Especial Navideño

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Sin embargo, papá logró convencerla de que ella se fuera en el auto y él y yo caminaríamos hasta la siguiente parada.

Caminar con papá siempre fue uno de mis mayores tesoros. Todos esos recuerdos los guardo en mi corazón y dejo que palpiten solamente para mí.

Bajamos una colina de pavimento y entonces lo vi.

Vi el lugar que se convertiría en el lugar de todos mis sueños, aventuras y vienes. El lugar que me rescataría de la tormenta gris y las tristezas, el que me estrecharía sus brazos para perderme en un mundo lleno de color.

Era un parque viejo, con algunas bancas y un sendero.

—Qué hermoso —musité al verlo.

Era una época del año fría, no nevaba, pero había muchísimas lluvias y los colores no eran tan vívidos. En ese momento no pude imaginarme cómo sería cada brillo en todas las estaciones del año.

Papá observó el parque y me sonrió.

—¿Te gusta?

No tuve tiempo de responder, pues él me llevó en dirección a éste y pude contemplar, por primera vez, el parque de cerca.

Recuerdo que la primera vez que crucé el Sendero de los Colores Vivos fue junto a mi padre, el día que compraría mi primer árbol de Navidad. Yo me sentí tan libre, como un hada. Era tan feliz en ese momento.

Gracias a papá conocí a mi salvación.

Cuando llegamos a la tienda, papá y mamá me tomaron de la mano y me pregunté si esto era sentirse amada, si eso era sentirse parte de una familia.

Así escogimos un árbol tan verde y vivaz que derritió mi corazón. Fue imposible que no me fijara en él si era el más verde de todos. Parecía tener más vida que el resto.

Esa misma tarde decoramos el árbol, sacaron cajas que tenían guardadas en el ático (el cual siempre me dio miedo) y comencé a observar los adornos que estaban dentro. Esferas relucientes, de colores, brillosas y mate. Mi corazón bombeó con tanta fuerza a causa de la emoción.

—¡Esto es asombroso!

Pero no fue más asombroso que colocar la estrella en el árbol. Ya estaba precioso, lleno de luces y colores, recuerdo que lo apreciaba con emoción cuando papá carraspeó detrás de mí, cuando me giré vi que cargaba con una estrella amarilla y reluciente.

—Qué bonita —murmuré, acercándome— el amarillo me gusta mucho.

Adrián rio y extendió la estrella hacia mí.

—¿Quieres ponerla? —preguntó.

—¿Dónde va?

Entonces señaló el pico adornado, yo asentí con entusiasmo, pero me percaté que era demasiado pequeña como para alcanzarla.

Antes de que pudiese decir algo, papá me cargó. Me elevé por los aires y primero mi respiración se cortó de golpe por el susto, pegué la estrella a mi pecho e intenté controlarme.

—¿Estás bien? —preguntó mamá, tomándome la mano.

Una vez que pude respirar con normalidad, asentí con la cabeza y observé mis pies que colgaban. Papá me acercó y pude colocar la estrella en lo más arriba.

Cada vez que creía que no podía ver algo mejor, ocurría algo que superaba lo anterior. Pero lo definitivo fue la víspera de Navidad. Cuando mamá hizo la cena y nos tomamos las manos mientras por la ventana podía verse la lluvia.

Ése fue el mejor momento. La unión familiar. Tuve que acostarme temprano, sin embargo, sin dormir. Sabía que debía hacerlo para que Santa Claus me visitara (tal como habían dicho mis padres) y, para no generarme tentación, le coloqué seguro a la puerta y me senté sobre la cama a contemplar por la ventana la lluvia.

Tintes de otoño | completaWhere stories live. Discover now