✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯ ʟᴇɢᴏʟᴀꜱ

De OrdinaryRue

137K 12.4K 2.4K

𝗹𝗲𝗴𝗼𝗹𝗮𝘀 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 [TERMINADA] Silwen era la última de su linaje sobre la Tierra Media. Desc... Mais

Dama de Plata
Gráficos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
epílogo

Capítulo 21

3.4K 348 153
De OrdinaryRue

Con un suspiro cansado, Silwen dejó caer sus piernas en el borde de la alta estructura. En un desierto pasillo de Caras Galadhon, la elfa retenía con fuerza las lágrimas en sus ojos. Mirando el horizonte, buscando llegar más allá de lo que su vista le permitía, deseó contemplar el Oeste con sus propios ojos. Allí donde su padre residía, en Aman, donde las aguas reflejaban la bendición de Eru, donde la muerte no osaba corromperlos con su tacto cruel. Era allí donde residía y residió siempre, el corazón de Silwen. 

Adar... (padre)—musitó con anhelo. La simple mención de su padre volvía algo más real su existencia.— Naneth... (madre)—apretó su mandíbula con fuerza, pues no deseaba derramar más lágrimas, pues ninguna de estas los haría regresar a su lado— ¿Cuál fue ese tortuoso camino, ese que emprendisteis y terminó por condenarme a esta agonía? —y aunque le fuera imposible culparlos por su condena, no podía sino preguntarse porqué ella y no otro, debía cargar con ese peso. Qué había causado tal odio en Morgoth, como para condenar a su padre y a su primogénita.

Y entonces, no pudo sino recordar su reciente y último encuentro con la dama. Uno, donde la presencia de Legolas había desaparecido, y donde únicamente se hallaban ella y Galadriel. Allí, ambas una frente a la otra, las separaba una pequeña y baja estructura de decorados en piedra. Su altura alcanzaba la cintura de ambas elfas y un cuenco de plata brillante era lo que se podía ver en su centro.

— ¿Qué es? — mordió su labio inferior reteniendo sus ganas de palpar aquella agua cristalina que comenzaba a rebosar del cuenco. 

Galadriel cesó su acción tras terminar por vaciar la jarra frente a ambas y sonrió.

— Un espejo. —contestó con simpleza y cierto tono divertido. Con ello la dama consiguió que Silwen destensara sus rígidos hombros y su postura, pues parecía estar a punto de entrar en batalla.

— ¿Solo eso? — alzó una de sus blancas cejas con incredulidad y dejó de buscar la empuñadura de su arma como siempre hacía cuando algo comenzaba a perturbar su paz.

Galadriel asintió y tras dejar la reluciente jarra a un lado, terminó por empujar son sutileza a Silwen. Unos cortos pasos fueron necesarios para que las cenicientas hebras de la elfa, estuvieran rozando el mármol y la plata de aquel cuenco. 

— Muchas cosas pueden ser reveladas por el espejo.—habló la dama quedando ahora a su espalda— Puedo o no guiarlo para que te muestre lo que anhelas. —Silwen sintió sus pasos detrás de ella, y como las briznas de hierba rozaban contra la seda de su vestido al andar— Pero el espejo muestra también cosas que no se le piden y estas son a menudo más extravías y más provechosas que aquellas que deseamos ver. —Silwen asintió ligeramente y tras ver como de reojo la figura de Galadriel volvía a posicionarse frente a ella, despegó sus vista de la mansa agua cristalina, para ver los orbes celestes de la dama— Lo que verás, si dejas en libertad al espejo, no puedo decirlo.— volvió a asentir, sin tener la capacidad de abrir su boca más que para dejar escapar los jadeos retenidos— Pues muestra cosas que fueron y cosas que son y cosas que quizá serán. Pero lo que ve, ni siquiera el más sabio puede decirlo. —la mirada de Galadriel era indescifrable para los ojos inexpertos, pero por alguna confusa y extraña razón, Silwen vio la calidez que estos emanaban con facilidad, así como el ferviente deseo de que ella recuperara al fin su memoria— ¿Deseas mirar?— preguntó ladeando su cabeza y entrecerrando sus ojos hacia la diminuta e indefensa elfa, que a pesar de su cicatriz, no podía ser sino más pura y frágil que una flor entre la escarcha.

— Si.

Y lo que encontró en el abismo de aquella agua, que reflejaba su rostro pálido con tanta nitidez como un espejo real, le provocó un intenso escalofrío que erizó los cortos vellos de su nuca.

— Tan insignificante es la existencia de una simple hoja en mitad de una arboleda... y aún así, el viento las mueve a todas por igual, en tantas direcciones que después es imposible hallar el origen de cada una. —apegó más sus piernas a su pecho, buscando un calor que su cuerpo no necesitaba, pero si su alma— Me siento como una de ellas, adar, tan sutil es su presencia en el camino... —ocultó su rostro en el hueco de sus piernas, recibiendo la luz nocturna en su cabellera, reluciendo con la misma intensidad que la Luna entre el basto cielo— mas el viento me ha alborotado incontables veces y —respiró de forma entrecortada y alzando ligeramente su mentón, la luz impactó en sus grandes orbes grises— he perdido mi origen.

Legolas, contrario a sentirse acobijado dentro de aquellas cuatro paredes que conformaban el comedor, se sintió frío y alejado de su propio cuerpo. No deseaba sentirse tan lleno de melancolía, pero no podía evitarlo al recordar la desdicha en los ojos de Silwen. Pues conociendo ahora el nombre de su padre, y a sabiendas de que no podía reducir la distancia que los separaba, a ella ahora la embriagaba la impotencia y el desaliento de no poder reunirse junto a sus seres amados. Tal era la magnitud de la supuesta maldición que la condenaba a permanecer en la Tierra Media, y no en Aman, que el simple pensamiento de cruzar el inmenso mar para ver a su progenitor, oprimía el pecho de la elfa en un dolor indescifrable.

— ¿Tan funestas fueron las palabras de la dama? —cuestionó Gimli a su lado, llenando su boca con un desconocido plato de comida élfica, que para su sorpresa tenía un grato sabor.

— Yo no las calificaría como... "funestas" —respondió llevando por primera vez un diminuto trozo de fruta a su boca— sino como desesperanzadoras, mi querido amigo.

Aragorn quien se había mantenido en completo silencio, dejó los cubiertos a un lado para, con sus palabras, intentar apaciguar el dolor de su amigo.

— Nada, excepto la muerte, podría hacer a Silwen desistir de su intento por hallar a sus padres. —gracias a la proximidad, Aragorn fue capaz de colocar una de sus manos sobre el hombro de Legolas. Gimli asintió con fervor a sus palabras y se apresuró a añadir una verdad aún más tajante.

— ¡Y ni la misma muerte podría con ella! —dijo dando un severo golpe en la mesa, atrayendo así, las miradas curiosas de algunos de los presentes— pues ya hemos visto como nuestra elfa es capaz de retarla, devolviéndole la vida a aquellos que ya poseían un pie en el otro mundo. —masajeó su barba largos segundos, ignorando la mirada negativa de sus dos acompañantes por haber provocado un ligero escándalo en el comedor.

Aragorn carraspeó y tras volver de su aturdimiento por las duras y firmes palabras del enano, curvó ligeramente las comisuras de sus labios para dedicarle una sonrisa a ambos.

Ignorando la música que se deslizaba por el aire hasta acariciar sus oídos, Legolas olvidó toda presencia en aquella sala. Dejó sus codos reposar en la larga mesa, y acunando su rostro entre sus manos, suspiró pesadamente. 

La había perdido, sin tan siquiera llegar a poseerla. No podía ahora reclamar su amor, cuando la elfa estaba tan llena de pesar y problemas. No era justo ni sensato, y no podía sino sentirse también furioso por haber albergado esperanza. La deseaba, deseaba cada centímetro de su cuerpo y cada una de sus hebras. 

Silwen, hija de Ingwë, rey de los Vanyar y supremo rey de los Eldar. Y aún cuando él era un príncipe, no era sino también su devoto. Ese hecho no hería su orgullo, pero si lo hacía el saber que se había condenado a si mismo, a un amor imposible. Y por muchos suspiros que sus labios dejaran escapar, nada fue tan claro y arrollador como su próximo pensamiento declarado de forma inconsciente en voz alta.

— Mi alma está condenada a ella... —balbuceó aterrorizado, abriendo sus ojos de par en par. 

Que cruel era el destino de los elfos, sentenciados a un único amor en su imperecedera vida. Podía ser tan cruel como bello, una rosa de espinas que es mejor contemplar en la distancia. Pero ya se había aproximado, y demasiado, pues era un único amor, pero este no garantizaba ser ni correspondido, ni próspero. Tenía la capacidad de concederte la dicha eterna, así como una tortura igual de longeva.

— ¿Qué? — cuestionó Gimli haciendo una mueca confusa.

— ¿Condenada? —Aragorn, en cambio, tenía sus facciones endurecidas en una clara mueca de desagrado.

— No habrá dicha alguna en mi vida. —contestó con obviedad ante los rostros incrédulos de sus acompañantes— ¡¿Es qué acaso no lo entendéis?! —su voz, suave por naturaleza, se había elevado ligeramente a un tono más duro y áspero.

— Tranquilizate amigo, creo que quizás un buen vino... —Gimli hizo el amago de llenar su copa vacía, cuando se detuvo en seco al ver los orbes azules de Legolas volverse opacos. Tragando los improperios que deseaba con fuerza soltarle al elfo, volvió a dejar la jarra de alcohol sobre la mesa.

— Explicate. —exigió Aragorn con algo de rudeza— Pues creo entender los motivos pero no tu reacción. 

Legolas resopló con cansancio, como si lo más obvio del mundo se dibujara ante los ojos de todos, pero él fuera el único capaz de entenderlo.

— No podré estar junto a ella, pues sino son los malditos orcos, es la odiosa maldición —sus dientes rechinaban con fuerza, y no recordaba la última vez que había estado tan enfadado consigo mismo o con el destino incluso— y aún cuando pudiéramos deshacernos de todo eso, esta no es su tierra, y estaría obligado a verla partir a Aman. 

— No puedes predecir el futuro, Legolas.—contraatacó con obviedad Gimli, bebiendo un largo trago de cerveza.

— No hay desenlace posible que me conceda dicha. —miró fijamente a los ojos de Aragorn, desesperado por hallar un argumento por su parte, que consiga desbaratar todos su negativos pensamientos— Tan solo amamos una vez, tan solo una... —murmuró lo último con el pánico brillando en sus azules ojos, unos que ya no chispeaban ira sino un intenso pavor. 

— Deja el miedo a un lado, Legolas. —Aragorn quiso endurecer sus palabras, hacerle recobrar la compostura a su amigo y devolverlo a la realidad. Pero al ver su mirada, una llena de tal espanto que conseguía consternarlo a él, no pudo más que apaciguarlo con la máxima suavidad que el momento podía ofrecerles— Nosotros no escogemos sino nuestro corazón y el tuyo, amigo mío, ya lo ha hecho. —Gimli, quien pareció caer ante la calmada voz de Aragorn, dejó que una de sus manos sobara de forma conciliadora la espada del elfo— Nadie desea ser vulnerable. Verse arrastrado por los infortunios del destino... nada es más aterrador que desconocer lo que nos puede deparar el futuro— sentenció, con una sabiduría que consiguió sorprender a todos— pero es algo necesario si ansias alcanzar la mayor de las dichas. —el elfo hizo un intento por responder, a pesar de sentirse un niño pequeño al cual estaban recriminando. Abrió y cerró su boca repetidas veces, pero nada escapó de sus labios— Temerle al amor es temerle a la vida misma, Legolas. —Aragorn se enderezó en la silla y con la voz algo más pausada, prosiguió— Como tú bien has dicho, tan solo poseerás uno durante tu eterna vida. Y no puedes huir de él, pues hacerlo sería huir de ti mismo.

Legolas dejó caer sus brazos con pesadez, su cobardía, su miedo, le estaban privando de ver la posibilidad, aunque ínfima, de tener un futuro junto a ella. Pero no podía sentirse de otra forma mas que paralizado por el miedo. Él, tan valiente y decidido en batalla, era irónico verlo ahora inseguro y temeroso ante el amor. Y aún cuando tan horrible se volvía su propio mundo, dejándose a sí mismo arrastrar por el deseo más primitivo, todo perdía el sentido sin ella. Pues cuando se encontraba en su presencia, aunque lejana, todo se sentía más vívido e intenso. Por otra parte, todo era más frío cuando ella no estaba, había sido consciente de ello el día que desfalleció frente a él. La lluvia calaba más en sus huesos, las noches habían sido más oscuras e incluso juraría que había menos estrellas en el cielo. No quería volver a sentir aquel terrible dolor en su pecho, sentir como desgarraban por dentro su alma, imaginarse su inmortalidad sin ella era una tortura. Por ello, su lado racional, había estimado que era mejor alejarse, pues creía que aún estaba a tiempo de ello. Pero de nuevo, había vuelto a ser un ingenuo niño. Era un ignorante en temas del corazón y se acababa de dar cuenta tras las palabras de su amigo. Su alma ya había escogido con quien acompañar su inmortalidad, y era ahora él, quien debía arriesgarse y esperar que ella enlazara su mano y destino junto al suyo.

La silla rechinó siendo arrastrada hacia atrás por Legolas. Su cuerpo se alzó a una velocidad vertiginosa y sus rasgos, antes marcados por la congoja, se volvieron decididos y firmes mientras abandonaba aquel comedor, dejando tras de si, un enano y un rey muy sonrientes.

Sus pasos resonaban como martillos contra un yunque, buscando con ojos desesperados, la figura de cierta elfa de cabellos blancos. Y por si fueran poco el retumbar de su paso, haciendo eco entre las paredes de Caras Galadhon, su pecho bombeaba una sangre que se atascaba en su sien y le impedía oír cualquier cosa, excepto su respiración.

La amaba, la amaba con tal fuerza que prefería perecer, a ver tan solo una de sus lágrimas mancillar su bello rostro.

La deseaba, más de lo que alguna vez pudo desear la propia libertad cuando estaba en el Bosque Negro.

La veneraba, y ni la más alta deidad podría hacerle hincar la rodilla excepto ella.

Y si debía sufrir la condena eterna de un corazón roto, no lo haría sin antes probar aquello que lo estaba sentenciando.

— Legolas. —la sorpresa en la voz de Silwen fue tan notoria, como el propio escalofrío que sufrió él al escucharla.

Allí estaba, como un espejismo incitándolo a caer ante ella. La luz de la Luna bañaba el perfil de su rostro, y sus labios rosáceos se veían más blancos así como sus hebras onduladas y sueltas sin vergüenza alguna. Pura y libre, era la definición perfecta.

El pecho de Legolas se desinfló con la misma presteza con la que se había llenado de valor segundos atrás.

— Y-yo... —tartamudeo sintiéndose el más patético de los elfos.

— ¿Te encuentras bien, cunn nîn? —Silwen se irguió, alejándose del balcón donde antes había dejado colgar sus pies, y se encaminó hacia un pálido y nervioso Legolas— Pareces exhausto, mañana partiremos al alba ¿porqué no mejor vas a descansar? —con ternura y cierto rubor invadiendo sus mejillas, la elfa acarició la mejilla de Legolas. 

Ante su tacto, repentino, pero que ya comenzaba a tornarse familiar, Legolas no pudo evitar cerrar sus ojos y dejar que su mejilla reposara en la cálida mano de la elfa. Suspiró, con tal fuerza que su aliento chocó contra los labios de Silwen, provocando que esta se ruborizara escandalosamente.  

Lastimosamente para él, Silwen terminó retirando su mano. No había sido consciente de lo indecoroso que había sido esa acción, teniendo en cuenta que la separación de sus cuerpos era apenas visible.

Legolas abrió sus ojos con pesadez, encontrando unos orbes brillantes y grises que lo contemplaban con pura adoración. Las motas blancas se desdibujaban en el grisáceo de sus ojos. Legolas bajó la mirada a sus mejillas carmesí, que contrastaban con su piel de porcelana. 

— ¿Legolas? —lo llamó en un susurro apenas audible.

Y sus palabras, lejos de llamar la atención del elfo, hicieron que su mirada cayera de forma irremediable en sus labios. Entreabiertos, rosados y húmedos, captaron todo su interés. No oía, no sentía, ni veía más allá de esos labios.

Gi melin. (Te quiero) —pronunció sonriente justo antes de acortar la distancia y besarla ella, a su más ansiado anhelo. 

Su tacto fue dulce, mas no corto. Los ojos de ambos se cerraron al instante y aunque Silwen parecía petrificada en su sitio, no deseó alejarse en lo más mínimo. Una de las manos de Legolas rodeó la nuca de ella, enredando sus dedos entre sus hebras. Su otra mano, no pudo contenerse y acarició su cintura buscando pegar sus cuerpo tanto como fuera posible. Sus labios danzaban inexpertos en un baile que hacía a sus cuerpos estallar de dicha. Inocente, tímido, sus labios se tocaron ansiando proclamar el amor que tanto llevaban ocultando. Cuando sus bocas dejaron de quemarse con aquel beso que les sabía al más puro amor, sus frentes quedaron unidas así como sus alientos y jadeos que se entremezclaban.

Ni melig?  (¿me quieres?) —preguntó volviéndola a besar cortamente, queriéndole mostrarle a ella, que su amor era más puro del que pudiera uno llegar a imaginar. Que tal era la dicha que le provocaba estar a su lado, que perdía la capacidad de respirar sin ella. 

Espero que os haya gustado este dulce capítulo. ♥ No olvidéis votar y comentar, me hace muy feliz ^^

Continue lendo

Você também vai gostar

564K 89.5K 36
Park Jimin, un padre soltero. Por culpa de una estafa termina viviendo con un completo extraño. Min Yoongi, un hombre solitario que guarda un triste...
44K 3.3K 19
En una noche fría cuando miles se encontraba en la misma rutina de siempre,vigilando su vecindario hasta q escuchó gritos de una mujer pidiendo q le...
56.9K 1.4K 3
Unidos por un mundo, divididos por la corona. ↳Saga de the Dream and the Fantasy ↳Disclaimer: la historia y personajes originales son propiedad de Ne...
23.7K 2.2K 15
- Spencer -escuchó una voz susurrarle. Miró a su al rededor, pero no vio a nadie llamarle. - Spencer -otra vez, pero esta vez se dio cuenta que la vo...