Espinas | SEKS #3

By CasAlvarez13

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SERIE SEKS, LIBRO #3 Cal es una escritora de relatos eróticos, cuya vida real se asemeja a sus relatos sobre... More

Advertencia
Espinas
Dolor y placer.
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61- capítulo final
62- escena extra
63. Epilogo
64. Escena extra
Extra

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By CasAlvarez13

Cal

Las costillas me duelen de tanto reirme por las tonterías que están contando estas mujeres.

Sé que Dorian y yo estamos a pocos minutos de irnos, pero no puedo dejar de escuchar la experiencia de parto de Isla y sus imitaciones de sus propios resoplidos mientras pujaba y las lágrimas saltan de mis ojos.

—Cal, ¿Nos vamos?— Dorian me habla cuando me calmo un poco y yo intento recomponerme. Marianne ya se ha ido, al igual que Bruno, que llegó más tarde, como Kendra y su pareja.

Sólo quedamos Lianna, Gemma y sus respectivas parejas y la pareja de actores porno, cuyo hombre me ha diseñado mi tatuaje favorito, el que tengo en las costillas, que cubre parte de mi esternón.

Adabel también está aquí, pero parece estar dispuesta a quedarse.

—Claro— le respondo finalmente.

Lianna y Gemma me abrazan y prometemos hablar antes del lunes y no mucho después, estoy siguiendo a Dorian a su coche. Luce de buen humor, pero está callado.

—Sube— abre la puerta para mí, como todo un caballero y el contraste con el sádico que me folla en Seks y en su cama es increíble. Una vez que comienza a conducir, vuelve a hablar—: ¿Algo que quieras contarme, Cal?

Trago saliva, intentando pensar qué demonios hice para que ahora me pregunte esto, pero me he comportado durante todo el día.

—No...

—¿Estás segura?

Decido irme por la salida más fácil.

—¿He hecho algo que te molestó?— mi voz titubea un poco.

Lo cierto es que nunca había ido a una reunión con un amo y ni siquiera estaba muy segura de que esperar. Quizás lo jodí todo diciendo o haciendo cosas que no debía, pero no porque quisiera molestar, sino porque genuinamente no sabía que no debía hacerlo.

—No es tan malo juntarse con la chusma de Seks, después de todo— masculla. Por otros segundos que se me hacen eternos, se queda callado—. ¿Qué dijiste sobre mí en las reuniones con las otras sumisas?

Trago saliva, con el temor acrecentando en mi interior e intento sonreír.

—Lo que pasa en el sindicato, muere en el sindicato.

—No estoy para bromas, Caléndula— suspira—. ¿Qué fue lo que dijiste?

—Prometo que no dije nada malo— me apresuro a decir.

—Sigues sin responderme.

Si está enfadado porque hablé sobre él, estoy jodida.

—Escucha, ni siquiera dije nada sobre nosotros, solo preguntaron si estábamos juntos o en una relación y dije que habíamos hecho algunas escenas, nada más.

—¿A ti te preocupa que piense que ellos crean que tenemos una relación?— me cuestiona.

—Bueno... ¿Por qué otra cosa podrías estar enfadado?

—Hablaste sobre Amelie— me recuerda.

No sé quién haya soltado el chisme, pero puede considerarse sumisa muerta. Se la daré de abono a las suculentas de mi madre.

—Dije que nos conocimos antes de saber sobre ella y que cuando lo supe, fuiste honesto conmigo al respecto— admito—. ¿Puedes llevarme a mi casa? Estoy cansada.

—Estamos hablando.

—Si, pero suenas enfado y no me gustas enfadado. Me agradas más cuando eres simpático—señalo—. Escucha, Dorian...

—¿Qué fue lo que dijiste, Cal?

Está calmado. La nerviosa aquí soy yo y no sé por qué, porque sé que no he hecho nada que pudiera crearme problemas, pero de todos modos esta conversación me pone los pelos de punta.

—Sólo dije que no eras un abusador, que conmigo respetaste los límites y que no habías sido un mal amo.

Trago saliva luego de hablar, lo escucho suspirar y yo clavo mis ojos en el exterior del coche mientras él parece pensarlo.

—Está bien— murmura finalmente. Me raspo el esmalte de las uñas y él me mira—. No hagas eso.

—¿Qué más te da?

—¿Por qué estás tan nerviosa?

—Porque no sé qué está pasando por tu cabeza— admito.

—No estoy enfadado— habla—, pero no eres mi abogada o mi defensora

—¿Estás enfadado porque te defendí?

—Acabo de decirte que no estoy enfadado.

—Suenas enfadado para mí.

—Sólo... intenta no tocar ese tema de conversación, vas a meterte en problemas.

—¿En problemas contigo?

—En problemas con las demás sumisas. Algunas de ellas son amigas de Amelie.

—Primero que nada, me vale meterme en problemas con ellas— hago comillas con mis dedos—, y segundo, no hablé mal de ella. Dije que ser sumisa era ponerse en una situación de extrema vulnerabilidad y que podía ser difícil decirle a un dominante que se detenga. Lianna lo secundó— insisto—. Le pasó lo mismo con su esposo, así que, al parecer, no dije algo tonto.

—Nadie dijo que fuera tonto, sólo digo que no todas lo van a comprender del mismo modo que ella o Gemma.

Resoplo.

—Bien.

—Ahora tú pareces la enojada— señala, mientras sigue con los ojos en la carretera y conduce.

—No estoy enojada, sólo que me sales con un planteo que no comprendo y mucho menos entiendo por qué te fueron con el chisme de algo que se supone que quedaría en un espacio de sumisas — digo—. No hablé mal de ti, ni de ella, ni siquiera le mencioné a alguien que la conocí o que sé sobre Boris, porque creo que es algo que tú debes decidir decir o no y que yo ni pincho ni corto respecto a eso, pero...

—Respira, Caléndula, que no es una batalla de rap.

—Estoy respirando— le chillo.

—No lo parece.

Apoyo la cabeza contra el respaldo y suspiro con fuerza. Él no dice nada más por un rato, hasta que nos detenemos en la entrada de su casa y yo no sé bien qué humor se carga. A veces Dorian se me hace una persona súper fácil de entender y otras— como en este momento—, tiene una expresión profesional de jugador de póker.

Cuando estaciona y apaga el motor, no se baja. Por unos instantes, vuelvo a jugar con el esmalte de mis uñas y él suspira. Abre la puerta, se baja y yo me tomo mi tiempo para desabrochar el cinturón y girarme un poco para abrir la puerta. Sin embargo, antes de que logre hacerlo, él lo hace.

—¿Qué hice ahora?

—Baja— su voz no es brusca ni nada, pero de nuevo, todo se siente demasiado tenso para mí, incluso cuando me ofrece la mano para ayudarme. Me esfuerzo en no lucir acojonada y la tomo, carraspeando y saliendo del coche. Le doy un intento de sonrisa justo cuando él vuelve a suspirar y pellizcarse el puente de la nariz—. No sé qué hacer contigo.

—¿Podrías, quizás... no lo sé... abrir la puerta de la casa? Las acampadas me gustan pero hace un poco de frío para seguir aquí afuera.

Dorian me mira, imperturbable y abre la puerta. Cuando ambos estamos dentro, tardo unos segundos en quitarme los zapatos, porque me han matado durante todo el día y él sádico me observa antes de quitarse el abrigo y alejarse hacia la cocina. Kándrea no tarda en aparecer y cotorrear cosas antes de posarse sobre mí cabeza.

—Mascota... Kándrea... comida... mascota comida...

Me río.

—Vamos, Kán, a ver si Dorian nos alimenta— le rasco las plumas del lomo mientras camino hacia la cocina donde Dorian ya ha prendido el estéreo a un volumen bajo y se ha arremangado la camisa.

La lora se baja de mi cabeza y modela por la isla, hasta llegar al brazo de su dueño y lo picotea.

—Qué fastidiosa eres— le gruñe. Pone la mano en la mesa y Kándrea se pone sobre sus dedos y él la levanta hasta dejarla frente a su rostro—. ¿Quieres comer, lora molesta?

Comida... Kándrea... comer...

—Eso parece un sí— sonrío cuando el ave vuela hasta mí y comienza a morder mi cabello—. Oye, no soy comestible. Las caléndulas no están en tu dieta— me quejo.

Puedo escuchar la risa baja de Dorian mientras busca el tarro con la enorme variedad de semillas y luego, agarra algunas frutas.

Le voy dando algunas semillas mientras que él corta la fruta y ninguno de los dos dice nada. El silencio me resulta incómodo porque no puedo leerle la mente y saber en qué está pensando, así que por unos segundos, no sé bien qué hacer. Termino decidiendo qué lo más sensato, es fastidiarlo.

Mientras él está distraído cortando las frutas, agarro algunas semillas que llaman la atención de la lora y las dejo caer sobre la cabeza del sádico.

—¡Caléndula!

Comida... Kándrea...

Lo siento, profesor, lo confundí con la mesada.

Gruñe algo que no logro entender, antes de sacudirse el cabello.

—¡Estás castigada!

—Eso si logras atraparme primero— me burlo, antes de correr por mi vida. Me río como una estúpida mientras corro por la casa, que ni siquiera he recorrido mucho las veces que estuve aquí y cada tanto, miro hacia atrás, notando que Dorian me sigue a unos cuantos pasos. No quiero meterme en algún lugar y encerrarme a mí misma, así que hago lo más sensato y salgo al patio.

—¡Caléndula!

—Tienes que ser más rápido, profesor — le grito.

Logra alcanzarme en algunos segundos y el impulso con el que va sobre mí hace que ambos caigamos al suelo. Está sobre mí y agarra mis manos para impedir que me mueva mientras jadeo porque mi estado físico no es el mejor y siento como si hubiera corrido una maratón.

—¿¡Estás loca?!

—Lucías aburrido y fuera de forma, creí que necesitabas hacer un poco de ejercicio.

—No vuelvas a hacer eso— gruñe.

La risa desaparece de mí y su autoridad se cala por mis poros mientras la comprensión me golpea.

Esta compa ya está muerta y ya me han avisado.

—Lo siento.

—No lo haces— me espeta. Clava sus rodillas en la tierra, aún sin soltarme y me mira—. ¿Qué coño se te ha pasado por la cabeza para pensar que arrojarme semillas sería una buena idea?

—Creí que necesitabas más conexión con la naturaleza— le digo con una sonrisa mínima. Cuando gruñe de nuevo, me encojo—. Lo siento.

Mejor cállate.

Dorian me suelta las manos pero yo no me muevo. Me quedo en mi lugar casi sin respirar mientras él parece estar trazando un plan. Se levanta, me tiende la mano y yo la tomo, con algo de desconfianza. Una vez que estoy de pie, sus dedos se ajustan en mi nuca y me empuja ligeramente para que camine hacia la casa.

No creí que fuéramos a regresar a la cocina, sino que me llevaría al cuarto, pero me sorprende cuando regresamos allí, me hace detener frente a uno de los taburetes y lo señala.

—Si cuando regreso tu culo no está en este taburete, vas a conocer una parte desagradable de mí.

Trago saliva y asiento en silencio mientras él se lleva a Kándrea y yo decido que lo mejor es comenzar a orarle a la Pachamama para que al menos una parte de mí cuerpo salga ileso.

Dorian tarda unos minutos en regresar — tiempo en el que la ansiedad me consume— y cuando lo veo volver con un libro sobre botánica y unas sogas, decido que es momento de desaparecer.

—A...

—Callada.

—Pero...

—Tengo una mordaza en el bolsillo, ¿La quieres?

—No, señor.

—Entonces, te quedas callada— se acerca a mí y sin decir mucho, me quita la ropa. Me dejo hacer, sabiendo que la he cagado bastante. Cuando toda la ropa es un montón a mi lado, me empuja el pecho contra la isla, y junta mis brazos detrás de mi espalda. Usa la soga para atarlos y que queden cruzados por debajo de mis costillas, antes de seguir con la soga, hasta que mis pechos quedan con un doloroso amarre, que solo me molesta un poco y luego, me muestra el libro de botánica que trajo—. Quizás la que necesita estar más conectada con la naturaleza eres tú, mocosa— masculla, antes de usar el libro para spankearme.

Jodida Diosa del masoquismo.

Esto debería ser ilegal.

No sé cuánto tiempo está golpeándome el trasero y los muslos con el libro de botánica, hasta que toda mi piel arde y las piernas me tiemblan. Esta vez, no se detiene para tocarme. No lo está poniendo bonito, porque es un castigo y no quiere que lo disfrute.

Me sacudo, tratando de soltar mis brazos de las sogas pero es imposible y él sigue, como si mi intento patético de resistencia le gustará más.

—Ba...basta.

—Eso no lo decides tú— me recuerda. Me agarra del cabello, lo tira hacia atrás y se lo enrosca en un puño para acercarme a él. Aunque mis brazos interfieren un poco, su camisa raspa mi espalda—. Te pasaste con lo de las semillas, Caléndula.

—Lo siento, señor.

—Créeme, vas a sentirlas — murmura. Luego, me suelta y se aleja. Con estupor lo veo agarrar el tarro con las semillas de Kándrea y esparcir una buena cantidad en el suelo.

Me agarra del antebrazo y señala el piso. Me las ingenio para ponerme de rodillas y cuando cada jodida semilla se clava en mis pantorrillas y rodillas, jadeo de dolor. No es una parte del cuerpo que tenga mucha carne y realmente siento como si se encarnaran en mis huesos.

—Duele— me quejo.

—Qué pena— no lo siente, en realidad y lo deja en claro cuando me agarra del mentón y me sonríe—. Quizás te ayuden a reflexionar un poco mientras preparo la cena.

Se da la vuelta y parece ignorarme por completo mientras yo intento distribuir mi peso de algún modo para que las semillas no se claven en mi piel. Sin embargo, cada vez que me muevo es peor y no tener mis brazos disponibles tampoco ayuda.

Sádico hijo de puta.

Puedo jurar que cada semilla debajo de mis piernas se siente como una aguja dolorosa. Intento respirar con calma, con la lección aprendida: nada de tirarle semillas a Dorian.

Mientras intento sobrellevarlo, se dedica a cortar verduras y trazar carne. No me habla, pero me mira cada tanto, como si intentará asegurarse de que sigo allí o que no me he muerto y cuando lleva todo al horno, chasquea y se acerca. Con algo de esperanza de que me suelte, lo veo ponerse detrás de mí y desatar mis brazos.

—Gra...

—No agradezcas antes de tiempo, porque no hemos concluido.

Después, me hace chillar. Con brusquedad me acomoda, esta vez haciendo que mi culo magullado quede sobre las semillas y se las ingenia para atar mis manos y mis tobillos juntos.

—¡Dorian!

Me ignora.

—Si vuelves a llamarme por mi nombre durante un castigo, voy a amordazarte— me advierte, sacando una tela de su bolsillo y dejándola sobre la isla—. Quédate callada.

—Es molesto— resoplo.

—No se supone que disfrutes de un castigo.

Vuelve a ignorarme por un rato, pero está vez, no por estar cocinando. Como todo se está haciendo en el horno, él simplemente se deja caer en uno de los taburetes y se pone a leer el libro de botánica con el que me golpeó el culo. Incluso se sirve una copa de vino y se la bebe lentamente, de a sorbos pequeños, como si todo fuera perfecto: un libro en la mano, una sumisa atada en el suelo, algo de música y la comida asándose.

Cuando el aroma a la carne se hace intenso, lo revisa. Lo voltea y regresa a su lugar en la silla, a pocos pasos de mí. Me remuevo e intento acomodarme para que esto no sea tan incómodo, pero su zapato toca ligeramente el lado de mi pie y sin quitar los ojos del libro, me habla:

—Deja de moverte.

Lo intento. Lo hago, de alguna forma.

El silencio y las ataduras me hacen pensar demasiado y no es algo que me guste, en realidad. Jugar y ser un poco molesta es algo, pero ganarme un castigo por haberlo fastidiado me decepciona en niveles que no puedo explicar. Además de que ni siquiera sé si está enfadado por haber hablado sobre él en las reuniones de sumisas.

¿Y si también me está castigando por eso?

Quizás debí cerrar la maldita boca y simplemente fingir demencia. Tal vez no quiere que los demás sepan que estamos juntos.

Bueno... no me hubiera llevado a la casa de Gemma de no ser así, ¿Verdad? Aunque también dijo que Gemma le insistió demasiado. ¿Y si me llevó porque ella fue molesta?

Mierda.

Mi cerebro me pone en una encrucijada desagradable y los pensamientos de autosabotaje tardan poco en llegar.

Ni siquiera sé cómo carajos funciona una dinámica real de bdsm más allá de las escenas de un club.

¿Lo fastidié? ¿Realmente lo fastidié?

Intento salir del callejón al que me llevó mi mente cuando Dorian saca la carne y las verduras del horno y acomoda todo en platos. Luego, me quita la soga que mantenía mis piernas y brazos unidos y me agarra de las muñecas para alzarme. Mi rostro queda por debajo del suyo por algunos centímetros y no quito mis ojos del cuello de su camisa cuando hablo:

—Lamento haberle arrojado semillas.

—¿Lo puedes decir mirándome a la cara?

El fondo de mis ojos pica un poco cuando los levanto y veo los suyos. Tengo que parpadear e intentar fingir que las emociones no me están rebasando antes de volver a hablar.

—Lamento haberle arrojado semillas, señor.

—¿Lo ves? No es tan difícil— me agarra del mentón y para este punto, las lágrimas se acumulan en mis ojos. Cuando me besa, presionando su boca en la mía, comienzan a caer—. ¿Por qué estás llorando?

—No lo sé.

—Yo creo que sí lo sabes.

—No quería hacerte enfadar— murmuro, admitiéndolo—. Lo siento.

—No estoy enfadado— dice con tranquilidad—. Ahora cálmate y vamos a cenar— pasa sus manos por mis piernas para despegar las semillas que aún seguían adheridas a mi piel y luego, yo me limpio las mejillas humedecidas por las lágrimas. Cuando me he calmado un poco, mientras que él sólo se limita a mirarme y pasar su mano por mi brazo, nos sentamos a comer. Todo es tan surreal que mi cerebro no deja de crear escenarios extraños en mi cerebro mientras intento contarme en la comida—. Mírame— demanda.

—¿Qué pasa?

—¿Nunca te habían castigado?— me muerdo la lengua y niego. Nunca hubo un castigo más allá de un juego, pero lo dejo hoy fue en serio—. Se acaba el castigo y se acaba el enfado, Cal. No voy a echarte en cara lo de las semillas cada vez que pueda.

—Está bien.

—Déjalo estar y que te sirva como recordatorio para no fastidiarlo de nuevo, ¿Soy claro?

Obligo a mi cabeza a que se mueva en una afirmación y luego de eso, intento comer.

—Sí.

Dorian no dice nada y yo estoy demasiado retraída y metida en mis pensamientos como para preocuparme por eso.

—Cal— me detiene de seguir moviendo el tenedor en el plato y lo miro—. No estás comiendo— señala con obviedad.

—No tengo hambre.

Lo escucho suspirar y me quita el tenedor de la mano antes de pinchar un trozo de carne.

—Abre la boca.

—Dorian...

—Come— acerca más el tenedor a mi boca y yo mastico el pedazo de carne mientras él vuelve a hablar—. Voy a explicarlo una sola vez y como eres una niñita muy inteligente, vas a entenderlo— me dice, esperando a que termine de masticar para agarrarme del mentón—. Haces algo mal y te castigo, las cosas funcionan así, Cal. Es parte de la dinámica que ambos quisimos tener juntos, ¿No es así?— no espera a que le responda—. Comparar a las personas con los perros no es lo más agradable pero vamos a ponerlo de este modo: no castigas a un perro por algo que hizo hace un año. Lo castigas cuando se mandó una cagada, le das un correctivo y luego, olvidas el hecho. Con las sumisas es lo mismo, no vamos a seguir enroscados es esto ni voy a echartelo en cara cada vez que pueda, pero lo mismo va para ti. Lo dejas pasar y se termina— añade—. ¿Lo has entendido? — asiento—. ¿Tienes algún problema, que no puedes hablar?

—Lo entendí— verbalizo.

—Bien— vuelve a pinchar algo de mi plato y lo pone delante de mí boca—. Ahora come.

—Puedo hacerlo por mí misma— señalo.

—Al parecer no, o lo hubieras hecho antes— me da una sonrisa leve y añade—. Ambos sabemos que eres una niñita mimada que necesita atención.

—Lo dices tanto, que va a terminar siendo cierto.

—Lo es— niego—. Si, Caléndula. Eres una mocosa mimada que necesita límites y castigos— murmura—. Anda, termina de comer que tenemos cosas que hacer.

—¿Qué cosas?

No me responde. 

Ya sé que está vez tardé un poco más en actualizar, pero tuve unos días bastante movidos... ¡Espero que les haya gustado!

¿Qué les pareció el castigo de Dorian a Cal? A mi me pareció re creativo, jajajaja

¡Nos leemos en estos días!

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