1. Desilusión

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San Fransokyo no era una ciudad fría, por el contrario, la mayoría del tiempo era demasiado cálida, las mañanas y tardes estaban envueltas en un calor pegajoso, y sólo en las noches el clima comenzaba a ser más soportable, algo templado, pero no frío. Sin embargo, ahora mismo Miguel sentía su trasero y extremidades entumecidas como si hubiera estado esperando en la helada intemperie ahí sentado en la orilla de la acera. Estaría más cómodo sabiendo que aquel malestar se debería al frío a que fuera porque en realidad ha estado ya esperando por demasiado tiempo en el mismo sitio casi sin moverse.

Al principio, cuando llegó había permanecido de pie a un costado de la pizzería donde sesuponía que se encontraría con Hiro. Había llegado sólo seis minutos antes de la hora que acordaron, y aunque Hamada no era la persona más puntual cuando se trataba de sus citas, de cualquier manera, Miguel consideró que no debería tardarse mucho. Además, también se había sentido algo entusiasmado. Sí, era una salida simple, incluso pudieron haber pedido la pizza a domicilio, pero haber hecho aquello implicaba que estarían en compañía de Marco e incluso de Cass, ya que los Rivera seguían viviendo en casa de la mujer, y si iban al apartamento de Hiro, éste compartía piso con Wasabi. Lo que Miguel quería - al menos de vez en cuando - era estar él solo con su novio, por lo que incluso citas así de pequeñas sonaban estupendas para él.

Pero no siempre resultaban bien sus planes.

Ya le había dado un montón de vistazos a la hora que reflejaba el teléfono celular, primero viendo cuando marcó la hora de encontrarse, luego a los cinco minutos, después a los diez,a los veinte minutos, treinta minutos. Fue ahí cuando había decidido sentarse en la orilla de la acera porque sus piernas comenzaban a cansarse. Intentó llamarle a Hiro algunas veces también, pero ninguna de esas llamadas conectó. Luego de varios minutos más transcurridos dejó de mirar el reloj y ya no llamó.

La ausencia de Hiro y el que no respondiera su móvil seguro le generaría preocupación, preguntándose si es que estaba bien, quizá sospechando que algo malo o fuera de normal le había ocurrido, pero la realidad era que no se trataba de nada raro en Hiro. Ya había ocurrido más veces de las que a Miguel le gustaría recordar que Hamada le dejaba plantado en las citas y ni siquiera le respondía las llamadas.

Algunas personas le dirían que desde la primera vez que perdonó ese comportamiento y éste se repitió, debió de tomarlo como una gran bandera roja de que las cosas entre ellos no irían bien, pero Miguel tampoco fue tan intransigente, pues entendía que Hiro era una persona ocupada. A pesar de ser muy joven aun, Hamada a sus dieciocho años era muy solicitado por su intelecto; después de haberse graduado del ITSF le llovieron propuestas para trabajar en varios proyectos, en los que a veces se involucraba como consultor, porque decidió ocupar un puesto en la universidad y también dedicarse a sus propios proyectos. Miguel estaba consciente de que Hiro se encontraba la mayoría del tiempo asediado por eltrabajo, y por eso no podían verse mucho, o hasta se olvidaba de sus citas.

Pero igual era cierto que ya había sucedido demasiadas veces que no sólo le dejaba plantado, sino que ni siquiera se comunicaba con él. ¿Era demasiado pedir que Hiro se tomara al menos un par de minutos para llamarle o incluso enviarle un texto para cancelar su cita y explicándole por qué no podían verse de nuevo? Así Miguel no tendría que haber estado tan ilusionado todo el día y luego ir como un tonto hasta su punto de reunión para esperar ahí más de una hora sin que su novio llegara.

Seguro ya había transcurrido más de una hora desde su hora acordada. Ni siquiera quería verificar porque se sentiría más decaído. Sólo hasta que sintió el teléfono celular vibrar en su mano - porque no había soltado dicho aparato, esperando por si de casualidad Hiro le llamaba - volvió a mirarlo, por un segundo esperando que se tratara de su novio, pero el nombre que la pantalla reflejó como una llamada entrante se trataba de Marco, su hermano.

El chico que mienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora