Sexta noche.

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9 de Diciembre de 1998.

 Louis se despertó alarmado y con una especie de sudor frío en la nuca. Su respiración estaba agitada y sus ojos algo llorosos...El pequeño simplemente trató de mirar a su oscuro alrededor, aún sin poder sentir el peculiar calor que Félix le proporcionaba en sus pies.

Había ruidos muy fuertes y él no sabía de donde venían. Desorientado, con los ojos pequeñitos por el sueño y aún en pijamas, Louis giró su cabeza para ver su reloj de mesa.

Eran aproximadamente las cinco de la mañana, con un cansado suspiro se levantó y caminó temeroso hasta su sala de estar.

La policía y la ambulancia se encontraban fuera. Los dos móviles se encontraban aparcados en la residencia del señor A. El corazón de Louis dio un vuelco. Totalmente atemorizado, Louis corrió hasta la puerta y tras sacarle la llave, se deslizó sobre el frío cemento por los pocos metros que daban hasta la residencia del señor Stephen Antonelli.

Irrumpió en la morada, cuando la puerta estaba abierta, y pudo ver cómo tres enfermeros estaban ayudando al ancianito, quien estaba postrado en la cama.

Al verlo, el pequeño de ojos azules sólo sintió sus ojos llenarse de lágrimas, y con un nudo en la garganta exclamó en tono bajo un:

—¡Oh Dios mío, Stephen! —se cubrió la boca con las palmas de las manos y comenzó a caminar con pasos lentos y temerosos hasta la cama del señor A. —¿Q-qué es lo que le pasó?

—¿Quién es usted? No puede estar aquí si no es su familiar, y si es uno de esos vecinos chismosos, yo le diría que se vuelva a su casa —escupió fríamente un enfermero quien miró despectivamente los ojos llenos de lágrimas de Louis.

—Él es mi nieto —dijo débilmente el señor A, su voz sonaba destrozada...las palabras se habían escapado dificultosas por sus labios.

Louis sintió cómo la sangre volvía a correr por sus venas al escuchar la voz del ancianito al que tanto adoraba y admiraba.

—Señor A... —susurró Louis mientras continuaba caminando hasta acercarse.

Se inclinó ligeramente a un lado de la cama de su vecino y tomó su mano con fuerza, para observarlo. El amable viejito el dedicó una frágil sonrisa llena de esperanza y calidez.

—Quiero que vengas conmigo al hospital... —le susurró débilmente hacia los enfermeros, quienes le tomaban la presión arterial.

Uno de los tres, quien ocupaba un cabello naranja como una zanahoria asintió, mientras, a diferencia de su compañero, quien llevaba cabello negro, dijo amablemente:

—Claro que sí, señor. Lo subiremos a una camilla y él podrá venir con nosotros en la ambulancia, usted no se preocupe ni se esfuerce.

El chico de los ojos celestes trató de ser fuerte. Nunca había vivido una situación así, por ende, era la primera vez que debía acompañar a alguien aun hospital.

Iba acompañar al señor A., aun así fuese una mala experiencia y un mal momento él iba a estar allí para su querido compañero de momentos hermosos.

A Louis le dio un poco de rabia el pensar en cómo su familia no se pasaría ni por un segundo al hospital. E incluso lloró de rabia cuando recordó que el señor A le comentó que había discutido con su hija porque querían meterlo a un geriátrico y él se negaba rotundamente a renunciar a su libertad.

—No voy a dejarte —susurró el pequeño con ojos azules y llorozos, mientras observaba cómo los enfermeros pasaban el cuerpo del señor A desde su cama hasta una camilla plegable.

Línea Suicida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora