Me llamo Christel Constancio y para mí, como para toda chica de dieciséis años ir a la escuela es un fastidio, estudiar y ser responsable con los deberes académicos es, admítanlo o no, una basura, cualquiera que diga lo contrario es un idiota. Sin embargo, lo que a mí me diferencia de las muchas otras chicas de mi edad son mis calificaciones, desde pequeña no he tenido mayores distracciones como las demás, así que estudiar y captar las cosas nunca me ha sido un problema. Siempre he sido la rara que se quedaba en un rincón leyendo algún libro o estudiando para un exámen mientras veía como todas las demás salían de fiesta y se besaban con sus novios de la semana.
Personalmente nunca me llamó la atención eso de salir y emborracharme hasta perder la consciencia para llamar la atención del resto. Ese es el trabajo de mi hermano mayor, Alex.
Mi madre, al ser el único sustento del hogar se la pasa trabajando para darnos lo mejor a mi hermano y a mi, esa es otra de las razones por las que no quiero darle problemas.
Justo ahora tengo que tratar de sobrevivir a la maldita rutina de todos los días.
A veces me gustaría ser una chica más interesante y tener algo que poder presumir, un bolso nuevo o un nuevo celular, pero sería mucho pedir.
Niego con la cabeza alejando esos incómodos pensamientos y arreglo mi cama poniendo mi fiel osito de peluche sobre las almohadas decorativas antes de meterme al baño para arreglar mi cabello que, como siempre por las mañanas, es un completo desastre. Solo espero que Alex se haya duchado ya, porque necesito el baño para poder ordenar bien los nudos que siempre se me forman en las puntas.
Es desastroso, pero ya es costumbre, mi pelo es el dilema, y Alex siempre se encarga de recordármelo.
Y, justo como para hacer acto de presencia en mis pensamientos comienzan a golpear la puerta del baño. No me cabe duda de quien es.
—¡Chris, si no bajas a desayunar ahora me comeré tus waffles!
—¡No! ¡Ni se te ocurra tocar mis waffles! —grito respondiendo con otro golpe.
Claro, también olvidé por completo que hoy era día de waffles.
—Entonces apresurate o te dejaré solo el jarabe —dice por último y escucho como se aleja del baño.
Esta sería la tercera semana consecutiva que se comen mis waffles. Y quiero waffles. Joder. Los waffles son lo que le dan vida a mi semana.
A la mierda con mi pelo, el mundo no se detendrá porque no presente mi mejor cara.
Salgo del baño completamente despeinada y bajo las escaleras corriendo para llegar a la cocina cuanto antes.
Mi mamá, como todas las mañanas, está preparando mi almuerzo para la escuela, siempre ha insistido en que llevarlo es mejor que comprar cualquier basura. Alex está sentado en la mesa de la cocina con Austin, su mejor amigo que de seguro pasó otra noche aquí en casa.
Comen como verdaderos cerdos y de verdad me harta que Austin siempre haga lo mismo.
Austin es un verdadero imbécil, siempre trata de hacerme ver como idiota o simplemente me ignora cuando hablo. Bien, puede que sea uno de los chicos más atractivos que he visto, pero eso no le da el derecho de tratarme como basura en mi propia casa. Tiene el ego demasiado alto.
—¿Por qué tiene que desayunar aquí, mamá? —pregunto asegurándome de que Austin me ha oído—. Por algo él tiene su casa y su familia.
Sinceramente me está molestando que el amiguito de mi hermano vaya a su casa solo para dormir y haga su día a día aquí. Está bien que viva justo en la casa de atrás, pero es desubicado y grosero.
—¿Has oído lo que dijo, mamá? Dice que le molesta que esté aquí —se defiende Austin.
¿Le dijo mamá a mi madre? ¿Quién mierda se cree este idiota?
—Christel, Austin no hace nada malo al comer aquí. Y a mí no me molesta preparar un plato más de comida —deja las tres bolsas del almuerzo sobre el mueble de la cocina.
Mi madre quiere a Austin cómo a su hijo, digo lo conoce desde que él tenía siete años. Quién diría que en unos meses más sería el primero en llenar su lista negra.
Decido dejar de amargarme por culpa de Austin y me siento en la mesa a atacar mis waffles.
—¿Tienes idea de que día es hoy, Chris? —me pregunta Alex.
—Miércoles.
—¿Miércoles qué? —insiste y yo ruedo los ojos.
—Nueve de julio.
—Exacto. En dos días más cumplo diecinueve años y quiero recibir un regalo de mi hermanita.
—¿Regalo? No tengo dinero, Alex.
—Podrías trabajar, Chrisi, como tu hermano —dice mi madre mientras lava una sartén.
—El trabajo de Alex es denigrante.
Alex gana dinero vendiendo citas en la escuela y gana mucho porque es deseado entre las chicas. Pero claro, mamá no lo sabe, ella cree que vende helados.
—Cada uno tiene que hcer sus sacrificios para conseguir lo que desee, hija. Podrías salir a pasear perros los fines de semana, por ejemplo.
—Podría pasear perros —digo sopesando la idea.
Sí me gusta esa opción, es dinero fácil, y los perros no son malas compañía.
—Ya me voy al trabajo, chicos. Tengo una reunión y voy atrasada. No alcanzaré a dejarte a la escuela, Chrisi —dice mamá y nos besa en la frente a los tres—. No hagan locuras, chicos. Y arregla tu cabello, Chrisi, hoy está peor que otros días.
Hago una mueca de desagrado y bajo la vista a mis waffles hasta que mamá se va de casa.
—Con que Christel va a pasear perros —murmura Austin mirándome serio. Sé que quiere molestarme—. ¿Cuánto quieres por darle un buen paseo a mi perro?
—¿Tienes un perro?
—Sí, claro que sí —me sonríe y me guiña uno de sus ojos color avellana.
Mierda, verdaderamente es guapo. Lástima que sea un imbécil.
—Pues... Dime la raza y te hago precio.
—Mmh... No tengo claro que raza es, pero es un perro grande, seguramente el perro más grande que ha existido en la tierra... ¿Y sabes qué? Es irresistible para casi todas las chicas. Todas lo quieren —me atraviesa con la mirada—. Él solo necesita que lo paseen por una horas todos los días y no se queja, pero dependiendo del día exige más.
—¿Cómo se llama? —le pregunto con la boca llena.
—Clark —dice demasiado serio y al instante Alex y Austin se comienzan a reír cómo hienas.
¿Qué...?
—Esa estuvo buena, hermano —dice Alex y chocan sus puños.
—No le encuento la gracia al chiste —digo con cara de póker—. ¿Quieres que te pasee al perro o no?
—Me gustaría que una chica como tu quiera pasear a mi perro —me sonríe y levanta una ceja.
—¡Austin! ¡Es mi hermana! —chilla Alex y le tira una servilleta arrugada—. Si se mete una vez contigo va a destrozarse, es demasiado para alguien como tú.
—¿Qué? —pregunto completamente confundida. Tardo un minuto en entender lo que este pervertido dice—. ¡Iug!
—¡Ay, Christel! —se carcajea Austin.
De inmediato me levanto de la mesa furiosa.
—Ni sueñes que voy a hacer eso contigo, Austin. ¡Ni muerta! Que asco. Con ustedes no se puede hablar en serio.
Dejo mis waffles a medio comer y me voy al baño para terminar de alistarme.
Ahora es cuando empiezo a fingir que esa absurda conversación jamás pasó. Como siempre cuando Austin se mete conmigo.
No entiendo como los hombres como Austin pueden ser tan deseados por la población femenina.
Sí, es guapo, tiene esa mirada de chico malo que mata a cualquiera, tiene ese sexy tatuaje en su hombro, el cabello indomable, un cuerpo de infarto, esos lunares en la mejilla, ese estilo tan único... ¡Pero es un tipo totalmente decerebrado y hormonal! No puedo creer que hubo un tiempo en que a mí me gustaba.
Pienso todo esto mientras ordeno mi cabello y pongo rimel y brillo labial.
Me demoro un poco en salir del baño y me encuentro con Alex.
—¿Cómo te irás a la escuela? No quiero que te vayas en el autobús escolar, mamá no puede pasar a dejarte hoy, yo no te puedo llevar en mi skate y Austin ya se fue —dice mirándome con la misma cara de preocupación que cuando me raspaba las rodillas cada vez que salía a jugar.
—Tranquilo, voy en bicicleta.
No le doy más importancia y me dirijo directo al patio, y me monto en mi bici. En menos de diez minutos estoy fuera de la escuela.
Dejo mi bicicleta en el estacionamiento. Si no me equivoco metros más allá está Austin en su moto besuqueándose con una chica.
Sí, ese definitivamente es Austin. Ruedo los ojos.
Entro a la escuela, voy a mi casillero, saco mi estuche de artes y me voy a mi salón cuando tocan el timbre.
Debo oír in montón de comentarios estúpidos de las chicas antes de que el profesor haga acto de presencia.
—¡Buenos días, alumnos! —dice el profesor Smith—. Esta semana van a tener que hacer una escultura con material reciclado sobre un monumento histórico de algún lugar del mundo. El trabajo va a ser parejas que seleccionaré ahora: Hill y Evans, Constancio y Adams, Scott y Walker, Allen y Robinson, Jackson y Brown...
Antes de que pueda dexir nada llega Brandon Adams a mi lado para comenzar a preparar el trabajo.
Gracias al cielo que no me tocó alguien que me deje hacer todo a mí.
—Christel, ¿te parece sí hacemos la Torre Eiffel con palitos de fósforos?
—Sí, es una buena idea.