Aquella noche, en la penumbra de la habitación, repasé mentalmente los sucesos de aquel día; especialmente los que implicaban a Kaiden. Analizándolos con cautela, una teoría fue tomando forma y creándose a partir del hecho que me hizo potenciar la ira: Kaiden Parker no sólo existía para joder mi propia existencia, sino que lo disfrutaba en el proceso. No tenía otra explicación, sobre todo si evaluaba los acontecimientos sucedidos hace tres meses.
Me di vuelta en la cama, encontrando una posición que impidiera que mi corazón aumentara sus rítmicos palpitares por el mero hecho de pensar con rabia en mi vecino. Con su rostro patético y con aquella sonrisita de suficiencia, aquel pecho desnudo que parecía tentador a la vista ajena, y con aquel arete colgando de su oreja como si se creyera completamente invencible.
Gruñí contra mi almohada. Me obligué a mí misma a dejar de pensar en él, dado que dormirme con aquellas energías negativas alrededor de mí representarían algo como un suicidio mañana por la mañana. Y dadas las circunstancias, me esperaba un largo día; incluso mucho más que el que había tenido hoy.
Me encontraba esperando frente al 3B una vez más. ¿Qué hacía realmente aquí? ¿Qué esperaba encontrar al otro lado, a quién exactamente? ¿Qué versión de Kaiden Parker me esperaría esta mañana? Lo supe de inmediato cuando su puerta se abrió de par en par, vistiendo unos pantalones de pijama y un pecho desnudo. Allí estaba su arete plateado en el lóbulo izquierdo de su oreja, y allí estaban aquellos sorprendentes ojos azulados que habían llegado a encandilarme la primera vez que los vi.
—¿Qué haces aquí? —inquirió, con voz suave y melódica.
—Yo... no sé.
Kaiden avanzó un paso fuera de su apartamento.
—¿Y qué es lo que quieres?
—Tampoco lo sé —susurré.
—Bueno —Kaiden cerró la puerta de su apartamento detrás de sí una vez que salió al pasillo—, ¿qué te parece si averiguamos las respuestas a mis preguntas?
Me tomó de ambos lados del rostro y, bruscamente, hizo encontrar nuestros labios. Emití un jadeo que Kaiden pareció tomarse como una invitación, y entonces me hizo girar para apretarme contra la puerta de su propia casa. Me mordisqueó el labio inferior con fiereza, mientras que sus manos se adueñaron del resto de mi cuerpo; acariciándome los brazos, la cintura, las piernas. Aprisionada contra su cuerpo y la puerta, podía sentirme totalmente encendida, sintiendo cómo los sitios correctos de nuestros cuerpos se ponían en contacto sin avisos previos. Noté la erección de Kaiden antes de su puerta se abriera por sí misma, y ambos cayéramos dentro de su departamento, encerrándonos.
Ahogué un grito cuando desperté del sueño, sentándome en la cama tras la sorpresa. Me encontraba en mi propia habitación, dentro de mi propio apartamento. Todo me era familiar: desde las colchas de invierno hasta las paredes repletas de mis dibujos. Los libros en el escritorio y la computadora portátil que descansaba junto a ellos. Cerré los ojos, asimilando lo que acababa de ocurrir. Realmente era lo único que me faltaba para confirmar que el día sería una completa mierda.
Observé en mi celular la hora. Aún me quedaban cuarenta y cinco minutos para que sonara la alarma, pero era evidente que no lograría dormir ni un minuto de corrido tras el sueño que mi subconsciente me había proveído. No, no fue un sueño. Fue una maldita pesadilla.
¿Qué diablos le pasaba a mi mente? Brindarme un sueño así parecía una broma pesada, sobre todo conociendo lo que realmente ocurría entre Kaiden y yo. Yo era una persona centrada, calculadora en cuanto a sus aspiraciones, con mis prioridades bien acomodadas, y todo lo que hacía en mi vida cotidiana era para lograr obtener el mejor estilo de vida que siempre había anhelado. Y él... Él era todo lo opuesto por lo que había podido apreciar. Una persona que obtenía lo que quería con una simple sonrisa, en vez de trabajar duro para conseguirlo. Alguien a quien nadie le decía no, alguien que no tenía que poner la otra mejilla cuando la vida lo requería. Alguien a quien le daba placer fastidiarme. Al menos, aquella era la impresión que obtenía de él en cada momento que se presentaba la oportunidad.
Con aquello en mente, me levanté de la cama. No permitiría que me arruinara el resto del día, o de la vida. Tenía objetivos para hoy, y no sería él quien me impediría cumplirlos; por más que me sacara de quicio.
Observé con detenimiento el proyecto abandonado sobre mi escritorio. Hoy era un nuevo día, con nuevas oportunidades. Y no malgastaría ninguna de ellas. Haría que estos cuarenta y cinco minutos extras valieran totalmente la pena.
Cuando el reloj dio las siete de la mañana, me detuve. El dibujo que tenía frente a mí estaba mucho mejor que lo que era por la tarde de ayer, cuando lo había dejado, y parecía mucho más que simples trazos y borrones. Era un boceto, claro, pero tenía mucha mejor pinta. Era cierto que tuve que darle una nueva perspectiva al trabajo de esta semana, pero mi enfado había ayudado a dinamizarlo. Ya no eran simples borrones o líneas, sino que ahora tenía una forma mucho más concreta que con unos cuantos retoques y consejos de mis profesores se transformaría en la intención tras el borrador.
Lo recogí todo, metí el dibujo sin terminar en mi mochila, y tras terminarme la segunda taza de té, salí del apartamento con rumbo a la universidad.
Uno de los beneficios de haber escogido el complejo de apartamentos para que uno de ellos fuera mi hogar provisorio, era que quedaba mucho más cerca de la facultad que los otros que había preseleccionado para la mudanza. Con una distancia de diez manzanas, la universidad me esperaba sin oponer resistencia. Claro que la única desventaja del asunto era tener que vivir con un vecino indeseable e irritante, sobre todo sabiendo que compartíamos el mismo piso. Pero cada vez que veía la edificación de la facultad a pocas cuadras de distancia desde la ventana, sabía que podría hacerlo. Al menos durante el tiempo que transcurriera hasta que tuviera que renovar el contrato.
La concurrencia de la universidad a estas horas de la mañana era abismal. Quizás porque la gran mayoría de los estudiantes preferían que el cerebro se activara antes de las diez de la mañana, porque aquello significaría que estarían más que despiertos para continuar con las demás asignaturas o sus propios empleos. Al menos eso era lo que decían las estadísticas que los estudiantes del Departamento de Economía habían producido tras el exhaustivo análisis de las encuestas personales.
Inspiré profundamente el aire de la mañana prometedora. Sujeté mi mochila con determinación, y me encaminé hacia mi primera clase del día.
—¡Thea! —La voz de Lydia irrumpió mis propios pensamientos.
Me volteé hacia ella, ofreciéndole mi mejor sonrisa matutina. Llegó hasta mi encuentro y me ofreció un abrazo genuino.
—Buenos días, Lydia —sonreí.
—Serán buenos cuando pasemos el examen —apuntó ella, caminando junto a mí hasta el aula que aún no estaba abierta.
—Dímelo a mí —hice una mueca—. No dormí muy bien que digamos.
—¿Y quién de toda la clase lo hizo? —Arqueó una ceja— Necesito un café, y pronto. Con mucha cafeína, para que me distraiga.
—Que no te oiga Isaac. Él estaría encantado de distraerte —repuse, bromeando.
—No seas mala. Aún estoy analizando cómo enfrentar la situación.
—Es un buen chico, Lydia, y además tiene su atractivo —puntualicé.
—¿Y entonces por qué no sales tú con él? —Desafió— Ah, claro. Porque ya te tiene atrapada el vecino irritable.
Puse los ojos como platos. Aquel comentario tenía mucha más significancia sabiendo lo que había ocurrido anoche entre mis sueños.
—Por favor. Es demasiado temprano para hablar de cosas desagradables como lo es Kaiden Parker.
—¿Aún más desagradable que éste examen? —curioseó Lydia.
—Sobre todo más desagradable que éste examen —confirmé.
Lydia profirió una risotada. Negando con la cabeza, su cabello castaño-rojizo se balanceó a su lado. El cabello de Lydia fue lo primero que me llamó la atención cuando la conocí, en una de las clases para principiantes de la carrera. Tenía unos rizos perfectos, que caían desde su cuero cabelludo hasta los hombros. Y pese a que se quejaba constantemente del color avellana de sus ojos, yo estaba completamente segura de que aquella combinación la hacía todavía más atractiva. Y uno de los que me habían dado la razón había sido Isaac cuando se lo comenté.
Unos momentos más tarde, el profesor hizo acto presencia y habilitó el aula. Los estudiantes ingresamos en silencio, con la promesa patente de un examen relevante para la calificación de la asignatura en nuestras cabezas; sin presión. Cuando Lydia y yo tomamos nuestras posiciones en los pupitres que habíamos adoptado como nuestros al inicio de las clases, ella se volteó hacia mí y llevó su mano extendida a su sien derecha, simulando el saludo militar. Copié el gesto, dado que se convirtió en nuestra tradición desde que nos conocimos para desearnos éxitos mutuamente y en silencio en los exámenes.
Miré al profesor cuando me entregó las consignas del parcial. Tomé una bocanada profunda de oxígeno, cuadré los hombros y sujeté con firmeza el bolígrafo. Apenas el profesor dio la orden, no dejé que nada me detuviera; ni siquiera los reiterantes recuerdos del sueño de la noche anterior.