No te enamores de Ada Gray (L...

By FlorenciaTom

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Ada Gray decide morir. Se siente una fracasada, está harta de vivir con hambre debido a su miserable empleo c... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8.
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Final de la primera parte
SEGUNDA PARTE

Capítulo 12

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By FlorenciaTom

Capítulo 12

—¿Vas a atender o te vas a quedar mirando la pantalla?

La pregunta de Max me sacó de aquel transe en el que estaba sometida. No sabía que hacer, el pánico aumentaba a grandes pasos y yo lo único que quería era que me dejara en paz. 

No la tenía agendada, pero algo me decía que era ella. Nadie me llamaba, no tenía amigos, solo hoy había agendado a Amanda, mi vecino Hardi y a Max.

Sabía que era ella, sabía que era mi madre. Le tenía miedo, porque desobedecerla era lo peor que podía hacerle.

Apreté el botón táctil rojo para cancelar la llamada. No quería atenderla, aunque la culpa me iba a torturar de por vida.

—Veo que tú y tu madre no se llevan bien—comentó Max, y luego apretó los labios.

—No. Ella no debe ser dónde estoy. La perra de Rose le habrá dicho—carraspeé, llevándome las manos al rostro.

Quería chillar.

—¿Qué lío familiar escondes, Gray?—sonrió, confuso.

—Uno que es imposible de creer.

Otra llamada entrante me sobresaltó del susto. El mismo número haciendo vibrar mi celular que estaba encima de mis muslos. Si atendía registraría la ubicación y me encontraría en un abrir y cerrar de ojos.

Ay no.

—Me quiero morir —mascullé, molesta.

—No digas eso porque sabes que esas palabras saliendo de tus labios no suena cómo un decir—me reprochó, molesto.

—Es que no sabes cómo es mi madre, Max. Ella es…

Otra llamada entrante retumbó en mis oídos. Sacada de quicio, apagué el móvil.

—Púdrete mamá.

Pegué mí cabeza contra el asiento, frustrada. No la quería en mí vida de nuevo, no cuando me estaba impidiendo ser lo que alguna vez quise ser, a pesar de que tuve que pasar por una situación tan extrema como querer suicidarme.

El teléfono de Max empezó a sonar y la llamada se reflejó en el tablero digital. El nombre de Rose figuraba en él. Miré hacía la ventanilla, tratando de que no se me notara el enfado en mi rostro. 

Max atendió, relajado. Supuse que no tendría nada que esconderme, sino la hubiera atendido por privado.

—Hola Rose ¿ocurrió algo en relación con la oficina? Recuerda que a esta hora no recibo llamadas de nadie.

—Hola Max ¿está contigo Ada? Sólo quiero saber eso, no volveré a molestarte, precioso—su voz chillona me taladró la cabeza, pero no me centré en eso, sino en que había preguntado por mí.

Precioso, ella le decía precioso. Maldito Gollum.

Max me miró, sin decir una palabra ya que su gesto fue: ¿Le digo que estás conmigo o no? Rodeé los ojos, sintiendo que aquella noche prometía ser la peor.

—Y vuelves a joderme y a tocarme las pelotas, Rose —le dije, finalmente.

—Vete al diablo. La zorra de tu madre no ha parado de llamarme, quiere hablar contigo—soltó, en seco.

—¿No te he pegado un cachetada por llamarla zorra?¿Es que no aprenderás nunca? No le hagas caso y ya. Si me entero que le pasarás información mía…

—Yo que tú me comunico con ella porque está más que enfadada y sabes lo que ocurre cuando está enfadada tu madre. Ha vuelto loco a mi estúpido padre con ese carácter suyo —insistió ella, en tono de advertencia.

—Eso no pasara.

Corté la llamada apretando el botón rojo táctil del tablero de Max, resoplando. Si mi madre estaba ansiosa por encontrarme, debía hacerlo ella, yo no iba a mover ni un pelo.

—Siento que tuvieras que presenciar todo lo que rodea a mi ámbito familiar —le dije a Max, avergonzada.

Tomó mi mano por encima de mi muslo mientras manejaba, dándole un ligero y delicado apretón.

—Todos tenemos familiares que nos amargan la vida, no te preocupes. Ahora ¿qué tal si abres la cajuela del coche? Seguro con eso te olvidaras de todo—me preguntó, con una sonrisa pícara en los labios, manteniendo su buen humor.

Fruncí el entrecejo. Sin decir nada, abrí la cajuela pequeña y me encontré con unas llaves de lo que parecía una moto...ya que suelen ser distintas a las de un coche. Lo miré a él y luego volví a mirar las llaves.

—¿Qué significa esto, Max? —le pregunté, en su susurro.

—Espero que sepas manejar una moto porque si no es de ser así, tendré que ser tu profesor particular y no me molestaría serlo en absoluto. Es más —se inclinó a mi oído —, sería un placer ser tu profesor, Gray.

Me quedé hecha una piedra, no sabía que decir. Estaba en shock. Me llevé las manos a los labios, y chillé de felicidad. Me reí con fuerza, sin salir de mi asombro. Ay por Dios. No podía dejar de ver la llave, que tenía un llavero en forma de pompón rosa.

—¡Ay Max, no sé qué decir! —exclamé, extasiada —¡Quiero abrazarte, pero estás manejando, no quiero provocar un accidente!

Le llené de besos la mejilla más cercana, acunando en mi mano en su firme mandíbula. Su perfume era tan adictivo, olía tan bien y tenía el rostro tan suave que podría besarlo hasta la eternidad.

—¡Demonios! —carraspeó él, borrándose todo rastro de carisma y con los ojos bien abiertos.

Entonces, todo sucedió demasiado rápido, Max pegó un volantazo contra la izquierda, esquivando un camión que venía por el camino contrario. Aquel volantazo provocó que nos subamos a una acera suertemente vacía y frenáramos de golpe. Escuché el ruido de las llantas contra el cemento y como mi cuerpo se embistió contra el asiento de un golpe.

Max apagó el coche. Nuestros cuerpos se encontraban inmóviles, con nuestra respiración agitada. No podía entrar en razón, pero algo me dijo que revisara a Max, quién no tardó en desabrocharse el cinturón, revisandome.

—¿Estás bien? Dios mío, Ada —me preguntó, desgarrado, con mucha intensidad en su voz y recorriendo mi rostro con sus manos.

—Sí, sí ¿y tú? —le pregunté, con un hilo de voz y con un enorme nudo en la garganta que me impedía hablar.

Lo miré, y asentí, aún espantada por lo que acababa de pasar. Por primera vez... le temí a la muerte, aunque sentía que la misma podría estar a la vuelta de la esquina. De una forma inesperada.

Max encendió el coche, maldiciendo por lo bajo a aquel conductor que casi nos mata y paró en la primera gasolinera que encontró, quizás sólo para tratar de recuperarnos por lo ocurrido.

—¿Ya no quieres ir a comer? Porque se me fue el apetito —le dije, acariciándole el cabello en un intento tonto de consuelo.

Él tenía la mirada al frente, serio y no fue capaz de mirarme. El color de la cara se le había ido. Eso me preocupó.

—A mí también se me fue el apetito —susurró, como si le costara hablar.

—Voy al tocador del autoservicio.

Esperé unos segundos con la espera de que me dijera algo, pero el silencio se adueñó de él, estaba en su mundo. El susto lo tenía acorralado aún. Bajé del coche y fui al baño, con la intención de lavarme un poco el rostro y tratar de refrescarme un poco.

No había nadie, eso me dio la ventaja de estar un momento a solas conmigo misma.

Llegué al lavabo y me miré un instante al espejo, apoyando mis manos sobre el frio mármol, reprimiendo las ganas de llorar. Si Max no hubiese doblado a tiempo, nosotros hubiésemos terminado bajo del camión, aplastados...Dios mío.

Me agaché un poco en dirección a la canilla para sentir el agua refrescarme la piel, cerré los ojos para que no me entrara agua. Cuando volví a la postura normal, tanteé con mi mano en busca de algún papel para secarme el rostro.

—Aquí tienes.

—Gracias —dije como si nada mientras lo tomaba y me secaba la cara.

Un momento, yo estaba sola. Abrí los ojos bruscamente y el rostro frio de mi madre no tardó en aparecer frente a mí. Pegué un grito de muerte, retrocediendo, con la mano en mi pecho.

Me miró con un gesto tan enojado que le tuve miedo. 

—¿Cómo me encontraste? ¿Cómo sabía que iba a estar aquí? —tartamudeé, sin dejar de mirarla y queriendo huir.

Ay no ¡¿por qué a mí?!

Su melena rubia le llegaba hasta la cintura, tenía el cabello ondulado. Llevaba un vestido blanco que le destacaba la figura, pegado al cuerpo y unos zapatos de tacón que le hacían juego al igual que la cartera de mano. Su belleza era inexplicable, casi incandescente. 

Se me cruzó por la mente qué pasaría si Max se cruzara con ella.

Era como verme a mí, pero ella claramente aparentaba ser más joven a pesar de su edad. 

—¿Creíste que no iba a encontrarte, Ada? —me preguntó, seria y cruzándose de brazos —Te creía más inteligente, pero veo que eres capaz de comprender hasta dónde puedo llegar cuando se trata de ti.

Me clavó sus ojos grises, furiosa.

—No voy a regresar, no quiero hacerlo ¡tú no puedes obligarme a volver!

—¿Por qué demonios te niegas a regresar a tu hogar?¡Lo tenías todo!¡Tu decisión fue absurda! —me gritó, con aquella voz que a veces me causaba pesadillas.

—No voy a regresar allí, yo estoy bien, he conocido a alguien, mamá —espeté, haciéndole frente y con la voz firme.

—Sí, Rose me lo ha contado.

Hija de...

—¡Esa chica debe meterse en sus asuntos y no en mí vida!¡¿Qué demonios hace en New York?! —grité, sacada de quicio —¡No voy a regresar contigo ni con nadie!

—¡Bájale el tono a tu madre! —gritó aún más fuerte, cuando yo estaba dispuesta a salir del baño —¡Y regresa al lugar que perteneces, Ada! Ellas nos quieren a las dos.

De espaldas hacia ella, me paré en seco. Cómo se atrevía...

—¡No, mamá!¡No!

—Vanidosa como tu madre, siempre supliqué que no te volvieras en alguien así —me reprochó, entre dientes.

—Lo hubieras pensado antes de que te acostaras con un humano —carraspeé.

Su respuesta fue una bofetada descarada, quien me hizo tambalear contra la pared más cercana. Me tomé la mejilla, mirándola, desconcertada.

—Sé con quién andas —me dijo, acercandose a mí a paso lento y apuntándome con el dedo acusador—, sé con quién te revuelcas y sé cómo terminara todo esto. Sólo pretendo evitar el desastre, Ada.

—No sé de qué me estás hablando, mamá.

—Max no es lo que piensas. Y cómo sé que eres tan inteligente, lo averiguaras tú solita, niñita.

—¡No te tengo miedo, mamá! —le exclamé, a la defensiva —¡Procura brindar amor en el mundo, follate al dios de la guerra, a tus amantes, a los que quieras, pero déjame en paz!

Se echó a reír, de una forma tormentosa.

—¿Dejarte en paz implica que quieras suicidarte y que termines en el mismísimo inframundo?¡Por qué demonios querías terminar allí!¡¿Por qué Ada?!¡Puedes tener la paz en otro lado, no aquí, hija!

Me eché a llorar, no la soportaba, no podía estar así, me tenía contra la espada y la pared. 

—Por favor Afrodita—supliqué en un susurro —, déjame en paz.

Antes de que saliera por la puerta me advirtió:

—Ten cuidado con quien te “revuelcas”, porque puede ser que estés más cerca del inframundo de lo que crees, cariño —me dijo, con calma, pero con tanta seriedad que me congeló la piel.

La miré atentamente, con lágrimas en mis ojos y la ira carcomiéndome, y me fui, deseando no volver a verla nunca más.

Me encontré a Max llevándose un cigarro a los labios e inhalando el humo que no tardó en expulsar, estaba fuera del coche, apoyado en él.

—No sabía que fumabas —le dije cuando aparecí, tratando de borrar con el dorso de mi mano toda lagrima rebelde.

Aquel aspecto suyo me había sorprendido. Me miró y me sonrió levemente.

—Fumo cuando me encuentro nervioso, no es muy recurrente en mí —me dijo, con voz gruesa y encogiéndose de hombros —¿Cómo te encuentras, belleza?

Me puse a su lado, abrazándome a mí misma, mirando los coches pasar en aquella noche tan miserable. La casi muerte, la visita inesperada de mi madre y el hecho de existir, ya me daba pánico.

—Estoy bien —mentí, pero no quería profundizar en mi drama.

Afrodita era la diosa de la belleza y del amor sexual. Había nacido del mar y su belleza era superior a la de cualquier criatura. Todos los que la veían, dioses y mortales, quedaban prendados de su hermosura y ella lo sabía. Tan superior que cualquier ser humano caía ante sus pies...un día se enamoró incondicionalmente de uno y de aquel fruto nací yo...una tal Ada Gray.

No quería pensar en los dioses ni en el mar, ni en la belleza, por más que estuviera culminada en ella.

Miré a Max, quién estaba sumergido en su mundo, observando algún punto de la carretera, fumando, pensante, misterioso.

Me pregunté por qué mi madre tenía miedo de que me relacionara con él...¿qué ocultaba Maximiliano Voelklein? Estaba aterrada por descubrirlo, aunque la tentación por saberlo...me estaba carcomiendo la cabeza.

Lo tomé de la mano, tirando de él y sacándole el cigarro de la boca.

—¿Qué haces? —me preguntó, confundido y serio.

Lancé el cigarrillo al suelo, y lo pisé con mi zapato para apagar el fuego. Al ver que no había nadie, lo guie hasta el baño de hombres, él no decía nada, seguía hipnotizado debido a mis ojos. 

Abrí la puerta del cubículo más cercano, y agradecí que no hubiera nadie. El único ruido que había era el de la luz tenue que daba la lamparita que parecía estar en corto. Eso no me preocupó, ya que sólo tenía la atención puesta en Max. Quien me estaba mirando de una forma atontada y no paraba de morderse el labio inferior, curioso por lo que haría con él.

Me encerré con él, en aquel espacio tan diminuto y me agaché, a la altura del cinto de su pantalón, el cual no tardé en desabrochar. Él soltó el aliento, deseoso, suponiendo lo que estaría a punto de hacer.

—Eres tan impredecible, Gray...

Cuando dejé a la vista la tira de su boxer, vi algo que capturó toda mi atención. Sentí que toda intención de hacer que la noche mejorara, se había desvanecido. El nudo en la garganta había vuelto aparecer.

—Veo que alguien ya te ha entretenido hoy —solté en seco, levantandome nuevamente al ver marcas de pintalabios en su abdomen marcado cuando saqué la camisa de adentro de su pantalon.

—¿De qué demonios estás...? —miró el camino de besos rojos se perdía por debajo de su bóxer, entendiendo por qué me ponía así — Carajo, Rose. —pensó en voz alta.

Lo sentí como una bofetada. Él se había percato tarde de sus palabras.

—No sé por qué demonios continuo esta relación contigo, cuando no soy suficiente para satisfacerte—le dije, abriendo la puerta del cubículo hecha una furia y saliendo de allí, con la intención de pedir un taxi.

—¡¿Qué?!¡Ada, por todos los cielos!¡Deja esos celos estúpidos!¡Creí que eras lo suficiente madura como para tener este tipo de relación! —gritó Max detrás de mí, tratando de alcanzarme.

—¡Vete con Rose, seguro ella es mejor sugar baby que yo, maldita sea! —le grité, furiosa.

Sentí su presencia cada vez más cerca de mí y Max me agarró del brazo, impidiendo que me vaya. Lo miré con la peor cara.

—¿Y qué problema habría si la quiero a ella también cómo mi sugar baby? —espetó, enojado —Tú y yo tuvimos un acuerdo, eso no lo olvides, Ada. Yo puedo acostarme con quien yo quiera, no tengo dueña.

Me quedé helada ante su confesión, fue como si mi corazón se hubiese hecho añicos ante lo dicho. Me zafé de su agarre, sin dejar de mirarlo, rota. Es como si hubiera bajado la temperatura, no sabía qué hora era, pero sabía que era tarde y estaba con un hombre al que no le estaba dando suficiente placer como para que se contentara solo conmigo.

—Me estoy arrepintiendo de ese acuerdo, Max —sentencié, con la voz rota y mirándolo de pies a cabeza —. Y quiero que también algo te quede claro; yo tampoco tengo dueño y esta noche voy a encontrar a cualquier imbécil al que desee follar conmigo y que sólo tenga ojos para mí.

Él me apretó bruscamente contra una de las puertas del coche y pegó su nariz contra la mía, sujetándome por las muñecas. Su aliento golpeteaba contra mi rostro, su enorme cuerpo me tenía acorralada.

—Yo quiero ser ese imbécil que te folle.

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