La lluvia se intensificó, mojando mi cuerpo a su paso, haciéndome temblar y dejando un precioso brillo en las rosas junto al tulipán que resaltaba encima de todas.

— ¿No podía llover otro día, eh?—me reí de mi misma al limpiar las lágrimas que se confundían con las gotas de lluvia—. No sé cómo voy a vivir sin tus malos consejos de padre, pero ¿sabes algo? A pesar de todo sí me servían de algo. Todo es tan extraño por aquí sin ti, como si el apocalipsis estuviera por llegar... y ni siquiera tienes dos días fuera. Tengo que irme porque mamá también está hecha añicos, pero volveré cuando menos te lo esperes ¿vale?

Sonreí y dejé que la lluvia cubriera cada esquina de mi cuerpo con gotas heladas antes de ir al auto y dejar atrás el cementerio de Bretwood.



[...]


Desperté con la respiración acelerada cuando escuché un golpe seco en la ventana de mi habitación.

¿Una piedra?

¿Un ave?

¿Una... persona?

Tenía sudor en la frente y el corazón latiendo a millón, me senté en la cama y comencé a ver la habitación desde el armario hasta el escritorio, pero no había nada fuera de lo común; la computadora estaba en su sitio junto a la fila de libros viejos que había traído de la biblioteca de papá, una lámpara apagada y el lejano brillo de los paisajes en CD con pintura neón.

En mis tiempos libres solía dibujar o pintar lo que tenía al frente.

Llegué a dibujar el perfil de mi padre.

Al gato que se paseaba por el jardín cuando degollaba a los insectos.

A la vecina de al lado.

Trace con un simple lápiz de madera las arrugas del vigilante.

Y me causaba un delirio pintar atardeceres, una sensación que rozaba la satisfacción me invadía al ver el lienzo arriba del caballete.

Me volví a acostar sin lograr conciliar el sueño y me quedé viendo el techo mientras me acurrucaba en las sábanas blancas de la cama.

De pronto, cuando los ojos se me fueron cerrando y comencé a imaginar cosas aleatorias a la naturaleza humana, otro golpe proveniente de la ventana me hizo saltar de la cama y, como pude, llegué a ella para salir de la incertidumbre que había nacido en mí.

Estaba empañada por el frío de la noche, resultaba lógico porque nos encontrábamos en vísperas de invierno. Así que, con la tela del pijama limpié una pequeña zona del vidrio.

Mi ventana era inmensa, casi llegaba al suelo y daba con la calle principal de la urbanización, había alrededor de siete casas gigantes al estilo victoriano donde habitaban adultos ricachones o importantes personajes de Bretwood.

Cuando mi vista enfocó la calle, específicamente en el poste de luz, noté la presencia de una persona. Se encontraba de brazos cruzados a la altura del pecho y un porte que decía a gritos todos los sinónimos de la pulcritud.

A pesar de la distancia percaté esa extraña mirada puesta en mí, me sonreía con diversión, llamándome con los ojos. Su rostro estaba oculto por la oscuridad de la noche, ni el poste hizo el divino favor e iluminó su cara, era tan... extraño.

Intenté ignorar al humano fuera de mi ventana, pero cuando iba a girar sobre mi eje él sacó, con movimientos rápidos, un reloj negro con detalles dorados. Fuera quien fuese el sujeto sabía que lo iba a reconocer porque lo agitó con diversión y su sonrisa se ensanchó.

Red - [La Orden Sangrienta]Where stories live. Discover now