Una de miles
El reloj marcaba las 10 y cuarto.
Un pelinegro algo sudado empujaba sus caderas contra su compañera, besándola y callando así sus gemidos.
Y una rubia, con la camisa del uniforme totalmente desabrochada, jalando los cabellos de su acompañante. Estaba sentada sobre un pequeño armario, con sus piernas abiertas y sobre los hombros del pelinegro.
Se encontraban en una pequeña habitación donde se guardaban los libros viejos de la biblioteca del colegio. Esa pequeña habitación se llenó de gemidos y el sonido del choque entre sus cuerpos.
—Joder, Adrián—el pelinegro la calló con un beso—me encantas.
La volvió a callar.
Adrián no quería que la chica se pusiera sentimental, era sólo sexo, no quería casarse con ella.
Después de un rato, ambos se encontraban intentando sostener la respiración. La rubia intentó acercarse a Adrián para besarlo una vez más, pero este se alejó acomodando su pantalón.
—¿Lo hice mal?
El pelinegro se río al oír eso, la miró mientras se arreglaba su cabello y limpiaba un poco sus labios.
—No.— se acercó a ella nuevamente—eres una increíble puta—dejó un casto beso sobre sus labios para después continuar—pero sólo eres eso.
No dejó que ella dijera algo más y salió de ahí, avanzando por el pasillo para después saludar a un grupo de chicas que se encontraba charlando tranquilamente.
La rubia se quedó sola, sin entender nada, Adrián ya no la trataba igual que hace unos días y le dolía.
Ella creía que en serio le gustaba.
—Sofi🥱