Conquistando a la Conquistado...

Oleh Tazumin1

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Lean y descubran la historia de estas dos mujeres, cuyos destinos quedaron sellados a través de una sola mira... Lebih Banyak

PRÓLOGO
1-Encuentro con el destino
2-Kara, te necesito
3-Tanteando el terreno
4-El viaje a casa
5- El primer beso de una conquistadora
6-Kara habla
7- Largo viaje de la noche hacia el día
8-Ver el mundo en un grano de arena
9-Conquistadora... Guerrera... ¿Niñera?
10- Los que el soborno aceptan, por el soborno mueren
11- Tiempo devorador, embota las garras del león
12-Buenos días
13- Corderito, ¿quién te hizo?
14-Ama, mía
15- Secreto
16- Pensamientos escritos en tinta
17- El amor me daba la bienvenida, pero mi alma se apartaba
18- Cómo hierve el cerebro de los amantes y los locos
20- Porque no pude detenerme ante la muerte 2/2
21- Tranquilo era el día
22- Había tenido hambre todos esos años
23- El día más feliz... La hora más feliz 1/2
24- El día más feliz... La hora más feliz 2/2
25- ¿Final?
26- Epílogo

19- Porque no pude detenerme ante la muerte 1/2

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Oleh Tazumin1

-¡Ayah!- vociferé. Levantando la espada por encima de la cabeza para bloquear el ataque por la espada y apartando de un empujón la hoja metálica de mi cuerpo.

-¡Eh, se supone que me tienes que proteger!- le grité a Alexandra.

Me di cuenta de que mi capitana tenía sus propios problemas e intenté no echarme a reír por nuestra situación. Teníamos edad suficiente para saber haber engendrado a cualquiera de los jóvenes hombres y mujeres que nos rodeaban, pero nos las estábamos arreglando estupendamente para que no nos dieran una paliza demasiado grande. Alexandra estaba combatiendo contra dos mujeres soldados, cuya pericia con la espada me habría parado a admirar si no hubiera estado tan ocupada.

-Mira me cuesta un poco compadecerme de ti en estos momentos.- jadeó Alexandra- ¡Francamente, apáñatelas tu sola, Conquistadora!- añadió, al tiempo que recibía un patadón en la mandíbula, cosa que la futura oficial pagaría muy caro.

Me eché a reír y seguí adelante, aunque por fin sentía la edad a medida que la fatiga se apoderaba de mis músculos. Aunque sabía que mañana iba a pagar carísimo este exceso de ejercicio, lo cierto era que en este momento estaba disfrutando. Por encima de cualquiera otra cosa, era guerrera y aunque rara vez lo confesaba, casi nada me daba tanto placer como un buen combate.

Trabajaba con dos espadas, atacando con una corta al tiempo que paraba una estocada tras otra con mi espada larga. Lancé una patada hacia la izquierda, sin ver, pero noté cómo mi bota se hundía en la carne blanda. Al mismo tiempo, oí un gruñido y un silbido de aire que salía despedido de un par de pulmones. Por el rabillo del ojo vi que un joven soldado caía de rodillas.

Los reclutas por fin se dieron cuenta de que tenían que trabajar juntos. Éste era el motivo de que Alexandra y yo sometiéramos nuestro cuerpo a esta agonía. Los aspirantes a oficiales tendrían que ser una panda arrogante y a menudo inmadura. Este pequeño ejercicio les enseñaba que uno tenía más probabilidades de alcanzar la victoria si trabajaba con sus hombres. De repente, dos y tres de ellos empezaron a colaborar en sus ataques y antes de que pudiera evitarlo, me levantaron las piernas por el aire.

Cuando mi espada golpeó el suelo, el impacto me hizo perder la espada corta, al tiempo que una patada en la mano lanzaba mi otra espada a varios metros de distancia. El joven sonrió victorioso. Más tarde le diría que esto había sido su ruina. Yo estaba tumbada boca arriba, intentando recuperar el aliento, y entonces él alzó la espada con las dos manos para hundir la hoja en mi garganta. Lo único que cabe esperar en esta clase de situaciones es que la adrenalina no pueda con el joven recluta y que éste detenga efectivamente la estocada antes de atravesarte la piel. Observé su estilo y su postura mientras la espada se acercaba a mí y detecté al instante cuál era su punto débil.

Junté las manos de golpe, atrapando la parte plana de la hoja entre las palmas. Me moví rápidamente, antes de que el joven supiera siquiera qué estaba ocurriendo. Con toda la fuerza que logré darles a mis brazos y hombros, empujé bruscamente hacia delante y hacia arriba. La empuñadura de la espada corrió hacia él y lo golpeó en la barbilla.

Giré la espada, agarré la empuñadura y, con la poca agilidad que me quedaba en las piernas, me levanté de un salto del suelo. El hombre seguía retrocediendo a trompicones y apreté la mandíbula por empatía. Seguramente sentía que toda su cara era un inmenso nervio expuesto al aire mientras la sangre manaba de la raja que tenía en la barbilla. Me sorprendería que no se hubiera mordido la punta de la lengua. Agachándome, lancé una de mis largas piernas contra sus pies y cayó al suelo.

Uno, dos, tres veces hice girar la espada en la mano, soltando un pavoroso grito de guerra. Al hombre caído se le pusieron los ojos como platos cuando la espada bajó directa a su cabeza. En el último segundo, me torcí a la derecha y hundí la hoja en la hierba blanda, apenas a un pelo de distancia de la oreja del soldado. Mi pecho jadeaba por el esfuerzo, la adrenalina corría por mi organismo y entonces oí los vítores. Los demás reclutas se habían echado hacia atrás y aplaudían.

Inmediatamente hice un gesto para que un sanador atendiera al muchacho caído. Cuando se lo llevaba algo tambaleante del campo de entrenamiento, se detuvo ante mí. Me sequé de la boca el agua que había bebido de un odre cercano y estreché el brazo del muchacho. Éste sonrió, mostrando que le faltaba un diente y tenía la boca ensangrentada.

-Ha sido un honor, Señora Conquistadora. Todo lo que dicen de ti es cierto: eres una gran guerrera. Pero creía que te tenía- el joven oficial meneó la cabeza, perplejo.

Le estreché el antebrazo y lo felicité.

-Has estado a punto, joven. Nunca dejes que tu adversario vea que sabes que has ganado. Vi esa expresión en tus ojos cuando alzaste la espada. La idea de perder hizo que me esforzara más.

-Sí, Señora Conquistadora- sonrió un poco tembloroso y se lo llevaron del campo de entrenamiento.

Los demás oficiales se congregaron alrededor de Alexandra y de mí y les ofrecimos un comentario sobre su rendimiento. Fue entonces cuando lo oí, y la sangre se me heló en las venas.

Kara pasó unas cuantas marcas escribiendo en sus pergaminos después de que la Conquistadora la dejara, para ocuparse de sus asuntos. La joven esclava ya sabía cuándo vio a Nicos, cuál era la noticia. Conocía, como casi a todos los esclavos de palacio, el astuto plan de su señora para atrapar al administrador, Demetri. La mayoría de los hombres y mujeres libres no eran como su ama. Trataban a los esclavos como a ganado, como a una propiedad de la que se podía hacer caso omiso hasta que se la necesitaba. Por ello, hablaban sin tapujos delante de sus esclavos, sin darse cuenta de que había seres humanos inteligentes dentro del cuerpo de aquellos sometidos a esclavitud. Los esclavos sabían más de lo que ocurría en este palacio que a propia Conquistadora. Kara ya sabía que Demetri había huido. La joven tenía sentimientos muy encontrados a este respecto.

La verdad de lo que había hecho ese hombre afectaba a esta pequeña esclava por motivos muy personales, pero nunca se lo había contado a nadie. ¿Para qué molestarse? Al fin y al cabo, era una esclava, la esclava de la Señora Conquistadora... muy apreciada, pero esclava no obstante.

La pequeña rubia caminaba ahora por el conocido pasillo que llevaba a las habitaciones de Samantha. Reflexionaba sobre la idea de pertenecer a Lena y sobre todo lo que hacía tan poco que había averiguado acerca de lo que sentía la Conquistadora por ella. Kara no osaba decirle a su ama que estaba perdidamente enamorada de ella. Sin embargo, por un momento, cuando estaban a solas en su habitación, estuvo segura de que Lena estaba a punto de declarar esto mismo.

Por los dioses, ¿estoy perdiendo la cabeza? Lena la Conquistadora, con lo bella que es, jamás se enamoraría de alguien como yo... ¿Verdad? Además, ¿no olvidas que eres una esclava?

Las reflexiones de Kara la llevaron a la noche anterior. Había llorado muchísimo, pero cuando Lena no pudo expresar sus sentimientos, a la joven esclava le pareció mal, por no decir hasta peligroso, ser la primera en confesarlo. Si la Conquistadora no era capaz jamás de reconocer esos sentimientos, Kara estaba condenada a una vida de soledad. Amando y siendo amada, pero sin poder decirlo nunca... Kara había soñado toda su vida con alguien que le dijera esas palabras. Sabía que fuera cual fuese el curso que Lena eligiera para su relación, ella serviría y amaría a la Conquistadora de buen grado.

A menudo sus sueños resultaban proféticos, nunca de una forma exacta, pero desde que era pequeña, absorbía detalles de su estancia en el reino de Morfeo que ocurrían cuando estaba despierta. A veces pasaban muchas estaciones entre visión y visión, pero desde que había entrado en el palacio de Corinto, había empezado a tener revelaciones que la dejaban muy confusa. Nunca hasta ahora había tenido una premonición con un objeto, pero eso también se había producido. Había soñado con la amabilidad de esta mujer conocida como la Conquistadora, con su delicadeza. Hacía poco, Kara había visto a Lena declarándole su amor mientras yacían juntas, pero eso no había sucedido, ahora ponía en duda la fiabilidad de sus sueños. Una pesadilla, en concreto, la asustaba de una forma inimaginable. Lo había achacado al intento por parte de Morfeo de alterar su sueño, pero la desconcertante escena se repitió el día en que sostuvo el puñal de Lena entre sus manos. Al llevar la daga a su ama, Kara vio de nuevo su pesadilla, esta vez con todo lujo de detalles en su mente. Vio que Lena, de espaldas a la pequeña esclava, se volvía de repente y se abalanzaba con el puñal contra la garganta de la rubia.

Kara trató de olvidar esa imagen mental. Ahora mismo, era feliz como no recordaba haberlo sido nunca. Lena era muy buena con ella y la alta mujer había reconocido que había algo más entre ellas que una mera relación entre ama y esclava. Lena hacía realidad las esperanzas y los sueños de la pequeña rubia al darle materiales y libertad para escribir. Tal vez, con el tiempo, pensó Kara, podría convencer a la Conquistadora para que le hablara de su vida. El mayor regalo de Lena no había sido material, en opinión de Kara. El mejor regalo había sido darle a Kara conciencia de sí misma. Algunos lo llamarían seguridad, incluso orgullo, pero fuera lo que fuese, la joven esclava gozaba de la sensación que tenía cierta valía, aunque solo fuera para su poco comunicativa ama.

La joven esclava estaba tan enfrascada en sus reflexiones que no vio a la figura que le bloqueaba el paso hasta que casi se chocó con ella.

-Ahhh, la puta de la Conquistadora.

La voz detuvo a Kara en seco. Alzó la mirada aterrorizada hacia el hombre que tenía delante. Sus ojos se movieron por todo el pasillo, como en busca de alguien que pudiera ayudarla. Atenea, por favor, no me dejes morir... aún no... No ahora que estoy tan cerca.

-No te molestes en buscar ayuda, putilla bonita... aquí no encontrarás a nadie dispuesto a ayudarte.

Kara se fijó en la expresión de los ojos de Demetri. Ya había visto esa expresión, una mezcla de locura y risa, una mezcla explosiva. Miró de nuevo a su alrededor, pensando en una forma de escapar, incluso una forma de apaciguarlo. Estaba tan cerca de Lena. Las columnas abiertas del segundo piso daban a un parapeto que recorría todo el muro del palacio. Oía los ruidos de la ciudad y de los soldados que entrenaban en el campo, justo debajo.

Antes de que pudiera moverse, Demetri alargó la mano y la agarró del cuello, apretando hasta que Kara empezó a boquear aire, intentando apartarle la mano. La soltó, dio la vuelta a la muchacha y se la pegó al pecho. Apretó su sexo contra su trasero con gesto provocativo.

-Ahora te voy a hacer mía, esclavita- dijo con lascivia.

Kara cerró los ojos con fuerza. Ya la habían tomado hombres como éste en otras ocasiones, pero sólo dolía un rato y luego se acababa. Si le daba a Demetri lo que quería, tal vez no hiciera nada más. Notó que el hombre le toqueteaba el pecho, intentando abrirle la blusa que llevaba. No era que la tocara con brusquedad: cosas peores había sufrido. Tampoco era la idea de ser tomada contra su voluntad: eso también le había sucedido. Era el fuego que de repente prendió por todo su ser. La sensación de que esto estaba mal.

De repente, Kara sintió llamas que salían de su interior. Era como un calor que había empezado con una pequeña chispa hasta convertirse en un incendio. Intentó ceder y dejar que ocurriera, intentó separar su mente de su cuerpo hasta que pasara la humillación. No pudo. A lo lejos, oyó una voz que empezaba a acompañar ese fuego que tenía en el vientre. La voz le decía que no tenía por qué aceptar esta suerte, que no merecía ser tratada así. Al fin y al cabo, era la esclava de la Señora Conquistadora. Todo ocurría muy deprisa, pero la vocecita interna no tardó en convertirse en la voz de Lena. Las cosas que había dicho Lena... que le había enseñado...

Permite que te lo deje muy claro, Kara. Me perteneces... La próxima vez que alguien... cualquiera, se propase contigo... te toque de cualquier manera, quiero que grites, des patadas, luches, lo que te haga falta para llamar mi atención. Entonces yo me ocuparé de la situación. ¿Comprendes, Kara?... Así es, Kara, me perteneces... ¡¿Es que no sabes defenderte?!

Las palabras que le había dicho Lena se agitaban revueltas en su interior, frases y retazos de conversaciones que tenían grabados en la memoria. Por fin, la joven esclava sintió que el fuego explotaba transformado en indignación. Ella pertenecía a Lena... a Lena y a nadie más. ¡Nadie más tenía ese derecho!

-¡No!- Kara clavó el codo en las costillas de Demetri y el hombre le soltó el brazo.

Lo repentino de la acción, sobre todo por parte de esta esclava, pilló al hombre totalmente desprevenido. Gruñó cuando el codo lo alcanzo con fuerza por segunda vez.

Pegando una patada hacia atrás con el talon, Kara notó que su pie entraba en contacto con la espinilla del hombre. Demetri aulló de dolor y soltó del todo a la muchacha. Kara no esperó y corrió directa al muro exterior.

Notaba lo cerca que estaba Demetri y veía que el muro exterior se estaba acabando. Cuando se estaba quedando sin terreno, miró por fin hacia el patio del palacio. Allí, en el campo de entrenamiento, estaba Lena con sus soldados. Consciente del riesgo que corría con lo que estaba pensando, Kara sabía que podía sufrir un castigo seguro o la muerte a manos de Demetri. Justo cuando Kara llegó al final del muro, Demetri la alcanzó, le rodeó la cintura con el brazo y tiró de ella hacia dentro. Ella se aferró con las manos al borde de piedra y gritó con todas sus fuerzas.

-¡Lenaaaaaaaaaaaaaa!

El agudo grito reverberó por los muroscircundantes.

Nota: Bueno chicas como soy tan buena, les voy a dejar este capítulo. Pero para el siguiente espero que le echen ganitas con los votos y comentarios, así que quiero sus manitas trabajando para desbloquear el siguiente que les espera jajajaja

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