Capítulo 5: ANSIEDAD

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Pero mi búsqueda fue infructífera. No vi a Erik por ningún sitio.

Por la tarde renové mis esperanzas mientras acudía a la clase de literatura. Para desgracia mía, el profesor de biología había cambiado esa hora de clase para poder informarnos sobre no sé qué

de una excursión. La verdad es que presté poca atención a lo que decía, enfrascada en mi decepción, o más bien ninguna.

—¿Vas a casa? —Preguntó Beth mientras recogíamos los libros.

—No, hoy tengo que trabajar.

Encima eso. No podía irme a casa y dejar que la pena se apoderase de mí. Tenía que ir al restaurante. El día no podía ser peor.

—¿Quieres que te lleve?

—No prefiero caminar.

Me miró de reojo, pero no dijo nada más. Agradecí su silencio.

—Bueno, pues hasta mañana —concluyó Beth, despidiéndose de mí con la mano cuando salíamos por la puerta del instituto.

—Adiós —contesté sin ganas y empecé a caminar hacia mi siguiente tortura.

Esto me superaba. Estaba inquieta, malhumorada. Era del todo ilógico mi comportamiento. Al fin y al cabo desde que lo vi por primera vez, había estado más días sin cruzarme con él, que viéndolo. No venía a cuento que me deprimiera de este modo. Pero no podía evitarlo. «Eres patética» dijo una vocecilla en mi cabeza, mientras abría la puerta del restaurante con demasiada calma.

La tarde de trabajo fue agotadora. Menos mal que habíamos cerrado temprano. Vi el coche de mi madre aparcado en la calle al salir y no pude evitar suspirar aliviada, al menos iba a ahorrarme el camino de vuelta.

—Hola cariño —me saludó al entrar.

—Hola.

—¿Qué tal el día?

—Horrible.

—¿Y los exámenes?

—Horribles.

—¿Y el trabajo?

—Horrible.

—Vaya, hoy no ha sido tu mejor día ¿eh? —Pasó su brazo por mi espalda. No me había dado cuenta de lo tensa que estaba, me pesaban los hombros y sentía la cabeza como si se hubiera despegado del resto de mi cuerpo.

—Ha sido… —no me dejó acabar la frase.

—Déjame adivinar, ¿horrible? —añadió con una sonrisa.

—Muy graciosa mamá —no estaba de humor para que minimizara mis problemas.

Hicimos el camino de vuelta a casa en silencio.

—Creo que me voy a la cama —solté nada más entrar por la puerta.

—Está bien —Nicole tenía una paciencia increíble conmigo, eso debía reconocérselo.

La sensación de culpabilidad por haber tratado a mi madre con tanta rudeza iba en aumento. Ella no tenía por qué tragar con mi mal humor y ,aun así, lo hacía.

—¿Se puede?

—Claro mamá, pasa.

—Toma, te ha traído un vaso de leche y unas galletas. —Dejó la bandeja con la comida sobre el escritorio y se acercó a la cama besándome en la cabeza. —Que duermas bien cariño.

—Igualmente.

—Te quiero mi vida.

—Y yo a ti, mamá.

"Luna Azul" de Francine L. ZapaterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora