Capítulo 3: La Entrevista

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Nathan

“Nuestros deseos, cuando no son saciados de la forma en que deberían serlo, terminan por perseguirnos en carreras maratónicas que jamás ganamos”.


No puedo creer lo que ven mis ojos cuando se abre la puerta. La misma chica con la que pasé la noche.

Maldita casualidad. ¡Carajo!

Trato de recomponerme sin que ella se dé cuenta de que la reconocí, así que me mantengo inmutable y sin ninguna expresión en mi rostro. Más bien disfruto de la visión que me brinda, ya que ha quedado paralizada en la puerta, como si hubiera visto al mismísimo demonio.

La miro fijamente a sus ojos verdes y quiero reír, pero no lo hago. Solo disfruto de verla allí, vulnerable, con ese cuerpo hermoso y apetecible.

Quiero tomarla ahora mismo y follarla aquí, otra vez, encima de mi escritorio. Escucharla gritar mi nombre mientras se retuerce de placer, pero me contengo.

Permanezco con mis ojos clavados en su mirada, aunque no por mucho tiempo, ya que de repente la lleva al piso y no la despega de allí.

«Buena chica. No estaría nada mal en el rol de sumisa».

Pienso, y las peores perversidades pasan por mi mente.

Es una mujer realmente hermosa y deseable. Su cabello negro como la noche, lo lleva recogido en un moño alto un poco desaliñado, aunque eso no le resta belleza.

Lleva un vestido que desentona un poco con ella. Tanta belleza debía cubrirse con algo más sofisticado, pero entiendo que no todos tenemos acceso a la sofisticación.

Sigue estática en la puerta, con la mirada pegada al piso. Es como si supiera que al Amo no se le puede mirar a los ojos a menos que se le pida. Y debo aclarar que no soy su Amo, pero que mantenga esa actitud sumisa frente a mí, me encanta. 

Es bueno que reconozcan cuándo se tiene a un dominante al frente. Que reconozcan los momentos en que se comparte espacio con uno y que entiendan que no somos iguales.

Esa actitud termina nublando mi juicio, así que desplazo la silla y me pongo de pie.

Tiempos atrás, ese comportamiento me ponía duro como roca. Pero a estas alturas he llegado a controlarlo de igual forma que controlo los orgasmos de mis sumisas.

Rodeo el escritorio y camino hasta ella, ya que al parecer la han clavado al piso, ¡y  no es para menos! La observo de frente. Mantiene la pose y mi ser dominante quiere salir. La rodeo hasta quedar en su espalda y me acerco más de lo normal, para inhalar su aroma.

«¡Mierda, hombre, calma! No comenzarás una sesión en tu empresa, ¿cierto?».

Me recrimina mi conciencia y tampoco es que tenga mucha, pero esta vez no debo perder los estribos, así que me recompongo y le hablo desde esa misma posición:

—Señorita Davies, ¿se quedará aquí, de pie? ¿Acaso eligió quedarse en este sitio para la entrevista?

Camino hasta quedar nuevamente frente a ella y la veo parpadear más rápido de lo normal. Bajo la mirada para ver cómo aprieta la cartera que trae en las manos, hasta que sus nudillos casi se ponen blancos.

Sumisa [Libro 1 bilogía El Amo del deseo]. Where stories live. Discover now