«A veces su mundo se reducía a la nada, a un sitio cuyos bordes se habían difuminado en medio de ninguna parte, en todas partes a la vez». Carlota Cañizares se encuentra el borde del precipicio. La sociedad está podrida por culpa de los mal llamados nostálgicos y las cosas en su casa no pintan del todo bien. No puede más. Se está asfixiando, nadie parece darse cuenta de lo que le pasa. Nada funciona como debería, nada la sostiene. Ni los abrazos de oso de sus padres ni las sonrisas torcidas de Maca. Nada. Está sola, completamente sola. No, no está sola. Mucho peor: se siente sola. En medio de una revolución que no termina de comenzar, aferrada a la tinta que marca su brazo, su alma y su destino, agarra con las pocas fuerzas que le quedan (las suficientes, son las suficientes) su lápiz y su cuaderno para redibujar la realidad. Crea su propia realidad. Aquí, allí, ahora y mañana. En ninguna parte. En todas partes a la vez. Porque el mundo no cambia de la noche a la mañana, no por sí mismo y no por arte de magia, necesita un empujón. Uno de los grandes. «A veces su sonrisa era su mundo».