Hecho a tu medida [✓]

Galing kay AgiaLiV

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Mara tiene dos peligros en su vida. El primero: Kyle Hicks, el chico malo de su libro favorito. Aunque sabe q... Higit pa

INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 01
CAPÍTULO 02
CAPÍTULO 03
CAPÍTULO 04
CAPÍTULO 05
CAPÍTULO 06
CAPÍTULO 07
CAPÍTULO 08
CAPÍTULO 09
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
EPÍLOGO
¿Y ahora qué?

CAPÍTULO 41

109 19 33
Galing kay AgiaLiV



Nunca fui fanática de los funerales. Era desagradable el ambiente que se plasmaba, lleno de tristeza, negación y frustración. Además, ahí estaba la persona a la que no volverías a ver jamás.

Aquel no fue la excepción.

Pese a que entendía el agradable concepto de despedirte de tu ser querido, no fui capaz de acercarme al féretro de ningún difunto. Prefería recordar la última sonrisa de esa persona a la inconsolable imagen de su cuerpo inerte.

Aarón era diferente. Él tuvo el valor de acercarse y despedirse de Sonia. Pese a mostrar entereza, si te detenías a mirarlo podías ver sus terribles ojeras y la triste palidez de su rostro. No había comido ni dormido desde el día anterior.

Cuando le avisé a papá y mamá sobre el deceso no dudaron en venir para mostrar sus condolencias a la madre de Sonia. Habían llegado en la tarde, mientras que mi hermano y yo estuvimos desde la mañana; él por razones evidentes y yo para acompañarlo.

Cuando dieron las ocho de la noche, Ángel entró a la casa con la respiración agitada. Muy contrario a Aarón, se podía notar a simple vista lo destrozado que estaba. No dudé en acercarme y darle un abrazo y él no dudó en corresponderme, aprentándome muy fuerte.

No sabía qué decir. El nudo en mi garganta y la falta de sueño me tenían en una espiral de confusión. Una vez Saavedra tuvo la valentía de alejarse, se acercó a la pobre señora para darle sus condolencias. Como ya conocía al chico desde hacía un buen tiempo, no titubeó al envolverlo en sus brazos y llorar un poco más.

Media hora después, llegó Lau hacia mí para darme un fuerte abrazo.

—Acabo de enterarme.

Yo sólo asentí. Tras darle el pésame a la madre de Sonia, volvió conmigo y ambas nos sentamos en las sillas de plástico repartidas por toda la sala. Cerca del féretro, Ángel estaba apretando el hombro de Aarón, como si intentara darle ánimos aunque él también estaba indispuesto.

—Esto es tan injusto —murmuró Lau a mi lado, soplando su café—. De todos nosotros, Sonia era la que más merecía continuar su vida y sus planes. Joder, ella quería tener su maldito puesto de flores y vivir en calma, ¿qué había de malo con eso?

Por más que hubiese querido contestar, no pude decir nada. Estaba más que de acuerdo con ella.

Un minuto más tarde, comenzó el rosario. En toda la casa se podían escuchar los rezos de las personas guiadas por la rezandera.

—El otro día me encontré con Octavio —susurró Lau mientras observaba su vaso vacío—. Me dijo que no quería que me sintiera incómoda a su lado, así que rompió nuestra amistad.

—Lamento escuchar eso, Lau. —Tomé su hombro a modo de apoyo—. Esto sólo demuestra que no te merece.

—Supongo que no. —Hundió su uña en el vaso de unicel, dejando una marca—. ¿Qué crees que hubiera dicho Sonia?

—Dudo que mucho. No conocía muy bien a Octavio.

—O tal vez se exaltaría aunque no lo conociera.

Ambos sonreímos con tristeza.

Esto aún no se sentía del todo real. Parecía apenas haber sido ayer cuando la conocí, tan desvergonzada y sincera que daban ganas de cubrirle la boca. Apasionada y, en algunas ocasiones, insegura. ¿En verdad una persona así podía desaparecer tan fácilmente?




◎ ══════ ✼ ══════ ◎


Al día siguiente, luego de ir a la universidad, me apresuré a ir al cementerio. Llegué justo cuando estaban enterrando el ataúd de Sonia. Mi hermano era de los que ayudaban a bajarla, mientras que Ángel cargaba con las flores que colocarían encima.

Lau no había podido asistir por su pesado horario, así que en representación de ambas estaba yo.

La madre de Sonia se veía destrozada, más pálida y ojerosa que el día anterior. No quería imaginar lo difícil que sería para ella perder a su única hija, sin tener a alguien que la reconfortara y entendiera su dolor de la misma forma. Intenté buscar con la mirada por milésima vez al padre de Sonia, pero no lo encontré. Tal vez había fallecido antes, pues sería increíble que no asistiera al funeral de su propia hija. Pensando de esa forma, esa mujer frágil y pequeña debía tener la peor de las suertes.

Después de un tiempo, la madre de Sonia pudo alzar la voz, dándonos las gracias por asistir, diciendo que su hija habría sido feliz de ver al montón de personas que la amaron y que estaban allí, y de forma discreta maldijo al conductor que le había arrebatado la vida, o algo así.

Finalmente, después de tomar un vasito de licor, me acerqué a Aarón para preguntarle si iba a quedarse un rato más o a irse. Yo no podía quedarme por más que lo deseara, tenía mucha tarea. Parecía que mis profesores se pusieron de acuerdo para dejar múltiples trabajos en el día menos adecuado. Como era de esperarse, él se negó a apartarse, diciendo que acompañaría a la señora Estrella.

—Entonces me voy —le susurré, acariciando su brazo.

Sólo pudo asentir. No me gustaba verlo de esa forma, tan decaído, como si algo en él hubiese muerto también.

Di media vuelta y recorrí con mucho esfuerzo los estrechos senderos que había en el panteón, lleno de tierra y hierbas secas. Antes de cruzar la entrada, una pequeña parte de mí quería regresar y despedirme de Ángel —a quien no había visto por un buen rato—, sin embargo, no sabía qué decirle ni cómo reconfortarlo. En esos últimos dos días casi no nos habíamos topado y sentía que cualquier cosa que tuviera para decirle resultaría como un patético discurso que sólo iba a hacerle sentir peor.

Sin embargo, como ya sabemos que el universo me odia, cuando iba caminando por la bajada para tomar un taxi, ahí estaba él poniéndose su casco, dispuesto a irse. Me detuve de golpe y observé a mi alrededor en busca de algún escondite. Todo lo que había no eran más que casas muy juntas sin ningún callejón de por medio. También había una tienda, aunque no era de mucha ayuda porque podría verme sí o sí.

Entonces decidí quedarme quieta detrás de él hasta que se fuera. Mi maravilloso plan duró tres segundos. Luego de que las llaves se le cayeran y que las recogiera, Saavedra se percató de mí. Aunque no podía ver su rostro del todo, sabía que sonrió apenas.

—¿Qué haces ahí parada?

—Es que... me dio un calambre, pero todo ya está bien, así que...

—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó de golpe. En su voz podías notar el poco ánimo que sentía y eso me estrujaba el pecho.

—Trajiste la moto —fue lo único que tuve para decir mientras bajaba la mirada a mis pies.

—Es verdad. —Nos quedamos callados por un momento—. Puedo manejar lento.

Alcé la cabeza. Me preocupaba saber que el Ángel Saavedra de ahora no parecía ser el verdadero. Estaba apagado y no intentaba jugar conmigo o molestarme; siendo así ¿cómo podía oponerme? Quería que volviera a la normalidad.

—De acuerdo —decidí y di un suspiro, acercándome. Sin decir más, tomé el casco verde que siempre me colocaba, me monté después que él y me agarré de su chamarra. Aquel día hacía un montón frío que en el funeral nos habíamos pegado tanto los unos a los otros con tal de conseguir calor. La espalda de Ángel era mil veces más cálida de lo que imaginé.

En el trayecto comencé a idear un plan para levantarle el ánimo aunque sea un poco. Él siempre pudo consolarme hasta en los momentos más infelices de mi vida, por lo tanto, era una lástima que yo no fuera buena en eso de planear.

Cuando llegamos a casa me bajé con cuidado y le entregué el casco.

—Gracias por el aventón, y... Todo estará bien —dije un tanto insegura mientras posaba mi mano en su hombro.

Él se quitó el casco, dejándome ver sus labios entreabiertos, evidencia de que quería decir algo, aunque al final se mantuvo en silencio. Suspiró y recostó su mejilla en el dorso de mi mano a la vez que cerraba los ojos.

Ansiaba decirle tantas cosas, animarlo mejor, pero simplemente no pude. Estaba confundida, triste y, por alguna razón, también furiosa. Como acto de reflejo apreté su hombro un poco, sintiendo que mi corazón latía a mil por hora, comprendiendo que no quería que se fuera, al menos no con esa cara desanimada y sin vida; así que, sin que yo lo controlara, terminé diciendo:

—¿Quieres entrar a mi departamento?

Ángel abrió los ojos, ahora con la confusión marcada en su rostro.

—Para tomar un café o algo —logré agregar de inmediato.

«Idiota, idiota, sólo eres una idiota», me reprendió la parte responsable, recordando cuánta tarea tenía encima.

—Claro.

Apreté los dientes, avergonzada por verlo actuar así de sorprendido y tímido a la vez. Si actuaba de esa forma, entonces me sentía como una aprovechada.

Luego de entrar y dejar otra vez con la boca abierta a Carla, caminé lo más rápido posible para llegar al apartamento y preparar el dichoso café. Por su parte, Ángel estuvo detrás de mí todo el tiempo, cabizbajo.

—El mío que sea con leche —me dijo cuando puse el agua al fuego—. El café solo sabe feo.

—¿Estás bromeando? —pregunté sorprendida de verdad—. Entre más amargo, mejor.

Él negó con vigor.

—No sabes el suplicio que tuve que pasar ayer bebiendo ese café. ¡Quería vomitarlo!

Hice un mohín.

—Eso quiere decir que no has conocido del buen café.

—Claro que sí, para mí un buen café es el que tiene un toque dulce.

—Pero hay que recordar que tú eres raro, así que... —Con presunción miré mis uñas imaginariamente largas.

Él no respondió nada, seguía perdido, mirando con fijeza sus manos entrelazadas. Yo sólo exhalé.

Lo mejor que pude hacer en ese entonces fue hablar de dicha bebida durante más de diez minutos —diciendo datos curiosos, sus beneficios y repercusiones—, mientras Ángel escuchaba en silencio, tal vez ignorándome y pensando en cosas más importantes que un pequeño grano de café.

Cuando encontré algo ocurrente para decirle, respondió una llamada de su padre, quien le pedía que volviera a casa.

—Lo siento, hablamos después —me dijo.

Aunque lucía más despierto, no quería que se fuera ya que seguía con esa mirada perdida y semblante triste. Sabía que un dolor como el que estaba sintiendo en ese momento debía mejorar con el tiempo, pero mi lado caprichoso se rehusaba a dejarlo así como así.

Sin pensar otra vez, me acerqué y extendí los brazos. Él debía decidir si hacerlo o no, y lo hizo. Se acercó a mí y dejó que lo envolviera en un abrazo. Sentía el corazón latiendo deprisa, ansioso porque esto mejorara, porque a mi mente se le ocurriera algo bueno para decirle, sin embargo, no ocurrió. Todo había enmudecido.

—No tienes de qué preocuparte —me dijo con un tono suave contra mi cabello—. Estoy bien, sólo... necesito tiempo para pensar. Verás que pronto tu esposo estará como nuevo.

—No estoy preocupada —mentí mientras me apartaba.

—Está bien, no estás preocupada —concedió con una sonrisa pequeña y avanzó hacia la puerta—. Nos vemos luego, Mara.

No esperó a que yo lo acompañara, cerró la puerta y, en menos de un minuto, a través de mi ventana, observé cómo se montaba en su moto. Esperaba que manejara con precaución.




◎ ══════ ✼ ══════ ◎


Pese a haber dicho que nos volveríamos a ver pronto, durante las siguientes dos semanas no volvimos a toparnos ni por accidente. Tampoco tuve tiempo de buscarlo ya que me había centrado en cuidar de Aarón.

A pesar de ser un joven adulto, temía lo que pudiera ocurrirle estando solo. Por las noches él no podía dormir a menos que le preparara un té de manzanilla y si yo no tenía nada que hacer en las tardes veíamos series en mi computadora, si no, me ayudaba a hacer mis maquetas.

Lamentablemente no pudimos recuperar el televisor, y nuestros padres no quisieron comprar otro, con razón, pues apenas estaban terminando de pagar el anterior.

Los fines de semana lo acompañaba al cementerio. Después de mostrarle mis respetos a Sonia y limpiar su tumba, me alejaba un par de metros para que Aarón pudiera conversar con ella todo lo que quisiera.

Las cosas cambiaron de golpe cuando, a una semana del segundo parcial de mi quinto semestre, recibí un mensaje en Instagram que me erizó la piel y por poco paraba los latidos de mi corazón.

ange_lito29: Mara, estoy en el hospital Villagómez. ¿Podrías venir?

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