Laila Scamander y La Orden De...

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#5 , «No estamos solos» Después de un verano repleto de pesadillas e ir de aquí para allá, Laila Scamander t... More

Sinopsis + TRAILER
1: La Protectora
2: Grimmauld Place
3: Dementor en Privet Drive
4: Recuerdos
5: Una reunión llena de gritos
6: La Orden Del Fenix
7: Reunión
8: La antigua familia Black
9: Juicio
10: Los prefectos
11: King's Cross
12: Primos
13: Profesora de Defensa Contra Las Artes Oscuras
14: Primer día
15: Umbridge
16: Bowtruckles
17: Me convertire en una asesina
18: La carta de Percy
19: ¡Papá!
20: Mi Primer castigo
21: Sanadora
22: Cabeza de Puerco
23: Pesadilla
24: En las llamas
25: Solo un adolescente
26: El ejercito de Dumbledore
27: A Weasley vamos a coronar
28: Hagrid 1/2
29: Hagrid 2/2
30: Thestrals
31: Roto
32: Ataque
33: San Mungo
34: Navidad
35: Neville
36: Regalo Inesperado
37: De vuelta
38: Tiranía en Hogwarts
39: Cita
40: Fiesta en Slytherin
41: El quisquilloso se vuelve popular
42: Patronus
43: Dumbledore tiene estilo
44: Veritaserum
45: El recuerdo de Snape
46: Futura Magizoologa
47: Llamada por polvos Flu
48: Umbridgitis
49: Grawp
50: TIMOS 1/2
51: TIMOS 2/2
52: Papá
53: Crucio
54: No debo decir mentiras
55: Peligrosa Esfera
56: Pelea en el Ministerio
57: La ultima sonrisa
58: Magia
59: Toda la Vida
LAILA SCAMANDER Y LA MALDICIÓN DE MORGANA

60: La segunda guerra magica

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REGRESA EL-QUE-NO-DEBE-SER-NOMBRADO

El viernes por la noche, Cornelius Fudge, ministro de Magia, corroboró que El-que-no-debe-ser-nombrado ha vuelto a este país y está otra vez en activo, según dijo en una breve declaración.
«Lamento mucho tener que confirmar que el mago que se hace llamar lord..., bueno, ya saben ustedes a quién me refiero, está vivo y anda de nuevo entre nosotros —anunció Fudge, que parecía muy cansado y nervioso en el momento de dirigirse a los periodistas—. También lamentamos informar de la sublevación en masa de los dementores de Azkaban, que han renunciado a seguir trabajando para el Ministerio. Creemos que ahora obedecen órdenes de lord..., de ése.
»Instamos a la población mágica a permanecer alerta. El Ministerio ya ha empezado a publicar guías de defensa personal y del hogar elemental, que serán distribuidas gratuitamente por todas las viviendas de magos durante el próximo mes.» La comunidad mágica ha recibido con consternación y alarma la declaración del ministro, pues precisamente el miércoles pasado el Ministerio garantizaba que no había «ni pizca de verdad en los persistentes rumores de que Quien-ustedes-saben esté operando de nuevo entre nosotros».
Los detalles de los sucesos que han provocado el cambio de opinión del Ministerio todavía son confusos, aunque se cree que El-que-no-debe-ser-nombrado y una banda de selectos seguidores (conocidos como «mortífagos») consiguieron entrar en el Ministerio de Magia el jueves por la noche.
De momento, este periódico no ha podido entrevistar a Albus Dumbledore, recientemente rehabilitado en el cargo de director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, miembro restituido de la Confederación Internacional de Magos y, de nuevo, Jefe de Magos del Wizengamot. Durante el año pasado, Dumbledore había insistido en que Quien-ustedes-saben no estaba muerto, como todos creían y esperaban, sino que estaba reclutando seguidores para intentar tomar el poder una vez más. Mientras tanto, «El niño que sobrevivió»...

—Eh, Harry, aquí estás; ya sabía yo que hablarían de ti —comentó Hermione mirando por encima del borde de la hoja de periódico.

Estábamos en la enfermería, yo en la cama de Fay mientras  Hermione leía la primera plana de El Profeta Dominical. Ginny, a quien la señora Pomfrey había curado el tobillo en un periquete, estaba acurrucada en un extremo de la cama de Hermione; Neville, cuya nariz también había recuperado su tamaño y forma normales, estaba sentado en una silla entre las dos camas; y Luna, que había ido a visitar a sus amigos, tenía la última edición de El Quisquilloso en las manos.

—Sí, pero ahora vuelven a llamarlo «El niño que sobrevivió» —observó Ron—. Ya no es un iluso fanfarrón, ¿eh?

Tomo un puñado de ranas de chocolate del inmenso montón que había en su mesilla, lanzó unas cuantas a Harry, Ginny y Neville y arrancó con los dientes el envoltorio de la suya. Todavía tenía profundos verdugones en los antebrazos, donde se le habían enroscado los tentáculos del cerebro.
Según la señora Pomfrey, los pensamientos podían dejar cicatrices más profundas que ninguna otra cosa, aunque ya había empezado a aplicarle grandes cantidades de Ungüento Amnésico del Doctor Ubbly, y Ron presentaba cierta mejoría. Le había dicho que podríamos hacer un grupo de cicatrices, Harry casi se ahogó con su rana de chocolate.

—Sí, ahora hablan muy bien de ti, Harry —confirmó Hermione mientras leía rápidamente —. «La solitaria voz de la verdad... considerado desequilibrado, aunque nunca titubeó al relatar su versión... obligado a soportar el ridículo y las calumnias...» Hummm veo que no mencionan el hecho de que eran ellos mismos, los que te ridiculizaban y te calumniaban...

Hermione hizo una leve mueca de dolor y se llevó una mano a las costillas. La maldición que le había echado Dolohov había causado «un daño considerable», según las palabras textuales de la señora Pomfrey. Tenía que tomar diez tipos de pociones diferentes cada día, había mejorado mucho, pero ya estaba harta de la enfermería.

—«El último intento de Quien-ustedes-saben de hacerse con el poder, páginas dos a cuatro; Lo que el Ministerio debió contarnos, página cinco; Por qué nadie hizo caso a Albus Dumbledore, páginas seis a ocho; Entrevista en exclusiva con Harry Potter, página nueve...» ¡Vaya! —exclamó Hermione, y dobló el periódico y lo dejó a un lado.

—Y Mira esto—extendí el periódico—. Página cuatro; un verdadero héroe, Sirius Black.

—Sin duda les ha dado para escribir mucho. Pero esa entrevista con Harry no es una exclusiva, es la que salió en El Quisquilloso hace meses...

—Mi padre se la vendió —dijo Luna con vaguedad mientras pasaba una página de El Quisquilloso—. Y le pagaron muy bien, así que este verano organizaremos una expedición a Suecia para ver si podemos cazar un snorkack de cuernos arrugados.

—Que lindo Luna—le sonreí.

—¿Cómo va todo por el colegio?—nos preguntó Hermione.

—Flitwick ha limpiado el pantano de Fred y George —contó Ginny—. Tardó unos tres segundos. Pero ha dejado un trocito debajo de la ventana y lo ha acordonado.

—¿Por qué? —preguntó Hermione, sorprendida.

—Dice que fue una gran exhibición de magia —comentó Ginny encogiéndose de hombros.

—Yo creo que lo ha dejado como un monumento a Fred y George —intervino Ron con la boca llena de chocolate—. Mis hermanos me han enviado todo esto — dijo, y señaló la montaña de ranas que tenía a su lado—. Les debe de ir muy bien con la tienda de artículos de broma, ¿no?

Hermione lo miró con gesto de desaprobación y preguntó:

—¿Y ya se han acabado los problemas desde que ha vuelto Dumbledore?

—Sí —contestó Neville—, todo ha vuelto a la normalidad.

—Bueno...lo que sea que normalidad sea en Hogwarts—afirme.

—Supongo que Filch estará contento, ¿no? —dijo Ron, y apoyó contra su jarra de agua un cromo de rana de chocolate en el que aparecía Dumbledore.

—¡Qué va! —exclamó Ginny—. Se siente muy desgraciado. —Bajó la voz y añadió en un susurro—: No para de decir que la profesora Umbridge era lo mejor que jamás le había pasado a Hogwarts...

Gire la cabeza para verla. La profesora Umbridge estaba acostada en otra cama un poco más allá, contemplando el techo. Dumbledore había entrado solo en el bosque para rescatarla de los centauros, pero nadie sabía cómo había logrado salir de la espesura sin un solo arañazo y con Dolores Umbridge apoyada en él; y, por supuesto, la profesora Umbridge no era quien desvelaría aquel misterio. Así que si, desgraciadamente estaba viva. Desde su regreso al castillo, no había pronunciado ni una sola palabra, que supiera. Nadie sabía  qué le pasaba. Llevaba el pelo completamente revuelto, y aún tenía enredados en él trocitos de ramas, pero por lo demás parecía ilesa.

—La señora Pomfrey dice que sólo sufre una conmoción —susurró Hermione.

—Yo diría que está enfurruñada —opinó Ginny.

—Sí, porque da señales de vida cuando haces esto —dijo Ron, e hizo un débil ruidito de cascos de caballo con la lengua.

Inmediatamente, la profesora Umbridge se incorporó de un brinco y miró, asustada, a su alrededor.

—¿Ocurre algo, profesora? —le preguntó la señora Pomfrey asomando la cabeza por detrás de la puerta de su despacho.

—No, no... —contestó Dolores Umbridge, y volvió a apoyarse en las almohadas—. No, debía de estar soñando...

Rei un poco.

—Hablando de centauros —comentó Hermione cuando se hubo recuperado un poco—, ¿quién será ahora el profesor de Adivinación? ¿Se quedará Firenze?

—No tendrá más remedio que quedarse —respondió Harry—. No creo que los otros centauros lo acepten en la manada.

—Parece que Firenze y la profesora Trelawney van a compartir el puesto —apuntó Ginny.

—Saben? Al menos no me quede dormida en las clases de Firenze—les comente.

—Viniendo de ti, eso es un logro—apunto Fay.

—Seguro que a Dumbledore le habría encantado librarse para siempre de la profesora Trelawney — terció Ron—. Aunque la verdad es que lo que no sirve para nada es la asignatura en sí; las clases con Firenze tampoco son mucho mejores.

—¿Cómo puedes decir eso? —lo regañó Hermione—. ¡Justo cuando acabamos de enterarnos de que existen las profecías de verdad!...

Se me encogió el estomago. No le había  revelado ni a Ron ni a Hermione ni a nadie y nunca. Jamás. Lo haría.

En cuanto a la profecía de Harry bueno...esa al igual que la mía estaba hecha pedazos.  Y es que no podía ver a ninguno a la cara si les contaba sobre lo mío, en especial a Harry.

—Es una lástima que se rompiera —comentó Hermione con voz queda, y movió la cabeza.

—Sí, es verdad —coincidió Ron—. Pero al menos Quien-ustedes-saben tampoco se enteró de lo que decía. ¿Adónde vas? —preguntó, sorprendido y contrariado, al ver que Harry se levantaba.

—A... ver a Hagrid —respondió—. Acaba de llegar, y le prometí que iría a verlo y a decirle cómo están ustedes dos—me miro—. ¿Vienes ?

—Si, claro.

—Ah, bueno —repuso Ron de malhumor, y miró por la ventana de la enfermería hacia la extensión de luminoso cielo azul—. Ojalá pudiéramos ir nosotros también.

—¡Dale recuerdos de nuestra parte! —gritó Hermione cuando salimos de la enfermería—. ¡Y pregúntale qué ha sido de... su amiguito! —añadió.

El castillo estaba muy tranquilo, incluso tratándose de un domingo. Todo el mundo estaba en los soleados jardines disfrutando de que habían acabado los exámenes y con la perspectiva de unos pocos días más de curso libres de repasos y deberes. Fuimos por el vacío pasillo echando vistazos por las ventanas; unos cuantos estudiantes que volaban sobre el estadio de quidditch y a un par de ellos nadando en el lago, acompañados por el calamar gigante. En estos tiempos, los últimos días de clase los adoraba, me encantaba nadar en el lago mientras mis amigos se aseguraban que no me ahogara. Ahora esa alegría se había desvanecido, ahora solo quería hablar con Hagrid que me alegraba saber que había vuelto.

Habiamos bajado la escalera de mármol del vestíbulo cuando Malfoy, Crabbe y Goyle salieron por una puerta que había a la derecha y que conducía a la sala común de Slytherin. Harry se paró en seco; lo mismo hicieron Malfoy y sus compinches. Vi de nuevo la ventana. Lo único que se oía eran los gritos, las risas y los chapoteos provenientes de los jardines, que llegaban hasta el vestíbulo por las puertas abiertas.
Malfoy echó un vistazo a su alrededor, viendo que no hubiera ningún profesor.

—Estás muerto, Potter.

—Tiene gracia —respondió él alzando las cejas—. No sabía que los muertos pudieran caminar.

Jamás había visto tan furioso a Malfoy, la ira crispaba su pálido y puntiagudo rostro. Tome a Harry del brazo, estaba muy cansada para pelear con Malfoy, no quería problemas.

—Harry, ven, vámonos.

—Me las pagarás —contestó Malfoy en un susurro—. Vas a pagar muy caro lo que le has hecho a mi padre.

—Mira cómo tiemblo —respondió Harry con sarcasmo, trate de jalarle de nuevo por el brazo pero el se quedo firmemente plantado—. Supongo que lo de lord Voldemort no fue más que un ensayo comparado con lo que me tenéis preparado vosotros tres. ¿Qué pasa? —añadió, pues Malfoy, Crabbe y Goyle se habían encogido al oír a Harry pronunciar aquel nombre—. Es amigo de tu padre, ¿no? No le tendrás miedo, ¿verdad?

—Te crees muy hombre, Potter —replicó Malfoy, y avanzó hacia Harry. Crabbe y Goyle lo flanqueaban—. Espera y verás. Ya te atraparé. No puedes enviar a mi padre a la prisión y...

—Eso es precisamente lo que he hecho —lo atajó Harry.

—Los dementores se han marchado de Azkaban —continuó Malfoy, impasible—. Mi padre y los demás no tardarán en salir de allí.

—Sí, no me extrañaría. Pero al menos ahora todo el mundo sabe que son unos cerdos.

Malfoy se dispuso a tomar su varita, pero Harry se le adelantó: había sacado la suya antes de que Draco hubiera metido siquiera los dedos en el bolsillo de su túnica. Yo también ya tenía la mía agarrada, recordando muy bien haber luchado contra mortífagos.

—¡Potter! —se oyó entonces por el vestíbulo.

Snape había aparecido por la escalera que conducía hasta su despacho.

—¿Qué haces, Potter? — preguntó con su habitual frialdad, y se encaminó hacia nosotros.

—Intento decidir qué maldición emplear contra Malfoy, señor —contestó Harry con fiereza.

—¡Harry!—le sisee. Lo único que nos faltaba era un castigo.

—Guarda inmediatamente esa varita —le ordenó Snape taladrándolo con la mirada—. Diez puntos menos para Gryff... —empezó a decir dirigiendo la vista hacia los gigantescos relojes de arena que había en las paredes, y esbozó una sonrisa burlona—. ¡Ah, veo que ya no queda ningún punto que quitar en el reloj de Gryffindor! En ese caso, Potter, tendremos que...

—¿Añadir unos cuantos?

La profesora McGonagall acababa de subir la escalera de piedra de la entrada del castillo; llevaba un maletín de cuadros escoceses en una mano y con la otra se apoyaba en un bastón, pero por lo demás tenía buen aspecto.

—¡Profesora McGonagall! —exclamó Snape, y fue hacia ella dando grandes zancadas—. ¡Veo que ya ha salido de San Mungo!

—Sí, profesor Snape —repuso ella, y se quitó la capa de viaje—. Estoy como nueva. Ustedes dos, Crabbe, Goyle... —Les hizo señas imperiosas para que se acercaran, y ellos obedecieron, turbados y arrastrando sus grandes pies—. Tomen —Le puso el maletín en los brazos a Crabbe y la capa a Goyle —. Lleven esto a mi despacho. —Los dos alumnos se dieron la vuelta y subieron la escalera de mármol haciendo mucho ruido—. Muy bien —dijo la profesora McGonagall mientras miraba los relojes de arena de la pared—. Bueno, creo que Potter y sus amigos se merecen cincuenta puntos cada uno por alertar al mundo del regreso de Quien-tu-sabes. ¿Qué opina usted, profesor Snape?

—¿Cómo? —replicó éste, aunque  sabía que había oído perfectamente—. Ah, bueno, supongo que...

—Serán cincuenta para Potter, los dos Weasley, Scamander; Longbottom y la señorita Granger —enumeró la profesora McGonagall, y una lluvia de rubíes cayó en la parte inferior del reloj de arena de Gryffindor mientras hablaba—. ¡Ah, y cincuenta para la señorita Lovegood, se me olvidaba! —añadió, y unos cuantos zafiros cayeron en el reloj de Ravenclaw—. Bueno, creo que usted quería quitarle diez al señor Potter, profesor Snape, de modo que... —Unos cuantos rubíes subieron a la parte superior del reloj, pero quedó una cantidad en la inferior—. Bueno, Potter, Malfoy, creo que con un día tan espléndido como el de hoy deberían estar los dos fuera —continuó la profesora McGonagall con decisión—. Scamander quiero habla contigo.

Me di la vuelta para ver a Harry.

—Dale mis saludos a Hagrid —le pedí, el asintió y vi como Snape, Harry y Draco se iban en diferentes direcciones. Inmediatamente corrí a abrazar a McGonagall.

—¡Minnie!—la rodee con los brazos tratando de tener cuidado y no ser tan efusiva sin embargo no podía ocultar mi alegría al ver que estaba sana y salva—. ¡Estoy tan feliz de verla!

Sentí la sonrisa de McGonagall y como me dio unas palmadas en la espalda, estando las dos solas en el corredor. Di un paso hacia atrás sin embargo ella me agarró de los hombros y me abrazó.

—Lo siento mucho por Sirius, Laila—ella me dijo con la voz temblorosa y yo sentí el dolor en mis ojos que comenzaron a arder, me tomo de la barbilla suavemente —. Pero el no esta completamente muerto...tienes mucho de él en ti, al igual que tu madre.

—Minnie...—pregunte algo temblorosa—. ¿Usted cree que...mis padres se hayan reunido? ¿Que estén los dos en algún lugar?

—No te puedo decir lo que hay después de la muerte, Laila. Pero lo que sea que haya...tu padre siempre irá al lado de tu madre.

La profesora Umbridge se marchó de Hogwarts el día antes de que terminara el curso. Por lo visto, salió con todo sigilo de la enfermería a la hora de comer con la esperanza de que nadie la viera partir, pero, desafortunadamente para ella, se encontró a Peeves por el camino; el fantasma aprovechó su última oportunidad de poner en práctica las instrucciones de Fred, y la persiguió  cuando salió del castillo, golpeándola con un bastón y con un calcetín lleno de tizas. Muchos estudiantes salieron al vestíbulo para verla correr por el camino, y los jefes de las casas no pusieron mucho empeño en contenerlos. De hecho, la profesora McGonagall se sentó en su butaca en la sala de profesores tras unas pocas y débiles protestas, y la oimos lamentarse de no poder correr ella misma detrás de la profesora Umbridge para abuchearla porque Peeves le había cogido el bastón.

Llegó la última noche en el colegio; mientras mis amigas estaban guardando sus baúles al igual que el resto de los alumnos yo decidí ir  los baños. Me aseguré de cerrar con llave como la otra vez.

—No va a ser Harry—dije en una voz firme, Morgana apareció a mi lado.

—¿A que te refieres?

—Mi primer amor no será él—pensé, tratando de razonar la profecía, buscando alguna falla —. Harry va a dejar de quererme, es solo cuestión de que se fije en otra chica.

—Harry te adora, Laila y por lo que tu viste en su mente esta muy enamorado.

—Entonces haré que me odie !—exclamé—. No se lo merece. Esta en dolor, no voy a ser yo quien lo haga sufrir. Él no se lo merece.

—Pero Laila...

—¿Obligarlo a que me lance la maldición asesina? ¿Y que tal vez haya una gran probabilidad de que en vez de separarnos, me mate...hacerlo vivir con esa culpa—negué con la cabeza—. Lo quiero demasiado para hacerlo sufrir así.

—¿Entonces no...

—Ah, si. Créeme que te vas a salir de mi cuerpo, perra parásito—le gruñi—. Pero no va a ser Harry; me conseguiré a alguien más.

—Laila—ella me detuvo—. Incluso cuando logres enamorar a alguien mas para que funcione, tu también tienes que estar enamorada de él—vi hacia otro lado—. ¿Vas a dejar de estar enamorada de Harry?

Trague

—Lo intentaré.

[...]

Al día siguiente, el viaje de vuelta a casa en el expreso de Hogwarts estuvo con algunos incidentes. En primer lugar, Malfoy, Crabbe y Goyle, intentaron tenderle una emboscada a Harry en el pasillo cuando regresaba del lavabo. El ataque habría podido tener éxito de no ser porque, sin darse cuenta, decidieron realizarlo justo delante de un compartimento repleto de miembros del ED, que vieron lo que estaba pasando a través del cristal y se levantaron a la vez para correr en ayuda de Harry.
Así que cuando fui con Ron a ver porque había tanto ruido vi una  variedad de embrujos y maleficios que Malfoy, Crabbe y Goyle quedaron convertidos en tres gigantescas babosas apretujadas en el uniforme de Hogwarts, y Harry, Ernie y Justin los subieron a la rejilla portaequipajes y los dejaron allí colgados.

—Les aseguro que estoy impaciente por ver la cara de la madre de Malfoy cuando su hijo se baje del tren —comentó Ernie con cierta satisfacción mientras observaba a Malfoy, que se retorcía en la rejilla.

Ernie aún no había superado por completo la humillación de que Malfoy le descontara puntos a Hufflepuff durante su breve periodo como miembro de la Brigada Inquisitorial.

—En cambio, la madre de Goyle se llevará una gran alegría —terció Ron,—. Ahora está mucho más guapo... Oye, Harry, el carrito de la comida acaba de parar en nuestro compartimento. Si quieres algo...

—Y con eso se refiere a que yo quiero algo—le corregí.

Harry dio las gracias a todos y nos acompañó compartimento, donde me compró un enorme montón de pasteles en forma de caldero y empanadas de calabaza, además de una rana de chocolate y un paquete de grageas.

Hermione estaba leyendo El Profeta otra vez, Ginny hacía un crucigrama de El Quisquilloso y Neville acariciaba su Mimbulus mimbletonia, que había crecido mucho en un año y emitía un extraño canturreo cuando la tocaban. Yo estaba acariciando a Presidente Besos mientras Castiel y James se acercaban a la planta de Neville y Aithusa II se posaba en el hombro de Harry.  Mientras Hermione leía en voz alta fragmentos de El Profeta. El periódico estaba saturado de artículos sobre cómo repeler a los dementores y sobre los intentos del Ministerio de localizar a los mortífagos, y de cartas histéricas en las que los lectores aseguraban que habían visto a lord Voldemort pasar por delante de su casa aquella misma mañana.

—Esto todavía no ha empezado —comentó Hermione suspirando con pesimismo, y volvió a doblar el periódico—. Pero no tardará mucho...

—Eh, Harry —dijo Ron en voz baja, y señaló con la cabeza hacia el pasillo.

VI pasar a Cho acompañada de Marietta Edgecombe, que llevaba puesto un pasamontañas. Después de tener esa conversación con Morgana no podia evitar tener un conflicto de sentimientos respecto a esto, si queria que Harry no sufriera por mi culpa...tenia que dejar ir mis celos.

—¿Qué tal les va a ustedes dos, por cierto? —preguntó Ron.

—No nos va —contestó Harry con franqueza.

—Cierto, siendo que tu y Laila se besaron—el pelirrojo dijo con normalidad haciendo que me atragantase con un dulce y sin querer pinchar a Presidente Besos. Note cómo todos habían parado de hacer sus cosas y nos miraban a mi y a Harry, lo vi indignada.

—¿¡LES DIJISTE?

—¡Ron! —el em vio tratando de defenderse—. ¡pensé que se lo habías dicho a Hermione!

—¡Besaste a Harry y no me dijiste!—ella exclamó sorprendida.

—Bien. Ya era hora—comentó Ginny con franqueza

—Así que...¿ahora son novios?—pregunto Neville tímidamente haciendo  ponerme una mano en la frente.

—No. No lo somos—negué.

—Pero se besaron—Neville me dio confundido.

—Solo...fue un beso, nada mas—más respondí cortante, y es que no había sido solo un beso y tanto yo como Harry lo sabíamos. Ninguno de los presentes me había escuchado decirle mis verdaderos sentimientos a Harry, pero una vez él lo había escuchado sería muy difícil convencerlo de lo contrario. Vi por la ventana los paisajes que nos ofrecía el viaje, Hermione había querido hablar de mi papa hace una semana pero yo no quería, ni Harry tampoco, lo único que quería era llegar a mi casa en Dorset.

—Mejor para ti, Harry —afirmó Ron con convicción—. Mira, es muy guapa y todo eso, pero tú te mereces a alguien más alegre. Como Laila.

—Y mucho más guapa. Digo, por favor Ronald—señale desde mi cabeza hasta mis pies  sin poder evitarlo—. Solo mirame.

—¿Con quién sale ahora, por cierto? —le preguntó Ron a Hermione, pero fue Ginny quien contestó.

—Con Michael Corner.

—¿Con Michael...? Pero... —balbuceó Ron estirando el cuello y girando la cabeza para mirar a su hermana—. ¡Pero si tú sales con él!

—Ya no —aclaró Ginny con resolución—. No le gustó que Gryffindor ganara aquel partido de quidditch contra Ravenclaw y estaba muy malhumorado, así que lo planté y él corrió a consolar a Cho —añadió, y se rascó distraídamente la nariz con la punta de la pluma, colocó El Quisquilloso del revés y empezó a anotar las respuestas. Ron se puso contentísimo.

—Bueno, siempre me pareció un poco idiota —aseguró, y empujó su reina hacia la temblorosa torre de Harry—. Bien hecho, Ginny. La próxima vez a ver si eliges a alguien mejor.

Ginny pareció querer decir algo abriendo la boca , sin embargo solo le respondió a su hermano mayor con un gesto afirmativo.

Cuando el tren empezó a reducir la velocidad al aproximarse a la estación de King's Cross, comencé a pensar en mis mascotas en Dorset.  Sin embargo, cuando por fin el tren se detuvo me sentí algo triste, siempre extrañaba a mis amigos, pero este verano los extrañaría mucho...en especial a Harry que era el único que sentía el mismo sentimiento de duelo que yo.
Cuando pudimos  atravesar la barrera mágica que había entre el andén número nueve y el número diez, me encontré con una agradable una sorpresa: al otro lado había un grupo de gente  que nos recibió junto con los Weasley y mis abuelos.

Allí estaba Ojoloco Moody, que ofrecía un aspecto tan siniestro con el bombín calado para tapar su ojo mágico como lo habría ofrecido sin él; sostenía un largo bastón en las nudosas manos e iba envuelto en una voluminosa capa de viaje. Mi prima Tonks se encontraba detrás de Moody; llevaba unos vaqueros muy remendados y una camiseta de un vivo color morado con la leyenda «Las Brujas de Macbeth», y el pelo, de color rosa chicle, le relucía bajo la luz del sol. Junto a Tonks estaba mi tio Remus, con su habitual rostro pálido y su cabello entrecano, que llevaba un largo y raído abrigo sobre un jersey y unos pantalones andrajosos. Delante del grupo se hallaban el señor y la señora Weasley, ataviados con sus mejores galas muggles, y Fred y George, que lucían sendas chaquetas nuevas de una tela verde con escamas muy llamativa. Mis abuelos Newt y Tina sonrieron al verme bajar del tren.

—¡Ron, Ginny! —gritó la señora Weasley mientras corría a abrazar a sus hijos—. ¡Y tú, Harry, querido! ¿Cómo estás?

—Bien —mintió él mientras ella lo abrazaba con todas sus fuerzas.

—Mi camaleón—mi abuelo Newt me dijo con cariño y ternura. Camaleón era un apodo que me había puesto cuando había mostrado mi metamorfomagia, y desde que tengo memoria me decía su pequeño camaleón. En cuanto lo abrase a él y a mi abuela Tina quise romper en llanto.

—¿Qué es eso? —cuando fui a saludar a los Weasley, señale las llamativas chaquetas.

—Piel de dragón de la mejor calidad—respondió Fred, y tiró un poco de su cremallera—. El negocio funciona de maravilla, y nos pareció que nos merecíamos un premio.

—¡Hola, chicos! —dijo mi tio.

—¡Hola! —contestó Harry—. No esperaba... ¿Qué hacen ustedes aquí?

—Bueno —respondió Lupin sonriendo—, hemos creído oportuno decirles un par de cosas a tus tíos antes de que te lleven a casa.

—No sé si será buena idea —comentó Harry de inmediato.

—Ya lo creo que lo es —gruñó Moody, que se había acercado renqueando—. Son ésos, ¿verdad, Potter?

Señaló con el pulgar por encima de su hombro; estaba mirando con su ojo mágico a través de la parte de atrás de su cabeza y del bombín. Vi dónde apuntaba Ojoloco y, en efecto, allí estaban por como me había descrito su familia materna, los Dursley, asombradísimos ante el comité de bienvenida.

—¡Ah, Harry! —exclamó el señor Weasley, y se separó de los padres de Hermione, a los que acababa de saludar con entusiasmo y que en ese momento abrazaban a su hija, sentia la cariñosa mano de mi abuela Tina en mi hombro—. Bueno, ¿vamos allá?

—Sí, Arthur, creo que sí —afirmó Moody. Moody y el señor Weasley se pusieron en cabeza y guiaron a los demás hacia los Dursley, que parecían clavados en el suelo. Hermione se separó con delicadeza de su madre y fue a unirse al grupo, mis abuelos me asintieron y fui con los de la Orden y mis amigos.

—Buenas tardes —dijo el señor Weasley educadamente a el tió de Harry cuando se paró justo delante de él —. No sé si se acordará de mí, me llamo Arthur Weasley.

 En efecto, Vernon Dursley se puso de un color morado aún más intenso y miró con odio al señor Weasley, pero decidió no decir nada, en parte, quizá, porque los otros los doblaban en número. Su esposa Petunia parecía asustada y abochornada; no paraba de mirar a su alrededor, como si la aterrara pensar que alguien pudiera verla en semejante compañía. Dudley, por su parte, intentaba hacerse pequeño e insignificante, una hazaña en la que fracasaba estrepitosamente.

—Sólo queríamos decirles un par de cosas con respecto a Harry —prosiguió el señor Weasley sin dejar de sonreír.

—Sí —gruñó Moody—. Y del trato que queremos que reciba mientras esté en su casa.

A Vernon se le erizaron los pelos del bigote de indignación. Se dirigió a Moody, seguramente porque el bombín le había causado la errónea impresión de que ese personaje era el que más se parecía a él. Sonreí ante la advertencia que debieron haber recibido hace 15 años atrás.

—Que yo sepa, lo que ocurra en mi casa no es de su incumbencia...

—Mire, sobre lo que usted no sabe podrían escribirse varios libros, Dursley —gruñó Moody.

—Bueno, no es de eso de lo que se trata —intervino Tonks, cuyo pelo de color rosa parecía ofender a tía Petunia más que cualquier otra cosa, porque cerró los ojos para no verla—. De lo que se trata es de que si nos enteramos de que han sido desagradables con Harry...

—... y no duden de que nos enteraríamos... —añadió Lupin con amabilidad.

—Sí —terció el señor Weasley—, aunque no permitan a Harry utilizar el felétono...

—Teléfono —le susurró Hermione.

—Si tenemos la más ligera sospecha de que Potter ha sido objeto de cualquier tipo de malos tratos, tendrán que responder ante nosotros —concluyó Moody.

Vernon se infló de forma alarmante. Su orgullo era aún mayor que el miedo que le inspiraba aquella pandilla de bichos raros.

—¿Me está amenazando, señor? —preguntó en voz tan alta que varias personas que pasaban por allí se volvieron y se quedaron mirándolo.

—Sí —contestó Ojoloco, que se mostraba muy contento por el hecho de que el hombre hubiera captado el mensaje tan deprisa.

—¿Y diría usted que parezco de esa clase de hombres que se dejan intimidar? —le espetó tío Vernon.

—Bueno... —respondió Moody echándose el bombín hacia atrás para dejar al descubierto su ojo mágico, que giraba de un modo siniestro. Vernon retrocedió, horrorizado, y chocó aparatosamente contra un carrito de equipajes—. Sí, yo diría que sí, Dursley. —Después se volvió hacia Harry y añadió —: Bueno, Potter, si nos necesitas, péganos un grito. Si no tenemos noticias tuyas durante tres días seguidos, enviaremos a alguien a... —Petunia se puso a gimotear lastimeramente. —. Adiós, Potter —se despidió Moody, y agarró brevemente a Harry por el hombro con su huesuda mano.

—Cuídate, Harry —dijo Lupin con voz queda—. Estaremos en contacto.

—Harry, te sacaremos de allí en cuanto podamos —le susurró la señora Weasley, y volvió a abrazarlo.

—Nos veremos pronto, compañero —murmuró Ron, nervioso, estrechándole la mano a su amigo.

—Muy pronto, Harry —aseguró Hermione con seriedad—. Te lo prometemos.

Era mi turno de despedirme, me hubiera gustado besarlo como en la oficina de Dumbledore pero ya no podía, y tal vez jamás podría, lo abrase con fuerza, evitando llorar a toda costa.

—Te quiero mucho—le susurré, lo sentí abrazarme con fuerza, le di un beso en la mejilla.

—Yo también—él suspiro y sentí un poco su sonrisa.

Harry asintió con la cabeza y se fue con sus tíos. Sentí la mano de mi abuelo Newt en mi hombro y como me daba un beso en el cabello.

—Volvamos a casa.

Sin embargo sentí a Morgana en mi otro lado.

—La segunda guerra mágica ha comenzado.

Me da tanta risa que los otros libros me demoraba como un año terminar cada uno y este lo termine como en 4 meses JAJAJAJAJ

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