Sempiterno

By JoanaMarcus

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"Sempiterno: una vez empezado, no tiene fin." Este libro es la segunda parte de Etéreo, que está disponible e... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Epílogo
NOTA FINAL ;)

Capítulo 8

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By JoanaMarcus

Margo

Durante unos segundos ella, Kyran y el chico que hace un momento era Bigotitos, se miraron fijamente entre ellos.

Margo estuvo a punto de tener un infarto cuando el chico se irguió y parpadeó unas cuantas veces hacia ella. No parecía tener más de veinte años, era bastante delgado, con las mejillas algo hundidas y los ojos grandes y claros. Y el pelo en un color que discernía entre el rojo y el castaño, como... como el pelaje del gato.

El chico esbozó una sonrisa casi encantadora.

—Hola. Digo... eh... miau.

—¿Qué...? —empezó Margo, señalándolo con un dedo tembloroso—. ¡¿Qué demonios...?!

—Sí, bueno, supongo que te estarás preguntando unas cuantas cosas.

Margo intentó avanzar tan rápido hacia Kyran que tropezó con la alfombra y cayó de bruces al suelo. El chico la miraba con una mueca.

—Eh... si sigues haciendo eso, te harás daño.

—¡Hace un momento eras un gato!

—¡Bueno, la gente cambia!

—¡PERO LOS GATOS NO SE CONVIERTEN EN PERSONAS!

—¿Por qué no? ¿Porque tú lo digas?

Kyran los miraba sin comprender nada. Parecía bastante confuso, como si mirara un partido de tenis.

Margo, por su parte, seguía sentada en el suelo. Señaló al chico con un brazo tembloroso.

—¡Apártate de Kyran!

Él pareció sinceramente perdido.

—¿Por qué?

—¡Porque... no te conozco!

—¡Llevo viviendo contigo varios meses!

—¡PERO NO SABÍA QUE ERAS UN HUMANO!

—¿Me estás discriminando? Serás racista.

—¡Eso no es...!

—Gatofóbica.

—¡DIME AHORA MISMO QUIEN ERES!

—Bigotitos. Un placer.

—No, no te llamas Bigotitos —Margo se puso de pie y rodeó la habitación para situarse entre Kyran y él—. Dime ahora mismo quién eres y qué has hecho con Bigotitos.

—No he hecho nada con él, soy él.

—¡Dime la verdad!

—¡Vale!

Él suspiro y puso los brazos en jarras, pensativo. Incluso arrugaba la nariz como lo haría un gatito al pensar.

—Bueno —concluyó al final, ofreciéndole una mano—, mi nombre es Lambert. Un placer.

Margo lo miró con desconfianza y, obviamente, no tomó su mano. Lambert se encogió de hombros, poco afectado.

Y a la pobre Margo solo se le ocurrió una pregunta:

—¿Por qué no estás desnudo?

Lambert se miró a sí mismo. Llevaba puesta una sencilla camiseta blanca con unos pantalones oscuros. Iba descalzo, pero eso era todo.

—¿Por qué debería estarlo? —enarcó una ceja—. La última vez que fui un humano, no lo estaba.

—¿Y cuándo fue eso?

—¿Cuándo fue la última vez que fui humano por más de cinco minutos? —él lo pensó un momento, muy tranquilo—. No lo sé. Hace meses. Me gusta más ser un gato.

—E-espera... has estado viviendo con Victoria.

—Ajá.

—¡La has visto cambiándose!

—Es como mi hermana —él puso una mueca—. Además, no me van las tetas, me gustan más los tipos con mal humor. Siento arruinarte la ilusión.

Margo miró a Kyran. Él parecía encantado. Estaba claro que no era la primera vez que veía a Lambert. Y la pobre Margo se estaba mareando. Necesitaba hablar con Victoria en cuanto antes.

—Lo mejor será fingir que no has visto nada —añadió Lambert, sentándose tranquilamente en la cama—. Es un poco difícil de explicar a los demás que...

—¿Y este quién es?

Los tres se dieron la vuelta hacia Daniela, que se acababa de detener en la puerta y miraba a Lambert con una mueca de confusión. Él suspiró pesadamente.

—Bueno, a la mierda el secreto. Soy Bigotitos, encantado.

Daniela frunció el ceño y miró a Margo en busca de ayuda. Pero Margo estaba ocupada intentando no ponerse a gritar, así que no la ayudó mucho.

—Lo pregunto en serio —aclaró Daniela.

—Y yo te lo digo en serio —Lambert sonrió—. Que sepas que eres mi favorita. Siempre me traías paté de primera calidad para gatos cuando vivíamos en casa de Victoria. Era comida a la altura de mi grandeza.

Daniela volvió a mirar a Margo, esta vez con cara de espanto, antes de girarse hacia Lambert de nuevo.

—¿Por qué cada vez que entro en esta casa pasa algo raro? —preguntó con voz chillona.



Caleb

Cuando él y Brendan volvieron de dejar a Doyle tirado en cualquier rincón de la ciudad —lejos de ellos, claro—, Caleb no pudo evitar echar una ojeada a su hermano. Habían estado muy silenciosos los dos durante todo el rato. Solo habían dicho lo indispensable. Era curioso lo incómodo que podía resultar un silencio con alguien a quien conocías tan bien.

Bex y Axel estaban en el gimnasio. Habían estado limpiando el desastre de sangre. Seguía oliendo a ella, pero al menos ya no lo hacía con tanta intensidad.

—¿Dónde está el cadáver? —preguntó Brendan, confuso.

—Lo hemos enterrado en el patio trasero —le dijo Axel, como si hablara del tiempo—. Victoria y yo hemos hecho el hoyo. Y Bex miraba y daba órdenes.

Caleb vio que la ropa de Axel estaba cubierta de tierra, igual que las ruedas de la silla de Bex. Los dos parecían agotados, igual que Brendan y él. Suspiró y se pasó una mano por la cara.

—Deberíamos descansar —dijo finalmente.

—Descansa tú —Bex le puso mala cara—. Yo estoy bien.

—¿Tu muñeca está bien?

Ella la levantó. Se la había vendado. Aunque, conociendo cómo funcionaban sus cuerpos, probablemente al día siguiente ya no necesitara cubrirla con una venda porque la herida ya se habría cerrado.

—Estoy bien —Bex le hizo un gesto—. Vete a ver a Victoria y no nos marees.

—Pero...

—Eso —Axel le hizo un gesto también—. O te quedas y ayudas o te vas.

Caleb frunció el ceño, ofendido, y buscó ayuda en Brendan. Él se limitó a encogerse de hombros.

—Pues vale —sonó más ofendido de lo que pretendía—. Tampoco quería quedarme, ¿vale?

Subió las escaleras con un berrinche, claro.

Sin siquiera pensarlo, se encontró a sí mismo delante de la puerta de Victoria. Dudó un momento antes de llamar con los nudillos. No quería que volviera a pensar que era una rata que se había colado en el pasillo.

Sin embargo, la voz de Victoria, cuando respondió, no sonó dentro de su habitación. Sonó en la habitación de al lado, el cuarto de baño.

—Me estoy duchando, Caleb —aclaró.

Él se acercó a la puerta del cuarto de baño y se apoyó en ella con un hombro.

—¿Cómo sabes que soy yo?

—Oh, vamos, ¿quién iba a ser?

Caleb lo pensó un momento y, cuando fue a responder, la escuchó suspirando.

—Es una pregunta retórica, no hace falta que la respondas.

—Ah.

Pasaron unos pocos segundos. Caleb se tensó un poco cuando escuchó el sonido de Victoria estrujando la esponja. Intentó no imaginársela enjabonándose. De verdad que lo intentó.

—¿Sigues ahí? —preguntó ella.

Caleb asintió, todavía centrado en no imaginársela, pero entonces se acordó del pequeño detalle de que ella no podía verlo.

—Sí —masculló.

—¿Estás esperando a que te invite a entrar?

—No quiero entrar —murmuró él, a la defensiva.

—¿Seguro?

Caleb no respondió. Se había vuelto a cruzar de brazos.

Estuvo a punto de caerse al suelo cuando Victoria abrió la puerta de golpe y se quedó mirándolo con una mano en la cadera. Solo llevaba puesta una toalla y seguía teniendo el pelo húmedo, pero no parecía importarle mucho. De hecho, Caleb parecía más nervioso que ella.

—¿Qué quieres? —preguntó ella directamente, mirándolo con cierta desconfianza.

—Pues... preguntarte cómo estás. Pero puedo esperar a que te vistas.

—Yo estoy bien así.

—Ah.

—Puedo vestirme si te pones nervioso.

—¿Y-yo? Eh... no... es decir...

—Bien —ella sonrió y, sin decir nada más, fue directa a su habitación.

Caleb dudó cuando vio que había dejado la puerta abierta, pero al final se apresuró a seguirla.

Victoria estaba rebuscando en su armario, todavía con la toalla alrededor. Caleb la miró de arriba a abajo, carraspeó y se sentó en su cama, muy tenso.

—¿Os habéis deshecho de don dientes de oro? —preguntó ella.

—Sí —Caleb la miraba disimuladamente—. Lo hemos dejado bastante lejos. Seguía dormido.

—Yo he ayudado a esos dos con el desastre de abajo, pero solo por un rato. No he soportado escuchar sus discusiones raras durante mucho tiempo —Victoria sacó por fin la ropa que buscaba y la lanzó sobre un mueble cualquiera, deteniéndose junto a la puerta—. Hubiera preferido ir con vosotros dos.

Caleb lo dudó al instante en que recordó el silencio incómodo que había habido durante todo su rato con Brendan.

—De todos modos —ella se cruzó de brazos, mirándolo—. Supongo que ahora solo queda formar un plan para acabar de una vez con Sawyer, ¿no?

—Ahora queda descansar —aclaró Caleb.

—No quiero descansar.

—Vas a descansar —repitió Caleb, adoptando cierto tono autoritario mientras se ponía de pie—. Has estado usando tu habilidad durante mucho tiempo, tanto cuando la has usado con ese como conmigo antes de que llegaran. Sé que estás agotada. Descansa.

—¿Y si no quiero?

—Victoria... —empezó, muy serio.

—Oh, ya echaba de menos que te enfadaras conmigo —ella cerró los ojos un momento—. En los pocos recuerdos que me quedan, te pasabas el día irritado conmigo.

—Eso no es verdad.

—Sí que lo es —volvió a mirarlo—. No me molesta especialmente. La verdad es que, extrañamente, me gusta un poco.

Caleb puso una mueca, como si no lo entendiera mucho. Ella sonrió, divertida.

Mantuvo esa sonrisita cuando se inclinó y cerró la puerta lentamente.


Victoria

No sabía qué estaba haciendo, pero le daba igual.

—Así que tengo que descansar, ¿eh? —murmuró.

Caleb seguía mirándola con cierta confusión, como si intentara adivinar sus intenciones.

Ni siquiera la propia Victoria las tenía muy claras. Solo sabía que, de repente, tenía la gran necesidad de acercarse a él. Echaba de menos que alguien la besara, la acariciara... o, mejor dicho, echaba de menos al chico de sus recuerdos. Y ahora, aunque siguiera pareciéndole un poco desconocido, lo tenía justo delante.

La pobre Victoria era fuerte, pero no tanto.

Intentó mantener la compostura cuando dio un paso hacia él. Caleb no se movió. Seguía observándola con detenimiento.

—Podrías descansar un poco conmigo —murmuró ella.

—Yo no estoy cansado, apenas he usado mi habilidad.

Oh, seguía siendo horrible captando indirectas.

—Pero podrías quedarte conmigo mientras yo descanso.

—¿Me necesitas para... descansar? ¿No sabes hacerlo sola?

Vale, a la mierda las sutilezas.

Victoria se quitó la toalla y la tiró al suelo.

Caleb ni siquiera bajó la mirada, pero ella lo conocía. Y vio el momento exacto en que su cuerpo entero se tensó, aunque fuera disimuladamente. Caleb mantuvo los ojos en los de ella, pero apretó los dientes.

—¿Qué haces? —preguntó en voz baja.

—¿No es obvio?

—Victoria... —él carraspeó y apartó la mirada a cualquier otro lado de la habitación—, necesitas descansar y...

—Oh, vamos, Caleb, ¿cuánto hace que nadie te toca? El mismo que yo, supongo.

—Eso no...

—¿No lo has echado de menos? Porque yo sí, te lo aseguro.

Caleb volvió a girarse hacia ella pero, para su asombro, no estaba contento en absoluto. De hecho, parecía verdaderamente furioso.

—No soy un juguete para usar cuando necesites que alguien te toque —aclaró, molesto.

—No estoy... —Victoria tardó unos segundos en recomponerse, no se esperaba eso—. Pensaba que...

—¿Qué? ¿Que me encantaría la idea de que nuestra primera vez juntos después de toda la mierda que hemos pasado sea solo porque echas de menos que alguien te toque?

Victoria, de pronto, sintió que la habitación era demasiado fría. Con la cabeza inclinada hacia delante para no mirarlo, avergonzada, se agachó y recogió la toalla de nuevo. Él se estaba pasando una mano por la cara cuando ella volvió a taparse en silencio.

—Mira, no quería hablarte así —aclaró Caleb en un tono más suave—. Pero no puedes...

—No. Tienes razón. Siento haberlo pedido así.

De nuevo, silencio. No era un silencio incómodo, pero sí algo tenso. Victoria no levantó la cabeza cuando notó que Caleb la miraba. De repente, sentía ganas de llorar y no entendía muy bien el por qué. Bueno, sí que lo hacía. Había pasado por demasiadas emociones en demasiado poco tiempo. Estaba emocionalmente exhausta.

Y sí, una parte egoísta de ella, había querido desahogarse con él.

Parecía que había pasado una eternidad cuando Caleb hizo un ademán de ponerle una mano en el hombro, pero se detuvo a medio camino y la devolvió torpemente a su lugar.

—No quería decirlo de forma tan brusca —añadió.

—Podrías... —Victoria dudó un momento, sin mirarlo—. Podrías quedarte igual. Aunque no sea para... eso. Solo por quedarte un rato.

De alguna forma, incluso sin mirarlo, supo que Caleb había asentido. Se acercó a la ropa que había sacado antes, lo más cómodo que tenía, que eran unos pantalones negros y elásticos y una sudadera azul. Él se dio la vuelta mientras que ella se lo puso todo en tiempo récord y se subió a su cama. Caleb, al verlo, dudó un instante antes de hacer lo mismo. Y ambos se quedaron tumbados de espaldas, mirando el techo.

Esa vez, el silencio sí que fue bastante incómodo.

Victoria le echó unas cuantas ojeadas, dubitativa. Notó que él también se las echaba.

Una de esas veces, sus turnos para echarse miraditas coincidieron y ambos volvieron a girarse hacia el techo rápidamente, avergonzados.

Vale, tenía que decir algo. Urgentemente.

—¿Por qué tus ojos son siempre negros? —preguntó sin pensar.

Caleb le miró de reojo antes de suspirar.

—No sé cómo dejar de usar mi habilidad.

—¿Me lo habías contado alguna vez?

—Solo una.

Victoria lo miró, esta vez abiertamente, intentando adivinar de qué color serían sus ojos al natural. Era curioso imaginarse a alguien con un color de ojos distinto. Cambiaba muchísimo la apariencia.

—¿Qué miras tanto? —preguntó él, confuso.

—Intento imaginarte con ojos verdes.

—¿Y qué tal?

—No te quedan mal. Los castaños me gustan un poco menos. Los azules... los azules me gustan. Creo que son mis favoritos.

—¿Azules? ¿Por qué?

—El azul va contigo.

—Es solo un color, no puede...

—Vale, déjalo —ella se pasó una mano por la cara—. Sigues siendo horrible entendiendo expresiones, ¿eh?

—Yo no soy horrible —sonó enfurruñado.

—Claro, claro.

—No sé si eso ha sido ironía.

—Qué va, no lo ha sido.

Hubo unos momentos de silencio antes de que Caleb frunciera todavía más el ceño.

—No sé si eso ha sido también iron...

Victoria sonrió y se movió hacia la izquierda, pasándole una pierna y un brazo por encima y apoyando la cabeza en su pecho. Caleb se quedó callado de golpe.

—¿Te molesta que me quede así?

—No —él lo dijo muy rápido y carraspeó enseguida—. Es decir... mhm... haz lo que quieras.

Victoria se quedó mirando un rincón cualquiera de la habitación unos segundos. Era raro sentir a otra persona tan cerca de ella. Y más raro era saber que había estado así otras veces, pero no conseguía recordarlas. Ahora, desde que Doyle se había acordado de ello, ni siquiera su cuerpo podía recordarlo. Pero seguía siendo agradable.


Caleb

Vale, ¿se suponía que tenía que moverse, tocarla o algo así?

¿Por qué nunca nadie le había enseñado qué hacer en esas situaciones, maldita sea?

Al final se quedó mirando el techo, más tenso que un clavo, mientras ella se acomodaba sobre él.

Era raro tener a Victoria tan cerca y no poder oler a lavanda, o no poder abrazarla de vuelta porque no estaba seguro de cómo iba a reaccionar. Pero lo más raro era tenerla así de cerca y no estar seguro de si ella recordaba todas las otras veces que habían estado así.

—¿Qué harás cuando todo esto termine? —preguntó Victoria de repente, interrumpiendo sus pensamientos.

Caleb se tomó unos instantes para responder. No se había dado cuenta hasta ahora, pero no lo había pensado. Durante meses, su único objetivo había sido acabar con Sawyer. Pero no había pensado nada más allá de eso. Ni siquiera había pensado que sobreviviría a ello. Y lo peor es que le había dado igual morir en el intento.

Y ahora... bueno, ya no sabía qué quería. O, mejor dicho, sí que lo sabía. Lo tenía justo encima. Pero dudaba que Victoria también lo quisiera.

—No lo sé —murmuró al final—. Prefiero centrarme en el presente.

—Yo intentaría recordar cosas —murmuró ella—. Cosas que me gustaban. No recuerdo nada de todo eso.

—Te gustaba leer. Y escribir.

Victoria levantó la cabeza de golpe y lo miró, confusa.

—¿Leer y escribir? ¿A mí?

—Sí, bueno... te gustaba leer —aclaró él—. Me dijiste que habías dejado de escribir hacía mucho tiempo.

—¿He escrito un libro?

—No entero, pero creo que tenías una idea sobre uno de ciencia ficción.

Victoria siguió mirándolo durante unos pocos segundos que parecieron eternos. Era la primera vez desde que se habían reencontrado en que Caleb sentía que volvía a ver a la Victoria que conocía un año atrás, siempre queriendo saber todos los detalles de cualquier cosa para saciar su curiosidad.

—Escribir —repitió ella, como si lo meditara.

—Podrías intentar algo nuevo si eso no te convence.

—No sé qué me convence. Hace meses que solo entreno, ya sea físicamente o con la habilidad. A veces... es difícil recordar que existen otras cosas a parte de eso. Supongo que algún día tendré que adaptarme.

No lo decía como si esperara una respuesta, así que Caleb no dijo nada cuando volvió a tumbarse con la cabeza en su pecho.

—Ah, por cierto —dijo ella de repente, agarrándole la muñeca y pasándose el brazo de Caleb por encima—, así está mejor.


Margo

—¿Mes... tizos?

Lambert estaba aprovechando al máximo su corta etapa como humano. Hacía un un buen rato que se dedicaba a comer helado compulsivamente, sentado en el sillón con las piernas cruzadas. Daniela y Margo lo miraban con cierta inquietud desde el sofá.

Kyran, por su parte, estaba jugando con sus peluches y correteaba por el pasillo con ellos en la mano, ignorándolos.

—Ajá —Lambert se metió una cucharada gigante de helado en la boca.

—¿Qué significa eso? —preguntó Daniela, dubitativa.

—Oh, no. Voy a tener que daros la lección de historia —él suspiró, como si fuera un martirio—. Muy resumidamente: hace muuuuuuchos años una tipa humana se enamoró de un tipo mago, se liaron, hicieron triki-triki...

Hizo una pausa para meterse otra cucharada de helado en la boca.

—...y los pillaron —siguió—. A ella la maldijeron porque estaba prohibido que los humanos y los magos se involucraran y básicamente la condenaron a vivir en las sombras y todo ese rollo tenebroso... en fin... la cosa es que la tipa estaba embarazada y el niño sufrió las consecuencias de la maldición. Se quedó a mitad de camino de criatura de la noche y criatura mágica. Y lo llamaron mestizo.

Daniela y Margo lo miraban con la misma cara de perplejidad. Él seguía comiendo tranquilamente.

—Cuando dices criatura de la noche... —empezó Margo.

—Me refiero a un vampiro, sí.

—¿Los vampiros existen? —Daniela puso una mueca de horror.

—Estás hablado con un gato convertido en humano, ¿y lo que te preocupa es que existan los vampiritos?

Pero Margo apenas los escuchaba, estaba pensando en demasiadas cosas a la vez.

—¿Brendan, Victoria, Caleb, Bexley... son mestizos de esos?

—Ajá —Lambert asintió.

—¿Por qué no lo saben?

—Se supone que todo esto es un secreto. De hecho, la mayoría de los mestizos ni siquiera son conscientes de que tienen sangre mágica en ningún momento de su vida. Pero cuando mi jefe se enteró de que había una comunidad de mestizos en esta ciudad, me envió a vigilarlos para que sus habilidades no se descontrolaran.

—¿Quién es tu jefe? —preguntó Daniela, todavía con la mueca de terror—. No... no es tan tenebroso como Sawyer, ¿no?

—Bueno, no tiene un aspecto tenebroso —les aseguró Lambert con una risita.

—¿Cómo se llama? ¿Lo conocemos?

—Se llama Albert. No, no lo conocéis. Ni lo haréis. Solo tengo que avisarlo si creo que los poderes de esos locos se van a descontrolar, cosa que por ahora no creo que pase.

—Espera —Margo lo señaló—, si es un secreto... ¿no se supone que nosotras no deberíamos saberlo?

—¡¿Vas a matarnos?! —casi chilló Daniela.

—¿Eh? —Lambert puso una mueca—. No. Qué pereza. Es que estaba harto de ser un gato todo el día. Es decir... es cómodo, no tienes que hacer nada muy especial. Pero me gusta poder ser yo mismo de vez en cuando. Además, no creo que a mi jefe le importe que vosotras dos sepáis la verdad si no se lo contáis a nadie.

Hizo una pausa y entrecerró los ojos.

—Porque puedo confiar en vosotras, ¿no?

—Sí —le aseguró Daniela al instante, asintiendo fervientemente.

—Bien. No me gustaría llamar al jefe de mi jefe. Se llama Ramson. Ese sí que es tenebroso. Y lo he visto tratar con traidoras. No os gustará, os lo aseguro.

—¡No se lo diremos a nadie! —repitió Daniela con voz chillona.

—Habla por ti —Margo se puso de pie, mirando a Lambert con el ceño fruncido—. Victoria merece saber esto. Después de todo, eres su mascota.

—Victoria y sexy Caleb no necesitan enterarse de nada.

—Sí que lo necesitan —Margo lo señaló—. ¡Los has estado engañando!

—¡No es verdad! ¡Solo les he ocultado la parte de la verdad que no me interesaba enseñarles!

—¡Me da igual, tienes que contárselo!

—¿Crees que ahora es el mejor momento? Están un poco ocupados intentando escapar de un zumbado al que solían llamar jefe y que aparentemente quiere matarlos a todos. No creo que su máxima prioridad sea que un gato sea algo más que un gato.

Margo apretó los labios, dubitativa. Lambert, por su parte, ya se había terminado el helado, así que dejó el envase vacío sobre la mesa y se puso de pie de un saltito, estirándose perezosamente.

—Se lo contaré, si tanto te importa que lo sepan —puso los ojos en blanco—, pero cuando todo esto se solucione. Créeme, ahora mismo necesitan estar centrados.

—Prométeme que se lo contarás.

—Oh, una promesa —él puso una mueca—. No me obligues a prometer cosas que quiero incumplir.

—¡Promételo!

—¡Está bien, lo prometo, se lo contaré cuando todo esto termine! —él suspiró—. Mi jefe me matará, pero ya veo que eso no te importa mucho.

—Espera —la voz de Daniela hizo que ambos se giraran de nuevo hacia el sofá, donde ella parecía tener algo en mente—, ¿has dicho que tienes que avisar a tu jefe si sus habilidades se descontrolan?

—Ajá —Lambert frunció el ceño, como si no entendiera muy bien dónde quería llegar.

—¿Y qué haría tu jefe si sus habilidades se descontrolan?

—Seguramente los ayudaría a controlarlas o algo así. Lo de matar no va mucho con él.

—Es decir, que los ayudaría.

Lambert dudó visiblemente, todavía desconfiando del rumbo de la conversación.

—Sí, los ayudaría. ¿A dónde quieres llegar con todo esto?

—A que quizá una pelea directa con Sawyer podría provocar que las habilidades se descontrolaran, ¿no es así?

Margo empezó a sonreír cuando entendió dónde quería llegar Daniela, pero Lambert seguía pareciendo igual de perdido.

—Supongo —admitió.

—Entonces —Daniela enarcó una ceja—, quizá no sería mala idea que tu jefe y sus amigos vinieran a ayudar a los chicos cuando se acerque el día.

Hubo un momento de silencio. Lambert puso una mueca.

—Eh... no creo...

—Tú mismo lo has dicho —le recordó Margo—. Tiene que asegurarse de que sus habilidades no se descontrolan.

—Ya lo sé, pero... eh...

—Creo que vas a tener que llamar a tu jefe —sonrió ella, dándole una palmadita en la espalda.



Victoria

Había conseguido dormir unas pocas horas, pero cuando había abierto los ojos estaba sola otra vez en su cama.

Bajó las escaleras todavía un poco mareada por la noche anterior. Había tenido que usar sus habilidades mucho más tiempo del que estaba acostumbrada. Seguramente, el mareo persistiría durante todo el día.

Los demás ya estaban abajo, hablando entre ellos. No interrumpieron la conversación cuando Victoria se dejó caer en el asiento libre de la mesa que ocupaban y apoyó la cabeza en un puño.

—...reservas —estaba diciendo Bex, repiqueteando los dedos en el reposabrazos de la silla de ruedas—. Es lo mejor que podemos hacer ahora.

—Ni siquiera sabemos si siguen ahí —Caleb frunció el ceño.

—¿De qué habláis? —preguntó Victoria.

—Solíamos tener reservas de munición y armas en ciertas partes de la ciudad —le explicó Brendan, porque los demás la habían ignorado y seguían discutiendo entre ellos—. Quieren visitar las dos que recordamos para ver si hay algo que podamos usar.

—¿Dónde están? —Victoria puso una mueca, confusa.

—Una está al sur de la ciudad, justo al lado de la frontera —le dijo Axel, que se había aburrido de escuchar a Bex y Caleb discutiendo—. El otro está cerca del centro. Hay un tercero, pero... no creo que sea una buena idea ir.

—¿Por qué no?

—Es nuestra antigua casa —Brendan se encogió de hombros—. El Molino. Está justo encima de ese bar. Pero... Sawyer no es estúpido, seguro que tiene ese sitio vigilado. Sería un suicidio ir ahí.

—Pero no conoce los otros dos sitios —añadió Axel.

Los tres se giraron hacia Bex y Caleb, que seguían discutiendo. Bex parecía estar ganando.

—Necesitamos algo con lo que defendernos —aclaró.

—Es muy peligroso —seguía insistiendo Caleb.

—Más peligroso es esperar de brazos cruzados con apenas munición y armas. Tenemos que ir, Caleb.

Él apretó los labios. Seguía sin estar de acuerdo, estaba claro, pero no dijo nada. Victoria, por su parte, tenía que admitir que estaba de parte de Bex. Necesitaban algo con que defenderse. Ella ni siquiera tenía armas.

—Podríamos dividirnos para ir a por ello —comentó Victoria, atrayendo toda la atención de la mesa—. Hacemos dos grupos, que cada uno vaya a por una de las reservas.

—No es un mal plan —comentó Bex.

—Tú y yo deberíamos separarnos —le dijo Brendan a Victoria.

Ella parpadeó, sorprendida.

—¿Por qué?

—Porque sabemos dónde está el otro gracias al lazo. Si pasa algo, sabremos localizar al otro. Es lo más lógico.

Tuvo que admitir que tenía razón. Brendan miró a Axel.

—¿Vamos tú y yo juntos?

Axel pareció encantado cuando asintió.

Victoria miró de reojo a Caleb, que se cruzó de brazos.

—Supongo que vosotros dos sois el otro grupo, tortolitos —comentó Bex con media sonrisa—. Yo me quedaré aquí por si acaso. E intentaré hacer algo con las piedras que encontramos en esos dos.

Victoria sabía que ella se moría de ganas de ir con ellos, pero incluso Bex tenía que admitir que tenía un aspecto horrible desde el día anterior. Era obvio que estaba agotada. Era peligroso que fuera con ellos.

—Bien —murmuró Caleb—. Pues nosotros nos ocupamos de la del centro, vosotros de la del sur.

—Nos vemos aquí antes de que anochezca —Brendan se puso de pie—. Si algo va mal, Victoria...

—Sabré avisarte —le aseguró ella.

Brendan la miró, asintió e hizo un gesto a Axel, que salió de la casa tras él. Tras unos segundos, Caleb y ella hicieron lo mismo mientras Bex ponía las dos piedras sobre la mesa.


Brendan

—Hacía mucho que no estaba tan al sur de la ciudad —comentó Axel con la nariz pegada a la ventanilla.

Brendan intentó no poner los ojos en blanco con todas sus fuerzas. No lo consiguió.

—Es exactamente igual a lo que hay al norte.

—No es verdad. Aquí es más rural.

—¿Más rural? Yo no he visto ninguna vaca en medio de la carretera.

—¡Pero hay jardines!

De eso también había en el norte de la ciudad, pero Brendan prefirió no arruinarle la ilusión.

Hacía media hora que conducía. Había pensado en dejarle el coche a Caleb, pero la verdad es que su objetivo era mucho más lejano, así que era mejor que lo tomaran Axel y él. Lo miró de reojo. Seguía teniendo la nariz pegada al cristal mientras veía las casas pasar con toda la ilusión del mundo.

—¡Ahí había un perrito precioso! —chilló de repente.

—Madre mía, cállate ya.

—Yo siempre quise un perrito —le dijo felizmente, volviendo a acomodarse en el asiento—. Pero mi padre no lo quería.

—Qué pena.

—También quería un pato.

—¿Un pato?

—Lo habría llamado Doctor Patul.

Brendan empezaba a tener ganas de estampar la cabeza contra el volante.

—¿Por qué Doctor Patul? —preguntó con una mueca.

—Porque es un pato. Patul. ¿Lo pillas?

—¿Y lo de doctor?

—¿Quién dice que los patos no pueden ser doctores?

—Cualquiera con un poco de cerebro.

—Meh, yo no pongo límites a las capacidades del Doctor Patul.

Brendan estuvo más aliviado de lo que querría admitir cuando por fin aparcó el coche cerca de la reserva. Ambos se bajaron a la vez, vigilando a su alrededor. No parecía haber nadie.

Estaban en la zona fronteriza de la ciudad. Justo al lado, tenían un pueblo lleno de granjas extensas. Siempre le había gustado esa parte de la ciudad, aunque Sawyer la odiaba y no les dejaba ir demasiado. De hecho, la única vez que había ido había sido al esconder la reserva con Ania y Axel, años atrás.

—¿Crees que seguirá estando entera? —preguntó Axel, colocándose las gafas de sol—. Puede que alguien haya encontrado la reserva antes que nosotros y la haya vaciado.

—Solo hay una forma de saberlo.

Se metieron en un pequeño callejón que había entre dos casas, saltaron la valla que había al final y llegaron a una zona de descampado llena de restos de coches abandonados. No había absolutamente nada. Lo cruzaron sin mediar palabra y se acercaron al árbol más grande, el que estaba al fondo, y que estaba pegado a la valla de una granja. Brendan se detuvo en la pequeña franja que había entre la valla y el árbol. Axel apartó un montón de ramas que había en el suelo y sonrió ampliamente.

—Aquí sigue —dijo, levantando la vieja pala que habían dejado ahí y lanzándosela a Brendan—. ¿Quieres hacer los honores?

—¿Por qué no cavas tú?

—Porque yo he encontrado la pala, haz tú el resto.

—Si me das las gafas de sol, puede que lo haga.

Media hora más tarde, Brendan seguía hundiendo la pala en el suelo, pero al menos tenía unas bonitas gafas de sol puestas.

Axel estaba sentado en la valla de madera de la granja, observando el trabajo y parloteando, como de costumbre. No había colaborado demasiado, pero Brendan casi lo prefería. Conociendo a Axel, seguro que terminaría destrozando la reserva sin querer de un palazo.

Justo cuando hundió la pala y chocó con algo duro, escuchó a alguien carraspeando no muy lejos de ellos. Miró a Axel, que se bajó de la valla al instante mientras Brendan se apresuraba a cubrir lo poco que había descubierto de la reserva con tierra.

—¿Se puede saber qué hacéis cavando un hoyo en mi granja? —preguntó un hombre al otro lado de la valla.

—Técnicamente, estamos fuera —aclaró Axel.

Brendan no pudo evitar fruncir un poco el ceño y asomarse junto a Axel. El tipo era un hombre alto, de mandíbula marcada y pelo oscuro. Tenía un rastrillo apoyado en el hombro y los miraba con descofianza.

No había visto a ese hombre en la vida pero, de alguna forma, sintió que su voz era familiar.

—¿Y para qué es el hoyo? —preguntó el hombre, desconfiado—. ¿Qué queréis enterrar?

—Un cadáver —sonrió Axel.

El hombre no pareció muy divertido. Brendan seguía mirándolo con el ceño fruncido. ¿Por qué de pronto estaba nervioso? Solo era un hombre desconocido.

—Qué gracioso —ironizó el hombre—. No quiero veros en mi granja. A ninguno de los dos. ¿Me habéis entendido?

—¿Y qué harás si lo hacemos, tipo duro?

—Axel —se escuchó decir Brendan a sí mismo—, déjalo en paz.

Axel lo miró como si se hubiera vuelto loco, pero a Brendan no le importó. El hombre se había girado hacia él por primera vez.

Se quedaron mirándose el uno al otro por unos segundos que parecieron eternos. Brendan no lo había visto en su vida pero, por algún extraño motivo, se encontró a sí mismo esperando algo, como si el tipo tuviera que decir alguna cosa. Pero... ¿qué iba a decirle? No se conocían de nada.

Y, aún así, no pudo evitar sentir una punzada de decepción cuando el hombre se limitó a carraspear y girarse hacia Axel de nuevo.

—Os estaré vigilando. Haced lo que sea que tengáis que hacer. Y hacedlo rápido.

Brendan se quedó mirándolo cuando empezó a marcharse y, de pronto, tuvo la tentación de soltar la pala y correr hacia él.

—¿Qué haces? —preguntó Axel.

Se dio cuenta de que había dejado de cavar. Miró al tipo de nuevo. Se estaba alejando. Era ahora o nunca.

Brendan sacudió la cabeza y volvió a centrarse en cavar.


Victoria

—Está todo —murmuró Caleb.

Victoria y él habían andado en silencio absoluto por callejones y caminos poco transitados hasta llegar a un callejón sin salida. En una de las paredes, Caleb había sacado unos pocos ladrillos algo flojos y había extraído una bolsa de gimnasio. Acababa de abrirla para revisar su contenido. Victoria vio chalecos antibalas, unas pocas pistolas y mucha munición.

—¿Cómo sabes que nadie ha robado nada?

—Porque está igual que cuando la llené hace siete años con Iver y Bex.

Los dos se detuvieron un momento cuando mencionó a Iver. Victoria vio que su semblante se volvía sombrío. Se apresuró a seguir hablando.

—Seguro que tú decidiste absolutamente cada detalle de lo que haríais —bromeó.

—Pues claro.

—Sabes que el resto del mundo también sabe hacer las cosas bien, ¿no?

—Pero yo sé hacerlas muy bien.

Ella sonrió cuando Caleb se puso de pie con la bolsa colgando del hombro.

—Deberíamos volver cuanto antes —comentó.

—¿Tan pronto? Todavía faltan dos horas para que anochezca.

—¿Y qué?

Victoria estuvo a punto de resignarse a volver, pero entonces... una idea muy estúpida pero muy entretenida le cruzó la mente.

—Hay un sitio al que quiero ir.

Caleb la miró con cierta curiosidad mezclada con desconfianza.

—¿Cuál?

—Sígueme.

—No.

—Como quieras. Iré sola.

Apenas había dado dos pasos y él ya volvía a caminar a su lado.

—¿Dónde vamos? —preguntó, impaciente.

—Ahora lo verás.

—No me gustan las sorpresas.

—Relájate un poco, x-men, te noto muy tenso.

—Lo que no entiendo es por qué tú no estás tensa.

—Porque ahora voy armada. Me siento más segura.

Caleb se quedó mirándola un momento, confuso.

—¿Vas armada?

—Te he quitado la pistola mientras estabas distraído con la bolsita.

Él se llevó una mano al instante a las costillas. Le puso mala cara cuando no encontró nada.

—Devuélvemela.

—¡Ahora tienes unas cuantas en la bolsa, no la necesitas!

—No me gusta que vayas armada.

—¿Por qué? —ella sonrió, como si fuera absurdo—, ¿te crees que no sé usar una pistola?

—La última vez que lo comprobé, no sabías

—A lo mejor deberías comprobarlo de nuevo.

Victoria aumentó el ritmo y Caleb se apresuró a seguirla, claramente molesto. Al menos, estuvieron en silencio unos segundos, hasta que cruzaron la calle y él carraspeó.

—Hacía mucho tiempo que no me llamabas x-men.

Victoria no se había dado cuenta de haberlo llamado así. Sonrió un poco.

—¿Ya no te molesta que te llame así?

—Mhm... me da igual.

—Claaaaro.

Él estuvo a punto de responder, pero no lo hizo cuando se dio cuenta de que la sonrisa de Victoria era malévola. La miró, confuso, y ella ya no pudo aguantarse más antes de empujar la puerta del bar que tenían delante. El bar en el que había estado trabajando durante tanto tiempo.

—¡Victoria! —siseó Caleb, furioso, siguiéndola.

—No es para tanto, relájate.

Ni siquiera era el turno de Daniela y Margo, así que los camareros eran completos desconocidos. Nadie les prestó atención. Victoria echó una ojeada a su alrededor. Era curioso que todo estuviera tal y como su dañada memoria recordaba. Incluso las botellas del fondo, que eran caras pero estaban llenas de agua, seguían en su sitio, cubiertas de polvo.

—¿Se puede saber qué hacemos aquí? —preguntó Caleb en voz baja.

—Quiero ver a un viejo amigo.

—¿Un viejo ami...?

No pudo seguir preguntando. Victoria ya había cruzado el local y estaba yendo directa al despacho de Andrew, su antiguo jefe.

Abrió sin siquiera llamar. Los camareros no le prestaron mucha atención. Asomó la cabeza, curiosa. Estaba tan sucio como lo recordaba. Y Andrew, que estaba sentado en su escritorio y roncaba con la cabeza contra la mesa, también estaba tan sucio como lo recordaba.

Caleb entró tras ella a toda velocidad y cerró la puerta.

—Tenemos que irnos de aquí —aclaró.

—¿No te puedes esperar un momento?

—No, vámonos.

—Tengo que hacer algo, ¿vale?

Victoria se acercó a Andrew y, sin siquiera titubear, empujó bruscamente la silla con el pie. Resultado: Andrew movió bruscamente la cabeza hacia delante al no tener la mesa, estuvo a punto de caerse al suelo pero se incorporó de golpe y se quedó sentado, mirándolos con aire perdido.

Tardó dos segundos exactos en reconocerlos. Primero a Victoria y luego a Caleb, a quien le puso una mueca de terror absoluto.

—Oh, no, ¡tú otra vez!

—Oye —Victoria enarcó una ceja—, soy yo la que quiere hablar contigo.

Andrew la miró con expresión perdida. De hecho, la miró de arriba a abajo varias veces, como si apenas la reconociera.

—¿Vicky? —preguntó, pasmado—. ¿Eres tú, encanto? ¿Qué demonios...?

—No la llames encanto —masculló Caleb, enfurruñado.

—Victoria —corrigió Andrew al instante con voz aguda, mirándola—. ¿Qué te ha pasado? Estás muy... muy...

—No estoy aquí para hablar de eso —aclaró Victoria.

Andrew frunció el ceño, confuso.

—¿Y p-para... para qué...?

—Bueno, si no recuerdo mal, mi amigo Caleb te convenció para que me hicieras un contrato.

—¿Mi amigo Caleb? —repitió el propio Caleb, casi como si lo hubiera insultado.

—Me lo trajo firmado, de hecho —siguió Victoria, ignorándolo—. Y yo también lo firmé. Ya hace unos cuantos meses de eso.

—¿Y qué? —preguntó Andrew, confuso.

—Que creo que me debes dinero.

—¡No has estado trabajando durante estos meses!

—Pero en el contrato ponía que, en caso de ausencia prolongada por asuntos personales, tendrías que pagarme un mes.

—Eso no...

Victoria lo ignoró completamente y lo apartó para abrir el segundo cajón de su escritorio, donde sabía perfectamente que tenía el dinero escondido. El muy idiota, cada vez que tenía que pagarles, sacaba el dinero delante de Victoria y sus compañeras.

Efectivamente, se encontró un fajo de billetes. Lo sacó y empezó a contar su sueldo de un mes.

—¡No puedes hacer eso! —exclamó Andrew, irritado—. Te has pasado meses sin aparecer, estás despedida.

—Andrew, no te ofendas, pero cierra la boca si no quieres que saque la pistola.

Andrew, muy sabiamente, cerró la boca.

—De hecho —Victoria estaba dejando billetes sobre la mesa—. Creo que me voy a llevar tooodo el dinero que me corresponde. De todos esos meses en los que me dejaste sin cobrar por tonterías.

—Como toques un billete más... —empezó a advertir Andrew.

Pero, cuando hizo un ademán de incorporarse, Caleb le clavó una mano en el hombro y volvió a sentarlo bruscamente.

—No te muevas si quieres que esto termine bien —le advirtió.

Victoria terminó de contar los billetes. Realmente podría haberse llevado todo lo que quiera, pero no quería robar, así que se limitó a tomar lo que le correspondía. Al final, era mucho dinero. Muchísimo. Se preguntó de dónde habría sacado Andrew tanto dinero.

—Listo —informó ella, dejando el resto en el cajón y metiéndose el fajo de billetes en el bolsillo.

—¿Ya estás contenta? —masculló Andrew.

—Mucho —sonrió a Caleb—. ¿Nos vamos?

Los dos salieron del local sin que Andrew intentara acercarse a ellos de nuevo. Victoria se sentía un poco satisfecha. Caleb, sin embargo, se limitó a mirarla con una ceja enarcada.

—¿Ya podemos irnos?

—Solo una última parada.

—Victoria...

—Por favor —le suplicó con la mirada.

Él apretó los labios y pareció estar a punto de negarse, pero al instante en que Victoria lo vio dudar sonrió ampliamente.

—¡Genial, vamos!



Caleb

No le gustó la idea pero, honestamente, no sabía cómo demonios decirle que no a Victoria.

Y ahí estaban los dos, en casa de Victoria, mientras ella miraba a su alrededor con aire intrigado, como si pudiera recordar cualquier detalle. Caleb solo la miraba a ella.

—Algún día tendrás que hablar con tu vecina —comentó—. Ella cree que... ya sabes.

—No quiero hablar con nadie hasta que estemos todos a salvo. No quiero ponerla en peligro.

—¿Y a mí sí que puedes ponerme el peligro?

—Tú sabes defenderte, x-men.

Él suspiró y dejó la bolsa en el suelo para seguir a Victoria a su habitación. Ella sonrió y pasó un dedo por encima del libro de la estantería que siempre dejaba un poco más sacado que los demás. Se dejó caer sobre su cama, encantada, antes de ir al cuarto de baño y recoger el champú de lavanda.

—Mi champú —suspiró, destapándolo para olerlo—. Oh, lo he echado de menos.

—Yo también.

Ella levantó la cabeza, sorprendida, mientras Caleb entraba en pánico por dentro y mantenía la expresión indiferente por fuera.

—Yo también lo echaría de menos —corrigió él—. Es decir... es un buen champú.

Victoria negó con la cabeza y se acercó a la bolsa que habían dejado en la entrada para meter el bote en ella. Después, volvió a mirar a su alrededor. Parecía encantada.

—Mi casita —suspiró—. No es gran cosa, pero... adoro esta casa. No te imaginas cuánto.

—Podrías volver a vivir aquí cuando todo esto termine.

Victoria estuvo a punto de decir algo, pero se calló cuando vio que Caleb se había tensado de pies a cabeza.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Pero Caleb no respondió. Ahora mismo, solo podía escuchar las tres voces que se acercaban por el pasillo.

—¿Qué pasa? —repitió Victoria, un poco histérica.

—Tus padres. Y tu hermano.

Ella parpadeó, confusa, pero no tuvo tiempo para reaccionar antes de que la puerta se abriera de golpe.

—¡Os he dicho que Vic no está en...!

Ian, el hermano de Victoria, se quedó callado de golpe cuando vio que Victoria y Caleb estaban ahí plantados.

Caleb no se alegraba de verlo. En absoluto. De hecho, le entraron ganas de lanzarle la bolsa a la cabeza. No había olvidado que él había contado a Sawyer dónde estaban. Por su culpa, Victoria había muerto, todos habían estado en peligro y se habían quedado sin casa.

Sin embargo, tuvo que contenerse, porque los padres de Victoria acababan de entrar y miraban a su hija.

—Victoria —suspiró su madre, aliviada, y se acercó para darle un abrazo de esos asfixiantes—. ¡Por el amor de Dios, podrías habernos llamado!

—¿Yo? —preguntó, confusa.

Por favor, que se acordara de ellos. Si no lo hacía, Caleb y ella tendrían muchas explicaciones que dar.

—Hemos estado llamándote durante semanas —aclaró su padre, que parecía molesto—. Entendemos que tengas tu vida, pero podrías decirnos que estás bien de vez en cuando. Para que no nos preocupemos.

—¡Hemos tenido que llamar a Ian porque no sabíamos nada de ti! —añadió su madre dramáticamente.

Victoria estuvo unos segundos en silencio. Caleb la miró, algo temeroso, pero notó un verdadero alivio cuando ella sonrió.

—Estoy bien —les aseguró.

—Sí, estás muy bien —su madre la miró de arriba a abajo—. ¿Qué te ha pasado? Estás... ¿has hecho ejercicio?

—Algo así —Victoria señaló a Caleb—. Tengo un entrenador muy bueno.

Todas las cabezas se giraron hacia él inmediatamente, que enarcó una ceja.

—Hola —se limitó a decir, deseando que no intentaran entablar una conversación con él.

—¡Caleb! —exclamó la madre de Victoria, y también le regaló un abrazo asfixiante—. Me alegro mucho de verte, querido. Qué bien que sigáis juntos.

—¿Tú eres el motivo por el que Victoria ya nunca nos llama? —preguntó su padre, que no parecía tan alegre—. ¿Tanto la distraes?

—Caleb siempre me dice que os llame, papá —le aseguró Victoria enseguida—. Soy yo que... bueno, se me olvida a menudo.

—¿Dónde está el niño? —preguntó él.

Victoria dudó visiblemente, así que Caleb intervino.

—Está con mi hermano —improvisó—. Se llevan muy bien.

—Oh —la madre de Victoria sonrió—. Lástima. Queríamos verlo, también. ¿Cómo está?

—Muy bien —le aseguró Victoria enseguida—. Se porta muy bien.

—Qué bien —su madre borró la sonrisa cuando miró su reloj—. Oh, vaya, se está haciendo muy tarde. Tenemos una reserva en un restaurante de por aquí. No te molestamos más, solo queríamos ver que estás bien.

—Pero volveremos otro día —advirtió su padre—. Yo también quiero ver al niño.

—Ya hablaremos —Victoria forzó una sonrisa y les dio un abrazo a ambos—. Venga, marchaos antes de que se os pase la hora de la reserva.

Tardaron unos minutos más en marcharse entre las despedidas y las advertencias, pero cuando por fin lo hicieron y cerraron la puerta tras de sí, tanto Victoria como Caleb se giraron de golpe hacia Ian, que estaba tranquilamente sentado en el sofá.

—Tú —Caleb sonó furioso cuando cruzó el salón a toda velocidad—. Eres un...

—Cálmate un poco —advirtió Ian, burlón.

No pareció tan burlón cuando Caleb lo agarró del cuello de la camiseta y lo levantó bruscamente del sofá, dejándolo con los pies colgando unos centímetros por encima del suelo. Ian abrió mucho los ojos y se sujetó a su brazo desesperadamente, intentando respirar como podía.

Caleb ni siquiera lo estaba apretando tanto como para ahogarlo. Qué exagerado.

—¡¿Qué haces?! —escuchó chillar a Victoria detrás de él.

—¡Nos traicionó! —masculló Caleb, mirándolo con el ceño fruncido—. Si no hubiera sido por él, Sawyer nunca nos habría encontrado.

—¡Me da igual, suéltalo ahora mismo!

Caleb se quedó quiero un momento, confuso, antes de mirarla.

—¿Me has oído?

—Te he dicho que lo sueltes —espetó Victoria.

De nuevo, él tardó unos segundos en reaccionar, pero en contra de su voluntad bajó de nuevo al idiota y lo dejó en el suelo. Victoria se apresuró a acercarse a él y a sujetarlo para que no se cayera. Ian la empujó bruscamente para apartarla.

—No me toques —masculló, acariciándose el cuello y tosiendo.

—Acaba de empujarte —recalcó Caleb, pasmado—. ¿Es que no vas a dejar que lo...?

—Déjalo en paz, Caleb —espetó ella.

—¿Por qué? ¡Es un traidor!

—¡Es mi hermano!

—¡Pues tu hermano se merece una paliza!

—No va a dejar que me golpees —aclaró Ian, sonriendo con aire burlón, como si se riera de ellos.

Caleb miró a Victoria, confuso, ella se había quedado lívida.

—Ian, cállate —advirtió en voz baja.

—¿Por qué? ¿Él no lo sabe? Deberías contárselo, hermanita, una relación debería tener más sinceridad.

Caleb dudó al ver que Victoria empalidecía cada vez más, asustada. ¿Qué podía ser tan malo como para...?

—Me debe una —le explicó Ian tranquilamente—. Una muuuy grande. Por algo que me hizo.

Ian agarró el cuello de su camiseta y lo bajó. Caleb vio al instante la marca gruesa en la base de la garganta. Al instante supo que era de cuchillo. Había visto muchas marcas así.

—Me lo hizo ella —añadió.

Se tomó un momento para acariciarse la cicariz ahora blanquecina, como si eligiera las palabras adecuadas para seguir hablando.

—No te lo había contado nunca, ¿verdad?

Caleb miró a Victoria, que tenía la cabeza agachada. Podía escuchar los latidos acelerados de su corazón.

—Todas esas pesadillas —añadió, sonriendo—, eran por eso. No es la buena chica que crees que es. Nunca lo ha sido.

—Cualquiera puede tener un accidente —masculló Caleb.

Su objetivo había sido consolar un poco a Victoria, dejarle claro que no pensaba nada malo de ella, pero pareció tener el efecto contrario, porque ella se encogió todavía más.

Ian se puso de pie, sonriendo, y volvió a señalarse la marca.

—No lo entiendes, grandullón. No fue un accidente. Me miró fijamente y, de alguna forma, me obligó a clavarme a mí mismo un cuchillo en la garganta. No, no fue un accidente. Siento decírtelo así, pero la buena de Victoria no es tan buena. Es un triste intento de asesina.

Caleb dudó entre consolar a Victoria y darle un puñetazo s Ian. Las dos cosas eran muy tentadoras.

Pero, al final, no pudo hacer ninguna. Victoria contuvo la respiración.

—¡Caleb, tenemos que volver!

Él miró la ventana. Mierda, estaba a punto de anochecer, tenía razón.

—¿De qué...? —empezó a decir Ian.

Se calló de golpe cuando Caleb se acercó y le pellizcó un punto muy concreto del cuello, haciendo que cayera desmayado al suelo. Victoria abrió mucho los ojos.

—Ni se te ocurra quejarte —advirtió Caleb—. Si no fuera por ti, lo habría dejado inconsciente de una forma menos suave.

Victoria no quiso discutir. Los dos salieron casi corriendo del edificio mientras Caleb se ajustaba la bolsa encima del hombro. Pero, cuando llegaron a la calle, ambos llegaron a la misma conclusión.

—No llegaremos a tiempo —murmuró Victoria.

Él apretó los labios pero, de pronto, su mirada se clavó en algo que había a su izquierda. Una moto de color rojo oscuro y reluciente.

—Tengo una idea —murmuró.

Agarró a Victoria de la mano y ella lo siguió, confusa, cuando Caleb colocó la bolsa en la moto y se agachó para enganchar los cables. Cuando volvió a ponerse de pie y movió el acelerador, el moto rugió.

Victoria, claro, tenía la boca abierta, pasmada.

—No le cuentes esta parte a los demás —añadió Caleb.

Se subió a la moto y Victoria pareció reaccionar, subiéndose tras él. Sin embargo, antes de que pudieran marcharse, ambos escucharon unos pasos acercándose.

—¡Oye, esa es mi moto! ¿Qué coño...?

Victoria y él se giraron hacia un tipo alto de pelo castaño y ojos dorados que se acercaba a ellos con aire furioso.

Antes de que ninguno pudiera decir nada, Victoria sacó el fajo de billetes del bolsillo y se lo lanzó. El chico, cuando lo atrapó, pareció todavía más perdido.

—Esto es mucho más de lo que vale la moto —dijo, completamente confuso.

—Por las molestias —le dijo Caleb.

Aceleró la moto y, antes de que pudiera decir nada más, él y Victoria se marcharon a toda velocidad.


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