Cripta de amor

By minkyria

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Alex odia que le llamen por su nombre; basta la persona incorrecta con el llamado para hacerlo enojar. A vece... More

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By minkyria

No es que odie del todo las fotografías, pero en días grises como ese, hay algo que no le permite, simplemente, estar calmado con ellas por todos lados. Es por eso que Alejandro, mientras recoge toda la ropa sucia alrededor de su casa, baja cada una de las fotos familiares, causando un estruendo cuando los marcos de éstas se estrellan en el borde frío de la madera.

     —Por Dios, ¡todo ese ruido! —Grita su madre desde su habitación—. ¡Alex, deja de bajar las fotos de nuevo!

     Sin hacerle caso, entra a la habitación de sus padres, recogiendo cada prenda sin preocuparse por impedirles ver la televisión fijada a la pared, puesto que el resto de la tarde estaría completamente libre para ellos para repetir tanto como quisieran la película que ven. A pesar de oír los constantes llamados de su papá para que se mueva, él no lo hace, continuando con su travesía por el desorden de habitación al no hallar amontonada en un solo lugar la ropa sucia de la semana.

     —¡Oh! Toma monedas de la alacena. —Su madre alienta, antes de verlo salir por la puerta—. Ten mucho cuidado, ¡te queremos de vuelta pronto!

     —Revisa el cuarto de tu hermana antes de irte... ¡Ah! ¡La otra vez quedó un calcetín debajo del sofá!

     Asintiendo a lo que ambos le dicen, Alejandro cierra la puerta, encaminándose con su hermana. Tocando dos veces, el chico se adentra a la cueva oscura de una jovenzuela de 16 años, su hermana menor, quien no hace más que dormir con un brazo sobre su frente para evitar la lejana luz del atardecer que entra por su ventana. Decide no moverla y pasa directo hasta los zapatos, donde yace en un desorden toda prenda utilizada que pudiese lavar.

     Hay una regla en la esencial casa de Alejandro: una vez a la semana, a alguien le toca lavar toda la ropa sucia. Turnados entre cuatro, la lavandería es lo suficientemente llevadera para no estresarte. Pero, en los últimos días, Alex realmente no está de un buen humor. Es por eso que se siente tan molesto, especialmente aquella tarde de julio, donde la apenas resplandeciente luz del sol comienza a agotarse y cada vez se hace más tarde. Desde un inicio intentó apresurarse a hacer sus labores, pues quiere evitar a toda costa a cierto individuo.

     —¡No! ¡Eso está limpio! —Gianna le grita, quitándole de las manos un pantalón de mezclilla.

     —Despertaste.

     —Hey, das miedo.

     —Odio los días de lavado.

     Alejandro camina hasta la puerta, deteniéndose en el borde de la habitación. Sus ojos caen en otra de las miles de fotos familiares en su casa, y, sin pensarlo, la coloca boca abajo, suspirando desganado. No entiende por qué sus papás insisten en tener tantas fotos, en la cocina, en la sala, habitaciones, ¡hasta en la salida! Oh, bueno, realmente no es que pueda culparlos, antes solía gustarle las fotos, es solo que desde hace un tiempo se dio cuenta que a veces las fotos son memorias eternas que te ayudan a capturar momentos para poder recordarlos cuando tu cabeza falle; para Alex, las fotos son personas encerradas en anhelos que sucedieron, personas que te espían. Las fotografías le dan un poco de miedo, aunque más que por eso, las tumba para no sentirse observado y analizado... juzgado, por esas figuras.

     —¡Regresa antes de las nueve! —habla Gia, viéndolo salir—. Hoy comeremos tortas de papa.

     —Genial —rechista—. Mis favoritas.

     A sus veinte años, estudiando en la universidad, Alejandro vive con sus padres de una forma bastante peculiar. En un edificio enorme donde más familias viven, y en donde, cada cierto tiempo dependiendo de tu disponibilidad y tu flojera, todos se juntan en la lavandería del primer piso a conversar sobre la vida que llevan. Proviene de una familia que no tiene los suficientes recursos para solventar privilegios de la elite, la muy alta sociedad; es cierto que tienen televisión, Internet, agua, escuela y ropa, y sí, algunos más lujos de los que muchos pueden carecer, no obstante, su situación non se puede ni siquiera comparar con los de la verdadera clase. Es por eso que se esfuerza constantemente en sus estudios, porque quiere mejorar su calidad de vida y la de sus padres y hermana; Alejandro es un tanto revolucionario... al menos, dentro de su ámbito.

    Cargando uno sobre otro los canastos con ropa, asoma la cabeza por su entrada, mirando hacia ambos lados antes de dar un paso afuera y cerrar la puerta de su casa con sumo cuidado. Debido a la cantidad de ropa, se le dificulta verificar con certeza si su camino está despejado.

     No tarda en encontrarse, justamente, a quien no quería encontrar. Tobías se encuentra saliendo de su hogar, con un montón de diversas prendas en un solo canasto de ropa.

     —Mierda.

     Es lo único que Alejandro alcanza a susurrar, pues, en cuestión de pocos segundos aquel pelirrojo encuentra los ojos del castaño, sonriéndole con alegría. Tobías Silva, el chico de la casa de al lado, y quien, por cierto, tiene un serio problema escuchando música a todo volumen hacia las cuatro de la madrugada, se cree el compañero de lavado de Alex; por más veces que este último intentó negarlo y alejarlo, hay algo en la personalidad del chico... un aura de felicidad y alegría que Alejandro no puede soportar, lo cual le hace imposible ignorarlo. Va más allá de sus expresiones alentadoras, el brillo en sus ojos, o su nombre tan particularmente llamativo, es un "algo" que Alex no puede descifrar.

     —¡Alejo! —Exclama desde su puerta—. ¡Vas a lavar! ¿Vamos juntos?

     —Ah... Es que... hoy tengo mucho que lavar, ¡así que no quiero atrasarte con tus cosas!

     —Nada, nada. —Agita su mano, restándole importancia—. Yo te ayudo incluso, ¡se ve que llevas demasiado!

     Tobías, o "Tob" para sus amigos —aunque Alex no lo llamaría su "amigo" de todas maneras—, a tan solo unos metros suyos, mete la cabeza por un segundo a su casa, incitando, con su voz tersa, a alguien a salir; le dice "Apresúrate, no puedes estar todo el día aquí". A Alejandro no puede importarle menos quién pueda ser ese que no debe estar todo el día en la casa de Tob; sin embargo, en cuestión de pocos segundos, el humo que sale desde la puerta de los Silva llama la atención de Alex. Es así que, sabe, una de sus peores pesadillas se ha vuelto realidad.

     Las aparentemente pesadas botas negras, de suela gastada, a pesar de no ser tan ostentosas como aparentan, suenan en los oídos de ambos, pero Alex está más que seguro que solo le molestan a él mismo. Evitando alzar la vista, le es suficiente un impulso de su mente dudosa para toparse con los ojos exhaustos de él... De, vuelvo a decir, "él". Lukas Romero mantiene la mandíbula ligeramente en alto, con las cejas bajas y ojos analizadores, que no muestran emociones claras, sino sombrías, paseándose por el castaño que se oculta tras de los canastos de ropa. Un suspiro desesperado lo deja en evidencia, pero no lo suficiente para que Lukas dude de sus acciones y le quite los ojos de encima. En cambio, el pelinegro decide que no se ha de cansar de observar a aquel chico, mientras continúa fumando su cigarro sin problema alguno, aunque el casero del edificio siempre ha dicho que está prohibido.

     —¡Oh! ¿Conoces a Lukas? Vive en el piso de abajo. —Tobías se acerca a Alejandro. Al no escuchar respuesta, se queda quieto—. Alex, ¿estás bien?

     —Eh, sí. Estoy bien.

     —¡Ah! ¡Deben ser tus botes! ¡Oye, Lukas! Ayúdalo un poco, ¿no?

     Alex jamás ha tenido la suerte de su lado, en cambio, la desgracia lo persigue. No importa si fue hace tres años, o hace dos segundos, la mal fortuna le pisa los talones y hala de sus hebras castañas cada vez que se lo permite. La vida es así, y constantemente se cuestiona si vale la pena dejarse llevar por el destino, por las casualidades o por su propio trazo para el futuro; es decir, si incluso cuando intenta vivir tranquilamente la mala suerte se le viene encima, ¿vale la pena seguir luchando por sobrellevar el sentimiento iracundo de su interior?

     Alejandro ve un segundo al pelinegro, que se niega a soltar su cigarro y a dejar de observarlo. En un segundo que parece eterno, Lukas le mira directamente a los ojos; y para Alex eso es... una propuesta demasiado briosa y cegadora, algo que no debiera de suceder pero está sucediendo. De nuevo tiene a Lukas enfrente, con su atención toda para él mismo. ¿Qué clase de situación de terror es esa?

     La pregunta de Tobías no es ignorada, en cambio, no pasa mucho tiempo hasta que se oye una respuesta.

     —No —responde, sin vergüenza.

     Eso es algo que, sinceramente, Alejandro esperaba pacientemente. Esa clase de respuestas son como la marca personal del pelinegro, por más chiquillo mocoso que fuese, por más brillo en sus ojos y tono de voz precioso, Lukas Romero, un espeluznante chico (así lo ve Alex) que se dedica a odiar el mundo en igual o mayor cantidad que Alejandro. Aunque, eso sí, por razones muy distintas.

     —Hey —se queja Tob, ladeando la cabeza—, ¿de nuevo jugando a ser un idiota? Apresúrate y ayúdalo con sus cosas, tenemos que hacer esto rápido.

     —Tobías, está bien. Puedo llevarlo yo solo.

     —Nah, deja que haga algo. Le hace falta que se mueva.

     Los ojos de Alejandro se dirigen al suelo, pues, aquel joven de mechones oscuros, semblante tenebroso y ropa negra, se acerca a pasos ligeros de los de él, sin siquiera tomarse el tiempo de analizar la situación o negarse nuevamente a las órdenes propuestas por Tobías. El corazón de Alex se sube hasta su garganta, los latidos comienzan a sonar como punzadas en sus orejas, cosa inevitable que provoca en su estómago un conocido dolor que no puede detener. Así, cuando Lukas se pone a su lado, no sin antes volver a verlo de arriba abajo, Alex se ha vuelto lo suficientemente pequeño en su lugar para lucir como un despreciable parásito.

     Las manos del pelinegro se extienden, tomando el primer canasto, provocando que un ligero roce de manos se dé. Alejandro, quieto en su lugar, no dice ni una sola palabra, hasta que el chico, quien no se ha dedicado a más que a tomar un cesto de ropa, lleva los orbes a Tobías.

     —¿Feliz? —le pregunta Romero al pelirrojo.

     —Feliz.

     En medio de ambos, a Alex le resulta imposible no volverse un manojo de nervios incluso cuando Tob sigue diciendo un montón de cosas sobre lo bonito que es el día, y regañar al pelinegro a su lado por no tirar aún el cigarro que, fácilmente, sostiene con una sola mano. A pesar de no ver directamente lo que sucede a su lado, con el chico fumador sosteniendo su cesto de ropa al caminar, Alejandro puede sentir los orbes expectantes de él.

     Lukas es un misterio, siempre lo ha sido. El chico, con 18 años, se hizo una buena fama en el edificio desde hace unos tres años, cuando su forma de ser explotó en una personalidad insolente y desvergonzada, logrando sacar de quicio a cualquiera que se topara en su camino y no fuese de su agrado. Antes, Lukas —o Lukz, como solían decirle sus conocidos y amigos cercanos— era un buen chico, uno de esos a los que les revolvías el cabello y les tomabas de la mejilla. Curiosamente, esa escena es con la que Alex suele recordar a Lukas. Como dije, eso fue hace tiempo, cuando iba y venía de la secundaria o la preparatoria.

     En cambio, viéndolo un poco más de cerca, como nunca lo ha hecho, ahora Lukas Romero parece un tipo problemático. Adquirió un estilo poco convencional, de botas negras y suéteres anchos con pantalones ajustados, a veces se porta como un estúpido y otras como un idiota, no hay mucha diferencia entre ambas.

     —¡Ah! —Tob se detiene al borde de la escalera. De imprevisto, coloca su cesto en el suelo, volteando se hasta Alejandro—. Oye, Alex, ¡olvidé el jabón especial que mamá acaba de comprar! Aguarda aquí un momento, no tardo nada. Lukas, no lo molestes.

     Las cosas van de peor a fatal, o al menos así lo percibe vívidamente Alejo, quien cierra los parpados con furia y nerviosismo al ver alejar al pelirrojo. Va más allá del olor a ropa sucia, el ruido de los demás vecinos corriendo por las escaleras para ver quién tiene la lavadora más nueva, o el ruido de los niños jugueteando en el centro del edificio, unos pisos más abajo; en realidad eso ni siquiera le molesta. Lo que le causa un golpe de inquietud y le provoca moverse de lado a lado son esos ojos críticos, ojos oscuros que lo examinan descaradamente, como si fuese una pieza expuesta al público.

     Después de todo, Lukz siempre ha hecho esa clase de cosas. Te mira con sus ojos iluminados por las luces de una última vida, sin sonreír, sin decir nada, solamente observándote con antipatía.

     Un suspiro entrecortado deja en evidencia al castaño, quien a pesar de fuertes intentos, no logra superar la presencia del otro chico. Espera paciente a que el estúpido Tobías se apresure con el maldito jabón que acaba de comprar su madre, también le ruega a la fuerza misteriosa que le hizo nacer que, por favor, Lukas Romero deje de verlo de esa manera como si deseara algo, pero, lo que más pide es que, al menos, hubiesen lavadoras disponibles. Pues bien, al parecer el ente misterioso no quiere cooperar en esa tarde.

     —Alejandro.

     Escuchar su voz no es algo particularmente difícil, pero no está tan acostumbrado a ella. Es extrañamente satisfactoria..., bonita. Sin embargo, el escucharlo decir su nombre solo logra ponerlo de malhumor, al grado de no contestarle. El mayor fija la vista al suelo, en espera de no volver a oírlo. Eso no sucede. Lukas, con la misma seguridad que antes, llama una vez más el nombre del chico:

     —Alejandro Daza.

     —¿Qué?

     Es inevitable que el castaño alce la vista, mientras sus cejas tupidas se arquean. Lukas, con una expresión afrodisíaca y una sonrisa ladina, niega lentamente, casi diciendo "solo quiero molestarte", recargando la cabeza en el pilar de la construcción. Parece ser que va a hablar, sin embargo se ve interrumpido por los pasos fuertes de Tob, quien lanza al cesto el líquido amarillo de lavado, para cargar el traste y suspirar.

     —Ya vine —anuncia, como si no lo supieran—. Lukas, no lo molestaste, ¿verdad?

     —No.

     —Bien, bien. ¡Entonces vamos ya, Alex!

     Debido a que Tobías hala del brazo del chico, Alejandro da media vuelta sobre su propio eje, sin quitar los ojos de Lukas quien, antes de moverse junto a ellos con el cesto restante, le sonríe débil y con cinismo al castaño.

     Alex no quiere dejar de lado aquello, pero se ve rápidamente en la necesidad de prestar su atención al camino. Las escaleras son un trayecto prolongado y cansado, a veces llegas al centro de lavado sin ganas de mover un solo brazo; no obstante, Alejandro se encuentra más acelerado de costumbre. No importa el parloteo a un lado que tiene Tobías sobre lo barato que salió el detergente y aromatizante en la tienda de la señora de la esquina, ni siquiera eso logra desconcentrarlo y evitar que sienta dos esferas quemar su nuca.

     ¿Por qué esa sonrisa? Una estúpida sonrisa que no es nada más que una invitación implícita, o, ¿es que Alejandro comienza a delirar en su mente?

     Lukas Romero, casi siempre, se encuentra sentado en las escaleras. No hace mucho más que escuchar música, o fumar... De hecho, fumar es uno de sus pasatiempos favoritos; se lo podía ver, todos los días, al menos con uno. Realmente no sabe cuándo comenzó esa adicción a tomar parte de su cuerpo, pero a Alex no podría interesarle menos. Ciertamente siempre le ha causado curiosidad ese chico, la forma en la que su cabello negro siempre está prolijo, el desdén en su caminar, el poco interés ante los demás, el cómo, de la noche a la mañana, se cerró a las opiniones de cualquier persona y, de la nada, su actitud dulce se volvió un golpe duro de un trozo de madera. Hay muchas cosas que, comparándolas con aquel Lukz de 15 años que iba y venía por el edificio, parecen ser producto de una abducción o un cambio relacionado a su desastrosa vida. Bueno, desastrosa en la medida que la vida de Lukas pudiera ser.

     —¡Allá hay unas vacías! Corre, ven, Alejo, se nos hará un infierno si nos la ganan.

     Aunque Alejandro no es malo apresurándose a ganar espacio, no es posible que se compare con un profesional como Tobías, quien, haciendo uso de su rapidez, gana la lavadora que quiere y coloca feliz su cesto. Es de esperarse, Tobías, desde el primer día en que se conocen, es un total experto en el lavado, en correr como si su vida dependiera de ello por ganar un lugar en la lavandería. En cambio, Alex prefiere no lucir tan desesperado a la hora de hacer el lavado, su estilo es más de aquellos que esperan su turno y no discuten con los señores y señoras que llegan cada día a meter su ropa a la lavadora.

     El castaño, aún perseguido por la sombra oscura vestida de negro de Lukas pues es el que carga el cesto sin decir una sola palabra, camina hasta la máquina de al lado, apenas colocando su primer cesto.

     Solo que, su día, como siempre que es día de lavado, no puede tener un poco de buena fortuna.

     —Ups —escucha. Un traste, quizá con menos ropa que el suyo, causa un estruendo al caer en el borde de la lavadora antes vacía.

     —Ah. —El suspiro pesado de Alex deja salir toda su frustración. Mirando al rizado enfrente suyo, Alejandro no puede evitar dedicarle una expresión cansada—. Matías, yo puse antes mi...

     —Nope, yo llegué antes.

     —No, Alex llegó antes —recalca Tob, viéndolo desde su lugar.

     —No lo creo. Llegué antes, yo lavaré aquí.

     Cuando las cosas se ponen tensas en la lavandería, es mejor simplemente alejarse. Alex ya ha presenciado muchas discusiones, no solo entre las señoras y señores que llegan a lavar, también es común verlo en jóvenes como ellos que, sin imprevisto, se aprovechan de los demás o pelean por ver quién fue el primero que puso su cesto de ropa. Como es de esperarse, el irritado Alejandro prefiere esperar otro turno antes que pelear con Matías, un desesperante chiquillo problemático que, más que problemático, es un pequeño estúpido que no sabe distinguir y respetar a sus mayores; ni siquiera es cierto que llegó antes, en veces como esa, lo único que busca es sacar de quicio a la primera persona con que se tope. Bueno, aunque, en realidad a Alex es lo que menos le interesa.

     El castaño toma su cesto dispuesto a irse, no obstante, la mano de Matías cae en su muñeca, provocándole un susto pues se aferra con fuerza y sin intenciones de dejarlo ir. Alejandro alza la vista hasta el chico, él tiene los ojos direccionados sin margen de equivocación en Lukas Romero.

     El semblante de él, aun cargando el cesto restante de Alex, inspira un poco de miedo, es amenazante y una actitud que Alejandro pocas veces ha visto en él. Su mirada, antes analizadora, se tornó en ojos retadores, y mandíbula ligeramente torcida. Casi parece expedir una penumbra aviesa del borde de su cuerpo.

     —Quédate la estúpida lavadora, Daza.

     Puede parecer una situación de risa, pero no lo es. Así, cuando Matías se aleja, Alex mira expectante a Lukas, esperando una respuesta, una explicación o palabras estúpidas que arruinen la buena acción que acaba de cometer. En cambio, el pelinegro deja caer sobre el borde blanco de la lavadora el canasto, y, sin decir una palabra, se recarga en la pared del lugar, cerrándose a prestarles atención a otras personas.

     —A veces sirve tener un perro grande que te cuide, ¿no? —Tobías se ríe, mientras selecciona sus prendas—. Es un privilegio.

     Un privilegio... Alejandro no lo llamaría de esa manera; a veces puede que sirva una actitud tan confiada como la de Lukas, pero también podría traer problemas. Por ejemplo, si en ese momento las cosas se hubiesen salido de control y los golpes se dieran, por una estúpida lavadora, ¿entonces cómo deberían actuar? ¿Cuál sería el final de esa situación? A Alex no le llama la atención el tener un guardián, de hecho hubiese preferido que Lukas no hubiese puesto su rostro de matón amenazador. Por alguna razón, para Alex, las cosas acaban de complicarse, siente que le debe algo a Lukas.

     —Supongo.

     Ese día es el inicio de algo, tal vez, aquel día la única vaga esperanza que aún queda en Alejandro vuelve a florecer.

     Lukas Romero, es un bonito nombre...

     No le agrada para nada.


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