Conquistando a la Conquistado...

By Tazumin1

66.5K 6.5K 923

Lean y descubran la historia de estas dos mujeres, cuyos destinos quedaron sellados a través de una sola mira... More

PRÓLOGO
1-Encuentro con el destino
2-Kara, te necesito
3-Tanteando el terreno
4-El viaje a casa
5- El primer beso de una conquistadora
6-Kara habla
7- Largo viaje de la noche hacia el día
8-Ver el mundo en un grano de arena
9-Conquistadora... Guerrera... ¿Niñera?
10- Los que el soborno aceptan, por el soborno mueren
11- Tiempo devorador, embota las garras del león
12-Buenos días
13- Corderito, ¿quién te hizo?
14-Ama, mía
15- Secreto
16- Pensamientos escritos en tinta
17- El amor me daba la bienvenida, pero mi alma se apartaba
18- Cómo hierve el cerebro de los amantes y los locos
19- Porque no pude detenerme ante la muerte 1/2
20- Porque no pude detenerme ante la muerte 2/2
21- Tranquilo era el día
22- Había tenido hambre todos esos años
23- El día más feliz... La hora más feliz 1/2
25- ¿Final?
26- Epílogo

24- El día más feliz... La hora más feliz 2/2

1.7K 185 20
By Tazumin1

De repente, me quedó claro por qué Kara estaba tan bien educada para ser esclava. Ser enviada a Persia como esclava tenía sus ventajas y sus horrores. El aspecto desgraciado de una niña de diez años era la tendencia de los persas a tener niños como esclavos sexuales. Lo raro era que no pegaban ni maltrataban a sus esclavos, sino que los formaban a base de amabilidad y regalos, una extraña forma de abuso. También eran partidarios de educar a los niños esclavos junto con los hijos de los nobles. Todos los niños y niñas aprendían a leer, escribir y a tocar un instrumento, normalmente la lira. La suerte para Kara fue que, cuando una niña cumplía los doce veranos, debía haber nacido persa para compartir el lecho de un ciudadano. Seguramente Kara fue vendida a un comprador griego, lo cual la trajo de vuelta a su patria, justamente por esa razón.

-Kara, es que... bueno, no es que no te creamos, por supuesto que te creemos, amor,- dije, besándola en la frente- pero la corte debería tener pruebas de que naciste libre, ya sea la palabra de tus padres o de una comadrona presente cuando naciste.

-Lo comprendo. Lamente haber interrumpido la sesión, señoría- contestó Kara y le sonreí ligeramente. Con todo lo que había sufrido y todavía intentaba mostrar el decoro apropiado delante de los hombres presentes en la estancia.

-Esto no ha terminado aún- me levanté y me pasé las manos por el pelo.

Había algo que me inquietaba con todo esto. La historia de Kara me parecía cierta por más motivos que el de que fuera mi amante y que quería que fuera cierta. Mi mente repasó a toda prisa las numerosas conversaciones que habíamos tenido Kara y yo a lo largo de estas últimas lunas. Diez... el número diez no paraba de darme vueltas en la cabeza.

-Kara, ¿te secuestraron cuando tenías diez veranos?- pregunté.

-Sí.- respondió despacio- Eso fue hace diez estaciones, casi once.

Me volví hacia Alexandra y Brainy.

-Cuando hablé con mi constructor jefe, Sagoris, el día en que le dije que derribaran las casas del servicio contratado y reconstruyera, me dijo una cosa interesante. Me explicó que Demetri fue el encargado de construir esas chabolas que ahora teníamos. En ese momento, supuse simplemente que Demetri había comprado materiales de peor calidad y se había embolsado el dinero restante. Ahora sé dónde fue a parar ese dinero. Sagoris dijo que todo eso ocurrió hace unas diez estaciones.

-Así que piensas que Demetri puso los fondos para la trata ilegal de esclavos de Kassandros- siguió Alexandra.

-Es absolutamente lógico, bien mirado.- me puse a dar vueltas como siempre cuando hablaba- Hace diez estaciones, Demetri robó dinero suficiente del tesoro de palacio para financiar esa clase de operación. Hace diez estaciones, Kassandros fue nombrado gobernador de Macedonia. Hace diez estaciones, Kara fue secuestrada igual que las niñas que hace poco rescatamos de las garras de Callius.

-Parece más que suficiente para que el caso sea sobreseído- comentó Brainy.

-¿Pero dónde están las pruebas?- ni siquiera me había dado cuenta de que J'onn había entrado en la estancia. El hombre mayor estaba cruzado de brazos.

-J'onn tiene razón. Todo esto no son más que conjeturas a menos que tengamos testigos, alguien que supiera o viera algo- asentí entristecida.

-Él lo sabría- se oyó la voz de Kara desde el sofá donde seguía sentada.

Casi nos habíamos olvidado de que la joven seguía allí y todos nos volvimos hacia ella de golpe.

-¿Te refieres a Kassandros?- le pregunté y ella asintió con la cabeza.

-Kara, es un hombre cuestionado a morir, nos escupiría a la cara antes que darnos información para corroborar tu caso- respondió Alexandra.

-No necesariamente.- añadí- Puede que consiga hacer un trato con él. Alexandra, ¿puedes decirle a dos guardias que lo traigan?

-Sí, Señora Conquistadora- replicó y salió de la habitación.

Me llevé a Kara aparte y le dije en voz baja:

-Kara, a lo mejor no te apetece estar en la misma habitación con él.

-Por favor, Lena, no hagas lo que creo que eres capaz de hacer... no lo hagas por mí.- respondió Kara- Lo noto por la expresión de tus ojos. Estos hombres merecen morir por sus crímenes. Piensa en todas las mujeres como yo, en las niñas como las que salvaste en el barco aquel día. No te muestres indulgente con este hombre sólo por mí. No me gustaría.

Le puse los dedos en los labios para hacerla callar y para tranquilizarla.

-No temas que no vaya a ocuparme de que estos hombres sean castigados como se merecen, Kara. Desearán morir antes de que termine su castigo. ¿Te fías de mí?- susurré por fin.

Me miró asintiendo y dedicándome una levísima sonrisa, y la expresión de su rostro, de sus ojos, me comunicó una confianza absoluta y total. Sabía la impresión que iba a causar, pero me dio igual. Me agaché y la besé ligeramente en los labios.

-No te defraudaré- susurré.

-Kassandros,- me planté ante el hombre encadenado- necesito que me des información- dije simplemente.

-¡Antes prefiero sufrir en el Tártaro!- gruñó.

-Eso puedo arreglarlo.- bufé- ¿Recuerdas cómo murió Antípatro? ¿Recuerdas cómo murió tu padre?

Me acerqué a él hasta prácticamente susurrarle al oído. Me fijé en su en que se quedaba un poco pálido al recordarlo. Había ordenado destripar al general y a todos sus oficiales mientras aún seguían con vida. A veces todavía oía sus gritos en mis pesadillas.

-¿Qué obtengo a cambio?- preguntó, pues sabía que le iba a ofrecer algún tipo de recompensa.

-La vida- contesté.

Debo reconocer que me sentí orgullosa de Kara. Al pedirle que se fiara de mí, le estaba pidiendo mucho. La vi en un rincón de la estancia, con los pequeños puños apretados.

-Pasarás el resto de tu vida en prisión. La alternativa es la muerte, y no morirás de forma agradable, créeme- enarqué una ceja con aire efectista.

-¿Qué quieres saber?- preguntó hoscamente.

-Cuando empezaste los secuestros, ¿dónde empezaste?

-¡Por Hades, eso fue hace estaciones!

-¿De dónde sacaste el dinero para contratar hombres, entonces?- pregunté.

-Demetri envió plata. Él lo empezó todo.

-Piensa bien, Kassandros, tu vida depende de ello... literalmente. ¿Dónde empezaste?

-Ah, eso no es un gran misterio. Empezamos en Macedonia, en la región de Calcídica. En aquellos días, contrataba a algunos hombres y hacía el trabajo yo mismo. Empezamos ahí: las pequeñas aldeas campesinas tenían muchas niñas que capturar. Atacábamos en las afueras, donde a veces nos hacíamos aldeas enteras. A los hombres adultos los vendíamos para trabajos pesados, a las mujeres y los críos para tareas domésticas. Las niñas bonitas estaban destinadas al placer.

-¿Recuerdas dónde exactamente?- pregunté entre dientes. Sólo mi promesa a Kara me impedía partirle el cráneo.

-Claro. Potedaia, Anfípolis, pero luego llegó un momento en que ya no podíamos vender allí... cuando llegaste tú con tus leyes.- añadió con rencor- Empezamos a enviarlos a Abdera, para poder embarcarlos directamente a Persia.

Mientras escuchaba su relato, me di cuenta de que había hecho poquísimo a lo largo de las estaciones para combatir la trata ilegal de esclavos. Anfípolis, Potedaia y Abdera eran puertos bien conocidos por el comercio de esclavos. Abdera se salía con la suya más que los otros, supuse, simplemente porque tenían una subasta diaria de esclavos, obtenidos legalmente como botín de guerra a causa de las guerras tribales de la vecina Tracia. Su cercanía a Persia suponía que una gran parte de los esclavos pasaba por allí.

-¿A qué otros sitios los enviabais para venderlos?

-¡Por Hades, a todas partes! La mayoría iba a los grandes mercados de esclavos de Éfeso y Quíos, y de ahí a Corinto y Atenas. Algunos iban a Delos, pero no los nuestros, por lo general- terminó por fin, tan tranquilo como si nos estuviera diciendo que mañana iba a llover.

Delos iba a ser el puerto que más costaría cerrar. Hacía poco que se había convertido en el centro más notorio del comercio de esclavos, legales o no. Recordaba bien la bella isla por la última vez que estuve allí. Era curioso que se me ocurriera ahora, pero se me metió la idea en la cabeza de que seguramente a Kara le gustaría el espectacular lago, habitado por miles de atractivos cisnes. Me encantaría ver su cara cuando viera la impresionante Terraza de los Leones, construida en mi honor. Los leones tallados en mármol eran, efectivamente, un espectáculo notable.

Por fin sacudí la cabeza para salir de mis reflexiones y centrarme en lo que estaba.

-¿Y bien, caballeros?- mire a Brainy y a J'onn, que asintieron.

-Hablaré con los otros consejeros en representación de la dama Kara, Señora Conquistadora- dijo J'onn.

Hice un gesto con la mano y los guardias se adelantaron para volver a llevar a Kassandros a la Gran Sala.

-¡No olvides lo que has prometido, Conquistadora!- me gritó el preso.

Me quedé observando los ojos de Kara, que seguían al hombre mientras salía de la estancia: en esas profundidades de zafiros ardía una expresión atormentada de dolor y vida perdida.

-Oh, no, no lo olvidaré- murmuré por lo bajo.

Salí de la habitación para hablar con Brainy y J'onn, así como con mis otros cuatro consejeros. Quería hacer las cosas en el orden correcto para evitar que la situación desembocara en el caos. Lo primero era lo primero, y tenía que dictar sentencia.

Una vez más, trajeron a los hombres ante mí, y también a Kara sentada a mi lado.

-Señor J'onn, ¿quieres anunciar el veredicto ante la corte?- indiqué al hombre mayor.

-Sí, Señora Conquistadora.- J'onn abrió el pergamino y leyó el breve, pero previsible mensaje- En la corte de su Majestad Real, la Señora Conquistadora del Imperio Griego, nosotros, los seis consejeros de palacio, nos hemos reunido y hemos hallado a todos los acusados culpables del delito de comercio ilegal de esclavos.

J'onn se volvió entonces hacia a mí y se inclinó ligeramente antes de regresar a su asiento.

-Que así sea.- dije sellando el destino de los hombres silenciosos que tenía delante- Os presentaréis ante la corte esta tarde para escuchar vuestra sentencia. Os recomiendo que habléis un poco con Hades- sonreí burlona mientras se los llevaban.

En cuanto salieron de la Sala, le hice un gesto de asentimiento a Brainy. El joven carraspeó y abrió el pergamino. Aguanté la respiración sin darme cuenta, ansiosa por ver la expresión de Kara. No sé por qué, pero el preámbulo habitual siempre me daba ganas de poner los ojos en blanco.

-Por orden de su Majestad Real, la Señora Conquistadora del Imperio Griego, la proclamación para dar la libertad a la esclava conocida como Kara queda inmediatamente rescindida.

Si los ojos de Kara hubieran sido llamaradas, me habrían incinerado en el sitio. Me miraba con una mezcla de rabia e incomprensión.

-¡Brainy!- exclamé bruscamente, interrumpiendo al joven. Lo llamé doblando el dedo cuando me miró y se acercó a mi sillón, tanto que lo agarré del cuello y lo bajé para hablarle al oído.

-Brainy, ¿ves la cara que tiene Kara?- pregunté. No me hacía falta volver a mirar: sabía muy bien la cara que tenía.

El joven asintió nervioso en cuanto vio la expresión mortífera de los ojos de mi amante.

-¿Tú sabes lo que ocurre si Kara se enfada conmigo?

Brainy sonrió muy colorado.

-¿Puedo suponer que me gustaría una paliza o algo así?

-Qué chico tan listo eres, Brainy.- le sonreí a mi vez- ¿Qué tal si leemos esas proclamaciones en otro orden? ¿Mmm?

-Por supuesto, Señora Conquistadora.- contestó- Mmm... por orden de su...

-¡Brainy, acaba de una vez!- por desgracia, se me había agotado la paciencia.

-Sí, Señora Conquistadora. Tras una reunión de los consejeros de palacio de la Conquistadora y habiendo recibido convincentes testimonios, los consejeros han decidido que la esclava conocida únicamente como Kara ya no sea considerada ex esclava. Por haber sido secuestrada y víctima de la trata ilegal de esclavos, la dama Kara no es ni ha sido nunca esclava. Es una mujer nacida libre y criada libre hasta su secuestro, ocurrido hace diez estaciones. Como marca la ley, la dama Kara se presentará ante esta corte dentro de siete días para recibir el decreto oficial.

Me volví y vi que Kara sonreía con orgullo. Salimos de la Gran Sala para hacer un descanso hasta la sesión de la tarde, momento en el que esperaba que pronunciara sentencia. Necesitaba estar en un sitio tranquilo durante un rato. Quería que Kara estuviera conmigo, de modo que le pedí a una de las criadas de la cocina que nos preparara un almuerzo ligero para llevárnoslo a los jardines. Cogí a Kara de la mano mientras salíamos de la Gran Sala, ella con lágrimas en los ojos que, por primera vez en mucho tiempo, eran de pura alegría y felicidad, y yo con una sonrisa tan poco propia de mí que vi a algunas ancianas que se reían de mi expresión de enamorada.

La muchacha me tenía asombrada mientras la veía comerse la última media docena de higos, seguida de una gruesa loncha más de manoúri, un queso dulce.

-¿Estás segura de que no estás comiendo ya por dos?- bromeé.

-Todavía no, pero ándate con ojo cuando lo haga.- me sonrió y las dos nos echamos a reír relajadamente- Estar ahora contigo me resulta tan distinto, Lena- comentó.

-Seguro que he cambiado mucho, amor, pero creo que es más que nada por los cambios que se han producido en ti.

-¿En mí?- contestó, con un tono que daba a entender que le parecía muy improbable.

-Sí, en ti.- alargué la mano y le toqué la punta de la nariz con el dedo índice- Te he estado observando, Kara, a veces cuando piensas que no lo estoy haciendo.- sonreí- Recuerdo a la muchacha que apareció ante mí con la cara sucia y los pies descalzos. Incapaz incluso de mirarme a los ojos. Estaba tan aterrorizada por pasar una noche en la cama de la Conquistadora que intentaba ocultarse de mi mirada.

-Qué patética era en ese entonces... hacía días y días que no me bañaba- dijo Kara avergonzada.

-Creo que empecé a enamorarme de ti ese mismo día, en ese mismo instante- le contesté y se sonrojó intensamente, agachando la cabeza.

-Nunca te he oído hablar así- respondió sin poder o sin querer alzar la cabeza para mirarme a los ojos.

-Lamento no haber sabido cómo decírtelo más pronto.- dije, cogiéndole la mano, mirándola y notando su suavidad sobre mi propia mano, mucho más áspera- Lamento haberte hecho dudar de lo mucho que te quiero, Kara. No siempre me siento orgullosa de quién soy, y mucho menos de quién he sido, pero tenerte en mi vida me hace creer que puedo ser mucho mejor persona; tenerte en mi corazón me hacer saber que los soy.

Me vi generosamente recompensada con el beso más dulce del mundo por ese pequeño discurso. Por los dioses, ¿quién se lo habría imaginado? Si me hubiera dado cuenta de que la simple verdad de revelar mis sentimientos podía conseguir esto, tal vez lo habría intentado hace mucho tiempo.

-Lena, eres una mujer increíble.- dijo Kara, sorprendentemente- Eres muy distinta de todas las personas que he conocido a lo largo de mi vida y te quiero por eso. Supe que había algo distinto en ti después de la primera noche que pasamos juntas, pero ni me imaginaba que podría hacerme sentir eso, ni pensé que me provocaría este sentimiento de amor y confianza totales por ti, y es lo que siento, que lo sepas.

No quería llorar, otra vez no, y no delante de Kara, pero era una batalla perdida. Lo único que pude hacer fue llevarme su mano a los labios y besarla.

-Nunca pensé, Lena... nunca me atreví a esperar que una cosa así de bonita pudiera ocurrirme a mí. Que alguien como tú pudiera querer a una chica como yo- añadió Kara.

Levanté la mirada y sonreí entre lágrimas.

-¿He dicho algo gracioso?- preguntó Kara.

-No, algo místico.- repliqué- Me acabas de leer la mente. Estaba pensando justamente eso. Kara, ¿estás segura, o sea, segura de que soy la persona que quieres?

-¿Preferirías que no lo estuviera?- preguntó preocupada.

-¡No!- me apresuré a responder- No, amor, no es eso. Es que pienso que... bueno, Kara, soy bastante más vieja que tú y me he ganado una buena cantidad de enemigos a lo largo de las estaciones. Me preocupa que vayas a tener una vida de soledad o que se te parta el corazón si Celesta viene a buscarme un día de estos.

La miré a los ojos y vi que los iris azules se oscurecían, nublados de lágrimas. Y de repente, se iluminaron y entonces sonrió y sacudió la cabeza.

-No, Atenea nunca habría resuelto nuestro destino de esta forma para llenarnos de dolor. No es propio de ella colocar una zanahoria dorada delante de alguien sin al menos darle la oportunidad de alcanzarla. Le haré ofrendas especiales con la esperanza de que pueda convencer a su tío para que no pronuncie tu nombre hasta dentro de mucho tiempo- contestó la joven con optimismo.

-Kara, ¿sabes lo que es un enigma?- pregunté. Mis lágrimas habían cesado y ahora tenía la cara iluminada por una sonrisa.

-¿Algo que resulta difícil de entender?- contestó insegura.

-En cierto modo, sí, pero es más. Es algo o alguien que resulta desconcertante, que es sencillamente inexplicable. Eso eres tú para mí.- respondí- Eres la mujer más amorosa y generosa que he conocido nunca y sin embargo, dada la vida que has tenido, que seas así me desconcierta por completo. Puedes ser tímida y apocada, pero en lo que tarda un águila en abatir a su presa, puedes volverte fuerte y poderosa. No lo sé explicar. Eres un acertijo, amor mío, que quiero pasar el resto de mi vida en este plano mortal intentando resolver.

Me acerqué para eliminar su expresión de pasmo con un beso.

-Tenemos que volver, pero quiero pedirte una cosa.

Me quité el pequeño anillo de sello del dedo meñique. Guardaba un anillo grande y pesado en una caja en mi mesa y algún día pasaría a mi heredero. Sólo me lo ponía para las ceremonias especiales y lo tenía guardado en mi mesa para usarlo como sello. Para la realeza griega, el anillo que lleva nuestro escudo es el mayor símbolo de compromiso. Entregar el anillo a mi heredero o a la siguiente persona en la línea de sucesión al trono era una muestra de compromiso sincero y voluntario. Era una muestra de fidelidad, confianza y fe en el receptor del regalo. Ningún soberano entregaba jamás su anillo a la ligera.

Volví a coger la pequeña mano de Kara y me le acerqué, poniéndole sin dificultad la joya en el dedo anular. Una vez allí, le besé los dedos, luego le volví la mano y la besé suavemente en la palma.

-Ésta es mi promesa, Kara. Todo lo que tengo lo comparto contigo, salvo mi corazón, que te entrego por completo- dije suavemente.

-No creo que merezca ser Reina, Lena- replicó con tono lloroso.

-Lo mereces, amor mío, y tengo intención de pasar el resto de mi vida demostrándote hasta qué punto estoy convencida de ello.- sonreí- ¿Estás lista?- me levanté y le ofrecí una mano.

Cuando sentí que su mano se deslizaba dentro de la mía, me acordé de la noche antes de que conquistara Atenas, la noche en que juré fidelidad a Atenea. De repente, me vi allí, en esa vieja tienda que levanté como santuario para ella, y recordé lo que me había dicho la diosa.

-Con el poder de Ares, Lena, te habrías convertido en la guerrera más poderosa del Mundo Conocido. Con el mío, te convertirás en la mejor gobernante que haya conocido Grecia.

Me cogió de la mano y noté un cosquilleo que me subió por el brazo y me llegó al pecho, seguido del seguro convencimiento de que lo que decía ocurriría de verdad.

-¿Y qué te deberé?- pregunté con tono grave y dulzón. Mi carácter desconfiado por naturaleza sabía que los dioses no daban nada a cambio de nada.

-Tu corazón- contestó Atenea.

-Tenía entendido que era la Palas- dije con sorna, usando el antiguo título que indicaba la conocida virginidad de la diosa. También la miré con voracidad, ansiosa por tener la oportunidad de ser la primera. Era evidente que llevaba la conquista en la sangre.

Atenea sonrió seductora.

­-Ya he visto cómo lo haces, Lena. Creo que si tomara una amante, preferiría algo un poco menos brusco.

-No digas que no sin haberlo probado-sonreí, con todo mi encanto.

Esta vez se echó a reír.

-Lena, tienes un largo viaje por delante, y me temo que, dado en lo que te has convertido a causa de Ares, te será difícil, por no decir imposible, recuperarte.

No entendí ni una puñetera palabra de lo que decía, pero sus generosos pechos, que amenazaban con salirse de la armadura que los ocultaba, no me ayudaban en absoluto a seguir el hilo de sus palabras.

La miré a la cara y vi que meneaba la cabeza con risueña desaprobación.

­-Lena, me voy a quedar con tu corazón hasta que lo necesites.

-Créeme, eso no lo voy a necesitar- respondí, sin dejar de mirarle el pecho.

Rápidamente alargó la mano y me agarró de la barbilla, sujetándola con firmeza entre los dedos. Vi fuego en sus ojos hasta entonces oculto y me di cuenta de que se le había agotado la paciencia.

-Algún día lo necesitarás. Créeme, llegará un momento en que querrás recuperarlo- dijo con vehemencia.

-Ya, ¿cuándo?- dije con desprecio.

Su mirada se suavizó de nuevo.

-Cuando quieras entregarlo.- replicó- ¿Es que no me has escuchado siquiera?

-Sí, sí... que voy a hacer un viaje- contesté, frotándome la barbilla dolorida.

-En cierto modo, sí- sonrió de nuevo sólo que esta vez la sonrisa parecía triste. Se volvió para marcharse y no pude evitar preguntárselo.

-Atenea...­- la llamé y se volvió- ¿Cuándo querré entregar mi corazón?- pregunté con tono apagado.

-Creía que eso era evidente- me dirigió de nuevo esa sonrisa agridulce- Al final del viaje, por supuesto.

Desapareció con un relámpago multicolor, pero yo me miré la mano en la que seguía sintiendo un calor cosquilleante.

-Lena... Lena, ¿estás bien?- preguntó Kara.

Tuve que sacudir literalmente la cabeza y mirar a mí alrededor para darme cuenta de dónde estaba. Recordaba el incidente con asombrada claridad, pero hasta pocos segundos antes, era un recuerdo perdido. Era como si nunca hubiera sucedido, pero yo sabía que no era así.

Tanto Atenea como yo acabamos cumpliendo nuestras promesas. Ella me convirtió en la mejor gobernante de toda Grecia y yo le di mi corazón. Menos mal que había una deidad benévola en el Olimpo. Atenea había protegido mi corazón durante todas estas estaciones y sus palabras volvieron a mí cuando noté el calor de la mano de Kara en la mía.

-Hasta que quiera entregarlo- susurré atónita.

-¿Qué?- preguntó Kara con cara de preocupación.

Le sonreí alegremente y le apreté la mano.

-Nada, amor, es que me estaba acordando de una cosa que ocurrió hace mucho tiempo.

Cruzamos el jardín y habría podido jurar que la estatua de madera de olivo de Atenea Polias, ante la cual pasamos antes de entrar en palacio, me guiño un ojo.

-¿Estás segura de que quieres estar presente?- le pregunté a Kara antes de entrar en la Gran Sala. Kara asintió en silencio y vi cómo daba vueltas a mi anillo que llevaba en el dedo- ¿Kara?- pregunté.

-Lena, es que no quiero que dejes de castigar a ese hombre sólo porque nos ha dado la información que necesitábamos.- respondió Kara, refiriéndose al testimonio de Kassandros- Jamás interferiría con tus decisiones, pero es que... tiene que...- se le llenaron los ojos de lágrimas y la cogí entre mis brazos y la estreché.

-¿Sufrir?- terminé por ella.

Una vez más, asintió en silencio.

-¿Y crees que podría dejar que se fuera de rositas a cambio del testimonio que te ha liberado?- pregunté.

-No quiero ser nunca la causa de que muchas personas piensen que en tu corte no se hace justicia- respondió.

-Lo comprendo, amor, pero a veces la ley y la justicia están a leguas de distancia la una de la otra. Pero te prometo una cosa, hoy se hará justicia- contesté.

Además, Kassandros sí que sufrirás, pensé mientras Kara y yo entrábamos en la Sala.

Me levanté y me puse a pasear ante los hombres traídos para oír sentencia. Estaba hablando de la falta de humanidad de los tratantes de esclavos, de sus costumbres, describiendo con ejemplos muy gráficos qué era lo que podían esperar los niños secuestrados al convertirse en esclavos. Desde que tengo uso de memoria, se me ha dado bien hablar delante de la gente. La energía que obtenía con mis arengas de combate era algo parecido a recibir placer sexual y me dejaba llevar por esa oleada de placer, extrayendo hasta la última gota de emoción de ella. Ahora estaba haciendo lo mismo y lo veía en sus rostros. Algunos se estaban dando cuenta, por primera vez, de lo que debía de ser la vida de un esclavo, de modo que seguí hablando.

Los estaba preparando para mi victoria y la mayoría ni siquiera lo sabía.

-Todos vosotros habéis sido juzgados y hallados culpables del delito de comercio ilegal de esclavos.- dirigí mis comentarios a los prisioneros- De acuerdo con la ley griega, tengo derecho a condenaros a todos a muerte.

-Espera un momento- oí que gruñía Kassandros por lo bajo.

Alcé la mano para hacerlo callar.

-Pero, ¿la muerte es de verdad adecuada para este crimen?- me volví de nuevo hacia la gente- ¿Su muerte traería de vuelta a esos niños? ¿Puede devolverles la vida que les robados?- pregunté, haciendo una pausa para mirar a Kara- ¿A las víctimas les importa siquiera que estos hombres mueran? Claro que no, sólo pueden pensar en una cosa... la venganza. Jamás sabremos quiénes son muchas de las víctimas, pero por ella, esta corte llevará a cabo esa venganza.

Regresé a mi sillón, tocando ligeramente a Kara en el hombro al pasar a su lado. Ese pequeño contacto me bastó para sentirme llena de energía, lanzada hacia mi objetivo.

-En este caso, la muerte es en realidad demasiado buena para vosotros.- dije con seriedad- Por ello, os condeno a cadena perpetua.

La gente se puso a murmurar y protestar antes de que hubiera terminado siquiera.

-En las minas de Pella- añadí.

Las protestas cesaron de inmediato y sólo se oyeron susurros.

-Zorra.

Pella estaba al norte de Macedonia, la tierra natal de Kassandros, de modo que éste sabía lo que yo tenía en mente.

La ciudad de Corinto producía monedas de plata, algunas estampadas con mi cara y otras con el símbolo de un león. Se usaba la plata porque abundaba en las minas de todo el Imperio. Las monedas de oro eran un poco más infrecuentes. Se acuñaban en pocas ciudades, pero dónde más había era en Pella, debido a sus yacimientos de oro. Los yacimientos estaban en las profundidades de la tierra y casi había que desafiar a la muerte para extraer el metal precioso, lo cual era la razón de que se usaran presos para trabajar en las minas. Hasta los esclavos eran considerados demasiados valiosos para enviarlos a las minas de Pella.

-Dijiste el resto de mi vida... que pasaría en prisión el resto de mi vida- vociferó Kassandros mientras se lo llevaban a rastras.

-Que calculo que será como una estación- respondí con calma.

Cuando los atónitos espectadores se calmaron un poco, le hice un gesto a Brainy. El joven abrió un pergamino y carraspeó.

-Por orden de su Majestad Real, la Señora Conquistadora del Imperio Griego, la siguiente proclamación queda establecida como ley. A partir de este día, en este preciso momento, la Señora Conquistadora ha decretado que la esclavitud quede abolida dentro de los confines del Imperio Griego. La corona estará dispuesta a ofrecer una modesta compensación a los dueños de esclavos, ya sea como recompensa o para que la usen como salario, si los esclavos de una casa o de una industria eligen seguir en su puesto, como servicio contratado. El ejército de la corona se encargará de que esta ley se acate. Sin embargo, la Señora Conquistadora y sus consejeros estarán disponibles a diario para cerciorarse de que la ley se cumple. A partir de este momento, la esclavitud ha acabado en el Imperio.

Brainy me miró para que diera mi aprobación y sonreí al joven.

-Que así sea- dije, haciendo que la ley entrara en vigor.

Entonces me trajo el pergamino y me pasó una pluma, mojada en tinta. Firmé el documento con mi nombre y luego otro, exactamente igual que el primero. J'onn se había empeñado en que tuviéramos un duplicado. Cuando terminé de firmar ocurrió una cosa increíble. Casi toda la Sala estalló en aplausos. Desde luego, no me lo esperaba, lo cual hizo que Kara se animara y se inclinara hacia mí para susurrarme al oído.

-Y ahora... tú eres un enigma para mí- sonrió mi futura Reina.

Continue Reading

You'll Also Like

296K 25.4K 72
Agustina Ortiz,hermana menor de Valentina Ortiz es una Omega recién ingresante a la secundaria,ser Omega no es fácil menos a esta edad (historia crea...
41.7K 3K 119
La fama aveces cambia la actitud de algunas personas, otros simplemente nacen con una muy mala forma de tratar a los demas ... ¿¿Tu crees que las per...
578K 41.2K 74
Lara pensaba que Toni era el amor de su vida, pero dejó de serlo hace mucho, después del primer golpe que recibió por su parte cuando estaba embaraza...
417K 30K 52
Nuevamente aquí la historia... me llevo un tiempo reescribirla así que espero las personas que no la lograron terminar de leer la disfruten. Samantha...