—Oh... Bueno, pensaba pasar el día con ella... —dijo y luego ambos quedaron en silencio.

—¡Quédate con nosotros! —exclamó Pili—. Podría enseñarte mis muñecas y también mis disfraces —añadió como si aquello fuera el mejor plan.

—Bueno... yo... —dijo Gaby sintiéndose un poco nerviosa.

—Quédate —pidió Lautaro—, en un rato estará la comida.

Gaby sonrió y asintió, entonces Pili la estiró de la mano y la llevó a su habitación mientras Lautaro regresaba a controlar su carne.

—Mira, estas son Mía y Sara —dijo Pili presentándole un par de muñecas—, y este es el baúl donde guardo los disfraces —mostró abriendo una caja de madera—, tengo de hada, de sirena, de flor, de mariposa... Mira, ponte esta ala —dijo pasándole un ala de mariposa de color lila.

Gaby lo hizo y se sentó en la cama. Observó el pequeño cuarto decorado en blanco y colores pasteles, en una de las paredes estaba el póster que ella le había regalado.

—¿Cuál es tu música favorita de Ágatha? —preguntó.

—Esta —dijo y sacó una tableta de un cajón. Tocó algunos botones y la música comenzó a sonar—. Se llama Vuela.

Gaby sonrió, era una música movida que hablaba sobre un amor que te hacía volar alto. Pili, aún con sus antifaces puestos, comenzó a bailar como si fuera una de las bailarinas, y luego, fingiendo que un peine era su micrófono, cantó toda la música sin equivocarse. Gaby la miró absorta, emocionada del grado en el cual su música era capaz de llegar a las personas, de la intensidad de los sentimientos de admiración que le tenían sus seguidores de todas las edades y del poder que le daban sus canciones para dejar mensajes en los más jóvenes.

Cuando Pili acabó, ella la aplaudió como si fuera ese público vehemente que le gritaba y canturreaba sus canciones en cada concierto. Una música dulce y suave llamada Rosas rojas sonó a continuación y Pili se sentó a su lado.

—Canta bonito, ¿no? —preguntó.

—Así dicen... —respondió Gaby que no podía dejar de ver a aquella niña con una ternura inmensa que le sobrepasaba.

—¿Te gusta a ti?

—Suena bien —dijo ella y acarició con ternura la mejilla de la pequeña—. ¿Por qué te gusta tanto?

La niña perdió la vista en la pared y se mordió el labio. Su sonrisa se esfumó y Gaby frunció el ceño al comprender el cambio de ambiente que se generó en la habitación.

—Mi papá me contó que mi mamá era cantante —admitió—, me dijo que tenía una voz hermosa y que era muy bonita... Soñaba con ser famosa, como Ágatha...

—¿En serio? —preguntó Gaby que no sabía nada sobre la madre de Pili.

La niña se sacó el antifaz y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Nunca quiero hablar de ella —murmuró—, porque pienso que a papá le pone triste... pero me dijiste que éramos amigas y las amigas se cuentan todo —admitió—. Mi mamá no me quiere, nunca me quiso —dijo con dulzura—. Mi papá dice que eso no es cierto, que me quería mucho y por eso me dejó con él para que yo sea feliz, pero yo sé que no es así, me lo dice para que no me duela tanto... Yo veo a las mamás de mis amigas, se van a la escuela siempre, las llevan, las traen, se preocupan por ellas, van a las reuniones con las maestras, les abrazan mucho y les dan besos —murmuró mientras las lágrimas contenidas habían comenzado a caer—, papá hace todo eso por mí, pero a veces... a veces me gustaría tener una mamá —habló bajito, como si fuera su confesión más íntima y asegurándose que su papá no la estaba escuchando—. No le digas nada a papá porque eso le va a poner muy triste... Me encantaron estos días que estuvo Alicia acá porque compartimos cosas de chicas y me enseñó como pintarme bien las uñas y los labios —admitió.

Un salto al vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora