Sumisa [Libro 1 bilogía El Am...

By Yarialove

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ADVERTENCIA: En el libro encontrarás: sexo duro y explícito, dominio, sumisión, bondage, masoquismo y sadomas... More

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Sinopsis
Capítulo 1: El comienzo
Capítulo 2: Inesperada Sorpresa
Capítulo 4: Pésimas Noticias
Capítulo 5: La subasta

Capítulo 3: La Entrevista

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By Yarialove

Nathan

“Nuestros deseos, cuando no son saciados de la forma en que deberían serlo, terminan por perseguirnos en carreras maratónicas que jamás ganamos”.


No puedo creer lo que ven mis ojos cuando se abre la puerta. La misma chica con la que pasé la noche.

Maldita casualidad. ¡Carajo!

Trato de recomponerme sin que ella se dé cuenta de que la reconocí, así que me mantengo inmutable y sin ninguna expresión en mi rostro. Más bien disfruto de la visión que me brinda, ya que ha quedado paralizada en la puerta, como si hubiera visto al mismísimo demonio.

La miro fijamente a sus ojos verdes y quiero reír, pero no lo hago. Solo disfruto de verla allí, vulnerable, con ese cuerpo hermoso y apetecible.

Quiero tomarla ahora mismo y follarla aquí, otra vez, encima de mi escritorio. Escucharla gritar mi nombre mientras se retuerce de placer, pero me contengo.

Permanezco con mis ojos clavados en su mirada, aunque no por mucho tiempo, ya que de repente la lleva al piso y no la despega de allí.

«Buena chica. No estaría nada mal en el rol de sumisa».

Pienso, y las peores perversidades pasan por mi mente.

Es una mujer realmente hermosa y deseable. Su cabello negro como la noche, lo lleva recogido en un moño alto un poco desaliñado, aunque eso no le resta belleza.

Lleva un vestido que desentona un poco con ella. Tanta belleza debía cubrirse con algo más sofisticado, pero entiendo que no todos tenemos acceso a la sofisticación.

Sigue estática en la puerta, con la mirada pegada al piso. Es como si supiera que al Amo no se le puede mirar a los ojos a menos que se le pida. Y debo aclarar que no soy su Amo, pero que mantenga esa actitud sumisa frente a mí, me encanta. 

Es bueno que reconozcan cuándo se tiene a un dominante al frente. Que reconozcan los momentos en que se comparte espacio con uno y que entiendan que no somos iguales.

Esa actitud termina nublando mi juicio, así que desplazo la silla y me pongo de pie.

Tiempos atrás, ese comportamiento me ponía duro como roca. Pero a estas alturas he llegado a controlarlo de igual forma que controlo los orgasmos de mis sumisas.

Rodeo el escritorio y camino hasta ella, ya que al parecer la han clavado al piso, ¡y  no es para menos! La observo de frente. Mantiene la pose y mi ser dominante quiere salir. La rodeo hasta quedar en su espalda y me acerco más de lo normal, para inhalar su aroma.

«¡Mierda, hombre, calma! No comenzarás una sesión en tu empresa, ¿cierto?».

Me recrimina mi conciencia y tampoco es que tenga mucha, pero esta vez no debo perder los estribos, así que me recompongo y le hablo desde esa misma posición:

—Señorita Davies, ¿se quedará aquí, de pie? ¿Acaso eligió quedarse en este sitio para la entrevista?

Camino hasta quedar nuevamente frente a ella y la veo parpadear más rápido de lo normal. Bajo la mirada para ver cómo aprieta la cartera que trae en las manos, hasta que sus nudillos casi se ponen blancos.

—Soy Nathan Scott, pero imagino que ya lo sabe —hablo extendiéndole una de mis manos, en señal de saludo.

Sigue sin reaccionar, lo que provoca que le hable nuevamente:

—¿Se siente bien, señorita Davies? —Enarco una ceja.

— Sí, perfectamente, se-señor Scott.

No sé por qué disfruto tanto de ese tartamudeo en los demás, cuando están frente a mí. Es como si lo pudiera degustar como un exquisito manjar o el mejor de los vinos.

Me extiende su mano y la estrecho, pero inmediatamente la retira cuando siente mi tacto. Trata de disimularlo, sin embargo, queda descubierta ante mí.

Sigo escudriñándola y notando su incomodidad. Así que cuando siento que ya no puede más y la tensión es tanta que podría cortarse con un cuchillo, le hablo:

Esta mujer puede sufrir un infarto, frente a mí.

—Por favor, siéntese, señorita Davies.

Hablo dándole la espalda y retirándome a mi asiento, detrás del escritorio. Hubiera querido que ella se adelantara para poder disfrutar de la vista que me da su trasero, pero no me apuro. Igualmente tendrá que salir por esa puerta y toda su retaguardia quedará expuesta para mí.

Sonrío aún de espaldas a ella, y me siento en mi silla, recostándome del cómodo espaldar.

—Bien, creo que podemos comenzar cuando esté lista. ¿Le parece, señorita Davies? ―cuestiono, tratando de no enarcar una ceja, pero es inevitable.

Lo hace como si tuviera vida propia y no respondiera a mi mandato.

—Estoy lista, señor Scott ―responde, pero esta vez no tartamudea.

Se encuentra sentada en la silla que está frente a mí. Al parecer está poniendo todo su empeño en controlarse. Veamos cuántas respuestas me da sin hacer eso que disfruto tanto. Creo que será mejor contar las veces que no lo hará a tener que contar las que sí.

Esta entrevista será divertida.

Me enderezo en la silla. Tomo una postura con la espalda recta y apoyo los antebrazos en el escritorio, para luego comenzar con mis preguntas:

—¿Dónde se graduó como jurista y cuántos años tiene de experiencia desempeñando la profesión, señorita Davies?

Comienzo con mi primera pregunta, en realidad dos. Esa información ya la conozco, puesto que tuve los currículos en mis manos, pero no me importa. Quiero escucharlo de sus labios.

Este tipo de entrevistas jamás las hago yo. Esa es tarea de alguien más, no obstante, este puesto necesito otorgarlo personalmente y verificar que quien ocupe el lugar sea el mejor de todos.

Escogí este currículum porque a pesar de ser egresada ha logrado destacar por sus logros. Ese es el tipo de empleados que quiero. Pero jamás imaginé que pudiera ser la misma chica con quién pasé parte de la noche.

No me responde. Al parecer se está preguntando por qué rayos le estoy haciendo las mismas preguntas que ya pude ver en el papel. En realidad a mí no me importa lo que piense o deje de pensar. Aquí lo importante es lo que piense yo, así que ladeo mi cabeza y la observo con atención, hasta que abre la boca para responder.

Estamos así por un rato. Yo haciendo preguntas y ella respondiendo. En ocasiones piensa las respuestas, ya que hago cuantas creo necesarias y las innecesarias también.

Solo se limita a responder y a removerse en la silla como si algún insecto le estuviera picando el trasero. Ha tartamudeado tantas veces que ya perdí la cuenta, y juro que las estaba contando, pero esta chica rompió el récord.

Agradezco que solo hablemos de trabajo y no me haya mencionado el otro asunto, porque jamás mezclo lo personal con lo laboral. Lo que sucedió fue solo cosa de una noche, sexo casual. Para mí no significó absolutamente nada y espero que para ella tampoco.

Quizás piense que no la reconocí o quién sabe lo que estará pensando esa cabecita hermosa. De lo que estoy seguro es de que ella sí lo hizo en cuanto me vio. Su actitud desde que entró por esa puerta la dejó al descubierto.

Por momentos necesito colocar mi mano en mi boca para tratar de ahogar la sonrisa que me provoca sus nervios. Cuando siento que ya es suficiente de tanta tortura, decido dar por concluido el interrogatorio.

Sí, porque esto más que una entrevista fue un interrogatorio en el que disfruté demás.

—Hemos terminado, señorita Davies. Gracias por su tiempo. Mañana le será notificada nuestra decisión. Le llamaremos a su despacho ―hablo mirando los ojos verdes que no me sostienen la mirada.

—Gracias, señor Scott.

Da las gracias, sin embargo, casi no escucho lo que dice, por andar pensando en la vista que me dará cuando se levante de esa silla y se dirija a la puerta.

La miro mientras se levanta, con la cartera en las manos, visiblemente nerviosa, y finalmente me da la espalda.

La detallo por detrás y no puedo pasar por alto esa hermosa retaguardia. Entonces pienso que si le doy el trabajo la tendré por aquí y podré admirar ese trasero todo el tiempo, además de que hasta ahora no he visto un currículum mejor.

Teniendo en cuenta también esto, cuando está por llegar a la puerta le hablo:

—Señorita Davies, está contratada. El puesto es suyo ―se detiene en el acto y después de unos instantes se da la vuelta hasta quedar de frente a mí —. La decisión está tomada, señorita Davies. Pase ahora mismo por recursos humanos y firme el contrato que ya está preparado. Al salir, pídale asistencia a mi secretaria.

«¿Estaré haciendo bien con esto?».

Ella podría querer intimar conmigo o hablarme de lo ocurrido, pero creo que si no lo ha hecho hasta ahora, ya no lo hará. Es bueno que tenga las cosas claras. Aquí solo será parte del equipo de abogados de la empresa y nada más.

—Gracias, señor Scott ―repite.

¿Es lo único que sabe decir?

Casi ruedo los ojos, pero me contengo porque aún está de frente a mí. Juro que si no fuera porque va a ser abogada de esta empresa y, es un puesto sumamente importante, lo hubiera hecho frente a ella.

—Espere un momento ―le hablo mientras tomo el teléfono que se encuentra justo a un lado de mi escritorio, y le marco a Marian, mi secretaria.

Apenas da un timbre y responde, como siempre. Todos aquí saben que soy un hombre de poca paciencia y que soy enemigo de las esperas. Le pido que se presente en la oficina y en menos de nada ya la tengo en la puerta.

—Ordene, señor Scott ―habla mientras camina a mi encuentro.

—Indíquele a la señorita Davies lo que necesita hacer para firmar el contrato. Está contratada.

Termino de hablar y la secretaria me mira estupefacta, como si no creyera lo que acabo de decir. Abre los ojos como dos faroles, pero no dice nada ante la mirada que la destroza.

Ella sabe que es una advertencia.

Solo carraspea un poco y se recompone, sin embargo, no puedo dejar pasar por alto este tipo de atrevimiento, así que en este preciso momento le haré el llamado de atención.

—Señorita Devies, por favor, espere a la secretaria en la sala de estar. Enseguida estará con usted ―la observo e inmediatamente sale, acatando mi orden y dejándome a solas con Marian.

—¿Algo que objetar, Marian? ¿Fue idea mía o estabas cuestionando mi decisión?

La miro fijamente a los ojos, mientras le hablo. Esta mujer quiere caer muerta frente a mí. Puedo ver cómo las manos le tiemblan, aunque trata de disimularlo, pero es inútil.

—No se-señor Scott. Líbreme Dios de cuestionar alguna de-decisión que haya sido tomada por usted.

El tartamudeo es inevitable.

No puedo decir que no entiendo su reacción en cuanto escuchó lo del contrato. En esta empresa jamás se toma una decisión a la primera y menos para un cargo tan importante como este.

Esa persona será quien llevará todos los asuntos legales de la empresa, junto a un equipo. Así como lo hace Eric en París con la parte que dirige mi hermano.

Por lo general pasamos días analizando a los candidatos y las posibilidades que ofrecen a la empresa, antes de ser contratados. Ya bastante raro fue el que haya decidido hacer la entrevista personalmente, pero es algo que debía hacer. Además, aquí quien toma las decisiones soy yo, y nadie, absolutamente nadie, y menos una empleada, me va a cuestionar.

—¿Acaso me crees estúpido, Marian? ―cuestiono, pero no escucho palabras.
Solo estruja sus manos temblorosas y parpadea como si fuera una muñeca barata, de esas que no pueden dejar de hacerlo.

No escuchar su respuesta me exaspera, así que termino por alzar la voz más de lo normal y me levanto de la silla para ir a su encuentro.

— ¡¿Responde?! ―espeto y da un pequeño brinquito en su sitio.

—Se-señor Scott, le juro que nunca más volverá a suceder ― trata de hablar, como puede.

Ella es inteligente. No por gusto fue contratada en esta empresa. Sabía exactamente lo que tenía que decir. Darme otra respuesta tratando de negar lo que era evidente, solo habría provocado su despido.

Marian lleva algunos años trabajando para esta empresa, cuando asumí la presidencia ya ella estaba. Dejé justo a las personas que había escogido mi padre. Son personas fieles y muy capaces. Solo hice algunos cambios que consideré necesarios.

La secretaria de la entrada que era una vieja entrometida, y uno de los vigilantes que se la pasaba mirando el trasero de las empleadas fueron despedidos. Aquí no se viene a chismear ni a mirar culos, aquí se viene a trabajar y a hacerlo bien.

Después de mi llegada a la presidencia todos entendieron y se adecuaron a mi forma de dirigir. Entendieron que soy un hombre con mal genio e impulsivo, lo que provoca que todos midan sus palabras antes de hablar frente a mí.

—La próxima vez será la última, Marian —le aclaro―. Ya sabes cómo funcionan las cosas dentro de la empresa.

Le hablo muy cerca. Tanto que creo puede sentir mi aliento mientras doy vueltas a su alrededor.

—La próxima vez será mejor que tomes tus cosas y te largues de mi empresa. ¿Entendido?

No habla, solo sacude la cabeza en respuesta a mi pregunta. Veo cómo cierra y aprieta los ojos por un instante. Está a punto de orinarse encima y para mí ya es suficiente.

En ese momento me retiro hasta el amplio ventanal con vista a la ciudad. Quedo de espaldas a ella y desde allí le hablo:

—¡Retírate! Y que te libre el diablo de que escuche una queja de ti por parte de la señorita Davies. ¡Ve a cumplir con lo que te ordené!

Sentencio, deseoso de que haga una mueca, o un gesto que me indique una falta de respeto. Estoy de espaldas, pero la diviso reflejada en el vidrio del ventanal.

Toda la empresa está llena de cámaras de última tecnología que mandé a cambiar por las antiguas. Solo en esta oficina no hay, porque quise asegurar mi privacidad, pero los cristales la reflejan perfectamente.

—Como mande el señor ―es lo último que dice y sale disparada, a propósito de dislocarse un tobillo con uno de los zapatos de tacones que deben usar para personarse a la empresa.

Permanezco en la misma posición cuando siento el timbre de mi móvil. Lo saco de uno de los bolsillos de mi traje y veo que se trata de Killian, mi mejor amigo. Lo dejo sonar varias veces, a propósito, y cuando está a punto de caerse la llamada, respondo:

—Sí.

—¡Cabrón! ¿Dónde te metes?

—Estoy en la empresa. ¿Qué sucede? ―pregunto, al tiempo que deslizo una de mis manos por mi cabello.

—Nada, solo recordarte que falta poco para la subasta de la que te hablé. Es la oportunidad de encontrar lo que andas buscando.

—¿A qué hora será? ―pregunto, para ubicarme.

—En la noche. Ya todo está listo. El anuncio está en el blog.

—¿En el blog? —pregunto extrañado—. ¿Cómo es posible que algo como eso esté en las redes? ―interrogo frunciendo el ceño. No entiendo cómo es posible que le den acceso a todos a participar en un evento de esta magnitud.

—Nathan, no es como piensas. Es solo para un círculo estrecho de personas. Es la manera de que entre el número esperado de participantes. Además, como ya sabes, lo que se hará es algo legal. No tiene por qué esconderse de nadie.

—Sé que es legal. Si no lo fuera jamás contarían con mi presencia. A lo que me refiero es a la participación abierta que le dan al ponerla en un sitio como ese, abierto a todos. Pero en fin, ya que hablas con tanta seguridad, estaré listo en la noche.

Sin más preámbulos corto la llamada y quedo pensando en lo excitante que será todo, después de esto, ya que es una decisión muy importante para mí.

Siempre he encontrado placentero que mis órdenes se cumplan sin chistar y, con solo unas pocas palabras, tuviera el poder de cambiar lo que quisiera. Me percaté de eso desde muy temprana edad y se ha intensificado desde  que comencé a dirigir esta parte de la empresa.

De hecho, desde que tengo uso de razón, comencé con esos impulsos. Recuerdo cómo mi hermano tenía que lidiar conmigo cada vez que armaba una de mis perretas. Siempre quería tener el control sobre algo, en el juego, sin embargo, él no me lo permitía.

Siempre me decía que debía controlarme, pero en ese entonces no comprendía. Así pasaron los años hasta que encontré  la respuesta. Comencé a investigar y cuando leí las características de un dominante casi me congelo en la silla al sentirme identificado.

Estaba feliz por una parte, pero por la otra no sabía cómo expresar todo aquello en el mundo real. Fue después que conocí el mundo del BDSM y comencé a instruirme en el tema.

Con práctica me redescubrí totalmente en el sexo. En cada sesión iba mejorando mis habilidades, poco a poco. Aprendí la técnica del Shibari con el mejor de todos, el maestro Kuta. Fui limando con algo de paciencia y total dedicación cada detalle.

Me volví tan controlador que hasta para llegar al orgasmo tienen que pedir mi permiso. Disfruto demasiado cuando las sumisas me ruegan por sexo. Verlas tan vulnerables, de rodillas o en suspensión, ante mí, me provoca un éxtasis  indescriptible.

En este mundo es donde puedo desplegar todos mis gustos y excentricidades. Fue por eso que decidí dejar de conocer sumisas esporádicas, y comencé a formar parte de un club que me permitió manifestarme en este mundo a mi antojo.

En él, todo el mundo respeta las inclinaciones de los demás, ya que se presta para muchas cosas. Y lo curioso es que se trata de personas con profesiones de todo tipo y todos cabemos en el mismo lugar.

Ya me acostumbré a ver cualquier cantidad de personas y manifestaciones. Pero hay algo que me produce un terrible morbo aunque nunca me había atrevido a participar:

¡La subasta!

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