En mi fuero interno no paraba de repetir que lo que hacía era indebido, no podía volver a él, no debía hacerlo, pero lo quería, necesitaba estar con él.
Sentir sus manos en mi cuerpo, sus labios recorrerme lentamente mientras no podía pensar en nada más, lo necesitaba, había caído en las garras de Alexander Thompsons, y más que garras a mí me parecían manos suaves y dulces que me llevaban al cielo.
Con solo veinte años me había enredado en la tela de araña de la mafia, enamorandome del peor enemigo de mi padre, el cual lamentablemente es el jefe de policía de Nueva York.
"-Deberias dejarme ir-susurré y cerré los ojos.
Me dolía decir esas palabras, pero sabía que era lo correcto.
-Cariño-dijo con su voz ronca, notaba la diversión en cada letra que pronunciaba-, tú no quieres que esto termine.
Terminó de hablar y me bajó la cremallera de mi chaqueta de cuero, debajo solo tenía un sujetador de encaje, nuestros ojos se encontraron y no pude pensar en nada más, solo quise que me haga suya, una vez más."