Capítulo quince.

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En una de las cúpulas norte, la número cuatro, en un alto y gris edificio, con los pies descalzos, y observando las personas pasar, un hombre extremadamente delgado, de tez oscura. Su mirada era clara, al igual que sus cabellos. Unos oscuros semicírculos se situaban bajo sus ojos; de los cuales brotaba unas ligeras lágrimas de desesperación. Hacía mucho tiempo había quedado solo; su esposa y sus hijos habían muerto hace tiempo debido a la desaparición de la atmósfera, el resto de su familia, también había desaparecido hacía años. No tenía amigos, todo era oscuro, hasta el faso ambiente. Cuando hablaba con él mismo, en la soledad de la noche, se rogaba que se rindiera, eso no era bueno para él; ya no podía más con la presión. Tomó una última bocanada de aire, no tenía miedo a lo que vendría a continuación. Disfrutó de lo que sus ojos veían por última vez, o al menos trató de disfrutarlo, puesto que solo podía observar el dolor y el sufrimiento. Extendió sus brazos y cerró los ojos, se dejó caer al vacío, mientras su cuerpo experimentaba sus últimas sensaciones. Fue entonces que en su rostro se dibujó una sonrisa de paz. Tocó el suelo. Un último latido. Una persona más en la lista. 

En la cúpula setecientos dieciséis, al sur, en una gran casa color dorado, habitaban una madre con su hija de ocho años. Ambas de una tez morena, casi negra. Cabellos oscuros y rizados y unos profundos y marrones ojos. Tenían la casa más lujosa de toda la cúpula y, aunque las demás casas no se quedaban muy atrás, los habitantes se sorprendían al ver sus grandes y verdes jardines y sus bellas flores. Ellas eran conscientes de esto, pero también de la vida de otras cúpulas. Sentían lástima, pero la distancia era demasiado grande como para llegar a ellos. Solo podía dejarlos morir.

Habían vuelto a fallar. Por mucho que lo intentaban, los jóvenes no lograban encontrar ni el portal de vuelta a la dimensión de los dos hermanos, ni la solución para salvar la atmósfera. Sabían que era una camino complicado, tenía trampas, puertas falsas y enigmas difíciles; Enid recordaba a Roy y a sus películas de aventura cada vez que emprendían el camino, aunque, algo estaba mal ese día. La cara de Roy estaba borrosa en la mente de la joven y ya ni siquiera tenía en mente al resto de sus susodicho “amigos”, ¿cómo se llamaban? Su mente no procesaba esa información. A veces extrañaba el tacto de la hierba verde entre sus dedos y el cantar de los pájaros, pero eso tampoco estaba claro en su cabeza; ¿cómo se sentía? ¿Cómo se escuchaba? ¿Era tan hermoso como ella pretendía recordarlo? No tardó en notarlo, estaba comenzando a olvidar a medida que sus esperanzas se desvanecían.


Ismael se recuperaba lentamente, su hermana se alegraba al verlo comer con normalidad. Su cuerpo ya no estaba tan débil, se veía más feliz, más… vivo. Serkan estaba siempre pendiente de que nada malo le pasara, aunque tal vez la atención era demasiada en comparación a la que le ofrecía a los demás sin saber que en esos momentos alguien necesitaba de atención más que nadie. Jeancarla salió del baño con una pequeña mancha de sangre en su barbilla.

Una leve pero potente tos salió de la boca de una de las gemelas, pero, como siempre, afirmaba que todo estaba bien, que nada le pasaba, es por ello que los padres y su hermana nunca preguntaban por ello y a Jeancarla tampoco le importaba que no lo hicieran, solía resfriarse con facilidad y padecía síntomas aislados de determinadas enfermedades, nada grave en realidad, o eso le dijeron los médicos.
Aquella tarde, las dos hermanas corrieron a recibir a Enid y a Ismael en el portal de entrada para, junto con Serkan, ir todos a jugar a un parque cercano. Se respiraba la paz y la armonía del inicio de una nueva era.
Enid aún era muy pequeña y le era difícil caminar, al menos eso decían las gemelas, Jeancarla se ofreció, como todos los días, a cargarla hasta el parque, a pesar de que sus brazos eran bastante débiles y su fuerza iba escaseando. Ella siempre fue buena ocultando las cosas, las fiestas sorpresa nunca se desvelaban con anterioridad cuando la joven las organizaba y nunca sabías que te tenía una gran regalo especial preparado. A pesar de todo, siempre se permaneció sonriente y en muy pocas ocasiones cambiaba esta expresión de su cara.
Cuando llegaron al parque, dejó caer delicadamente a Enid sobre la clara arena.
—Gracias. — dijo la peliblanca con una leve y tierna sonrisa. Aún se le dificultaba hablar, pero sabía como debía actuar en esos momentos. Jeancarla solo le devolvió la sonrisa mientras la observaba caminando graciosamente hacia su hermano mayor.
Así pasaban las tardes antes del desastre, todos los amigos jugando juntos. Las dos gemelas, ambas de cabellos dorados y ojos oscuros, profundos como ningunos, de tez clara, pero no tanto, y con sus pequeñas sonrisas, formando un hoyuelo en su cara, solo uno, el de Carla  a la derecha, y el de Jeancarla, a la izquierda, siempre trataban de gastarles bromas a sus compañeros, pero sus risas las delataban, ellos ya las conocían, pero no evitaban divertirse junto a ellas en esos momentos. Enid recordaba esos juegos en el parque, pero no sabía el porqué no recordaba a aquellas personas que habían estado tanto junto a ella. Todo eso había pasado hace más de quince años; las gemelas tenían a penas nueve años, Ismael y Serkan a penas llegaban a los siete y, siento Enid la pequeña, tenía cuatro años, aunque aparentaba bastante menos por su problema al caminar.


Cuando todo parecía marchar bien, con Ismael con suficientes fuerzas como para levantarse, correr, caminar… Jeancarla cerró los ojos, cayendo en un doloroso y angustiante sueño. Su hermana, al ver que esta caía al suelo, corrió a socorrerla.
—¿Jean? ¿¡Jean!?— gritaba alterada mientras la sacudía levemente. Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos al no comprender lo que sucedía, su hermana lo había vuelto a conseguir, le ocultó algo tan bien que ni siquiera sospechaba que algo iba mal.

Cuando el resto de los amigos llegaron a la cúpula, casi rozando la muerte, la primera imagen que vieron fue la de dos chicas, ambas idénticas, una tumbada en el suelo, tiritando a pesar de no tener razones, mientras sudaba; y la otra con los ojos rojos, hinchados por las lágrimas. El tiempo se acababa.

Enid se paseaba muchas veces por la cúpula principal, no sabía porque los demás se lo querían impedir, no veía el peligro. Era lo más cercano a estar en su hogar, aunque mucho más sombrío. Alguna vez llegó a preguntarse si el tiempo pasa más rápido en esta dimensión que en la suya, así, tal vez, no habría perdido más que unas semanas de clase, pero no era así.
Ella conocía bien la ciudad, sabía de un local donde vendían medicinas, por lo que, al ver a su amiga en ese estado, no dudó en que iría al día siguiente a buscar algo para aliviar su dolor, pero, hasta entonces, solo podía acompañarla y ofrecerle su apoyo, como todos estaban haciendo. Se arrodilló junto a ella, acariciando levemente su frente, quitando un pequeño mechón rubio de su cara. En ese momento, Jeancarla abrió levemente los ojos. Sonrío al verlos a todos, un pequeño hoyuelo se formó en el lado izquierdo de su rostro. Reflejaba el dolor y el cansancio.
—Hola.— su voz era débil, pero firme, mientras miraba a todos sus amigos y a su querida hermana, la persona que más quería en todo el universo. Soltó una leve tos. No se esperaba que todos la abrazarían de esa forma. Se sintió muy querida.
—Chicos… — tomo aire con dificultad. — os quiero mucho. — Dijo antes de volver a cerrar los ojos, durmiéndose nuevamente.

El resto del día, e incluso la noche completa, todos estuvieron junto a su amiga, preocupados por su estado. No mejoraba. A la mañana siguiente, sin el permiso de su hermano, Enid fue a buscar la medicina para Jeancarla. Mientras tanto, parecía estar más estable, ya no temblaba, ya no sudaba, ya no parecía estar sufriendo. La joven se despidió de la gemela con un beso en la frente y acto seguido, salió hacia su destino, esperando poder llegar antes de que la atmósfera se desvaneciera nuevamente.

Enid corría de un lado a otro, tratando de llegar cuanto antes. Por desgracia para ella, Ana se había dado cuenta de que no había muerto, la había visto por la cúpula muchas veces y, gracias a ello, mandó a los guardias a buscarla. A punto de volver, la atraparon y, por mucho que lo intentó, nunca logró escapar. Estaba atrapada y, aún peor, no pudo hacer nada por Jeancarla. Solo le quedaba esperar que se recuperara por su cuenta y dejara de sufrir como lo hacía.
El día treinta de abril del año tres mil treinta y dos, en una cúpula bajo el agua, apartada del resto de sociedades, una joven de claros cabellos soltó su último aliento al lado de sus queridos amigos, dio su última sonrisa y su hermana vio, por última vez, la otra mitad de la suya; un hoyuelo al lado izquierdo que complementaba su lado derecho. Ahora estaba a la mitad y su llanto era imparable. Aquel día la muerte había llegado para quedarse.

Enid nunca volvió de la cúpula, fue así cómo llegó a aquella pequeña celda, alejada de todo y con solo un pequeño libro que llevaba a todas partes, a pesar de no saber de dónde venía. A pesar de todo, su ánimo no estaba tan bajo, ella no sabía de la muerte de Jeancarla. Mientras tanto, en la cúpula, con un gran dolor y sentimiento de culpa, debían pensar que hacer con el cuerpo sin vida de su alegre amiga. ¿Cómo no se habían dado cuenta antes? ¿Lo podrían haber impedido? Carla estaba demasiado destrozada, sollozaba estando sentada, observando a su hermana. Parecía estar, simplemente, dormida. La joven no se levantó en días, más para ir al baño; no comía, a penas dormía, simplemente, se quedaba mirando el cuerpo, y posteriormente, el lugar vacío donde antes yacía una de las personas más importantes en su vida.
Los dos muchachos decidieron, simplemente, arrojar el cuerpo en el mar, se desvanecería como el resto de personas fallecidas. Su principal preocupación era la salud de Carla y la búsqueda de Enid, lo que no se esperaban era recibir una visita. La visita de un desconocido con un aire conocido, pero con unos ojos tan blancos que no podían ser reales; perdió sus lentillas marrones hacía ya tiempo.

Atmosphere [terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora