que no estuviese usando los zapatos adecuados para la tarea me preocupó. Me encontré a mí mismo yendo tras ella. En el camino me topé con Diego sosteniendo, a pesar de la hora, una copa con vino, lo cual por un momento me llevó a preguntarme si ya sabía que Rachel era la hija de un multimillonario de la industria.

—¿Tengo que decirte que no lo tendrás fácil?

Negué.

—Ya lo sé —respondí dándole la bandeja.

Para cuando la alcancé ya había colocado la maldita cosa como ella quería. Su asistente, la mujer mayor adicta al rosa que me recibió cuando fui a verla en su oficina, le daba las indicaciones. Todo iba bien hasta que se enredó con sus pies faltándole cuatro escalones para tocar el suelo y perdió el equilibrio. Aunque no se habría golpeado gravemente, se habría ensuciado al punto de tener que cambiarse, raspado la piel o sufrido una torcedura, por lo estuve ahí para atajarla.

No sucedió como en las películas.

A pesar de que Rachel pesaba menos que yo, la fuerza con la que cayó fue mayor a la que esperé y mis brazos extendidos no fueron suficiente. Mi cuerpo entero fue el que terminó protegiéndola del impacto. Oí un jadeo colectivo provenir de las personas que nos rodeaban, además de nuestras quejas. A pesar de mi dolorida espalda disfruté de su aroma y suavidad contra mí. Estaba enfermo. Los demás permanecían inmóviles, sus miradas fijas en nosotros. No podía moverme. Rachel no me dejaba y no iba a ser tan estúpido en quejarme.

Casi al mismo tiempo los dos reaccionamos, lo cual hizo que nuestras narices chocaran, nuestras miradas conectando mientras se separaba con lentitud de mí. Sus labios estaban tan cerca que casi podía sentirlos contra los míos.

Sería tan fácil juntarlos. Tan agradable.

Ese pensamiento, sin embargo, fue enviado al fondo de mi mente cuando un anciano llevando una carretilla llena de flores tosió para captar mi atención y una vez la obtuvo señaló el trasero de Rachel, el cual al palpar con mis manos lo hallé levemente desnudo. Gruñendo hacia a él, acomodé su falda antes de que la madre de mi hija saltara lejos de mí. Cuando estuvo de pie tomó a Maddie de los brazos de John y se alejó. Lo último que vi de ellas fueron sus mejillas sonrojadas.

—Ustedes acaban de tener su momento —soltó mi hermano a ponerme de pie.

Sacudí mi trasero, quitándome la tierra de él, mientras hacía una mueca de dolor.

Rachel literalmente había aplastado mi erección.

—Amigo, él tiene razón. Debiste ver su cara. Fue el alumbramiento —rió Diego.

Arrugué la frente mientras los miraba.

—¿El alumbramiento?

John asintió.

—Fue como si te viera por primera vez.

Una cursi sonrisa se extendió por mi rostro.

—¿En serio?

Ambos rieron ante mi evidente entusiasmo.

Imbéciles, pensé sin dejar de sonreír.

RACHEL:

Queriendo cavar un agujero en la tierra y enterrarme por el episodio de la escalera del cual no solo las personas que trabajaban para mí fueron testigos, sino también Nathan, su hermano y Diego, fui a esconderme en la cocina bajo la excusa de supervisar la preparación de la cena que harían debido a que, aunque los baby shower solían ser hechos en el día, Luz adoraba la noche. Estaba entrando en ella cuando una mano tomó mi hombro. Me tensé pensando que era Nathan, relajándome al instante cuando me di la vuelta y vi que se trataba de Luz.

—Lo siento si te asusté —dijo quitando su pequeña mano de mí y colocándola sobre su vientre en el último trimestre de gestación—. Pensé que podríamos sentarnos y tomar té. Vi tu caída y se me ocurrió que te gustaría descansar un rato, pero si no...

—Acepto —solté sonriéndole.

Luz era una de las personas más dulces que conocía. Lastimar sus sentimientos ni siquiera era una opción. Tampoco podía evitar sentirme identificada con ella ya ambas éramos madres solteras. Su expresión se iluminó con mi respuesta. Tomando mi mano, me guió a la terraza en la que habíamos desayunado el día del reencuentro con Nathan. Allí su madre cortaba un arbusto de rosas con audífonos y un delantal puesto, debajo de él un precioso vestido de verano que llegaba hasta el suelo. Su cabello estaba recogido en un improvisado moño con mechones sueltos. Lucía joven.

Luz rodaba los ojos cuando regresé mi atención a ella.

—Dice que la música le ayuda a conectar con la mente de las plantas.

Soltando una risa, accedí a su petición y dejé a Madison en el suelo. Se apoyó en mí mientras pataleaba y balbuceaba incoherencias. Desde nuestra ubicación podíamos ver cómo todos seguían trabajando en hacer realidad las exigencias de la mujer frente a mí. También vi a Nathan riendo junto a Diego y a John. A pesar de que lo aplasté minutos atrás con todo mi peso, se encontraba bien.

Demasiado, diría yo.

—¿Sabías que aceptaría? —pregunté alzando una ceja hacia las tazas ya servidas frente a nosotras, pastelillos de chocolate en el centro y a la tetera humeante.

Luz, que hasta entonces miraba fijamente a John, me dio una sonrisa de disculpa.

—Sí, eres gentil —respondió llevándose una porción de chocolate a la boca.

Ya que evidentemente tenía ganas de charlar, dudaba que me hubiese traído aquí con ella si no, empecé soltando lo primero que se me vino a la mente.

—El hombre que vino al desayuno —dije fingiendo no recordar su nombre —. El que me atrapó...

—Nathan —aclaró.

—Sí —Le sonreí—. ¿Es cercano a ustedes?

Asintió, sus rizos rubios moviéndose.

—Sí, nos criamos juntos. Diego, él y su hermano han sido amigos desde siempre.

Por más que lo intentara no podía imaginar al donador de esperma fuera de una oficina, así que cualquier cosa que escuchaba sobre él era extraña. Me hice la desinteresada tomando un sorbo de mi té y esperando unos prudentes segundos antes de continuar con mi interrogatorio.

—¿Eran unidos?

—Solían serlo mucho, sobre todo Diego y Nathan por la edad. Lamentablemente la universidad llegó y se separaron. —Su voz sonaba nostálgica—. Para ese entonces John ya se había ido a explorar Europa con un grupo de misioneros.

Arrugué la frente. Las palabras habían salido aún más tristes al hablar de John.

—¿Eras cercana al hermano de Nathan?

Horrorizada, vi cómo las lágrimas empezaban a acumularse en sus ojos verdes. Madison me miró desde el suelo y la señaló. Asentí mientras aceptaba la culpa de haber hecho llorar a una pobre mujer embarazada. Intentando enmendar mi error, me incliné hacia adelante y apreté sus manos.

—Lo siento mucho, Luz, no necesitas hablar de ello. Soy una completa impruden...

—Me quedé sin amigos luego de anular la boda —sollozó—. Necesito hablar de esto con alguien o me volveré loca. —Miró a Madison, quién la observaba con atención, antes de regresar su atención a mí—. ¿Me escucharías, por favor?

Afirmé.

—Claro que sí.

—Bien, empecemos desde el inicio. —Se secó la cara con una servilleta—. Como ya dije, los Blackwood han sido amigos de la familia desde que éramos niños. Prácticamente este era su segundo hogar, así que siempre los veía. Nathan es como un segundo hermano para mí. Me sobreprotegía de la misma manera que Diego lo hacía. También me ayudaba con mi tarea o conseguía meriendas extras para mí. Me animaron mucho cuando papá murió. Era más unida a él que Diego. —Tomó un sorbo de té—. John siempre fue mi amor platónico. Inalcanzable por ser mayor. El hermano del mejor amigo del mío. Mi despertar sexual. —Alcé las cejas, su rubor haciéndose más intenso—. Cuando estaba hormonal y loca, él fue quien me mantuvo lejos. —Sacudió la cabeza, avergonzada, ante los recuerdos—. La hermanita de catorce años lanzándose sobre ti. Cualquier chico se burlaría, se aprovecharía o ambas, pero John fue tan tierno y dulce diciéndome que algún día, cuando estuviera lista, tendría a mi príncipe. Lo quería. Él era encantador, perfecto y parecía que me entendía...

—¿Pero...?

—Con el tiempo se tornó incómodo. Dejé de verlo. Me rompió el corazón más veces de las que puedo contar, no a propósito, y a pesar de que sabía que lo hacía por mi bien, lo odié por ello. —Los sollozos se hicieron presentes—. Luego de unos años creí haber madurado y pasado de página, así que me hice novia del hombre más políticamente correcto que encontré. Fue estúpido. Cuando volvió y me vio con él me di cuenta de que no había dejado de quererlo. Era mi otra mitad, pero ya era demasiado tarde. Estaba comprometida y embarazada de otro hombre. —Le di un apretón a su mano sin creer que alguien tan dulce sufriera tanto por amor—. Y ahora que finalmente soy libre sigo sin poder.

—¿Por qué no? —pregunté apretando su mano una vez más.

—John apareció unos meses antes de la boda pidiéndome que no lo hiera. Dijo que mi príncipe siempre había sido él, pero que no había estado listo para recibirme en aquél entonces —hipó—. Me burlé de él. Me sentía molesta porque solo bastaba con que se acercara para que mi vida girara a su alrededor. No le hice caso, pero tampoco llegué al altar. Días antes de la boda descubrí que Phill solamente me utilizaba para ascender en la constructora. Era uno de los arquitectos de Diego. —Mi corazón dolió por ella—. John volvió cuando nos separamos, pero no puedo hacerle esto, Rachel. No cuando estoy llevando al hijo de otro hombre. No quiero que cambie la manera en la que vive su vida por mí. Sé que eso destruiría cada día al hombre que amo.

—¿Lo alejas de ti? —pregunté sintiéndome también mal por él.

—Es lo mejor.

La miré con incredulidad.

—No, Luz, no lo es. Si verdaderamente está dispuesto a ayudarte a criar a tu bebé y a establecerse por ti, no es justo para ninguno de los dos que continúes con la cadena de excusas. Hay ciertas cosas que son inevitables y el verdadero dolor que ocasionan está en el hecho de lo mucho que nos cuesta aceptarlas —le hablé desde mi experiencia con Nathan, a quién no amaba, pero había intentado mantener lejos de Madison, lo que ahora me daba cuenta de que era imposible—. ¿Me prometes que al menos pensarás al respecto? Mereces ser feliz. Tu bebé merece ser feliz. —Tomé a Madison del suelo y besé su frente—. Él no lo será si tú no lo eres.

Luz asintió, sus ojos dejando de llorar. Mientras su madre se acercaba a nosotras, la preocupación escrita en su rostro, unió las cejas.

—Ahora háblame de ti.

—¿De mí?

—Sí. Estoy embarazada, no sorda o ciega. Puedo leer la prensa y escuchar a John divagando con Nathan acerca de su sobrina —soltó—. Además, Madison es igual al imbécil de abajo, por no decir que Diego no ha dejado de hablar sobre su enamoramiento por ti. —Se inclinó hacia adelante—. Bienvenida a la familia, Rachel. 

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