✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯ ʟᴇɢᴏʟᴀꜱ

By OrdinaryRue

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𝗹𝗲𝗴𝗼𝗹𝗮𝘀 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 [TERMINADA] Silwen era la última de su linaje sobre la Tierra Media. Desc... More

Dama de Plata
Gráficos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
epílogo

Capítulo 22

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By OrdinaryRue

Ni melig? (¿me quieres?) —insistió por segunda vez, sujetando delicadamente el rostro de ella. 

Silwen separó sus ojos plateados de los bellos labios de Legolas, conociendo ahora su sabor y textura. Aterciopelados y dulces, se acababan de convertir en su mayor adicción. Enfrascó su temerosa mirada ahora en los orbes celestes de él, estaban rasgados debido a la sonrisa que tenía pegada a su rostro. Destellaba esperanza e ilusión por cada poro de su perfecta piel. 

Law iston ma hen velethron, cunn nîn... (no sé que es el amor, mi príncipe) —contestó con voz trémula. La expresión de Legolas cambió al instante, sus músculos dejaron de tensarse con aquel semblante de euforia y amor. Dejó caer sus manos a cada lado de su destrozado cuerpo, con el sentimiento de haber sido arrollado mortalmente tan solo con sus palabras— Legolas. —el nombrado alzó sus ojos del suelo tras desviarlos de ella, incapaz de sostener la mirada de quien acababa de romper su corazón, el mismo que la amaría eternamente, pues esa era la condena de su raza. Silwen sostuvo su barbilla obligándolo a unir sus ojos, que cada uno reflejaba un sentimiento distinto, pero ambos igual de puros y sinceros— No puedo darte una respuesta, una que tiene el poder de condenarte hasta el fin de Arda. 

Gi melin. (te quiero) —verbalizó de nuevo su amor, con la voz desgarrada al igual que su pecho. Retiró el agarré de Silwen en su rostro, y cuando ella apartó sus ojos, ligeramente humedecidos, fue él quien la volvió a apresar abarcando sus mejillas con ambas manos— Mi luna, mi dama, necesito una respuesta. —Silwen negó lentamente con su cabeza. 

No lo condenaría con una contestación adulterada por la pena, por la rabia y la desesperanza. Pues era así como se hallaba en aquel instante, perdida y sola tras la revelación de Galadriel, tras el conocimiento de que Ingwë era su padre. Toda su vida parecía estar forjada a base de problemas y disputas, y algo tan sublime como el amor eterno de los elfos, no podía ser contestado en un momento tan nefasto.

— Solo pido algo de tiempo. —una lágrima acarició su mejilla, y antes de que tocara sus labios Legolas la retiró con suma ternura con su pulgar.

En ese instante el elfo entendió cuan egoísta estaba siendo. 

— Esperaré, todo el tiempo que los Valar me lo permitan. —prometió sinceramente, y una amarga sonrisa transformó el rostro ensombrecido de la elfa— E incluso después, si pereciera sin saber la respuesta, seguiría aguardando por ella eternamente. 

— ¿De verdad soy digna de tu amor? —Silwen reposó una de sus manos sobre el pecho de Legolas.

— Posees mi corazón, mi alma y mi cuerpo. —los dedos temblorosos del elfo comenzaron a trazar la cicatriz que rasgaba la piel de su amada— Posees todo de mí, brethil vuin nîn. (mi amada princesa)

Aquella confesión, salida de lo más profundo e inocente de un elfo, su corazón, hizo que Silwen se empapara de sus propias lágrimas. Era la primera vez en sus dos milenios que alguien la observaba con devoción desmedida, con un amor asfixiante que la arrollaba. Sin duda alguna, el corazón de Legolas le pertenecía, no sabía desde cuando, pero se hizo una promesa a si misma, y es que jamás rompería el corazón de su príncipe.  

Legolas fue a abrir su boca, sorprendido al verla llorar pero también sonreír, como si acabara de recibir el mayor de los presentes. Pero antes de que pudiera separar sus labios, estos fueron aprisionados por los de la elfa, que se colgó de su cuello como si su vida dependiera de él. Lo besó, por el simple y llano motivo de que lo deseaba.

El elfo la apegó contra su cuerpo, presionando sus manos en la cintura de ella. Únicamente cubierta por la seda del vestido, pudo notar como su piel emanaba calor al igual que lo hacía la suya. Silwen fue a separar sus labios, buscando romper ese tímido y dulce beso que acababa de iniciar ella sin saber muy bien el por qué, cuando Legolas hundió una de sus manos en su cabellera plateada prohibiéndoselo. 

— Legolas... —jadeó contra su boca, avergonzada por la osadía de él y también la suya. 

— Espera. —rogó adueñándose de nuevo de los labios de su amada, pero esta vez no quiso ser delicado ni temeroso. La besó con pasión desbordante, sumergiendo a ambos en una lujuria desconocida, pues todos los sentimientos y las acciones que desencadenaban eran las primeras veces de ambos. La intensidad que emanaban ambos elfos al besarse cesó de forma abrupta cuando Legolas alejó a Silwen de su boca. La pobre elfa tenía los ojos aún cerrados, y sus labios ahora rojos y húmedos, aún estaban hambrientos de él— Buenas noches, ithil nîn (mi luna) —besó con ternura la nariz de la elfa, y antes de que ella abriera sus ojos, tan aturdida que sería incapaz de dar un simple paso, Legolas desapareció con elegancia por los pasillos de Caras Galadhon.

Cuando el Sol besó con sus primeros rayos Lórien, Silwen ya se encontraba de nuevo ataviada con su característica armadura. Lo único que resaltaba esta vez era que Seregmor ya no estaba envainada a su espalda, sino en su cintura. Maldijo internamente su arrebato de ira donde rompió las correas de su espada. Pero su mueca disgustada, mientras descendía el intrincado árbol que había albergado su dormitorio por una noche, se convirtió en una sonrisa al recordar el sacrificio de Legolas. Osó empuñar su vil espada para cesar la tortura de ella, y no había presenciado jamás una muestra de afecto tan real como aquella.

— Vuestro rostro hoy resplandece más que el mismísimo Sol, si me permitís el atrevimiento. —uno de los hermanos apareció silenciosamente a su lado.

Silwen enrojeció y aumentó inconscientemente su sonrisa.

— Os lo agradezco, Elrohir. —este asintió agradado porque no lo hubiera confundido con su gemelo— ¿Seríais tan amable de acompañarme a las caballerizas? La dama Galadriel me otorgó un corcel para el viaje y me temo que no conozco el camino.

— Será para mí todo uno honor. —su figura imponente se estiró mostrando claramente su altura, mayor que la de la elfa a su costado— Hiril nîn (mi lady) —ofreció su antebrazo, y Silwen lo aceptó algo cohibida, no acostumbrada a que fueran otros los que tuvieran formalismos con ella. 

Y mientras dejaban atrás los refugios de madera clara, tallados e incrustados delicadamente entre aquellos árboles tan altos e imponentes como los dragones de antaño, Silwen rememoró con exactitud el suceso de anoche, anterior a la confesión de Legolas.

El cabello de la dama Galadriel brillaba, aún con la oscuridad de la noche, tenuemente iluminada por la luz de una luna creciente. Pero no era la belleza de su reciente descubierta aliada lo que ocupaba toda su atención, no, eran las imágenes inconexas que centelleaban en el agua del espejo. Había rostros, y ninguno alcanzaba a reconocerlo. Cabelleras rubias, rasgos delicados, y orbes brillantes y cálidos que la observaban. Uno en concreto acaparó su atención, una elfa, esbelta e imponente como una torre de marfil, pero su hebras no eran níveas como las suyas, eran doradas como el sol. Aún así, Silwen lo supo, no al instante, pero si cuando sus finos labios rosados se separaron entonando su nombre junto a una melodía familiar. Naneth, su madre cantaba dulcemente en su oído, mientras la acunaba en sus brazos. Era una bebé, con enroscadas hebras sobre su cabeza y ojos plata que veían el mundo aún con inocencia. Todo aquel amor, jamás recibido en dos mil años, todo fue reducido a un solo segundo. Uno solo, que pronto quedó hecho cenizas ante un nuevo escenario revelado por el espejo de la dama. 

Oscuridad, la más pura y maliciosa de todas se arrastraba tanteando en busca de sus desnudos pies. La altura de Silwen apenas alcanzaba la de un enano común, pequeña e inexperta tan solo pudo desgarrar su aguda voz en un llanto infantil que rompería el corazón del más frío ser. Pero aquella cosa, incorpórea e inmutable, la rodeó con sus brazos, largos como ramas, agrietados y descompuestos, se hicieron con ella con suma facilidad. No muy lejos un charco de sangre comenzaba e extenderse, rojo y brillante habría estado a escasos centímetros de rozar los pies de aquella infantil Silwen.

Y de nuevo, antes de que pudiera entender aquello, de que lograra descifrar la más mínima incógnita de su pasado, el espejo pareció burlarse de ella, mostrándole una nueva escena que la llenaría aún más de dudas. La daga de Ingwë era empuñada por una mano difusa, y un cuerpo tambaleante estaba al otro lado del filo. Del abdomen de aquel desconocido brotaba el liquido de la vida, lentamente descendiendo por la hoja, que refulgía al ser empuñada por el linaje correcto. Pero, afortunadamente, el espejo cedió una nueva perspectiva. Y quien sostenía el arma era un rostro que ya había visto, en aquellos recuerdos de amor que anhelaba sentir en carne propia, no siendo suficiente un espejismo. 

Un elfo, con un manto dorado como cabello y dos azules gemas como ojos, Ingwë, tan imponente como narran las historias contadas al calor del fuego. Su armadura blanca y su corona devolvían los últimos rayos del crepúsculo, siendo él una llama entre tanta oscuridad. 

 — Lá nainan firielya. (no lamento tu muerte) —dijo hundiendo más la hoja entre el hueco de la armadura negra de su adversario— Aún así, espero que halles algo de consuelo en ella, Melkor.

A cada lado del rostro filoso y pálido de su adversario, caían dos mechones sombríos que enmarcaban su expresión hostil. Él sonrío, como si su sangre no estuviera uniéndose a la de los cientos de cuerpos que yacían a su alrededor. Sus secuaces, orcos, bestias y los seres más aberrantes que pudo haber creado con su maldad. Todos pereciendo bajo las espadas de los elfos. Debilitado por horas de batalla, tras haberse enfrentado a los Valar, era un simple elfo vanyar el que asestaba el último golpe de gracia. No tenía sentido suplicar por clemencia, porque ya lo había hecho minutos atrás y ninguna palabra de los Valar le concedería su deseo. No otra vez. 

Ingwë retiró la hoja con desprecio de su abdomen, y el gorgoteo de la sangre fue más intenso, colisionando con el ruido metálico de la batalla que aún no había cesado a su alrededor. Dio un paso atrás, colocándose con respeto tras los Valar y otorgándoles a ellos el destino de Morgoth. Las cadenas de Angainor rodearon las muñecas del primer señor oscuro, pero sus orbes, claros que auguraban un nuevo amanecer, no se separaron del rey de los Vanyar. Resentimiento, el odio más funesto, todo sentimiento vil era desprendido de sus ojos y adherido a la alma pura de Ingwë. Y quizás su daga sí asestó el último golpe, pero Morgoth habría tenido el mismo desenlace aún sin el actuar del elfo. 

Y antes de que los Valar lo ocultaran en lo más profundo de Arda, donde el Sol jamás volvería a rozar su piel, este formuló una última frase en el más despreciable idioma, la lengua negra. 

Y allí donde la semilla brote, en un linaje maldito,

la sombra dará caza a la falsa Luna de plata.

Y su sangre será negra, y su corazón oscuro,

y resurgirá entonces un nuevo señor.

Nadie osó romper el sepulcral silencio que había dejado su negra promesa, e Ingwë no tardaría en arrepentirse de sus actos.

Actualizo lento, soy consciente :)

espero que aún haya gente interesada en esta historia

ojalá os guste y si es así podéis dejar un voto <3

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