La mayoría de los Gryffindors rondaban alrededor de la sala común, chismeando y hablando, todos preguntándose quien pudo haber sido. Los merodeadores, que usualmente les gustaba ser el centro del debate, se arrastraron por las escaleras hacia su dormitorio, pálidos, llenos de culpa.
Remus se sentó en su cama, con su mirada perdida hacia el suelo. Había ido demasiado lejos; él sabía eso bastante bien. Se había sentido bien, por un momento, y nada podía convencerlo de que Severus no lo había merecido. Pero ahora James lo miraba curioso, y sabía que Dumbledore lo averiguaría de alguna forma u otra — incluso antes que Lily le dijera a todos, tan pronto como pusiera un pie en la sala común.
— ¿Qué pasó? —Preguntó James, con cautela, — ¿Perdiste el control? Esa fue una magia muy poderosa.
— ¡Fue increíble! —Intervino Sirius, — ¡Se la pensará dos veces antes de volver a cruzarse en nuestro camino!
—Pero...es decir, no intentábamos herirlo, ¿o sí? —cuestionó James frunciendo el ceño.
—Él está bien, probablemente lo fingió, para meternos en problemas.
— ¿Nos meteremos en problemas? —Preguntó Peter retorciendo sus manos, nervioso, —No fuimos todos nosotros, ¿o sí? Solamente fue...
Sirius le propinó una bofetada en la nuca,
—Rata. —dijo. —Somos merodeadores. Fuimos todos o ninguno.
—Lo que sea, —murmuró Peter, frotándose la cabeza, avanzó hasta su cama y se sentó, malhumorado.
— ¡La mitad fue mi idea! —Dijo Sirius, — ¡Yo busqué el hechizo! No te preocupes, Lupin, apuesto que él estará bien.
—Si es que lo está, —empezó a decir Remus, pesadamente, —no habrá sido gracias a mí. —Continuó, esta vez levantando la mirada en dirección a James. Sus ojos cafés le miraban profundamente, de forma muy seria. —Realmente, quería herirlo.
James le sostuvo la mirada, y asintió levemente.
Hubo unos golpes en la puerta, difuminando la tensión. Era Frank Longbottom.
—Ustedes cuatro, a la oficina de McGonagall, ahora. —Su voz tenía un tono grave.
Dejaron que Frank les condujera bajando las escaleras, por la sala común, donde todo el mundo los miraba fijamente. Remus no despegó la mirada de sus pies en ningún momento, pero escuchó como los estudiantes enmudecían a medida que avanzaban. No importaba que pasara después — todos sabían que ellos habían sido los responsables.
McGonagall no estaba sola. Dumbledore estaba de pie junto a su escritorio, sus manos entrelazadas en su regazo. Sonrió agradablemente a los cuatro chicos que se encontraban frente a él.
—Buenas noches, caballeros. —Dijo.
—Buenas noches, director, —corearon de vuelta.
—Probablemente les interese saber que el señor Snape se encuentra bien — aunque al parecer su orgullo se ha visto dañado.
No respondieron. Remus no se atrevió a levantar su mirada del piso.
—El cree que ustedes cuatro tuvieron algo que ver con esta desgracia. —continuó Dumbledore, tranquilo, como si estuviera simplemente pasando el tiempo con ellos. —Particularmente usted, señor Potter.
James levantó la mirada, abrió su boca, y luego la cerró volviendo a mirar hacia abajo. Remus no podía soportarlo. El solo tenía tres amigos en todo el mundo, y no iba a perderlos ahora. Entonces dio un paso al frente.
—Fui yo, señor, yo lo hice. Él me dijo unas cosas horribles antes, y estaba enojado. Quería enseñarle una lección. —Se forzó a mirarle a los ojos, pálidos y azules. El anciano asintió, satisfecho.
—Ya veo. ¿Actuó por su cuenta?
—Sí, —Remus sacó su varita, —Mire, puedo probarlo-
— ¡No hay necesidad! —Dijo Dumbledore, apurado, —le creo, señor Lupin.
— ¡No fue solo él, señor! —Explotó Sirius, —yo busqué el hechizo, también aprendí como hacerlo, también es mi culpa.
— ¿Está insinuando que usted planeó esto, Black? —Intervino McGonagall, bruscamente, — ¿Usted planeó un ataque a otro estudiante? Diez puntos de Gryffindor. Cada uno.
Sirius bajó la mirada.
—Y están castigados, todos ustedes, por un mes —continuó, —me parece bastante difícil de creer que el señor Lupin haya actuado solo en esto.
Todos dejaron caer sus cabezas, mirando al piso.
—Pueden irse, caballeros. —Dijo Dumbledore, tranquilo. —No tengo duda alguna que usarán parte de su tiempo para disculparse con el señor Snape, por supuesto.
Sirius hizo un ruido de indignación, y James le propinó un codazo tosco. Se dieron la vuelta, dispuestos a irse.
—Un momento, señor Lupin.
Remus se congeló. Debió haber prevenido que no se saldría de esta tan fácil. Se mantuvo de pie, rígido, mientras los otros salieron de la oficina, McGonagall los siguió para asegurarse de que no holgazanearan afuera.
Cuando finalmente la puerta estuvo cerrada, el silenció les invadió. Dumbledore no habló inmediatamente, y finalmente Remus dirigió su mirada a los ojos del director. No parecía estar enojado, o decepcionado. Tenía la misma expresión de siempre — teñida de curiosidad, tal vez.
— ¿Qué le ha parecido Hogwarts, Remus?
Esa no era la pregunta que había anticipado.
—Eh...bien, ¿supongo?
—Parece que no ha tenido problemas para hacer amigos.
Esa no era una pregunta, entonces no respondió. Bajó nuevamente la mirada a sus pies, luego la volvió a dirigir al director.
— ¿Me van a expulsar? —preguntó. Dumbledore sonrió.
—No Remus, nadie está siendo expulsado. Puedo ver que está arrepentido de lo que hizo. Lo que me preocupa, es como lo hizo. Ese fue un hechizo muy poderoso, algo que no hubiera esperado de un estudiante de primer año...debió haber estado muy molesto.
Remus asintió. No quería decirle a Dumbledore la razón — la forma en que Snape le había llamado, o como eso lo hizo sentir estúpido, sin valor y débil.
—La pasión es una cualidad importante en un mago, Remus. —Estaba diciendo Dumbledore, —direcciona nuestra magia, la fortalece. Pero como se pudo dar cuenta hoy, si no se aprende a controlarla entonces se puede poner en peligro a los que nos rodean. —Ahora le miraba muy serio, sus ojos habían perdido su brillo. —No busco asustarle, Remus. Cuando nos conocimos, le dije que simpatizaba con usted — las cosas por las que ha pasado, no se las deseo a nadie. Pero debe ser cuidadoso. Usted es un mago muy talentoso, no lo desperdicie.
Remus asintió, deseando que la conversación terminara lo antes posible. Prefería mil veces un castigo, una paliza, que un sermón. La peor parte de esto es que Dumbledore estaba en lo correcto. Había dejado que su ira hacia Severus influenciara el hechizo que había usado — solo que no estaba acostumbrado a tener este tipo de poder.
—Lo siento, profesor. —Dijo, — ¿Sniv—quiero decir, Severus está bien?
—Sí, perfectamente bien. Creo que esperaba que, si dejaba de luchar contra el hechizo, quienquiera que lo hubiera conjurado, se detuviera. Ya lo han secado y no sufrirá ningún tipo de daño a largo plazo.
—Oh... —Remus asintió, —Bien.
—Ahora, —Dumbledore sonrió, —Puede retirarse, le he mantenido suficiente tiempo aquí y tengo la sensación de que el señor Potter está afuera, esperando por usted a que le cuente todo.
***
Dumbledore le había dado mucho de que pensar. Y él tenía suficiente tiempo para hacerlo — McGonagall se había tomado muy en serio sus castigos, incluso llegó al punto de separarlos, a los cuatro. Sirius tuvo la tarea de fregar los calderones en las mazmorras, Peter debía pulir los trofeos y en un salón lleno de premios, y James debía reconfigurar todos los telescopios de la torre de Astronomía. A Remus le dieron la peor tarea de todas; limpiar la lechucería. Por supuesto, ninguno de ellos tenía permitido usar sus varitas y todas las noches debían volver a empezar.
—Cruel como siempre, es lo que hay, —se quejó Peter al final de la primera semana mientras se acostaban, inmundos y agotados.
—No entiendo por qué te quejas, —gruñó Sirius, —me encantaría tener que pulir los trofeos. Quién sabe qué tipo de inmundas pociones he estado fregando en el fondo de esos malditos calderos.
James gimió de cansancio, quitándose los lentes y frotándose los ojos.
Remus no se quejaba, porque realmente no sentía que merecía hacerlo. Se sentía terrible por haber metido a sus amigos en problemas, pero se sentía aun peor por lo que había hecho. Esta situación solo se agravó por la cantidad de lectura que realizaba. El hechizo de Sirius era difícil, y menos intuitivo que el tipo de magia a la que estaba acostumbrado. Sirius fue el primero en admitir que no era perfecto — se desvanecía después de una hora más o menos, y había que volver a repetirlo. Remus lo había dominado lo suficiente para realizarlo solo, aunque solía costarle un par de intentos antes de hacerlo de forma correcta.
Lo primero que había hecho había sido visitar la biblioteca y tomar prestado un libro de la repisa de criaturas mágicas.
Cada noche, luego de terminar sus deberes y sus castigos, Remus cerraba las cortinas alrededor de su cama, iluminaba su varita, y leía el mismo capítulo una y otra vez. Había descubierto que había libros enteros describiendo su problema en particular, pero le aterraba la idea que alguien empezara a sospechar si empezaba a leerlos todos. Además, no estaba muy seguro de querer saber algo más. Las cosas que había leído hasta ahora eran suficientemente negativas.
Pensaba sobre el libro constantemente — en sus clases, entre comidas, durante sus castigos. Palabras tales como 'monstruoso', 'letal' y 'las criaturas más oscuras' pasaban por su cabeza como luces de neón. El sabía que era peligroso, por supuesto. También sabía que era diferente. Pero no sabía que era odiado. Incluso cazado. Aparentemente sus dientes costaban una fortuna en ciertas partes al este de Europa. Su piel, aún más.
Había legislaciones horribles también — algunas cosas que no entendía completamente, pero que aun así sonaban horribles. Leyes de empleo, registros y restricciones de viaje. Parecía como si en la lectura pudiera prevenir que sus perspectivas laborales no eran mejores en el mundo mágico que en el mundo muggle. También entendió por qué Dumbledore le había dicho que debía tener cuidado. Ahora tenía claro que, si alguien en Hogwarts descubría su condición, entonces podría meterse en un grave problema — y que la expulsión sería la menor de sus preocupaciones.
Era frustrante, nada de lo que había leído era realmente relevante comparado con sus experiencias. No había registros de ningún mago viviendo con ese tipo de condición; como controlarlo; que esperar; si es que acaso alguien había logrado mantener un trabajo, o simplemente había decidido evitar a todo el mundo. También asumió que era normal que pudiera oler sangre y escuchar los latidos de otras personas — pero ¿Cómo podía estar seguro? ¿Era normal que su magia fuera más fuerte cuando la luna estaba saliendo? A veces sentía que podía percibir el torrente de su poder burbujeando por sus venas, como una pócima; llenándolo y rebosándolo, derramándolo a través de sus dedos. Y luego estaba su carácter, su ira. ¿Cuánta de ella formaba parte de él, y cuanta era del monstruo?
Se desvelaba casi todas las noches, después de que el hechizo para leer se desvaneciera, muy cansado para volver a conjurarlo, pero muy energético para dormir. Su mente borrosa con preocupación y miedo. Todo parecía tan simple en St Edmund's. Sin magia, sin deberes, sin problemas morales agonizantes. Y, por supuesto, sin amigos. Si algo había frenado a Remus de rendirse, había sido esto último.
Era James, quien tenía el ego del tamaño de un lago, pero un corazón igual de grande. Peter —quien, sí, era un poco raro y despistado— pero tenía un malicioso sentido del humor y podía ser infaliblemente generoso. Y por supuesto Sirius. Sirius podía guardas secretos, él también era un tanto malicioso, pero nunca con sus amigos, y además era el estudiante más talentoso de todo el año, pero desperdiciaba sus habilidades ideando bromas.
Remus no quería tener que abandonar todo eso, no si podía evitarlo. Incluso si tenía que convertirse en el mejor estudiante de toda la escuela; si es que tenía que forzarse a leer todos y cada uno de los libros, completar todos sus deberes, seguir cada regla. Sería el mejor, tanto, que no tendrían idea de que los golpeó. Tan bueno, que tendrían que nombrarlo prefecto — haría de todo, si es que eso significaba que podía quedarse en Hogwarts, con sus amigos.
No tenía a nadie con quien pudiera hablar de estas cosas. Nadie quien pudiera entenderlo. Hasta donde Remus sabía, solo Dumbledore, McGonagall y Madam Pomfrey tenían conocimiento de su condición. McGonagall era muy severa para acercarse con este tipo de preguntas. Remus aún no estaba seguro de que Dumbledore estuviera completamente en sus cabales, y de todas formas no tenía idea como hacer una cita con el director. Entonces, solo le quedaba Madam Pomfrey.
Esperó hasta la siguiente luna llena, que cayó a fines de Enero. Un día Domingo, luego de la cena se separó de los merodeadores y emprendió su camino a la enfermería un poco más temprano que de costumbre.
— ¡Remus! —La enfermera le sonrió, sorprendida, —No te esperaba hasta que oscureciera.
—Quería preguntar un par de cosas, —dijo de forma tímida, sus ojos explorando la habitación. Había algunos estudiantes acostados en las camillas, la mayoría de ellos dormían. Afortunadamente Madam Pomfrey era discreta.
—Por supuesto, ¿Vamos a mi oficina?
Era mucho más bonita que las oficinas de los profesores en las que Remus había estado hasta ahora. En las paredes había botellas de pociones y tónicos alineadas, la habitación era luminosa y aireada, ella no poseía un escritorio, y en lugar de tener asientos de madera, había cómodos sillones a cada lado de una chimenea.
— ¿Cómo te puedo ayudar, querido? —preguntó instalándose, señalándole que se sentara.
—Bueno, —tragó saliva, sin saber bien por dónde empezar, —Es solo...tengo algunas preguntas sobre mi...mi problema.
Ella le regaló una sonrisa cálida.
—Por supuesto que sí, Remus, eso es perfectamente natural. ¿Hay algo en específico que te gustaría saber?
—Seh. He leído un poco, y sé que no hay una cura ni nada.
—Aún no, —respondió rápidamente, —pero siempre se están haciendo avances.
—Oh, ok. Pero, por ahora, supongo que solo quiero saber...un poco más sobre el tema. No recuerdo nada cuando despierto después de las transformaciones, solo que estoy muy hambriento.
— ¿Te gustaría saber más sobre la trasformación?
—No, no solo eso. Cosas como... ¿Eso cambia quien soy, el resto del tiempo? Acaso eso me hace... —desvió la mirada hacia abajo, hacia sus manos. No estaba seguro de que quería decir, y había un nudo en su garganta.
—Remus, —dijo Madam Pomfrey, —Esta condición que tienes, no define quien eres.
—A veces, me enojo, —continuó, posando su mirada en la chimenea en vez de mirarla a la cara, —me enojo demasiado.
—Todos tenemos emociones, son perfectamente naturales. Solo tenemos que aprender a controlarlas con el tiempo.
El asintió, tomando este consejo. No podía contarle del resto —Cuando me transformo, se está poniendo peor. Mucho peor.
—Sí, —respondió de forma solemne, —leí que pueden empeorar con el comienzo de la pubertad.
—Oh, ok. —Remus asintió. Luego hubo una pausa larga. — ¿Qué tanto?
—Yo...no sabría decir. Tú eres el primero de tu tipo que he tratado.
Otra pausa. Remus se sentía igual que antes; igualmente confundido.
— ¿Te gustaría que te pase ese libro que te mencioné?
Asintió, finalmente levantando la mirada.
***
El libro de Madam Pomfrey, Piel a Colmillos: Cuidados para Medios-Humanos Mágicos era un poco más útil que los otros que Remus había leído hasta ahora. Aún había mucho que no lograba entender —técnicas de sanación avanzada y complicadas recetas de pociones, más detalles de la legislación — y algo un poco más aterrador; juicios y persecuciones. Convenientemente, había cosas que ya sabía; que había sido mordido, y que no tenía permitido morder a nadie durante una luna llena; que la plata le debilitaba; y que no había cura.
El libro si mencionaba que con el comienzo de la pubertad sus transformaciones se volverían más intensas, y que se volvería aún más peligroso. No mencionó cambios en las habilidades, magia u otros, y no había ninguna referencia sólida a los cambios de ánimo o carácter.
No lo consideró particularmente interesante saber que tenía un hocico más pequeño que los lobos reales, o que su cola era copetuda (prefería no tener que pensar en eso de todas formas), pero le pareció curioso descubrir que era solamente una potencial amenaza para los humanos — particularmente magos. Aparentemente otros animales no corrían peligro —le divirtió la idea de que la Señora Norris estaría a salvo, por lo menos.
No pasó por desapercibido que Remus se había alejado de los merodeadores desde el ataque a Snape.
— ¿Dónde has estado? —preguntaban, todas las noches mientras se preparaban para acostarse.
—Haciendo deberes, — respondía, o a veces —castigado, — aunque no había tenido otro castigo desde la broma.
La verdad, era que siempre trataba de mantenerse lo más alejado de la gente. Deliberadamente había intentado mantenerse fuera de su dormitorio hasta que fuera hora de dormir, incluso trataba de evadir la sala común. Sintió que hasta que pudiera controlar su magia, no se involucraría en los proyectos de James y Sirius. Y tenían proyectos, estaba seguro de eso. A veces en las noches Remus podía escuchar como trepaban a la cama del otro, susurraban furtivamente antes de conjurar un hechizo silenciador. Otras veces, incluyendo a Peter, se escabullían bajo la capa de invisibilidad. Siempre trataban de despertar a Remus, pero él los ignoraba.
Durante el día se escondía en la parte trasera de la biblioteca, o en uno de sus escondites secretos. Había encontrado lugares en el castillos que eran lo suficientemente pequeños para trepar hasta ellos y pasar desapercibido por horas. Ventanas que parecían estar cubiertas de ladrillo, pero retenidas en lo alto, grandes repisas; cámaras pequeñas y vacías que se escondían detrás de tapices; el baño de chicas del quito piso. Ahí se podía acomodar y leer por horas — a veces incluso hacía sus tareas, otras veces se obligaba a investigar más sobre su condición.
También tenía otra razón para esconderse. Desde el accidente, el odio de Snape hacia los merodeadores se había intensificado, e iba a todo lado acompañado de Mulciber, usándolo como guardaespaldas. Si por alguna razón se cruzaban en el pasillo tenía que tener un hechizo protector preparado de antemano — Mulciber conocía más maleficios que James y Sirius combinados.
Una tarde, Remus estaba profundamente concentrado en un libro sobre una remota guerra mágica — estaba en el capítulo sobre los Úlfhéðna, guerreros-lobo Germanos que enfrentaron a los Romanos. Él estaba sentado en su escondite favorito, al borde de una ventana y no podía ser visto desde abajo a menos que alguien estuviera prestando mucha atención. Había trepado conjurando una cuerda encantada, habían aprendido a hacer eso hace unas pocas semanas. Estaba a punto de bajar para cenar, cuando hizo un movimiento en falso y dejó caer el pesado libro por el borde. Hizo una mueca cuando este se estampó en el piso con un sonido sordo.
— ¿¡Quién está ahí!? — preguntó una voz proveniente del corredor. Escuchó unos pasos, y le invadió una sensación de debilidad cuando se dio cuenta de quien se trataba.
—Es solo un libro. —dijo Mulciber, malhumorado.
—Sí, pero ¿de donde vino? —respondió Snape, sospechosamente. Mulciber resopló.
— ¿De la biblioteca?
Snape murmuró en voz baja, sonando exasperado. Remus presionó su cuerpo fuertemente contra la pared de piedra.
— ¿Quién está ahí? —llamó Snape, con su voz nasal, malévola. Silencio. —Homenum Revelio.
Remus sintió que algo jalaba su estómago, y antes de darse cuenta, estaba siendo arrastrado del marco de la ventana por una fuerza invisible. Soltó un gritito, buscando algo de lo que sujetarse, y terminó colgándose de la repisa con la yema de sus dedos.
Snape y Mulciber se estaban riendo desde abajo.
—Bueno, bueno —dijo Snape, con una voz burlona, —Pero si es el Loco Lupin... ¿Dónde están tus amiguitos...ah? ¿Te dejaron ahí arriba y luego se olvidaron de ti?
—Piérdete, Snape. —siseó Remus, soltando el agarre en la pared de piedra, deseando no romperse los tobillos cuando finalmente se dejara caer.
— ¡Igniscopum! —Snape sonrió malicioso, apuntándolo con su varita. Un pequeño hilo de fuego se disparó en dirección a Remus, forzándolo a patear la pared, aterrizando pesadamente en su espalda, en el piso.
Pestañeó, sinuoso, pero rápidamente se puso de pie, sacando su varita.
—Ok, —dijo, su espalda estaba adolorida por la caída, —me atrapaste. Ahora lárgate.
— ¿Por qué haría eso? —respondió Severus, enfrentándolo, levantando su varita.
—Expeli-
—EXPELLIARMUS —rugió Snape, conjurando el hechizo antes que el otro chico. Agarró la varita de Remus jubilosamente, después añadió, —Gelesco.
Remus sintió sus pies fundirse con el piso, clavándolo en el lugar. Gruñó — ahora estaba atrapado. Podría gritar por ayuda, pero este era un corredor tranquilo, y no quería verse como un cobarde. Miró a ambos chicos, desafiante, apretando su mandíbula.
—Mulciber, —Snape se giró a su compañero, quien parecía un troll, — ¿Acaso no me dijiste el otro día, que necesitabas practicar algunos maleficios? Creo que esta podría ser la oportunidad perfecta.
Mulciber sonrió con malicia, remojando sus labios. Levantó su propia varita, no tan elegantemente como Severus, pero con la misma intención malévola.
— ¡Lapidosus!
Por un momento no ocurrió nada, y Remus se sintió levemente aliviado — cuando, de la nada, una lluvia de pequeñas rocas —como gravilla— aparecieron flotando en medio del aire. Revolotearon entre Remus y Mulciber por unos momentos, hasta que empezaron a volar hacia la cara de Remus, como un enjambre de abejas. Inmediatamente levantó sus brazos para protegerse, pero Severus se le adelantó;
—Incarcerous, —dijo bostezando, aburrido. Inmediatamente Remus se encontró atado fuertemente por una cuerda, que apenas le permitía moverse. Las piedras caían torrencialmente, y lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos. Trató de luchar, aun sabiendo que eso no ayudaría, pero no podía evitarlo, necesitaba hacer algo. No quería llorar, aun cuando sintió que una gota de sangre se deslizaba por su rostro.
— ¿Qué está pasando? ¿Severus? —se escuchó la voz de una niña al fondo del pasillo.
—Finite Incantatum, —susurró Snape, apurado. Las piedras se detuvieran enseguida, la soga también desapareció y las piernas de Remus se despegaron del piso, todo al mismo tiempo. Titubeó y luego se tambaleó hacia atrás, apoyándose en la pared.
Su mirada se topó con la de Lily, su salvadora, quien apuró el paso en su dirección. Se detuvo cuando vio a Remus, quien rápidamente trató de limpiar la sangre de su rostro. Ella miró hacia Snape, con el ceño fruncido.
— ¿Qué estás haciendo, Sev?
—Nada, —el chico miró hacia abajo, raspando la punta de su zapato en la loza del piso. —Solo estamos charlando con Lupin, ¿No es así, Mulciber?
Mulciber se encogió de hombros, poco convencido. Lily miró a Remus, quién desvió la mirada, avergonzado. Era suficientemente malo que Severus lo hubiera atrapado, no necesitaba que ella sintiera lástima por el ahora. Le arrebató la varita a Severus rápidamente, dando la vuelta y caminando lo más rápido que sus piernas le permitían.
— ¡Espera! ¡Remus! —Lily corrió tratando de alcanzarlo. Él no se detuvo, pero ella era rápida y al final logró avanzar a su mismo paso. Ella llevaba el libro sobre la guerra mágica en una mano, y le agarró con la otra, — ¡Por favor! — resopló. El se detuvo, suspirando pesadamente — quería su libro de vuelta.
— ¿Qué? —escupió.
— ¿Qué te estaban haciendo? Severus no va a decirme, y se que fue bastante malo.
—Está bien, —dijo encogiéndose de hombros y tomando su libro.
— ¡Estás sangrando!
—Déjalo, Evans, —Remus la empujó suavemente, tratando de quitarla de su camino. Ella lo siguió de nuevo.
—Le dije que te dejara de molestar, no sé por qué lo hace—quiero decir, ya ni siquiera te juntas con Potter o Black, le dije eso—
— ¿¡Por qué le importaría!?
—Porque a ellos son a los que realmente quiere molestar—si se da cuenta que también te cansaste de ellos, entonces—
—Espera. —Remus se detuvo, Lily casi choca con él. — ¿¡Me estás diciendo que estarías de acuerdo con Mulciber y Snape si le estuvieran lanzando maldiciones a James y Sirius en vez de a mí!?
—Bueno, — Lily se enrojeció, —Quiero decir, sería una pelea más justa por lo menos. Y, ya sabes, ellos ponen bastante esfuerzo a lo que hacen.
Remus se sintió aun más incómodo. Ella creía que James y Sirius habían atacado a Severus en ambas ocasiones — ella no tenía la menor idea de que había sido él. Esto confirmó el peor de sus miedos — Lily pensaba que Remus solamente se juntaba con James y Sirius porque era raro, y porque ellos se lo permitían. ¿Acaso todo el mundo creía que era igual de patético que Peter?
—Te equivocas. —Remus frunció el ceño. —Ahora déjame solo, ¿quieres?