MARCADAS

By noelunita

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«A veces su mundo se reducía a la nada, a un sitio cuyos bordes se habían difuminado en medio de ninguna part... More

créditos
dedicatoria
uno
dos
cuatro
cinco
seis
nota

tres

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By noelunita

Tres cucharadas de azúcar.

Una mueca asqueada.

Estaba imbebible.

Cuatro cucharadas de azúcar. Cinco. Ya no les quedaba leche. Estaba pasable. Quizás un pelín dulzón. Mientras su padre Juan conversaba por teléfono con su padre Rafa, en la seguridad de su habitación, pero con unas paredes tan finas que era imposible que Carlota no pudiera escuchar frases sueltas, fuera de contexto, y lágrimas que se le clavaban en lo más hondo del pecho. Probó a subir el volumen del televisor, a prestarle atención a la señora y al torero, que fingía ser periodista, que no decían nada más que mentiras sensacionalistas, susurros maliciosos de los altos cargos, que no hacían más que avivar un fuego que ya era de por sí imparable.

Tenía que hacer la colada.

Con gel de baño, porque ya no les quedaba detergente.

Siguió bebiendo su café, aferrándose a la taza favorita de su padre Rafa, que ya estaba un pelín astillada por el uso y los batacazos. Su móvil empezó a sonar, los acordes de Las Sin Camisa inundando el salón, eclipsando cualquier sonido. Carlota frunció el ceño, sin comprender quién podría intentar contactar con ella tan temprano. Al darle la vuelta al teléfono, el corazón se le saltó un latido al ver ese nombre en mayúsculas, ocupando toda la pantalla.

Casi se le cayó al suelo.

—¿Señorita Carlota Cañizares?

—¿Sí? Soy yo.

—Pues mire la hemos llamado de la Escuela Mateo Inurria para avisarle que ha sido admitida de última hora, tiene hasta mañana para formalizar su matrícula, si...

Ya no pudo escuchar. Había entrado. Estaba dentro.

Elisa le hizo cosquillas en el brazo, ella sonrió sin restricciones.

Sin embargo, su felicidad tenía fecha de caducidad, ni siquiera el abrazo de oso de su padre sirvió para tranquilizarla. Le tocaría gastar un dinero que no tenían en comprar materiales nuevos. Además, al vivir en un pueblecito perdido de la mano de Dios, entre dos ciudades y en ninguna parte a la vez, el transporte era caro y limitado. Y peligroso. No podía pagarse un piso en Córdoba.

¿Por qué se había arriesgado?

—Esto hay que celebrarlo, pequeñaja —tarareó su padre feliz, la sonrisa desdibujando sus facciones, marcando aún más sus arrugas. Incluso tuvo la osadía de revolverle el pelo, como cuando era una cría que no le llegaba ni a la cintura—. ¿Sabes qué? Vamos a ponernos guapos, a permitirnos un caprichito a la panadería de la Trini y comemos en la plaza.

—¿Qué...? ¡No! Papá, de verdad, no hace falta...

Pero su padre no entró en razones. Estaba demasiado feliz de que su pequeñaja por fin pudiera estudiar lo que quería como para darse cuenta de lo que estaba pasando. Ella quería corresponder su alegría, abrazar a su padre con fuerza, gritar, reír, sonreír, ¡hacer cualquier cosa!, pero sentía el peso de la realidad sobre sus hombros. Se estaba hundiendo sin remedio y nadie estiraba una mano para rescatarla.

Ni siquiera Elisa la mantenía de pie.

Apretó los puños con fuerza, clavándose las uñas.

—Quiero celebrarlo con Maca —dijo sin más. Solo quería salir de allí, correr hasta no sentir las piernas, llorar hasta quedarse sin fuerzas. Su padre, boquiabierto, no atinó a reaccionar—. Por favor.

Su padre asintió comprensivo. A ella no se le escapó la decepción que cruzó su mirada. Él quería estar con ella, celebrarlo juntos. Ella solo quería hundirse en su miseria.

—Pero toma esto por lo menos.

Del bote de galletas sacó un billete de diez euros.

xxx

Maca la estrechó entre sus brazos y le llenó la cara de besos en cuanto escuchó la noticia.

Incluso consiguió que sonriera de verdad.

—¡Hoy es tu día, nena!

Era su día, sí.

No sabía cómo había podido estar tanto tiempo alejada de Macarena, la había echado terriblemente de menos.

—Quiero trabajar. —Pero tuvo que estropearlo. Por la mirada que le dio, no había esperado para nada que sacara ese tema. Carlota se removió incómoda ante su escrutinio—. Ya sabes, no quiero ser una carga para mis padres, no con la edad que tengo.

Era una excusa estúpida.

—¿Y tu Patreon? Pensé que te iba bien.

No lo suficiente.

—Hablo más bien... de un trabajo de verdad, con su sueldo fijo y esas cositas.

Siguió hilando frases sin ton ni son, esperando encontrarle sentido a la sarta de tonterías que estaba diciendo.

No funcionó.

—Mira, no me toques los ovarios con gilipolleces —la interrumpió de mala hostia. Maca pocas veces se mosqueaba con ella—. ¿Sueldo fijo y esas cositas? Joder, cualquiera diría que vivimos en un país que se preocupa por sus jóvenes y las condiciones laborales en general, ¿qué coño me he perdido?

—Necesito el dinero...

—¿Para qué quieres quitarte tiempo tan tontamente?

—¿Tiempo? —se rio, apartándose de Maca, evitando incluso su mirada—. No todas somos unas pijitas como tú, no tenemos de dónde elegir.

A Macarena no le faltaba precisamente el dinero, sus padres ganaban lo suficiente para mantenerla. No obstante, sabía que se había pasado de la raya en cuanto vio la mirada dolida que le dio su novia, a quien no le hacía ni una pizca de gracia que usaran eso en su contra, como si tener solvencia económica la convirtiera en una mala persona, como si no estuviera intentando cambiar el mundo.

Ese era el punto, intentaba cambiar el mundo con su palabrería revolucionaria, sus discursos de tres al cuarto y sus revueltas incendiarias, con sus pancartas y sus sueños de porcelana. Así no se cambiaba el mundo, así no se daba de comer a quien no tenía un trozo de pan que llevarse a la boca y así no se le daba un techo a quien no podía permitirse los alquileres abusivos de las ciudades. Mientras Maca vivía rodeada de comodidades, el mundo a su alrededor se iba a la mierda.

Así se lo hizo saber y así la cagó.

Como diría Estela Reynolds, había abierto el cajón de mierda.

—Por supuesto —susurró Maca, casi al borde de las lágrimas. Estaba temblando, ¿o eran los dos? No importaba—. Porque tú haces mucho más, ¿verdad? Vas a los comedores sociales de voluntaria, donas tu ropa, ayudas en lo que puedes... Claro que sí. Mírate, Carlota, parece que tienes doce años, soñando despierta con tu Elisa, agachando la cabeza y lloriqueando por las esquinas... ¡Abre los ojos de una vez! Hay un mundo ahí fuera, ¡yo estoy aquí! Ella no.

» Tal vez estoy haciendo una mierda por cambiar las cosas, pero por lo menos lo intento, aporto mi granito de arena, no me quedo de brazos cruzados, lamentándome y alejando a mis amigas.

Era un golpe duro. Fue cruel.

—No entiendes nada...

—¡Pues ayúdame a entenderlo, dime qué está mal!

No quería ser su causa perdida, el juguete al que tenía que dedicarle una atención especial. No quería su pena. Sus migajas. Sin embargo, sabía que algo de razón no le faltaba, desde hacía meses se había refugiado en sí misma, alejando a todo el mundo, apagándose poco a poco, y encima se había distanciado de la única persona que la conocía de verdad.

Que conocía a la verdadera Carlota.

¿Qué estaba mal con ella?

—Elisa es real —musitó sin fuerzas.

Maca suspiró resignada, antes de agarrar su mano.

—Pero no está aquí. Yo sí.

Entrelazó sus dedos.

Macarena fue de las pocas afortunadas que encontró a su marcada poco después de su decimosexto cumpleaños. Ella afirmaba no recordar con exactitud cómo pasó, solo que una tarde, veraneando en Torremolinos, se despistó de sus padres y se topó con una chica de su edad, que jugaba a crear castillos de arena. Según ella, su marca le hizo cosquillas y guio sus pasos marcando un camino de estrellas caídas y arena hasta Lorena. Cuando quiso darse cuenta, su marca ya no lucía ese tono emborronado, sino que estaba completa.

Desde ese día, se convirtieron en hermanas. A pesar de no vivir en la misma ciudad, de casi no tener tiempo para verse, siempre estaban la una para la otra. Maca no hablaba mucho del tema, para ella todo el asunto de la conexión cósmica y del destino eran patrañas, pero Carlota era consciente de que ese vínculo era real. Maca y Lorena estaban atadas por el mismo hilo, se complementaban. Maca sabía en todo momento si Lorena estaba mal o era inmensamente feliz, podía verlo en la forma en la que sonreía a veces, sin motivo aparente, o fruncía el ceño de golpe y se disculpaba porque tenía que hacer una llamada.

Maca fingía que la marca no importaba, pero lo hacía y muchísimo.

Sobre todo, para ella.

—Lo siento.

¿Quién se disculpó? ¿Acaso importaba?

Había un abismo entre ellas.

Y era su culpa. 

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