Gardenia © ✔️ (TG #1) [EN LIB...

By ZelaBrambille

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Novela publicada por Nova Casa Editorial, disponible en librerías de España y América Latina. * * * Tessandra... More

Gardenia ©
GARDENIA EN FÍSICO
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Personajes
Introducción
🦋 Prefacio 🦋
Capítulo 01
Capítulo 02
Capítulo 03
Capítulo 05
Capítulo 06
Capítulo 07
Capítulo 08
Capítulo 09
Capítulo 10
Capítulo 11 parte I
Capítulo 11 parte II
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Epílogo
Extra | Un baile para recordar
Extra | Carta de una mariposa dorada

Capítulo 04

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By ZelaBrambille

🦋


T E S S A N D R A 

Mi madre me tiende una nota con una dirección.

—Necesitan una costurera de emergencia, ¿podrías ir y recoger las prendas que te darán?

No necesita pedírmelo dos veces, minutos después ya me encuentro bajando del taxi que me lleva hasta la zona más elegante y ostentosa de Hartford. Las calles son extensas por la inmensidad de los terrenos, pareciera que estoy dentro de un campo de golf con todos esos jardines y árboles que separan una mansión de la otra. El taxi arranca tan pronto desciendo, quiero rogarle que vuelva porque la inmensa reja de forja me asusta un poco, enredaderas se envuelven alrededor de los barrotes, me hace pensar en una casa encantada.

Con cautela me aproximo y asomo la cabeza entre los tubos, no alcanzo a ver demasiado, lo único que puedo distinguir es un camino de concreto delimitado por árboles. A mi lado izquierdo hay un timbre, en la nota no dice si tengo que llamar a la puerta o esperar afuera. Presiono el botón y espero. Inmediatamente se escucha una voz que me habla por el interfono, hay un círculo diminuto sobre la bocina, por lo que creo que alguien me está observando desde el interior.

—Buenas tardes, ¿se le ofrece algo? —pregunta la que creo es una mujer.

—Vengo de parte de Romina Johnson a recoger unas prendas.

Mi madre usa su apellido de soltera desde que pasó lo de mi padre, yo no he podido deshacerme de él, es un recordatorio de que llevamos la misma sangre, de que compartimos un pasado que no me trae buenos recuerdos y preferiría olvidar.

—¡Oh, claro! ¡Pasa! —exclama—. Sigue el camino, te veré en la puerta.

No se abren las puertas dobles, solo una puertilla en uno de los costados, esta se cierra tan pronto me encuentro en el interior. Ahora puedo ver un poco más, pero el follaje de los árboles sigue ocultando lo que hay detrás. Me tardo unos minutos en llegar, cuando lo hago mi mandíbula cae abierta. Ya sabía que me encontraría con una mansión, pero tenerla frente a mí es impactante.

Parece una casa antigua por su aspecto colonial, hay más enredaderas en las paredes de piedra, decenas de ventanas, balcones y, en el centro, unas escalerillas que desembocan en una puerta de madera labrada. Bordeando la casa hay jardines donde hay arbustos, florecillas y sillas de metal que lucen más caras que toda la ropa que he tenido en mi vida.

Del interior de la casona sale una señora de cabello blanco y sonrisa amable, cierra la puerta y baja las escaleras sin dejar de llamarme con su mano. Apresuro el paso para encontrarla en la mitad del camino.

—¡Qué bueno que llegaste! Te estaba esperando —dice—. Vamos por la puerta de atrás... El joven está en casa y tiene visitas.

Lo último lo dice a modo de explicación, pero ya estoy acostumbrada, no necesita explicarlo. Cuando paso a recoger o a entregar los trabajos de mamá, la mayoría de los clientes mandan a sus trabajadores a atenderme y rara vez abren la puerta principal, algunos ni siquiera te dejan entrar al terreno. Empieza a caminar sin darme la oportunidad de responder, se mueve como un rayo a pesar de su edad avanzada.

—Me llamo Becky, por cierto.

—Tess —respondo viendo su nuca.

Recorremos uno de los jardines del costado bajo la sombra de una hilera de árboles. Luego damos la vuelta y llegamos al patio trasero. No me da tiempo de fisgonear, la señora me da un jaloncito en el brazo para que ingrese a la casa. Me encuentro en la cocina en un abrir y cerrar de ojos, se mueve tan rápido que apenas puedo entender qué está haciendo.

—Espérame ahí, iré por la ropa al cuarto de lavado —dice mientras camina por un pasillo, la pierdo de vista.

Barro la cocina con la mirada, está dividida en dos: en uno de los lados hay una mesa de madera vieja que desentona entre tantos muebles ostentosos y un frigorífico pequeño; del otro lado de la barra, empotrados a la pared, están los gabinetes blancos que combinan con la encimera de mármol, también hay un refrigerador de techo a piso y una estufa.

Un ruido me roba la atención, primero creo que es la señora volviendo con las prendas, luego me doy cuenta de que los pasos provienen del exterior de la cocina. Alguien entra sin despegar los ojos de su teléfono móvil, mueve los dedos sobre el teclado con rapidez.

Mis párpados se abren con horror al identificarlo, ese cabello carbón y los cortes rectangulares de su rostro son inconfundibles. Me quedo estupefacta, contemplándolo. Está usando bermudas negras y una camiseta gris que se pega a su torso por el sudor. Abro la boca para poder respirar, es tan caliente.

Apenas puedo reaccionar, me agacho justo cuando alza la cabeza. Mierda, debí de haber imaginado que era su casa o quizá no, ¿yo cómo iba a saberlo? Mi corazón late de prisa dentro de mi pecho, pego la espalda a la barra y abrazo mis rodillas.

Mis sentidos cobran vida, puedo escuchar todos sus movimientos, sus pasos yendo al refrigerador, cómo se sirve agua y, después, silencio. No me muevo, ni siquiera para respirar, pues temo que me descubra. Aprieto los párpados cuando distingo el sonido de sus pasos acercándose a la barra, sus zapatillas rechinan.

—¿Estás jugando a las escondidas o debo hablarle a la policía?

¡Joder!

Me armo de valor y, con la poca dignidad que me queda, me pongo de pie. Cuando lo enfrento me topo con esa masa de músculos bien trabajados, me cuesta trabajo no escanearlo, cualquier chica heterosexual pagaría por estar frente a Dan Adams después de hacer ejercicio.

Una chispa salta en sus ojos cuando me reconoce, su comisura derecha se alza y forma una sonrisita de lado que augura problemas.

—Eres muy mala escondiéndote —dice sin dejar de sonreír. Su timbre ronco me hace tragar saliva, espero que no pueda notar lo nerviosa que estoy, hago mi mayor esfuerzo para parecer imperturbable.

Su mirada abandona la mía y desciende por todo mi cuerpo, me siento incómoda porque me hace recordar a cómo me miraba el viernes mientras bailaba en el escenario, lucho con las ganas de cubrirme y darme la vuelta porque le daría la oportunidad de ganar una batalla.

Decido que lo mejor es ignorarlo y seguir a Becky, no puedo responderle como se merece porque mi mamá arreglará las prendas de su madre.

¡Su madre! No creo que mamá sepa quién es su clienta, de lo contrario se habría puesto a saltar por todo el hospital. Cuando mamá estudió costura y confección lo hizo porque soñaba con convertirse en diseñadora de modas, después se casó con mi padre y todo se vino abajo, tuvo que abandonar la escuela y su sueño. La madre de Dan es Helen Adams, la dueña de la boutique que está en el centro, mamá siempre se queda largos minutos pegada a la ventana, admirando los diseños y seguramente fantaseando con su propio lugar. Se va a morir cuando se entere.

Doy un paso, pondré distancia para evitar que las palabras incorrectas salgan de mi boca, pues mi madre podría perder un gran cliente. Un brazo sale disparado y me impide ir al pasillo por el que se fue Becky.

—¿Qué haces en mi cocina? —pregunta entre dientes.

Su aliento se estampa en mi rostro, está tan cerca que solo tengo que alzar los ojos para encontrarme con los suyos. Verlos de lejos no se puede comparar a verlos a escasos centímetros de distancia, no sé de qué color son. ¿Azules? ¿Verdes? No logro decidirme.

—Esperando a la amable mujer de cabello blanco —digo, respirando hondo para calmarme, aunque no sé si estoy agitada por él o porque empiezo a impacientarme.

—Ya.

Se mueve de tal forma que su cuerpo es ahora el que me impide seguir a Becky, Dan Adams está frente a mí y da un paso, invade mi espacio personal.

—¿Estás segura de que vienes con Becky o pensaste mi propuesta y vienes a pasar un rato agradable conmigo?

Me muerdo la lengua para no soltar palabrotas.

—No voy a chupártela —gruño.

Él da otro paso, las puntas de sus pies rozan las mías. Una descarga me hace temblar, mi cuerpo reacciona al suyo. Mi respiración se hace pesada, él lo nota pues su sonrisa se acentúa.

Se relame los labios, su cabeza desciende unos cuantos centímetros, lo suficiente para sentir su cálido aliento sobre mi piel.

—¿Y qué tal si yo me meto entre tus piernas? ¿Eso estaría mejor?

Sus palabras sugerentes y la intensidad de su mirada me dejan la boca seca. ¿Cómo era que se respiraba? Hay algo llamado prudencia, pero tal parece que Dan Adams no conoce esa palabra o ha decido sacarla de su vocabulario.

Me pregunto si siempre es así con todas las chicas. Hay rumores circulando en la ciudad, al ser el hijo del Senador muchos ojos están puestos sobre él y sobre todos sus movimientos. No soy mucho de escuchar chismes, pero quizá pueda creer que la mitad de las chicas de la universidad quieran acostarse con él.

—Quítate de en medio —digo entre dientes.

—Dan... —advierte una voz. Los dos giramos la cabeza al mismo tiempo, Becky está cargando una caja y lo mira con reproche—. Deja de molestar a la señorita.

Él se queda en silencio durante un par de minutos y, para mi sorpresa, su semblante cambia, se echa hacia atrás y deja de bloquear el pasillo para que la señora pueda unirse a nosotros en la cocina. Él le ha hecho caso a la que seguramente es el ama de llaves, esto es nuevo, no lo veo como alguien que les hace caso a sus empleados.

Dan duda, cuando creo que se marchará y por fin de dejará en paz, me enfoca con esos ojos duros y pronuncia:

—Esto no ha terminado.

Con el cuerpo tenso observo cómo se flexionan los músculos de su espalda mientras camina hacia la salida. Mis hombros se hunden y creo que suelto el aire.

—Estoy en problemas, ¿verdad? —pregunto antes de que pueda pensarlo mejor,

La señora chasquea la lengua.

—No le hagas caso —murmura. Deja la caja en la mesa y se asoma en el interior—. Dan es así, ha tenido todo en la vida, no está acostumbrado a que le digan que se quite ni que rechacen sus insinuaciones. Seguro se le olvida en unas horas.

—Ojalá... —pronuncio más para mí que para ella.

—Sí, viene todo. —Se endereza y me da una mirada—. ¿Vienes con alguien? Puedes decirle que entre para que nos ayude a meter todas estas cosas a tu auto.

—Me iré en taxi.

Su ceño se frunce, al igual que sus labios.

—Nada de eso, no te irás en taxi con esa ropa tan cara, la señora Adams me mataría si se llegase a enterar que permití que te fueras así. —Niega con la cabeza, algo en su tono me indica que no podré hacerla cambiar de opinión—. Le diré a Hebron que te lleve.

Ella coge un teléfono y le pide a alguien que venga a la casa principal mientras yo finjo que no me ha impactado saber que hay casas secundarias en este lugar. Minutos después un hombre gordinflón entra por la puerta trasera, está usando un traje negro y corbata.

—¿Podrías llevar a la señorita? No trae auto y necesitamos que la ropa de la señora esté segura.

—¡Encantado! —exclama, alegre—. ¡Dame eso!

Él agarra la caja, que supongo está pesada por la cara que hace, y empieza a caminar hacia el exterior por la puerta trasera. Lo sigo, preguntándome cómo estas personas tan amigables pueden soportar el humor de perros de Dan Adams, seguramente es un fastidio.

No caminamos demasiado, el auto está afuera, a unos cuantos pasos de distancia. Yo no sé de autos, pero no es la camioneta de Dan, y se ve demasiado lujosa como para meterme usando pantalones de chándal.

El tal Hebron deja la puerta abierta para que entre a la parte trasera del automóvil, y se espera hasta que entro para cerrarla. El interior huele a cuero y los asientos rechinan si me muevo, así que procuro quedarme quieta.

El hombre ocupa el asiento del piloto y se pone una especie de boina que me parece graciosa, es todo un empleado uniformado.

—¿A dónde la voy a llevar, señorita?

Le digo la dirección de mi casa, él no hace comentarios al respecto, una vez que arranca y salimos de la gran mansión, me relajo. Demasiado lujo, demasiada frivolidad, pero ¿quién soy yo para juzgar?

—La casa de la familia Adams impone, ¿cierto? —pregunta él con amabilidad, sonriéndome por el espejo retrovisor.

—Un poco.

—Así me sentí cuando entré la primera vez.

—¿Lleva mucho tiempo trabajando para ellos?

—Desde que el joven Dan cumplió los cinco años, me contrataron para llevarlo a la escuela y para recogerlo, la señora y el señor siempre fueron personas muy ocupadas. En ese entonces el Senador tenía que viajar mucho y la señora empezaba su negocio.

¿A los cinco años tenía un chofer personal? Vaya mierda. Hay imágenes difusas, pero recuerdo que mi madre se levantaba muy temprano y arreglaba mi cabello, luego preparaba el desayuno, me acompañaba a la escuela todas las mañanas y no se iba de ahí hasta que entraba al salón de clases.

No puedo imaginar una vida sin mi madre, donde un hombre desconocido fuera el encargado de llevarme y una mujer de cuidarme. Pensar que tiene cualquier cosa que deseé, pero no la presencia de sus padres me causa tristeza. Nosotras no tenemos nada ni a nadie, aun así, no estamos solas.

Sin embargo, no puedo sentir lástima cuando lo ha tenido todo, quizá se deba a que yo también soy egoísta, no voy a negar que me gustaría tener sus posibilidades para poder ayudar a mi hermana, para tener una vida mejor y no tener que ir todos los viernes a bailar a un club nocturno.

Me muerdo la lengua para no preguntarle más, tampoco quiero que piense que soy una entrometida.

Hebron se detiene afuera de mi casa y me ayuda a bajar la dichosa caja. Mamá ya está en el exterior esperándonos, me da una mirada graciosa cuando ve el auto y al hombre vestido con esas pintas.

—Muchas gracias por la ayuda —le digo. Él asiente y sale de la casa, saca de su saco una tarjeta y me la tiende.

—Llámeme cuando la ropa esté lista, así puedo pasar por ella o llevarla para que la entregue.

Mi madre también le agradece. No nos movemos hasta que se marcha. Solo entonces mamá rompe el silencio.

—Seguramente es un cliente con mucho dinero... No puedo equivocarme... Iré a comprar hilos caros y agujas que no maltraten la tela... No puedo fallar... ¡Oh, Cristo! ¿Y si lo hago mal?... ¿Qué voy a hacer?... Si lo hago mal le dirán a otras personas y nadie nunca me pedirá composturas...

Coloco mis manos sobre sus hombros y les doy un apretón.

—Cálmate, lo vas a hacer genial.

Decido no contarle quién es el cliente, ya está nerviosa como para que le diga que se trata de una diseñadora famosa en la ciudad. Dejaré que haga su magia y luego le comentaré que la contrató Helen Adams.


* * *

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