7. Vivir el momento.

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—Cuando quieras –rugió él desde atrás apretando los puños con rabia. La vio desaparecer, incrédulo. ¿Era en serio? Unos minutos más pasaron en los que no se movió esperanzado. No regresó, no nada. Aventó un cojín furioso y regresó a su habitación. Se dejó caer sobre el colchón lleno de frustración y al hacerlo, su maldito olor apareció como si moléculas de polvo añejo se hubiesen elevado al moverlas.

—¡Ah! –gritó dándole un golpe molesto a la cama. Se dio una larga ducha.

Bramando y maldiciendo, una idea surgió. De nuevo se sentía de buen humor. Se vistió de prisa y le llamó. Después de tres timbrados contestó. Soltó el aire con disimulo.

—Hola... —sus vocecilla lo hizo sonreír. Sí, aún necesitaba más de ella.

—Voy por ti en cuarenta minutos.

—Marcel, yo... —no sonaba convencida.

—Ponte ropa cómoda, trae tu cámara. Te veo afuera de tu casa –y colgó. Pasó por algo de comer, lo pidió para llevar y llegó justo a tiempo. La joven salió enfundada en un jean, una blusa violeta de algodón muy sencilla y tenis claros con una pequeña mochila colgando. Algo molesto se removió en el pecho al saberla tan suya, tan ajena. Se subió con timidez, sin mostrar ninguna emoción.

— ¿A dónde vamos? –quiso saber perdiendo la vista en el exterior. Era asombroso que nada hubiese cambiado en ella después de lo que compartieron.

—Al zoológico –Anel volteó intrigada, intentaba mantenerse imperturbable, pero es que él no se lo ponía nada fácil, aun así, lo seguiría intentando, eso que tenían, no tardaría en acabar y lo sabía muy bien—. No veas así, ¿has ido?

—Hace muchos años –aceptó sin poder comprenderlo. ¿Qué habría dentro de su cabeza que cambiaba tan abruptamente sus estados de ánimo?

—Yo también, pero es uno de los mejores, algo distinto suena bien –soltó mirándola de reojo.

El lugar estaba asombrosamente cuidado, limpio. Recorrieron uno al lado del otro todo sin tocarse, sin entrelazar las manos, simplemente ahí, juntos. Marcel observó como Anel iba relajándose conforme pasaban las horas. Si bien su forma seguía igual, sonreía un poco más, hablaba un poco más. Le señalaba animales para luego sacar la cámara y fotografiarlos encantada, entusiasmada, casi infantil.

Cuando el sol ya era muy fuerte compró una gorra del lugar y sin consultarle, se la colocó. Anel torció el gesto sin estar muy convencida, él llevaba la suya y se veía espectacular, cosa que estaba segura, ella no. El chico acarició sus mejillas con sus pulgares sonriendo de una forma mágica que logró cimbrar varias partes de su ser que no deseaba asomaran cuando estaba en su presencia.

—Acabarás insolada... aunque así luces más como una chiquilla –Anel rodó los ojos y continuó su camino. ¡Ah, era imposible! Horas después la instó a sentarse en un área verde obligándola a comer lo que llevaba.

—Pensaste en todo –musitó mordiendo un plátano con las piernas cruzadas. Marcel iba a contestar cuando los recuerdos se agolparon como si de pronto una cinta se reprodujera ante él; a su madre le gustaba llevarlo ahí cuando pequeños. Observó su alrededor dándole probando su emparedado sintiendo incluso el viento de aquellos días—. ¿Eres de aquí? –Él aceptó encarándola con gesto lejano—. ¿Y tus padres? –Ahí iban las putas preguntas. ¿Qué nadie podía quedarse así, sin saber más?

—Muertos –dijo dejándola helada por la manera en la que respondió y por el hecho en si—. Y por favor no digas "lo siento" porque no me conoces y tampoco los conociste a ellos –Anel dejó de comer sintiendo un nudo en la garganta. Marcel estaba molesto, incluso parecía haberse recluido de nuevo, ese tono osco hizo su reaparición, así que como una flor que deja de ver el sol, también se cerró.

Tú, nada más © ¡A LA VENTA!حيث تعيش القصص. اكتشف الآن