Entonces él caminó en cámara lenta, observando todo, esperando alguna otra señal, pero todas parecían casas de los suburbios realmente normales. Menos una, y ahí fue donde detuvo su vista: Una casa abandonada arruinaba todo el estereotipo perfecto lugar; ésta estaba demolida, sabrá Dios la razón por la cual nadie se preocupaba en reconstruirla. Parecía un bonito espacio, pero las maderas que cubrían su puerta se encontraban ligeramente abiertas, y Jeno pensó que nadie le diría nada si echaba un vistazo en ese lugar.

Una vez tocó las maderas, observó hacía adentro del lugar y confirmó que todo estaba destruido, pero a pesar de eso, las paredes continuaban algo estables, así que estaba seguro de que esa sería una buena casa para cualquier vagabundo que pasara por ahí, de no ser porque el espacio que permitía entrar entre los maderos era muy pequeño y peligroso; la mayoría se encontraban partidos, cualquiera que intentara entrar ahí, se llevaría más de dos raspones como mínimo o muchas astillas en su piel, por suerte su pequeño no...

- Meoooooow.-

Oh mierda, tiene que ser una broma. Cambiando su ángulo de visión, Jeno se encontró con Jaemin dentro de ese lugar, claro, un cuerpo de un niño tan pequeño podía pasar por ese espacio casi sin ningún problema, y ahora estaba ahí, había encontrado a su pequeño entero, aunque llorando y encogido en un rincón del lugar. Ahí estaba Jaemin, y Jeno por fin pudo sentir como su corazón volvía a latir con tranquilidad.

- Jaemin, amor. ¡Oh por la...! Dios, no puedo creer que estés aquí.-

El minino levantó la mirada, apartando sus manitos de sus ojos, observando el rostro del mayor del otro lado de todos esos maderos. La mirada de Jaemin se suavizó, al parecer lo reconoció, sin embargo, no hizo el menor intento por moverse de su lugar, maullándole a Jeno una y otra vez, mientras las lágrimas no dejaban de salir de sus preciosos ojos avellanas.

- Vamos, mi amor, tienes que venir, yo no puedo pasar por este lugar.-

Pero Jaemin seguía ahí, acurrucado en ese pequeño rincón del lugar, mientras le seguía maullando a Jeno su nombre una y otra vez, pidiéndole a gritos que pase y que lo cargue. Y aunque la idea resultaba malditamente adorable, Jeno no sabía si su pequeño tenía un tipo de parálisis por miedo, si estaba herido o simplemente cansado, solo comprendía lo necesario, Jaemin no se quería mover.

Soltando un dramático suspiro lleno de resignación, Jeno volvió a analizar uno a uno los maderos, inclinándose un poco. Sinceramente se le haría un mundo pasar por ese espacio y eso que él era pequeño para su edad, sin embargo esta fue la única vez en su vida que hubiera deseado serlo incluso más, con tal de entrar a salvar del miedo a su angelito.

Se arrodilló en el suelo y empezó a gatear entre los maderos, sintiendo al instante como algunas puntas rozaban su piel. Chasqueó la lengua, no iba a ser fácil pero como buen idiota valiente, continuó empujando su cuerpo hacía dentro , tratando de evitar los lados con más puntas abiertas, aunque aun así, sentía como su ropa se raspaba y tenía que poner más de fuerza para lograr pasar, rasgándola o quizás rompiéndola, eso no importaba. Una vez su cuerpo estuvo más o menos adentro, su cabeza chocó contra sus manos, que estaban apoyadas en el suelo y no por la posición comprometedora en la que se encontraba, con el trasero más hacía fuera que para adentro y la otra mitad tan cerca de su pequeño bebé, sino por el pedazo de madero que le impedía continuar avanzando, justo haciendo presión en su cadera derecha.Escuchó el maullido de Jaemin a lo lejos y lo observó menear la cola, mientras continuaba llorando, pidiendo a gritos por Jeno.

Jeno quería detener esas lágrimas, quería besarlo, quería decirle que todo estaría bien y llevarlo a algún lugar donde absolutamente nadie pudiera encontrarlos. Y con ese pensamiento motivacional, empujó su cuerpo hacía adelante, logrando entrar a ese espacio que cada vez se le hacía más sofocante. A la mierda si era un lugar bonito para construir, le había costado la vida entrar y estaba seguro de que le saldría el doble de caro salir.

Un paso a la vez.

Jeno corrió hasta su pequeño, lanzándose al suelo sin importarle el golpe en sus rodillas, atrayendo el cuerpo de Jaemin a sus brazos, rodeándolo con fuerza, sintiendo las manos de este aferrarse a su remera, mientras la respiración del minino chocaba contra su cuello, y sus llantos se hacían más fuertes, sollozando exageradamente.

- Ya, ya mi amor. Aquí estoy.- Una de sus manos subió hasta los rizos despeinados del minino, acariciándolos, mientras Jaemin lloraba contra su cuello, maullando infinidad de cosas, entre estas el nombre de Jeno. Seguro su bebé estaba regañándolo por haberlo dejado solo en la casa de un desconocido, pero sea como sea, Jeno estaba feliz de ser castigado porque ahora que lo tenía entre sus brazos, absolutamente nadie los separaría. -No lo volveré a hacer ¿De acuerdo? Tenía que arreglar unas cosas. Tú eres todo mío, bebé, te prometo no volver a dejarte solo.- De hecho, lo era desde que había entrado a su casa, desde el primer vaso de leche, o desde el primer beso, Jaemin era de Jeno, porque Jeno se había entregado por completo a Jaemin.

Al fin, después de un par de minutos así, aferrándose el uno al otro hasta saber que eran reales y que estaban juntos, Jaemin apartó su rostro del cuello de Jeno, observándolo directamente, maullando mientras dejaba que sus ojitos hinchados analicen cada espacio del rostro de su Jeno, meneando sus orejitas y llevando una de sus manos a su mejilla, acunándola con ternura, mientras se acercaba, eliminando la distancia con labios del mayor, demostrando toda la necesidad que sentía por él.

Jeno no dudó ni un segundo y le correspondió, incluso sintió su propio ronroneo cuando sus labios encajaron a la perfección con los de Jaemin, demostrándole que no había persona que pudiera ser tan perfecto para él como lo era su minino. Sus manos bajaron a la cadera del felino, buscando cambiar de posición o sus piernas luego le fallarían, y lo logró, con el cuerpo de este de rodillas frente a él, Jeno separando sus piernas, una a cada lado de Jaemin, mientras disfrutaba del ronroneo suave en lo que sus lenguas se encontraban, y aunque una de las manos del menor continuaba colocada sobre su mejilla, la otra quería impulsarse hacia adelante para acortar mucho más su distancia, así que Jaemin apoyó esta en la cintura de Jeno y recibió un quejido por parte del mayor, rompiendo el beso ante la preocupación de ambos, porque ni él mismo sabía que le había sucedido.

Bajó la mirada, encontrándose con su remera mojada y una vez la alzó para ver que sucedía, su cadera, justo en ese espacio por donde había pasado el madero, tenía una línea recta algo grande, de la cual salía pequeñas gotas de sangre y habían sido estas las causantes del punzante dolor, además de ensuciar su ropa.

Jeno sabía, por una frase, que la mente podía controlar más el dolor físico de lo que muchos creían, siempre había escuchado "El dolor está en la mente" pero ahora podía confirmarlo, él estaba tan sumergido en que al fin tenía a Jaemin en sus brazos, que ni siquiera se había percatado de ese arañón algo profundo en su piel. Jaemin lanzó un maullido hacía Jeno, con el ceño fruncido y la barbilla un poquito arrugada, en lo que hacía su tan conocido puchero. Jeno rió ante esa mirada conflictiva en su minino, así que sin dudarlo se acercó y le dio un rápido beso, en la punta de los labios.

- Está bien bebé, es solo un rasguño.- Intentó calmarlo, pero Jaemin apartó su rostro de la mano de Jeno, y aún con esa mueca disgustaba dibujada en su angelical carita, se inclinó hasta que su nariz estuvo a la altura de la herida, olfateándola primero. Terminó pasando la punta de su lengua sobre la piel lastimada, causando que una corriente de dolor y placer hiciera jadear al mayor. - Amor, no... No hagas eso.-

Pero Jaemin lo ignoró, apoyándose en los muslos de Jeno, volvió a lamer sobre la herida, llevándose parte de la sangre de en su lengua, pero eso no importaba, él quería detener y curar al mayor, y Jaemin sabía, por todas las heridas que se había hecho en la calle y en la jaula, que esa era una buena forma de hacerlo, lamiendo hasta que la sangre se detenga. Pero el minino desconocía cuánta razón tenía, puesto que por todas las propiedades curativas de la saliva misma, incluyendo sus genes felinos que hacían su lengua mucho más rasposa y áspera, esto no causa el mismo efecto en otra persona, de hecho, causa uno mucho, mucho mejor. Que además de curar, terminaría en algo más productivo para ambos.

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