Remus había creído que nada podía ser mucho mejor que una Navidad en Hogwarts lo que era (bastante literalmente) mágica. Navidad donde los Potters, por otro lado, fue una experiencia completamente distinta que solo parecía ir mejorando.
Primero estaban los trineos bajo las pistas nevadas en el jardín trasero — aunque eran más de cinco hectáreas, nadie realmente podía llamarlo un jardín. Peter, que vivía más abajo en la aldea misma, vino para unírseles tan pronto como escuchó que habían llegado, y habían tenido una extremadamente ruidosa y violenta tarde, haciendo carreras bajo las laderas y jugando complejos juegos de guerra con municiones de bolas de nieve. El Sr Potter incluso se les unió; muy animadamente para su edad y con una considerable ventaja pudiendo usar magia.
La Sra Potter los llamó a todos para almorzar y les hizo cambiarse de sus prendas mojadas. Se sentaron junto a la chimenea, cálidos y secos comiendo pastelillos de té tostados y cubiertos con una rica mantequilla amarilla. En la tarde querían volver a salir, pero el Sr Potter se había ido a acostar y la Sra Potter no quería que salieran cuando estaba a punto de oscurecerse. En vez de eso ayudaron a decorar un enorme pastel navideño con glaseado real blanco y pequeñas figuritas mágicas, luego a envolver regalos para los vecinos y elfos domésticos.
—Nosotros nunca le regalamos nada a nuestro elfo doméstico, —dijo Sirius como un hecho, sus dedos desesperanzadoramente envueltos de cinta-hechizada, —En todo caso, Kreacher es un malhumorado imbécil; dudo que quiera algo.
—Aceptan regalos mientras sean algo comestible, creo —respondió la Sra Potter sonriendo, —prendas no, por supuesto, eso solo los deprime.
—Dile a mamá lo que tu familia le hace a los elfos doméstico, Sirius, —James sonrió, envolviendo aún más las manos de su amigo. Sirius rió ligeramente,
—Guardamos sus cabezas. —Dijo, —una vez que están muertos. Por lo menos, creo que esperamos a que mueran…Kreacher es el único elfo domestico que recuerdo.
—Dios mío, —dijo la Sra Potter, —creí que esa tradición había muerto.
—No con los Black, —Sirius suspiró. Remus podía notar que estaba pensando sobre el matrimonio de nuevo.
—Estás haciendo un encantador trabajo con eso, Remus, —observó la Sra Potter, levantando la mirada por encima al libro que estaba envolviendo para la Sra Pettigrew. —No como algunos niños traviesos que podría mencionar…— se giró dirigiendo una severa mirada a su hijo y a su mejor amigo, ahora intentando pegar sus manos a la mesa.
Remus le sonrió, cortésmente, sintiendo el corte fresco en su cara tirar de su piel. Aún no le había dirigido la palabra a los padres de James. Siempre le habían dicho que no debía ser visto ni oído por gente adulta — y nunca antes había estado en la casa de algún amigo. Sirius, por el contrario, estaba completamente a gusto, Remus nunca antes lo había visto tan feliz. Adoraba a la Sra Potter como si fuera su propia madre — si hubiera querido a su propia madre, por supuesto.
Remus bostezó, más ampliamente de lo que quería, tratando de esconderse detrás de sus manos, bajando la cabeza, avergonzado. Solo había dormido unas pocas horas esa mañana después de la luna, y una tarde de guerrillas con bolas de nieve lo había dejado exhausto.
—Mejor que vayas a la cama, querido, —dijo la Señora Potter, ignorando el hecho de que solo eran las tres de la tarde. Remus se preguntó si James le había dicho a sus padres sobre él — debían saber, McGonagall probablemente no le hubiera permitido ir de lo contrario.
—Oh, estás perfectamente, ¿no es cierto, Lupin? —Sirius le halagó, —Peter va a volver en un rato, podemos volver a salir.
Remus pestañeó, luego miró a James por ayuda.
—Déjalo tranquilo Sirius, —la señora Potter lo reprendió, —El pobre niño está muerto en sus pies. Vamos, querido, puedes ir.
Agradecido, Remus se levantó de la mesa de la cocina y caminó hacia su cama. Mientras se cambiaba a sus prendas de noche, no pudo evitar robar otra mirada al espejo, ahora que estaba solo, apropiadamente. Tal vez fue el hecho de haber estado afuera en el frío, pero la cicatriz se veía peor que esa mañana, el contraste era más violento contra su piel pálida. ¿Siempre lo sorprendería su cara ahora? ¿Siempre que su reflejo se posara en un espejo o una superficie brillante saltaría? ¿Acaso otra gente le tendría miedo?
Hubo un suave golpecito en la puerta, justo cuando Remus estaba a punto de aplicar el ungüento que Madam Pomfrey le había dado. Era Sirius, Remus había captado su olor antes que siquiera tocara la puerta.
— ¿Todo bien? —el chico de cabello negro se deslizó dentro de la habitación, hablando suavemente. Sostenía un cáliz de peltre en su mano. —La mamá de James te envió esto. Es un brebaje sanador, creo.
—Oh, gracias. —Remus asintió cansado. Sirius lo dejó en la mesita de noche.
— ¿Estás bien?
—Bien. Solo cansado, amigo.
— ¿Acaso fuimos muy…ya sabes, duros contigo o algo?
— ¡No! —dijo Remus, muy firmemente, probablemente sonando más enojado de lo que pretendía. —No tiene nada que ver con ustedes, es solo el hecho de que estuve despierto toda la noche aullándole a la jodida luna y tratando de arrancarme mi propia cara. Estoy cansado.
Remus tuvo que sentarse, el esfuerzo del arranque hizo que se mareara.
—Lo siento. —dijo Sirius, aún más suave. Era la segunda vez que se disculpaba ese día, y Remus odiaba ese sonido. —Te dejaré. —cerró la puerta.
Remus no pudo empezar a preocuparse sobre herir los sentimientos de Sirius. Se esparció un poco del ungüento, luego olfateó el cáliz que la Sra Potter había enviado. Lo reconoció como algo que había bebido antes en Hogwarts, que provocaría sueño instantáneo. Se metió a la cama, lo bebió rápidamente, y cerró sus ojos.
***
Los días restantes antes de la Navidad pasaron rápido, y Remus fue capaz de experimentar la vida de una familia real por la primera vez. El señor y la señora Potter tenían que haber sido los padres perfectos — eran amables y seguros, siempre sonrientes y llenos de diversión. Remus no sabía que los adultos podían ser de esa forma. No sabía que la gente podía crecer así. Estaba más que claro por qué James era de la forma que era — rebosante de amor y confianza ciega al igual que Remus estaba rebosante de furia. Era obvio, también, por qué Sirius se sentía tan atraído por la familia. Él tenía una insaciable sed de amor, y los Potters tenían un suministro infinito.
Los cuatro chicos recorrían todo el campo en la nieve, envueltos en sus cálidas bufandas de Gryffindor, sombreros y guantes. En las tardes jugaban juegos de cartas, ayudaban a la Sra Potter a preparar la cena y escuchaban al señor Potter contar historias de fantasmas frente a la chimenea. Hicieron pasteles de carne picada y cadenas de papel, construyeron magos de nieve e iglús, y durmieron tan profundamente en sus camas cada noche que ni siquiera un vociferador los hubiera podido despertar.
Desafortunadamente, esto no duraría mucho. Mientras que los Black habían dejado de enviar vociferadores, no habían olvidado a su hijo rebelde, e intentaron una nueva táctica en la víspera de navidad con consecuencias devastadoras para los merodeadores.
Estaban bebiendo cálida cerveza de mantequilla sentados en la alfombra de la sala de estar. James y Sirius estaban jugando gobstones, muy ruidosamente, y el Sr Potter le estaba enseñando a Remus a jugar ajedrez. El anciano había estado horrorizado al descubrir que Remus no sabía cómo jugar, y Remus estaba sorprendido al descubrir que estaba disfrutando bastante el juego. Toda la sala se sentía cálida y a salvo, las pesadas cortinas cerradas protegiéndolos del frío y la oscuridad, las luces del árbol brillando suavemente y el fuego estallando y crepitando a su lado. El reloj daba justo las nueve, y la Sra Pottwe estaba a punto de mandarlos a todos a la cama, cuando se escuchó un fuerte *CRACK* justo afuera de la ventana.
El Sr y la Sra Potter compartieron una mirada rápida, y los oídos de Remus se punzaron como los de un perro. El olor de magia gastada impregnaba el aire, como pan quemado. Algo oscuro y sin sabor. Hubo un firme y seco golpe en la puerta.
—No esperábamos a nadie, ¿cierto Effie? —el señor Potter frunció el ceño levemente a su esposa. Ella sacudió la cabeza, y ambos escucharon.
El elfo doméstico de los Potter, Gully, se precipitó a la puerta para abrirla. Hubieron unas voces agitadas en el pasillo, y Gully volvió apresurado.
—Oh, Sr Potter, Sra Potter, ella ha venido por el joven amo Black, ¡ella me ha diciendo ella es su madre! Le dije que esperar por usted. —el elfo estaba apretando sus manos ansiosamente, claramente muy confundido por el cambio de eventos.
Sirius y James compartieron una mirada. La cara de Sirius estaba blanca — parecía que iba a vomitar.
—No se atrevería…— susurró.
El Sr Potter ya estaba de pie y en la puerta. Hubieron voces alzadas en el pasillo ahora —Remus reconoció el tono brusco de la Sra Black de las horribles cartas.
—Sirius, —dijo gentilmente la Sra Potter, — ¿Tus padres te dieron permiso para visitarnos, querido? —El miró al piso. Ella cloqueó la lengua. —Oh, corazón. —dijo, sonando muy triste.
— ¡No hagas que se vaya, mamá! —James se puso de pie, — ¡Los odia!
—Son sus padres, James.
— ¡Sirius! —el Sr Potter lo llamó desde el salón.
Sirius se puso de pie, James lo siguió. Remus no quería, quería quedarse junto al fuego donde habían sido tan felices hace solo unos momentos. Pero la Sra Potter se había puesto de pie también, y estos eran uno de esos momentos donde los merodeadores tenían que presentarse como un frente unido, independiente de lo aterradora que podía ser la madre de Sirius.
Se dirigieron al salón. Remus había visto a la Sra Black una vez antes, la primera vez que había abordado el Expreso de Hogwarts. Entonces simplemente pensaba que se veía muy severa, y que se parecía a Sirius. Aún se veía severa — su cabello estaba recogido en un alto moño que se enroscaba como una serpiente en la corona de su cabeza, fijada con un pin de esmeralda. Sus ojos eran oscuros, no tan azules como los de Sirius, pero tenía esa estructura huesuda de la familia Black, y la mirada de superioridad. Era más baja que el Sr Potter, pero había buscado la manera de mirarlo como si fuera suciedad en sus botas. Su mirada se afiló cuando vio a James y Remus aparecer.
—Sirius. —dijo, fríamente, entrecerrando los ojos a su hijo mayor. — ¡Vendrás conmigo de una vez. Kreacher! —Chasqueó los dedos y un viejo, marchitado elfo doméstico emergió detrás de sus túnicas. —Ve arriba y trae las cosas del amo Black. —El elfo doméstico hizo una gran reverencia, besando las puntas de plata de las botas de la Sra Black, y apurándose arriba de las escaleras.
—Buenas tardes, Walpurga, —dijo la Sra Potter, agradable, como si no hubiera nada de tensión, — ¿Puedo ofrecerle algo de beber? Estábamos a punto de partir los pasteles de carne picada, ¿no es cierto, niños?
La Sra Black la ignoró, mirando directamente a Sirius.
—Ponte tu capa. Nos vamos ahora.
—Pero madre yo—
—No te atrevas a hablarme. —siseó, sus ojos en llamas.
Remus quería huir; ella era peor que Matrona, cien veces peor. Ella era peor que Bellatrix y Snape y cualquier persona horrible que haya conocido. La idea de dejar a Sirius irse con ella hizo que su estómago se volteara. El Sr y la Sra Potter parecían estar sufriendo la misma crisis,
—Walpurga, ¿Por qué no lo deja quedarse? —Intentó la Sra Potter, —sé que ha sido un poco travieso, pero no hizo daño. Puede quedarse a almorzar y luego lo enviaremos mañana antes de la cena. Han tenido unos días tan buenos juntos.
La Sra Black dejó salir una corta risa crepitante, como si la diversión de su hijo fuera la más mínima de sus preocupaciones. Dirigió su mirada a James, a su cabello alborotado, luego a Remus, mirando fijamente su nueva cicatriz. Remus miró a sus pies, aterrado. Ella sabría. Sabría sin dudarlo.
Kreacher volvió bajando las escaleras con apuro, seguido de un muy ofendido Gully. La maleta de Sirius se elevaba detrás de ambos, aparentemente empacada y lista para irse. Walpurga se giró,
—Vámonos, Sirius.
—No. —dijo, muy suavemente, pero muy firme. Remus quería decirle que cerrara la boca, ¿¡acaso no podía ver el problema en el que se había metido!? Pero Sirius estaba cerrando sus puños con fuerza, mirando a su madre, —me quiero quedar aquí, con los Potters. No puedes obligarme—
— ¡SILENCIO! —Walpurga se giró, agarrando fuerte su varita y apuntando en dirección a Sirius. Dejó de hablar enseguida—aunque no voluntariamente. Abrió y cerró la boca un par de veces, y no logró emitir ningún sonido. Ella le había robado su voz.
— ¡Walpurga, en serio! —el Sr Potter quedó boquiabierto, mientras la Sra Potter dejó salir un leve chillido y se arrodilló junto a Sirius, envolviéndolo con sus brazos protectoramente. — ¡Es solo un niño!
—Él es mi hijo. —Walpurga ronroneó, mirando penetrantemente a la Sra Potter, —y es el heredero a la más fina casa de Gran Bretaña. Aprenderá cuál es su lugar. Vamos Sirius.
Sirius se veía completamente rendido, su boca en una línea de resignación. Él abrazó a la Sra Potter de vuelta, luego dio un paso lejos. Se despidió con la mano de James y Sirius, antes de seguir a su madre por la puerta.
Los cuatro se mantuvieron de pie, en silencio, después de que la puerta se cerró. Remus se preguntó si James se sentía igual de avergonzado que él — ¿Debían haberse interpuesto por su amigo de algún forma? ¿Qué le pasaría ahora? El Sr Potter se veía furioso.
— ¡Usa un hechizo silenciador en su propio hijo! ¡En un mago menor de edad! ¡Es moralmente reprensible!
—Ella hace peores cosas que eso. —dijo James suavemente. Remus asintió de acuerdo, sintiendo que él también había sido privado de su capacidad de hablar.
—Tenemos que hacer la casa indetectable, Fleamont, —dijo la Sra Potter, repentinamente, —De tal forma que no nos puedan encontrar—tu dijiste que lo estabas considerando, después de las últimas elecciones. No quiero a esa espantosa mujer en mi casa nunca más.
El Sr Potter asintió, oscuramente.
—Buscaré la manera en el año nuevo. Alastor Moody me debe un favor.
—Hora de ir a la cama, niños. —dijo la Sra Potter con voz temblorosa. —Traten de no preocuparse mucho. —Abrazó a James ferozmente, besándolo en cada mejilla. Remus trató de esquivarla pero también lo alcanzó, envolviéndolo en un fuerte abrazo. Olía a naranja y clavo de olor.
***
—Psst. Remus.
Remus justo había terminado de lavarse los dientes y estaba encaminándose por el pasillo hacia su habitación, cuando James asomó su cabeza y lo condujo a su propia habitación. Se arrodillaron en la cama juntos. James sacó una nota del bolsillo de su pijama, —Regulus envió esto,
— ¿Qué dice? —preguntó Remus rápido, antes que James pudiera pasarle la carta para leerla.
—Oh, ehm, dice ‘Sirius está en casa, no traten de contactarlo.’
— ¿Es todo?
—Es todo. —James asintió lúgubremente.
—Buen detalle de Regulus, —Remus remarcó, bajando sus ojos a la nota que había sido obviamente garabateada en un apuro. —Pensé que se odiaban.
—Seh, bueno todavía son hermanos, ¿no es cierto? —Respondió James, encogiéndose de hombros, —lazos familiares y todo eso.
— ¿Crees que estará bien?
—No lo sé- —James se mordió el labio. —Nunca le entregué su regalo. Dice que su familia nunca le da nada navideño, solo reliquias familiares y eso.
—Tuve una discusión con él el otro día —Remus suspiró tristemente, —Sobre…ya sabes, mi pequeño problema peludo.
James soltó una risita,
—No te preocupes. Ustedes dos siempre están discutiendo sobre algo. Solo son sus personalidades.
—Oh. ¿Tú crees? —Remus estaba un poco ofendido por esa observación — Sirius tenía arranques con Peter mucho más seguido, seguramente. James sonrió,
—Te lo dije, no te preocupes. Black ama las discusiones.
La mañana de la Navidad fue un asunto subyugado, aunque los Potters estaban buscando hacer la situación animada, solo por Remus. Cuando despertó se sintió avergonzado al encontrar paquetes envueltos al pie de su cama, y resolvió corregir esto el próximo año de alguna forma.
Estaban los calcetines y ropa interior de Matrona, como de costumbre, más una lata de galletas de mantequilla. Algunas ranas de chocolate de Peter y un gran libro de hechizos avanzados de Sirius. James también le había comprado un libro — Cartografía de Prestidigitadores: Una guía para la creación de mapas. El Sr y la Sra Potter, en cambio, habían exagerado. Bajo el árbol encontró más dulces, bromas prácticas, un hermoso set de plumas — que trató de devolver (—compramos lo mismo para James y Sirius, querido, no seas tontito), y un pijama nuevo.
La extensión de la familia Potter empezó a llegar para el almuerzo navideño alrededor del mediodía al igual que los Pettigrews, quienes trajeron consigo a la hermana mayor de Peter, Philomena, y a su novio muggle que trajo de la Universidad. Remus fue presentado como un amigo de James, y en general ignorado, excepto por un pequeño mago viejo que ya tenía la nariz roja y estaba efusivo de todos los tragos que Gully estaba pasando,
— ¿Lupin, dices? ¿No el hijo de Lyall Lupin?
Remus quedó boquiabierto, incapaz de responder. Solo había escuchado el nombre de su padre una o dos veces.
—Ehm…sí. —Dijo finalmente, fuertemente sonrojado.
— ¿¡Él está aquí!? —El mago sonrió, mirando alrededor, —Excelente compañero, no lo he visto en años.
—Eh…él está muerto. —respondió Remus, se encogió de hombros excusándose.
— ¡Una maldita pena! —El mago lloriqueó, derramando un poco de su bebida, —Buen duelista; me enseñó todo lo que se de los boggarts. Aunque su mal genio solía meterlo en problemas—le dije que no se metiera con ese chico Greyback—jodidos hombres lobo, ¡hay que exterminarlos a todos!
Remus pestañeó. James lo miró, curioso. Afortunadamente el Sr Potter intervino
— ¿Darius? Ten otro trago, viejo amigo, deja a los jóvenes con sus juegos, ¿eh?
Remus tragó saliva fuertemente y volvió a su torneo de gobstones como si no hubiera pasado nada.