BLANK SPACE ━━━━━━ the crown

By streethvs

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白: ❛ But I've got a blank space, baby... and I'll write your name. ❜ Según rumores, Lucile y Charles contab... More

BLANK SPACE
❝ 🤍 ───── ACT I. BLANK SPACE
I
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VII
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VI

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By streethvs






—Buenos días, su alteza real. 5:30 de la mañana —la misma mujer que me había escuchado en el pasillo abrió las cortinas de la habitación—. Su alteza real, el duque de Edimburgo, solicitó que lo acompañe a acechar ésta mañana.

—No me ha avisado con anticipación —contesté dejándome caer sobre la almohada.

—Ha sido un asunto de último minuto —dijo al pie de la cama con una sonrisa—. ¿Necesita algo?

—Estoy bien.

Me levanté con rapidez yendo directamente hacia la ventana analizando el clima, hice una mueca cuando descubrí varias nubes grises que comenzaban a aglomerarse en el cielo.

Tardé un par de minutos en escoger algún atuendo de exterior en conjunto con sus zapatos, mi abuela me había enseñado a tener la misma prenda repetida pero con minúsculos detalles que las diferenciaban de las anteriores, además de su uso específico. Al terminar salí de la habitación sorprendiéndome de encontrar a la misma mujer fuera de ésta esperándome sonriente.

No fue hasta que llegamos al patio trasero y cochera cuando me llevé una real sorpresa que rebasaba a cualquier otra que haya tenido en la vida.

Diana Spencer estaba a un lado del jeep todo terreno con ropa de exterior esperando por el duque de Edimburgo.

—Diana —saludé hacia ella con un movimiento de cabeza. Podía notar lo incómoda que estaba.

Mademoiselle Lucile —hizo una significativa reverencia y trató de sonreír pero le salió una mueca—. No tenía ni idea de que estaría por aquí.

—Bueno, al parecer el duque de Edimburgo nos ha invitado a ambas a acechar. Me parece más que una coincidencia, ¿a ti no?

—Para nada —negó—. Creo que se le ha olvidado que nos invitó a la par.

Sonreí por su inocencia, si bien, apenas contaba con 18 años recién cumplidos, aún conservaba aquella inocencia de niña rica con padres buenos que a su vez eran estrictos y tenían agendas apretadas.

—¿Listas para acechar? —el duque llegó aplaudiendo con una sonrisa.

—Me temo que nunca he acechado a ningún tipo de animal —Diana bromeó causando que ambos riéramos—. Deberá de enseñarme con detenimiento ya que en ocasiones suelo ser muy torpe, especialmente con las armas.

—Terminando el día serás toda una experta —pasé un brazo por sus hombros reconfortándola—. Su alteza real es muy hábil con las armas, le ayuda a no flaquear su masculinidad frágil.

—Muy graciosa.

Sonreí hacia él por la pequeña humillación que le había hecho pasar frente a la Spencer menor; quien quizá no lo había captado en su totalidad pero de igual manera sonreía como si no lo hubiera atacado en donde más le dolía.

Finalmente subimos al pequeño jeep emprendiendo camino hacia las colinas.

—Me disculpo por hacerlas madrugar —el duque comenzó—, pero tuve mis motivos para invitarte. Hay mucho entusiasmo en la familia.

—Claro, por el ciervo. Todos hablaban de eso anoche —le contestó con sutileza desde el asiento trasero. El príncipe y yo nos volteamos a ver.

Reír un poco por sus ocurrencias no era para nada una opción a descartar.

—No se refiere al ciervo, Di —dije mirando por la ventana sin querer seguirles la conversación.

—Me refiero a ti. Me pareció un buen momento para que nos conociéramos mejor. Decidí invitar a Lucile ya que es la más cercana a tu edad.

—Solo por dos años —Diana repitió en casi un susurro por todas las veces que yo lo había hecho notorio.

—Espero que te guste el lodo —dije hacia Diana cuando estaba a punto de bajar.

—¿No está demasiado húmedo?

—No, me encanta este clima —siguió contestado mientras nos preparábamos rápidamente con palos como bastones y cerrábamos bien nuestras chaquetas.

—¿No te molesta el lodo? —volvió a preguntarle.

—Cuanto más lodo, mejor —contestó mirándonos a ambos—. Tengo corazón campesino.

—Bien.

Comenzamos a caminar dejando unos cuantos pasos atrás a Diana; quien parecía estarse adaptando al lugar. Ninguno se dignó a emitir sonido alguno o iniciar una pequeña conversación en la primera hora que pasamos aún caminando tratando de encontrar al ciervo.

—Debo haberte visto de pequeña en la casa de Sandringham, cuando vivían en la cabaña.

—Sí, señor.

—¿Dónde vives ahora? —el duque se interesó con la respiración entrecortada.

—En Londres, en Earls Court, en un apartamento con tres amigas. Soy la casera mandona.

—¿Te has alejado de tus padres y hermanos en Sandringham? —ahora fui yo quien preguntó tomando el hilo de la conversación.

—Sí, me he independizado apenas cumplí los dieciocho.

—¿Conocías Sandringham? —seguimos avanzando clavando más profundamente los bastones.

—Sí, fue ahí cuando me reencontré con Charles dos años atrás, en casa de los Spencer.

—La época en que Charles solía visitar muy a menudo a mi hermana Sarah y Lucile pasaba algunos días con mi hermano Charles Spencer.

El príncipe me miró con curiosidad ante la mención de mis antiguas escapadas con los Spencer, específicamente con el hermano mayor de la rubia, a quien le tengo ahora un gran aprecio. El hombre que nos guiaba en camino por las colinas hizo una seña para detenernos, los tres nos agachamos instintivamente esperando por lo siguiente.

—Así que, ¿eso es a lo que te dedicas todo el día? ¿A ser casera?

—Oh, no, señor, principalmente, limpio para mi hermana —retomaron la conversación sobre la vida privada de Diana.

—Eso es un trabajo muy importante.

—Sí, lo es.

—Ojalá te pague bien, es un arduo trabajo y el dinero deberá valerlo en caso de que no te guste hacerlo —comenté tomándome un pequeño descanso recargándome sobre mis rodillas.

—Me paga una libra la hora.

—Lo siento, no sé de tarifas de trabajo doméstico.

—Es una tarifa de primera. Para las domésticas de primer nivel —se burló de él con libertad.

—¿En serio?

—¡No! —respondí a la par que Diana—. Es una estafa, no sé por qué lo haces. Te pagaría mejor si fueras mi dama de compañía pero eso implicaría dejar todo e ir a Francia.

—¿Señor? —Diana señaló hacia las colinas—. Mire.

Seguí la dirección de su índice y divisé de igual manera al ciervo herido que arrastraba una de sus patas traseras con pesar. Los tres nos agachamos y estuvimos atentos al próximo movimiento del ciervo, sacamos los binoculares para verlo más de cerca y a su vez saber su estado; estaba más que herido, la bala había impactado en el hueso de la cadera dejándole la pata trasera inmóvil.

—¿Intentamos acercarnos? —preguntó Diana en un susurro.

—No. Se nos escapará —negó tomando en mano la escopeta—. Es nuestra única oportunidad. ¿De dónde sopla el viento? ¿De la derecha?

—De la izquierda, señor.

—¿Qué?

—Mire las nubes —levanté la mirada hacia el cielo mareándome por un momento. Las nubes se movían siendo impulsadas por la izquierda.

—No, es de la derecha —comentó sin siquiera mirar.

—Es la izquierda —dijo dándole un punto final a la corta discusión.

El duque de Edimburgo la miró unos segundos posiblemente estando en un interno dilema, se aseguró de que estuviera en lo correcto y regresó la vista a la mirilla del arma.

Apretó el gatillo y la bala salió disparada dándole al ciervo a la perfección.

—Buen tiro, señor —alabó emocionada—. ¿Era de la izquierda?

Al regresar con el gran ciervo como trofeo era ya pasada la tarde, el sol aún estaba ocultándose pintando el cielo de colores morados y naranjas, toda una obra de arte.

Diana y el príncipe mantenían una amena conversación unos cuantos pasos delante de nosotros, me encontraba detrás de ellos con el guía de cacería comentando sobre cosas triviales cada treinta minutos y nuestras respuestas solían durar no más de veinte segundos.

Toda la familia salió a nuestra bienvenida siendo acompañados por algunos invitados y poco personal, la mayoría se emocionados por nuestra regreso triunfal.

—Lo encontramos, sí.

—Bien hecho —la reina felicitó cortamente a su esposo.

—Es una belleza. Y todo gracias a Diana.

—Yo no hice nada —se excusó sorprendida.

—Ninguno de nosotros lo vió, tú si —la animé poniéndome a su lado.

—Pero su alteza real le disparó. Y no fue nada fácil.

—No —se llevó el mérito sonriente.

—Fue fantástico —dijo admirándolo. Sonreí satisfecha en cómo había terminado su prueba y noté la significativa mirada que le dió la reina a su madre y ella a la abuela de la Spencer.

Todo apuntaba a que era perfecta para agregarse la familia.

—Caminamos cuatro horas hasta encontrarlo...

Me alejé de ella cuando la comenzaron a bombardear con preguntas para obtener más detalle, yo solo había asistido como una extra en caso de que Diana fuera demasiado agobiante para el duque y pudiera distraerse conmigo fácilmente, pero resultó lo contrario. Ella era la estrella.

Caminé lentamente hasta Charles donde pude ver la mirada orgullosa y aprobatoria que le daba el príncipe acompañada de una sonrisa satisfecha, esa era la señal que daba luz verde a todo.

—La indicada para el trono británico —comenté analizándola—. La luna ejerce sobre la estrella.

—La estrella tiene que obedecer, es la jefa.

—¿Cómo es ella? —pregunté mirando mis manos a la altura de mi cadera—. ¿Qué tiene que la hace tan especial para que la escojas por sobre todo?

—Ella me entiende —contestó con simpleza—. Sabe exactamente cómo me siento, puedo ser yo mismo sin ser juzgado.

—¿Por qué todo me suena tan similar? —reí evitándole la mirada confusa—. Solías decir que yo te entendía, que era la mujer perfecta porque podías ser tú mismo solo conmigo. Al parecer alguien me vetó y ganó mi puesto.

—Es diferente. Algunas veces me siento abrumado por ella, tiene tanta experiencia que me hace sentir como un niño aún aprendiendo de la vida.

—¿Y qué tengo yo, en ese caso?

—Tú eres perfecta, Lucile —susurró sin querer ser escuchado—. Eres más que eso y lo sabes. Estas por sobre todos nosotros. Solía alardear sobre conocer a una mujer proveniente del Olimpo cuando estuve en Eaton.

—No eres tan valiente como para humillarte de tal manera.

—Por ti lo era —buscó con el índice el mío entrelazándolos de nuevo—. Siempre he sido devoto a ti.

No contesté a su confesión por miedo a arruinar algo entre nosotros. Charles siempre me había llenado de elogios al punto de estar totalmente acostumbrada a ellos, y cuestionarme cuando no recibía alguno, siempre había sido el ángel que había llegado a salvarlo según sus palabras.

Sin saber por qué razón, terminé sonriéndole con cierta vergüenza sin poder aguantarle la mirada y poco me importó la mirada de desaprobación que Lady Fermoy nos dirigía desde su lugar siendo secundada por la reina.

Estaba en un cuento de hadas, pero a pesar de tanto oír de ellos nunca aprendí que después de la calma; el caos amenazaba con derrumbar todo para examinar tus fortalezas.

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