Capítulo 5: ANSIEDAD

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ANSIEDAD

“La razón puede advertirnos sobre lo que conviene evitar; sólo el corazón nos dice lo que es preciso hacer.”

Joseph Joubert

Las tres de la madrugada. Esto se estaba convirtiendo en una mala costumbre pero al menos ahora sabía su nombre. Erik.

Rememoré en mi mente la imagen de su rostro, sus ojos celestes, el contorno de su mandíbula, la curva de sus labios. Me detuve en ellos unos instantes. Me sorprendió la reacción de mi cuerpo al pensar en que sentiría al besarlos.

Esa simple presunción, besar sus labios, notar el sabor de su boca en la mía, disparó mis hormonas y volví a sentir el fuego abrasándome por dentro. Me levanté de la cama sudorosa, me acerqué al espejo de pie que tenía en un rincón de mi habitación y empecé a mirarme.

Las comparaciones son odiosas, lo sé, pero necesitaba adivinar que había visto él en mí, en este reflejo que me devolvía el espejo.

Mi físico dejaba mucho que desear. No era, para nada, un cuerpo de portada como el suyo. Mi cara era tan corriente como la de cualquiera. Aunque mi madre no se cansaba de decirme lo bonita que era, sabía que ella no era parcial, eso lo dicen todas las madres de sus hijos. Solo mis ojos destacaban en este rostro tan mediocre. Grandes y dorados como la miel. Aunque me habría gustado más si hubiera heredado el tono gris de Nicole. Mi pelo tampoco estaba mal, una melena

de color castaño claro caía ondulada por mi espalda. Pero era tan normal como el resto de mi persona.

Nunca me había parado a pensar en mi aspecto tanto como ahora. Aunque poco podía hacer por mejorarlo. Lo mejor sería que dejar de examinar aquel reflejo que tan poco me gustaba.

Me metí en la cama aún más confusa que antes. No quería hacerme ilusiones, pero las palabras de Beth volvían a mí mente una y otra vez, como cuando oyes una canción y no puedes dejar de tararearla. «Ha sido mutuo» había dicho. ¿Sería cierto? ¿Sentiría él la misma necesidad que sentía yo de estar a su lado? ¿Qué pensaba cuando me miraba a los ojos?

Tenía que admitir que estaba gratamente sorprendida por el supuesto interés que parecía tener por mí. No sabía que pensar. En el fondo había algo raro en todo esto. Él podía tener a quien quisiera, con ese cuerpo de infarto y esa cara de ángel. A lo mejor solo era un juego. ¿Se habría propuesto conquistar a la rarita del instituto?

Empezaba a pensar de forma incoherente. Me obligué a dormir, cerrando los ojos con fuerza. Era como una maldición. Solo podía ver sus ojos, mirándome fijamente, mientras luchaba por dormirme.

Desperté bruscamente al oír el pitido del despertador. De nuevo el estridente sonido me arrancaba del mejor de mis sueños. Aún podía recordar con claridad que había soñado, o mejor dicho, con quién. Volví a cerrar los ojos, rebuscando en mi cabeza restos del sueño ya desvanecido.

—Estela ¿no has oído el despertador?

Había vuelto a dormirme.

—No mamá, ya voy. –Grité.

Me costaba horrores moverme de la cama. Entonces me asaltó un pensamiento, lo vería de nuevo en clase y toda mi pereza se convirtió en energía, imaginando el momento en que volviera a cruzarme con su gélida mirada.

Un ajetreo constante protagonizó ese día. Teníamos dos exámenes, historia y álgebra. Sabía que los resultados de ambos iban a ser nefastos. No lograba concentrarme en nada que no fuera buscarlo en todos y cada uno de los rostros que se cruzaban en mi camino. Esta ansiedad iba a acabar conmigo.

"Luna Azul" de Francine L. ZapaterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora