Capítulo 20 🎤

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Liza fue una historia distinta. La conoció a través de la música, en un grupo que él había formado con unos amigos por aquellos años. Cantaba muy bien, y Lautaro creía que ese fue el principal factor que lo hizo mirarla, su voz se le coló en el alma y se enamoró de su espíritu libre y soñador. Liza anhelaba ser famosa y cantar en conciertos llenos de gente, Lautaro le secundó en el sueño, fue su mejor amigo, su gran amor y su mano derecha. Hacían una dupla sensacional y en ella, Lautaro recordó el sueño de su madre, que él tocara y ella cantara.

Con Liza se animó a creer que podía vivir de la música. Lautaro no deseaba la fama de la manera en que ella lo hacía, pero trabajar juntos era significativo para él, era comprender la vida de la misma manera y se animó a recrear un futuro a su lado. Él la amaba con toda su alma, por lo que cuando se enteró de que estaba embarazada, su corazón explotó de felicidad, no había nada que le pareciera más hermoso que pensar en un hijo suyo con Liza. Pero ella era libre, y un hijo le representaba un ancla, un traspié en su incipiente carrera como cantante y en su camino a la tan anhelada fama.

Lautaro suspiró. Dejar en libertad a Liza había resultado lo más doloroso que había experimentado en su vida luego de perder a su madre, se despidió de ella como si no hubiesen sido pareja, ella llegó a su casa, le entregó a Pilar que solo era una bebé de casi un mes de vida, le dio las escasas cosas que le pertenecían a la niña y se fue, sin mirar atrás.

Con Pilar en brazos, la vida volvía a dar un giro para Lautaro. Sus prioridades pasaron a segundo plano cuando debió convertirse en padre y madre para aquella niña. Nada le resultó sencillo, cuanto más crecía Pili, más le recordaba a Liza. Y Lautaro tenía una herida, una que no comprendía, una que le dolía.

Su madre había elegido perderse a sí misma por el amor de un hombre que a los ojos de Lautaro no valía la pena, se había abandonado, pero en el camino, lo había abandonado también. Él quiso ser distinto, regalar a la mujer que amase un amor libre en el cual ella pudiese desarrollarse, eligió para eso mujeres diferentes a su madre, pero la ambición de ambas fue más fuerte que el amor y lo abandonaron también. Así que, en el interior del corazón de Lautaro, creció una semilla de amargura, por un lado, ansiaba amar y entregarse a una relación en la que ambos se ayudaran a crecer y se fortificaran sin cortarse las alas, pero en su experiencia, aquello no había dado resultado. Y él, prefería quedarse solo a hacer lo que hizo aquel hombre con su madre, él prefería aislarse, si para recibir amor debía condicionar a alguien a abandonar sus sueños y futuro.

Ahora, llegaba Gabriela a su vida. Una mujer independiente, capaz de ir y venir entre dos ciudades con el simple objetivo de terminar sus estudios, aunque para ello tuviese que dejar de dormir. Una mujer capaz de discutirle y sacarlo de sus casillas sin doblegarse, capaz de ayudar a una amiga con nobleza y valentía. Con la autoestima bien plantada para saberse bella y deseable sin mostrarse vanidosa, con una libertad sexual que admitía le resultaba nueva y que, para colmo, alegaba se la debía a él.

Lautaro sabía que esa era la clase de mujer que él elegiría sin dudarlo, aquella de la cual se enamoraría perdidamente al punto de entregarle su corazón en bandeja, aquella con la que se animaría a soñar una vez más.

Y si eso sucedía... ¿Estaría dispuesto a volver a perder? ¿Estaría dispuesto a verla partir de nuevo de su vida y quedarse una vez más en la soledad y la frustración? ¿Tenía ganas de empezar todo de nuevo?

Lautaro miró la fotografía que Gaby le mandaba, envuelta en una toalla, con los hombros húmedos y los pechos apretados bajo la tela.

¿Qué era lo que esa mujer le provocaba y por qué tenía tangas ganas de arrojarse al vacío con ella?

¿Qué era lo que esa mujer le provocaba y por qué tenía tangas ganas de arrojarse al vacío con ella?

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Un salto al vacíoWhere stories live. Discover now